Entre la protesta y la obediencia
Huáscar Robles. Demonios. Puerto Rico: La Secta de los Perros; México: Abismos, 2025.
Hace algunos meses, en un vuelo de San Diego a Portland, leí (“devoré”) la primera novela del escritor y periodista puertorriqueño Huáscar Robles, titulada Demonios. Habían pasado tres años desde su publicación en el 2022 bajo el sello editorial independiente, La secta de los perros. Mientras leía con emoción aquellas páginas, lamentaba haber llegado “tarde” al evento literario que es, que debe ser este libro. Si bien a la buena literatura nunca se llega tarde, temía que el “momento” del libro como acontecimiento hubiera pasado y que la historia narrada por Robles no hubiera rebasado los confines de la isla. Por eso aprovecho esta ocasión para celebrar la segunda edición de Demonios, ahora de la mano de la editorial mexicana, Abismos.
Robles ha escrito una novela profundamente puertorriqueña que logra capturar el momento (el ambiente, la atmósfera, el pulso) de la década del ochenta, tiempo de expansión económica y movilidad social, pero también de estancamiento y retroceso en otras áreas. Con un lenguaje directo que destila humor, sinceridad y cercanía, el autor pasa lista de la ambigüedad política, la presión por asimilarse a todo lo gringo, la resistencia a dicha presión, la represión sexual, el fanatismo religioso, el pánico y demonización de la homosexualidad, pero también la entrega a los placeres de la carne que parecen dominar la vida en la colonia.
La novela narra la historia de Eyerí, un adolescente de 13 años, inteligente, introspectivo, sensible, quien últimamente vive atormentado por el sobrepeso y por su deseo queer. La familia es una tradicional hasta cierto punto, dado el fervor patriótico y la afiliación al movimiento independentista del padre. La vida familiar, especialmente la vida de Eyerí, quien está siendo criado para ser el primer presidente de la República de Puerto Rico, da un giro inesperado cuando su papá, médico de profesión, acepta un nuevo trabajo en una farmacéutica “gringa” que lo lleva a mudarse a un barrio nuevo en el pueblo de Caguas. Desde la nueva casa, descrita por Eyerí como “una mansión, pero no un hogar” la promesa de progreso y prosperidad comienza a materializarse.
A la mudanza de la familia se le suma un acontecimiento mayor: la llegada de la religión a sus vidas, específicamente la cultura de las mega iglesias con sus pastores carismáticos, pantallas gigantes, música estridente que imita a la música del “mundo”, posesiones demoníacas, sermones televisados en inglés y español en donde se introduce la culpa y se juzga al boricua promedio por sus debilidades, por caer, caer, caer siempre en la tentación y depravación que, a ratos parece estar atada a la indeterminación política. Esto último queda bien retratado en el personaje del padre, independentista militante, involucrado incluso en asuntos peligrosos, de pronto convertido en oveja de rebaño, entregado a un evangelio importado de los Estados Unidos.
La llegada de la religión, así como la entrada a una nueva escuela privada afiliada a la iglesia, desata una profunda crisis personal en Eyerí, quien tiene que escuchar sermones ya no sólo en la iglesia, sino también en la escuela. Justo cuando comienza a descubrir su sexualidad, el joven entiende, a juzgar por los comentarios de sus padres, el pastor, los maestros y compañeros de clase, que su deseo no es bueno, que lo que siente por Lizardi, Anaudi, Jota Jota y el actor del show Who’s the Boss, es una abominación, un deseo pecaminoso que hay que arrancar de raíz:
“Pequé. Nadie me obligó. Fui todo yo. En vez de aguantarme como un macho, caí en la tentación como un pato. […] Opté por la carne y ahora soy preso del deseo. No puedo parar” (129).
La raíz del pecado, claro está, es el cuerpo. De ahí que nuestro protagonista decida finalmente declararle la guerra a eso que lo mantiene preso, entregándose a la oración y la alabanza como un loco, como un fanático que busca desesperadamente exorcizarse a sí mismo, sacarse ese demonio que no lo deja en paz, aunque sus prácticas extremas pongan en peligro su vida. El objetivo de Eyerí hacia el final de la historia es liberarse de la carne, modelando lo que propone Mateo 5:29, “Y si tu ojo derecho te hace pecar, arráncalo y tíralo; mejor es perder un miembro a que todo tu cuerpo sea arrojado al infierno”.
Es interesante que la sumisión total a Dios –Eyerí ora sin parar hasta escuchar la voz de Dios, un Dios que le pide, entre otras cosas, que escriba un mensaje en las paredes de su habitación con su excremento— implique desobedecer a sus padres, rebelarse contra ellos quienes, a estas alturas, ya se arrepienten de haber puesto un pie en la iglesia. Demonios arranca con esa tensión entre obediencia y rebelión:
“Cuando me acerco a aquellos días sin luz, concluyo que vine al mundo a hacer dos cosas: protestar y obedecer”. (11)
Si bien se trata de una tensión fundacional e inherente a la condición humana, también lo es que adquiere otros matices cuando se nace en un país colonizado, y más aún, cuando se es un joven queer dentro de un ambiente religioso, en una sociedad machista, puritana e hipócrita.
Al final, Robles nos deja con la idea de un país atrapado en un simulacro de progreso del que es tanto rehén como cómplice. Si bien la mega iglesia que asfixia a Eyerí termina cerrando sus puertas debido a múltiples escándalos, al final del libro se anuncia la llegada de una iglesia nueva, más grande y posiblemente más dañina: “… ahora en el tapón de la tarde, la gente miraba los anuncios de la Iglesia de Torre de Marfil, la de Carolina, la que tenía un zoológico y una pastora en vez de pastor” (184). Hay, no obstante, un rayo de esperanza cuando el padre, ya casi al final de la novela, discute enérgicamente con otro hombre que hace un comentario despectivo sobre “los pipiolos” (miembros del PIP, el Partido Independentista Puertorriqueño):
«–No se puede destruir un país que ya está jodío –gritó Papi–. Y mire que estamos bien jodíos. Aquí, negocio que abre, negocio que cierra. ¿Usted ve allí? Allí estaba mi consultorio. Lo cerré. Lo cerré por los impuestos, por la mala paga y porque un día me encañonaron. Me tuve que ir con una de las farmacéuticas. ¿Pero un Walgreens y Wendy’s? Uff. Esos abren y se quedan sin problemas. Aquí a los que son de fuera los tratan con alfombra roja. Todo lo que sea gringo, el boricua se lo come, aunque sepa a mierda. Y si uno de queja es fupista, marxista y nacionalista.
La lengua de Papi también había perdido el control. Hacía tiempo que no defendía la bandera, aquella bonita bandera. La bandera vigilada. La bandera contrita ante colono como yo ante mi Dios.» (169)
Entre todo eso gringo que el boricua se come, “aunque sepa a mierda”, están las mega iglesias, la religión como comodidad, los sermones que promueven, más que nada, el odio a uno mismo y a todo lo propio. Unas páginas más adelante, el padre abraza al hijo y, entre sollozos, le pide perdón. Si bien a lo largo de toda la novela tenemos claro que la mamá y el papá aman a su hijo, también lo es que se trata de un amor que insiste en mirar hacia el otro lado a la hora de indagar la raíz de su angustia. Aman a su hijo, pero no logran zafarse de las taras sociales que los han moldeado, a pesar de ser una familia educada y políticamente “progre”. Pero cuando el padre le pide perdón al hijo, ya se comienza a reconocer algo más concreto. Si bien los demonios, presentimos, no dejarán de atormentar a Eyerí, al menos la familia –esa isla dentro de la isla—parece haber entrado en una nueva fase, en donde lo que se persigue ya no es el sueño de prosperidad americano, sino acaso una vida más real, más auténtica, más parecida a lo que somos. Y puede que sea eso, después de todo, lo que ahuyente a nuestros demonios.
Margarita Pintado Burgos es autora de los poemarios Ficción de venado (2012; 2024), Una muchacha que se parece a mí (2016; 2024 , Proyecto inacabado de la ruina (2017), Simultánea, la marea (2022 ) y Ojo en Celo/ Eye in Heat (2024). Ha recibido el premio de poesía del Instituto de Cultura Puertorriqueña (2015), la beca Letras Boricuas de la fundación Mellon & Flamboyán (2022) y el premio Ambroggio, otorgado por La Academia de Poetas Americanos (2024). Ha publicado crónica y crítica literaria en El País, The Puerto Rican Review, 80 grados, La Habana Elegante, Incubadora y Rialta Magazine, entre otros. Pintado Burgos obtuvo su doctorado en la universidad de Emory y es profesora de lengua, literatura y escritura creativa en la universidad Point Loma Nazarene, en la ciudad de San Diego. Desde el 2021 dirige la revista de poesía Distropika.
