“El terremoto es el huracán subterráneo”:
un interrogatorio a Escala Richter de Ángel Díaz Miranda
Ángel Díaz Miranda. Escala Richter. México: Silla Vacía Editorial, 2024
“¿Soy yo el retrato de perfil que arruga las paredes?
¿Quién usa mis ojos y astilla los cristales?”
—Manuel Ramos Otero, Invitación al polvo
La poesía es una confrontación con la realidad y una circunvalación de lo inefable. En Escala Richter, Ángel Díaz Miranda recurre a una voz poética que rompe su canto en dos direcciones:
- hacia un lugar desfasado que anula el tiempo y confirma su existencia por las marcas de destrucción;
- hacia una revaluación de cómo la energía liberada puede propagar perturbaciones tensionales que conduzcan a una renovación provechosa.
Este sujeto lírico se sitúa en medio de la devastación y, desde allí, consigue una enunciación descompresora que entiende la memoria como facultad quebradiza, transformando al ejercicio poético en una exposición de hechos, datos y motivos en busca de su inscripción en un saber inviolable. Así, el proverbio “recordar es vivir” aplica únicamente si el acto de recordación encierra valores políticos y estéticos; en otras palabras, para que la memoria sea arquetípica, debe estar orientada hacia una reflexión crítica sobre la realidad que permita una observación profunda de los acontecimientos. De lo contrario, recordar es vivir en el eterno desplazamiento que promueve la nostalgia al negar el horror —porque invalida o finiquita el archivo— y, por lo tanto, reduce la posibilidad de cambiar las estructuras de poder.
El poemario escarba entre los vestigios de un país, una época y una forma de proceder y comprender hasta precisar las dimensiones de la destrucción. Poesía o ciencia del desastre, Escala Richter no es una suma de daños, sino una inspección a posteriori. Los eventos tratados en la obra ocurren en un mundo post-rutina y post-ruina, donde todo desconcierta y el testigo-sobreviviente se ve obligado a remodelar su mirada. Frente al acabamiento de patria y patris, la voz poética parece motivada por las ideas del modernista brasileño Carlos Drummond de Andrade cuando afirma “Tenho apenas duas mãos / e o sentimento do mundo”. Hacer recuento de la miseria con tal de hacer recuadre de la memoria, de procurar que nada se derrumbe ni se deshaga mientras dure el poema. No obstante, Díaz Miranda evita caer en la trampa del reduccionismo o en la pornografía del dolor:
“El enjambre sísmico ≠ Puerto Rico
[…]
María ≠ Puerto Rico” (21).
Aunque alusiones como estas se reiteran con cierta frecuencia, no dominan la colección de manera trivial. Las funciones del texto son claras: revelar el hueso de un país tras su rompimiento.
Permítanme, entonces, proponer una réplica de intertextualidades entre Emilio Adolfo Westphalen y Ángel Díaz Miranda. En “Andando el tiempo”, el primero dice: “Los huesos prestados podían ser míos” / […] / Por la marcha de mis huesos a otra noche”, mientras que el segundo destaca “la conmoción en los huesos / en la búsqueda de los restos / en la parte húmeda del miedo” (57). Del mismo modo, en “La mañana alza el río”, el poeta peruano escribe sobre “despertar sin vértebras sin estructura”, verso que encuentra eco en el puertorriqueño: “la placa radiográfica / de los huesos / de los dedos / de mi mano / izquierda / destruida” (60). En tales casos, ¿se apropia Díaz Miranda del esqueleto deleznable vallejiano (“los húmeros me he puesto / a la mala”) y de la duda y desposesión ósea de Westphalen para extender una exploración —más que de la fragilidad y el sufrimiento físico y existencial— de la identidad y la alteridad? Contrario a Westphalen, el autor de Escala Richter no se entretiene en un viaje interior ni aplaza su indagación a instancias más convenientes, pese a lo que pueda descubrirse (sea la autenticidad de la muerte, la evanescencia de lo familiar o la amplitud del estrago). Si antes este ha establecido que “la memoria es un castillo de arena” (18) y por eso deposita huesos en los archivos con tal de contrarrestar la aniquilación ciclónica y sistémica e intervenir con su propuesta de reinterpretación espacial:
- ¿qué significa casa en zona de desastre?;
- ¿qué se hace cuando, de todas formas, la conmoción del hueso empuja irrevocablemente al quiebre?;
- ¿qué se hace con el destrozo de una mano incapaz de asir?
Estableciendo otro puente entre Escala Richter de Ángel Díaz Miranda y El niño de cristal de Marina Arzola, memoria y mano, ¿acaso están reducidas a partículas desagregadas de rocas, minerales y exoesqueletos de animales marinos? Los viejos procedimientos de gestionar, clasificar, ordenar y conservar, ¿orillan ahora en la inutilidad? Ante tanta incertidumbre, el hablante lírico invita a encarnar “el terremoto para siempre” (22) a fin de encontrar en la alteración un entendimiento que no constriña el ser al colapso. De acuerdo con Díaz Miranda, la calamidad no debe ser la definición exclusiva, por lo que también hay que desmembrar “la palabra temblor” (23). Dicho en breve, resistir e insistir por encima de la tragedia. En Antes que isla es volcán, Roque Raquel Salas Rivera había expresado que “somos más rabiosos que los vientos atascados; / somos más inmensos que los ríos en el mar; / […] / somos más tiernos que el temblor del aguacero / […] / ¿no ves que somos / hermosura?”. En consecuencia, cuando en Escala Richter se puntualiza que el tiempo nuestro es “el ciclo del derrumbe” (30), la medición poética no se restringe ni se conforma con la hecatombe de turno, más bien intuye que este es el momento idóneo para la interrupción del recuerdo candoroso y la intervención poética. En ese sentido:
- ¿es el poema como unidad lo único indestructible?;
- ¿conducirá el temblor a lo próximo?;
- ¿podrá la crisis ser, también, oportunidad?;
- ¿o debemos hacer las paces con el “silencio que le sucede al ruido” (35)?
Y ya que me he permitido una serie de preguntas, hay otros dos ángulos que me gustaría subrayar: si “la destrucción es otro anonimato” (46), ¿cómo puede el olvido ocurrir antes del temblor (50)? La lógica dentro del poema descompone la lógica fuera de él. Hace poco me acerqué a la obra de Benjamín Labatut… y quizá el lector paranoico en mí va detectando resonancias entre este y algunas “entradas científicas” de Díaz Miranda. A diferencia de los textos híperbreves de Escala Richter, comprendo esos pasajes engañosos (y digo “engañosos” porque desfilan en vestidura explicativa y acaban en gracia poemática) como bisagras que aseguran la coherencia temática y que, además, evitan que el lirismo se acomode demasiado en la colección:
“La idea de una escala logarítmica
de las magnitudes de terremotos
fue desarrollada por primera vez
por Charles Richter y Beno Gutenberg
en la década de 1930.Richter y Gutenberg querían medir
el tamaño de los acontecimientos sísmicos
que se producían en el sur de California.Richter y Gutenberg utilizaban
datos de frecuencia relativamente alta
de las estaciones sismográficas cercanas.Esta escala de magnitudes se denominó ML
la “L” es una abreviación de “local”.
Con el pasar del tiempo ML se conocería
como la magnitud Richter.
Gutenberg nunca quiso incluir su nombre
tenía vocación de anonimato.su anonimato era un desplazamiento
lento : como antigua placa tectónica” (42).
Escala Richter de Ángel Díaz Miranda no solo captura la esencia de la destrucción, sino que también relaciona la sutileza de lo material con la solidez de lo que sobrevive. Cada poema, cada máxima, testimonian la capacidad del poeta para convertir la desolación en arte y el caos en signo. Este es un libro que sacudirá a sus lectores y sabrá representar la ambición de la poesía contemporánea caribeña. Y hablando de sacudidas:
“¿quién
no
se
sabe
estremecido?” (41).
Efe Rosario (Carolina, Puerto Rico) es escritor y doctor en literatura latinoamericana por la Universidad de Cornell en Nueva York. Entre sus obras destacan Mermar, galardonada con el Premio Nacional de Poesía de Puerto Rico en 2023; También mueren los lugares donde fuimos felices, colección que obtuvo el I Premio Internacional de Poesía Juan Ramón Jiménez de Coral Gables en 2020; y El tiempo ha sido terrible con nosotros, publicada bajo el sello de Ediciones Alayubia en 2020. Actualmente enseña en Atlanta, Georgia, y trabaja en su primera novela.



