Ramos, Julio y Martín Sostre. En mi celda: Escritos desde la cárcel. Traducciones de Juan Carlos Quiñones, Paula Contreras y Julio Ramos. Puerto Rico: Editora Educación Emergente, 2024. 287 páginas
Luis Othoniel Rosa
[Notas al Calce del escritor y traductor de Martín Sostre, Juan Carlos Quiñones]
[Una versión anterior más compacta y sin las «codas» de esta reseña fue editada y publicada por El Centro Journal VOL. XXXVII, No. 2, Fall 2024 del Center for Puerto Rican Studies en Nueva York]
“Se llamaba Martín Sostre (1923-2015), aunque también firmaba Martín, Martin X, Martín Ramírez Sostre, Martín González o Gonzales Sostre. Las variaciones del nombre consignan un movimiento entre lenguas, tiempos y mundos” (11)
No es posible explicar lo ingobernable (porque explicar es una manera de gobernar), pero es fácil entenderlo por medio de ejemplos, de relatos, del estudio riguroso de las formas de vida que asume lo ingobernable en el tiempo de los pueblos[1]. De eso se trata este libro que nos parece uno de los libros más importantes de la historia intelectual y revolucionaria de este siglo en Puerto Rico.
Cual espiritista del archivo que conjura voces del pasado, Julio Ramos en este libro nos trae la rabia de Martín Sostre desde una minúscula librería anarquista, o desde una celda de confinación solitaria en Nueva York. Ramos nos coloca a los lectores de este libro ante una contingencia callejera, ante el antagonismo irreconciliable entre la justicia y la ley, desde un pasado demasiado presente. Sostre personifica una ingobernabilidad colectiva que emerge desde la jaula al centro de la opresión de nuestra insoportable sociedad de control, carcelaria y farmacológica[2]. Esta reseña trata, pues, de un libro que nos parece será́ icónico, un clásico que recoge, traduce y estudia una voz revolucionaria poderosa, negra, anarquista, musulmana y puertorriqueña[3], que no hemos querido escuchar hasta ahora. El libro está enmarcado por una larga introducción y un estudio crítico igual de minucioso del gran lector latinoamericanista, Julio Ramos. El trabajo crítico de Ramos como amanuense de Sostre es visionario, del mismo modo que lo fue su trabajo sobre Luisa Capetillo en Amor y anarquía (1992): en ambos, el estudioso se muestra contagiado[4] por el anarquismo de sus objetos. En su estudio de Sostre, Ramos nos redefine el poder de la critica frente al mundo terrible que se nos viene encima, al mismo tiempo que desencadena la “palabra amotinada” del sujeto que estudia, para que se rebele no tan sólo contra la “tachadura constitutiva” que lo silencia en el presente, sino para que también hable al futuro. La traducción del inglés tan singular de Sostre estuvo a cargo mayormente del escritor Juan Carlos Quiñones, pero también contribuyeron Paula Contreras y el propio Julio Ramos. Es la primera traducción al español de, según demuestra este libro, uno de los grandes teóricos de la experiencia carcelaria en el capitalismo tardío y encarna en nuestra lengua con una perfección a veces dolorosa la rabia y la sofisticación política de Sostre. Además, el libro reproduce imágenes a color de archivo impresionantes: dibujos, cartas y diseños que Sostre creó en la cárcel, así como afiches, correspondencias y notas de periódicos que son claves interpretativas. Por último, este libro también incluye la singular correspondencia de Sostre con Lolita Lebrón y con los Young Lords. En la correspondencia de Sostre con Lolita podemos ver la convergencia de dos tradiciones revolucionarias y nacionalistas desde abajo: la tradición independentista puertorriqueña y la tradición del pensamiento radical negro en Estados Unidos. Lolita y Sostre, ambos todavía en la cárcel, se miran el uno a la otra en un espejo perverso; sus captores los quieren tildar de locos, pero juntos resisten el control psiquiátrico.
Martín Sostre (1923-2015) fue muchas cosas: un librero anarquista, un preso político, un abogado autodidacta, un activista de los derechos de los presos, un abolicionista revolucionario, un yogui, un musulmán, un lector, un vendedor de drogas, un proponente de la lucha armada contra el capitalismo imperial y supremacista, un hermano. Durante su primera reclusión, por cargos de posesión de drogas (1952-1965), la cárcel se convierte en una suerte de universidad revolucionaria[5]. De una manera muy paralela a la de Malcom X, en la cárcel se radicaliza, se hace musulmán, y lee mucho Lee la tradición negra revolucionaria americana, lee a Mao Tse Tung, lee a Albizu y a Betances, y ya hacia el final de su primera estadía, llega a los libros anarquistas.
Tras su liberación en 1965, crea lo que queremos llamar su obra maestra: una pequeña librería en Búfalo, NY, a la que se refiere como la “Afro-Asian Book Store”, en la que vende, regala y circula en la comunidad negra toda una bibliografía revolucionaria alternativa. Junto a esa bibliografía, circula también una nueva forma de vida y una nueva subjetividad revolucionaria: la librería con altavoces en la calle que reproducen música negra[6], venden ropa y arte africanas, ofrecen talleres de desobediencia civil y, según la policía, tarde en la noche, enseñan la manera más segura de manufacturar bombas molotov. La policía acusa la librería de Sostre (y por ahí tenían razón) de ser el lugar desde dónde se instigan y organizan las históricas revueltas negras de la ciudad en el año milagroso de 1968. Le destruyen la librería, le fabrican varios casos (la evidencia de que el caso de venta de drogas fue fabricado está ampliamente documentada) y lo devuelven a la cárcel (1968-1975, en confinación solitaria, por cinco años más, durante los cuales es torturado y castigado).
En esta segunda estadía en prisión, Sostre estudia la ley. Los logros de Sostre como abogado autodidacta o “jailhouse lawyer” son impresionantes: lleva al menos tres casos a las cortes superiores y gana uno de los tres frente al Tribunal Supremo de los Estados Unidos. En estos casos lucha primero por la libertad religiosa de los presos (para permitirle a sus hermanos musulmanes el acceso a material de lectura). Luego lucha por prohibir la práctica humillante y de tortura que son las inspecciones anales arbitrarias. Finalmente, lucha por el derecho a la sindicalización de los presos y contra el trabajo forzado. Estos logros concretos de Sostre desde adentro del sistema, sin embargo, suceden a la par de una escritura profundamente revolucionaria que buscaba destruir el sistema actual en busca de una nueva sociedad. Es en esta segunda estadía en prisión cuando Sostre se convierte en escritor. Su texto más icónico es The New Prisoner (1973, “El nuevo prisionero”). La forma literaria de ese texto, cuyas primeras dos palabras son “Listen, pig” [“Óyeme, puerco”], escrito en segunda persona, es impresionante:
Óyeme puerco: ¿de veras que eres tan ingenuo como para creer que nos puedes tomar el pelo y pacificarnos? […] Pues sigue soñando, puerco, hasta que el próximo jamaqueo brutal te sorprenda […] ¿Acaso estás tan muerto? […] Cada uno de tus campos penitenciarios se han convertido ahora en un campo de entrenamiento revolucionario que proporciona facciones entrenadas a cada foco guerrillero en el gueto. […] ¿No ves que hemos convertido tus campos penitenciarios en campos de entrenamiento revolucionarios para facciones de la lucha de liberación negra? Y aún más importante: tus prisiones se han convertido en crisoles ideológicos y en campos de batalla[7]. Pronto cosecharás tus frutos. (114–15)
Como en pocos, en el pensamiento de Sostre se juntan intensamente muchas genealogías revolucionarias, a veces incompatibles, que todavía hoy no se entienden bien entre ellas. Estas son, por ejemplo, la más rebelde tradición del pensamiento negro estadounidense (Malcom X, Martin Luther King), el latinoamaericanismo revolucionario de Che Guevara y de Martí, el independentismo revolucionario puertorriqueño (Albizu, Betances), el comunismo estatista de Marx y Lenin, el anarquismo antiestatista de Kropotkin y Emma Goldman, la espiritualidad revolucionaria de los hippies y la yoga, el islamismo nacionalista negro, la influencia maoísta de la Revolución Cultural China y la resistencia vietnamita. Sostre sostiene a la misma vez en su pensamiento el anticapitalismo que pone el énfasis en la noción de clase así como el anticolonialismo que pone el énfasis en la cuestión de raza. En sus escritos hace una defensa poderosa de las culturas que llama “lumpen” sin la carga peyorativa que les da Marx. Ve en esa clase marginalizada (no en el proletariado o la clase trabajadora) el foco predilecto de la revolución.[8] En Sostre también se mantiene la tensión productiva entre la inteligencia callejera gangsterosa y la inteligencia libresca. Es decir, en la mente de Sostre se amotina un reguero maravilloso de tensiones revolucionarias. La introducción y el estudio de Ramos conecta a Sostre con el pensamiento sobre la cárcel de otros presos políticos puertorriqueños como Julio Pinto Gandía (a quien Sostre reconoce como su “iniciador” en la lectura revolucionaria), Elizam Escobar, Lolita Lebrón, Piri Thomas, Mario Cancel Miranda, Carlos La Sombra, Juan Antonio Corretjer, Matos Paoli o hasta el mismo Ismael “Maelo” Rivera que también estuvo preso en la misma cárcel que Sostre (la infame penitenciaría estatal conocida como “The Tombs”, que inmortalizara Maelo en su canción “Las Tumbas”); o presos norteamericanos como Mummia Abu Jammal, Angela Davis, George Jackson y varios otros.
Como sugeríamos antes, En mi celda es un extraño gemelo de otro libro icónico que Ramos había publicado treinta años antes: Amor y anarquía: los escritos de Luisa Capetillo (1992). En ambos, Ramos desempolva del archivo y le da una nueva vida a una figura revolucionaria cuya vida y escritura representaba un problema para el pensamiento de la izquierda contemporánea en Latinoamérica y, en particular, para el independentismo hispanista puertorriqueño. En ambos, Ramos encuentra no sólo otra manera de ser revolucionario, sino otra manera de ser un letrado, una posición libresca que surge desde abajo, espontáneamente, activamente rechazada y perseguida por las instituciones de la ciudad letrada. En ambos, Ramos encuentra universidades alternativas e ingobernables, otras bibliotecas marginales o hasta imposibles, desde la tabaquera hasta la cárcel. Si Amor y anarquía fue un texto clave que, a través de Capetillo, marcó cambios profundos en la izquierda puertorriqueña de los últimos treinta años, ¿qué, pues, nos tiene que decir el fantasma de Sostre sobre las próximas tres décadas?
El texto introductorio de Ramos en En mi celda comienza con una discusión sobre la identidad o la construcción del personaje conceptual de su protagonista conjurado. Lo hace a través de una discusión sobre los muchos nombres de Sostre en los que se condensan toda una serie de intersecciones identitarias (con Capetillo lo hace a través de la famosa foto en que la anarcofeminista aparece “vestida de hombre”). Muy pronto en el libro, sin embargo, nos percatamos de que la figura de Sostre no puede ser gobernada por los mandatos identitarios del presente y que su rebeldía es tal que su pensamiento se resiste a asimilarse a nuestras clasificaciones. Este negro, anarquista, musulmán, puertorriqueño, preso, yogui y librero no es un buen modelo representativo de ninguna de estas identidades[9]. Todas le son insuficientes. Es desde ahí, desde esa resistencia de la vida a ser reducida a categorías, que emerge el poder de su escritura.
Leído a través de Julio Ramos, Sostre emerge como uno de los grandes teóricos de la sociedad de control contemporánea. Permítannos, pues, resumir las que nos parecen las cinco ideas teóricas más innovadoras en este libro. Primero, la manera en que Sostre teoriza la cárcel desde la cárcel marca unas diferencias fundamentales con la manera en que Foucault, su contemporáneo, teoriza la cárcel desde la academia. Para Foucault, en la modernidad la función del castigo es reemplazada por la vigilancia o la administración de la vida. La teorización de la cárcel de Sostre es diferente. Demuestra en sus escritos que el castigo y la humillación siguen siendo la función central de la economía carcelaria. Tampoco se puede entender la cárcel en el presente sin entender la esclavitud, y Sostre teoriza esta conexión entre esclavitud y encarcelamiento con brillantez. No es el primer teórico de la cárcel que nos hace preguntarnos: ¿qué hubiera aprendido Foucault si hubiera estudiado a fondo la esclavitud? Al volver a poner la lógica del castigo como función central del sistema carcelario, y al entender la cárcel como una continuación de la esclavitud moderna, Sostre voltea patas arriba nuestras concepciones foucualtianas sobre el castigo y las sociedades del soberano precediendo la vigilancia y la sociedad disciplinaria. No hay quiebre entre vigilar y castigar; es una continuidad presente.
Segundo, entendiendo muy bien, a su manera, la lógica de la biopolítica y la administración de la vida, el pensamiento de Sostre va más allá, anticipando en sus teorizaciones conceptos contemporáneos como la “necropolítica” (Mbembe; Valencia) o el abolicionismo presente. Hasta cierto punto, podríamos proponer la hipótesis de que Sostre anticipa esa sociedad posdisciplinaria, esa “sociedad de control” que teorizaría Deleuze en uno de sus últimos escritos. En esa sociedad no hacen falta ya las instituciones para controlarnos porque nuestra individualidad misma es una tecnología de control[10]; tanto nuestra imaginación como nuestro espíritu están siendo oprimidos. Para Sostre, “acá afuera también se trata de una prisión. Mientras estés oprimido por el Estado y el Estado tenga el control, ésta es una cárcel de mínima seguridad. Allá dentro es una cárcel de máxima seguridad” (156)[11]. Todes estamos presxs, todas estamos siendo castigadas; las diferencias tortuosas sólo yacen en las intensidades y las modalidades. Para Sostre todos los presos son presos políticos, todas las cárceles son campos de concentración. El genocidio es la función central de este mundo capitalista e imperial. En este punto, resulta productivo pensar la escritura de Sostre en el presente, no sólo con movimientos como Black Lives Matter, sino también en relación con los movimientos globales que denuncian el genocidio en Palestina.
Tercero, los textos de Sostre rebasan los límites autoimpuestos de la teoría y de la crítica, y también de la vieja superstición de la izquierda tradicional de que hay que esperar a las condiciones perfectas para la revolución. Propone la lucha armada, teoriza la violencia legítima “by any means necesary”, rechaza la posibilidad de una “reconciliación” entre el opresor y el oprimido, y hasta justifica la toma de rehenes en una entrevista clave sobre una rebelión de presos en la cárcel de Attica donde 43 compañeros fueron asesinados. Pero lo que es más interesante en este punto es que en los textos de Sostre (así como en la experiencia de la librería afro-asiática y en su trabajo como abogado autodidacta de los presos o “jailhouse lawyer”[12]) se propone de una manera convincente la transformación de un lugar de opresión absoluta en un lugar de emancipación colectiva. Propone lo que podríamos llamar (leyendo el estudio de Ramos) el rediseño arquitectónico de las ruinas institucionales de este mundo jodido en “campos de entrenamiento revolucionario”[13]. Su pequeña librería en Búfalo, sin duda, es el mejor ejemplo que nos ofrece de otro tipo de pedagogía ingobernable, y los textos sobre la librería, tanto los de Sostre como los de Ramos, son algunos de los pasajes más fascinantes en este libro. Pero el verdadero power punch está en cómo las emancipaciones que encontramos en esa librería se reproducen en la cárcel, en su misma jaula de confinación solitaria, en su correspondencia con otros presos políticos, en la habilidad inaudita de construir libertad desde el encierro.[14]
El cuarto punto lo encontramos en las teorizaciones de Sostre (estudiadas por Ramos) sobre la paranoia y sobre el control psiquiátrico y farmacológico. Como con Lolita, los jueces y carceleros de Sostre tratan de tildarlo de loco y de drogarlo para controlar la “hostilidad” de su discurso. Julio Ramos y Martín Sostre teorizan y encarnan en este libro una nueva estética de la rabia. Es una rabia digna, una paranoia justificada, una hostilidad ante el poder a la que vale la pena aspirar. Si cierta tradición teórica más o menos liberal (pensemos en los estudios de Butler sobre el “hate speech” o “excitable speech”) invalidan la rabia o la hostilidad como síntomas de masculinidades individuales en crisis, al leer a Sostre a través de Ramos encontramos otra cosa. La rabia, la injuria, la hostilidad, la paranoia, son formas de conciencia histórica y colectiva, son prácticas necesarias en una lucha que insiste en el concepto de la justicia ya no “ante la ley”, sino justicia “contra la ley”.
El quinto y último punto que queremos destacar en la escritura de Sostre yace en su “espiritualidad”. Es como una espiritualidad inmanente, antitrascendental, una espiritualidad materialista o espiritualidad mundana (valga el oxímoron, y, como vemos con Ramos, son muchos los oxímoros en Sostre), en la contingencia de la lucha, en el lenguaje callejero, una espiritualidad inseparable del cuerpo. En el lenguaje de Sostre hay un contrapunteo constante entre la rabia y la calma, entre la ira paranoide y la paz convencida, entre la hostilidad y la solidaridad. Julio Ramos lo llama un “expandir hacia adentro”.
“El calabozo le impone a Sostre la necesidad de expandir hacia adentro los horizontes del activismo. En efecto, radicaliza gradualmente su posición ante (o dentro de) las estructuras institucionales, no sólo de la cárcel, sino de la representación legal y también de la política, en una deriva al anarquismo, luego de su militancia en las filas del nacionalismo negro […] Las acciones en el encierro conjugan las facultades ‘mentales’ con la modulación física, sensible, del afecto. La intervención en esa zona de la experiencia política […] presupone un entrenamiento físico y espiritual, una preparación rigurosa, necesaria para aguantar los palos, las humillaciones, el tiempo secuestrado, la soledad, los tremendos efectos subjetivos o subjetivadores de la inculpación. Dicho de otro modo, las acciones del aislamiento conllevan una práctica consistente para seguir pensando, imaginando, potenciando la vida en común de una justicia sin ley” (19).[15]
En las últimas páginas del libro Ramos se pregunta por qué la izquierda en Puerto Rico ha ignorado a la figura de Sostre. En las respuestas que nos da Ramos a esta pregunta se condensan algunos grandes retos a la izquierda en las próximas décadas.
Añadimos a esta reseña cuatro breves “Codas” sobre ideas específicas de este libro que nos volaron la cabeza. Por ahora, terminemos esta “reseña” con dos citas breves, una de Sostre y otra de Ramos, que nos parece que condensan muy bien el maravilloso contrapunteo entre la escritura del revolucionario y la del estudioso (si bien los papeles con frecuencia se intercambian).
Escribe Sostre:
“Sigue tripeando cerdo, que la realidad te hará tropezar en tu delirio” (118).
Escribe Ramos:
“Sostre no es un sujeto obediente. Tampoco simula obediencia. No se trata del tímido campesino de Kafka que envejece en el umbral de la ley hasta desplomarse en el pedido y espera de una audiencia; la cita perpetuamente diferida con la misma ley que proclama el acceso universal e interpela al campesino con la promesa de un lugarcito, una parte reservada allí para él, aunque pospone el acceso, la entrada a la ley, infinitamente. En cambio, Sostre es un insurgente en la escena del juicio” (240).
Las muchas voces que se amotinan en las páginas de En mi celda poseen y poseerán a sus lectoras contra las jaulas de la obediencia.
Coda 1. Los libros y la revuelta
Nos dice Sostre que “mi primer acto político consciente fuera de la prisión fue establecer la Librería Afro-Asiática” (152). Ramos también discute hacia el final de su estudio la ironía de que la última vez que arrestan a Sostre fue precisamente en una biblioteca mientras leía textos legales para su contradictorio rol como jurisprudente anarquista (201). Hay acá una proximidad material tremenda entre los libros, la revolución y el poder. Me pregunto qué pensaría un sujeto como Borges o incluso como Ricardo Piglia, de esta figura lectora tan diferente a la que aparece en sus obras (pensemos en “Tema del traidor y el héroe” de Borges, o “Ernesto Guevara, rastros de lectura” de Piglia). Supongo que ambos entenderían muy bien el complot de Sostre contra el poder por medio de los libros, de las “ficciones paranoicas”, y también entenderían muy bien el poder de la lectura y la escritura para los prisioneros. Sin embargo, en Sostre ya no se trata del lector solitario, separado del mundo, acallando el mundo para leer en su refugio. Es más bien lo contrario. Los libros para Sostre son un vínculo con la calle y con los condenados de la tierra; la lectura no es un refugio, es una revuelta colectiva. “Ellos destruyeron mi librería, y me encerraron en una jaula” dice Sostre (158). Los poderes modernos quieren aislarnos, confinarnos a la soledad; los libros, para Sostre, son una forma de juntarnos. Es desde su librería en Búfalo que se organiza la revuelta, entre libros es que aprenden a armar bombas molotov.[16] Es la lectura y la escritura lo que le abre una línea de fuga a su jaula. En Sostre, como nos dice Ramos en esta cita, la librería se convierte en acción directa
“Llama la atención ahí el vínculo material (sensible y político afectivo) entre el entorno de la librería y la revuelta. Si la revuelta expone los cuerpos a un estallido, la librería es el lugar donde se anuda una articulación entre la energía de la calle y el legado reflexivo de una cultura radical negra. Ahí el librero emerge como agitador, pero también como pensador de la revuelta. La librería es un espacio donde la letra, la lectura, y la discusión empalman con la energía física de la revuelta. La lectura ahí es inseparable de la acción directa, una operación inmediatamente política que desdibuja la jerarquía habitual entre acto y reflexión, entre cuerpo y pensamiento. Bajo la alta tensión de la revuelta la lectura encarna un legado de militancia” […] La librería de Sostre instala una temporalidad (un flujo temporal) que desborda las ‘esferas’. Si bien abre la vida de la literatura a la contingencia de la calle, en la proximidad de la revuelta, al mismo tiempo sus libros despliegan un legado o memoria alternativa que existe en otro plano de inmanencia y duración. Se trata de la memoria alternativa que detonan los libros que allí se leen y discuten. […] La librería [de Sostre] es una zona de una arquitectura precaria que conjuga la virtualidad de un concepto de solidaridad con el cambio de una sensibilidad/sociabilidad provocado, en parte, por la lectura y la conversación disidente o rebelde” (234-236)
Coda 2. “Expandir hacia adentro”: dos dibujos de Sostre
Nuestro momento favorito de este libro es el análisis que hace Ramos de dos dibujos fascinantes que hizo Sostre en la cárcel, encontrados por Ramos en sus archivos y que se reproducen en En mi celda. El primero, “Bars of my cell” [“Barrotes de mi celda”], es un dibujo de los barrotes desde la perspectiva del preso. El segundo, “In my cell” [“En mi celda”], es una suerte de autorretrato sin rostro, en el que prisionero aparece sentado en la cama de su celda en posición de yoga con libros en la mano, montoncitos de libros en el suelo, y una breve nota que dice, “Venceremos. Your comrade, Martin Sostre”. El primero de los textos de Sostre incluidos en este libro, “Informe desde la prisión [Sobre el confinamiento solitario]”, parece hacer alusión directa al segundo dibujo. En un verdadero tour de force poético (que el traductor atrapa muy bien), Sostre describe por varias páginas y en oraciones largas todos los ruidos y hasta olores que interrumpen su meditación y su lectura, los ruidos de las palizas que los policías le dan a sus compañeros “afuera” de su celda. Vale la pena citar acá un fragmento del texto de Sostre y también del análisis de Ramos de ambos dibujos.
«Mientras estaba sentado en la posición yogui de medio loto en medio del suelo concreto de una de las jaulas desnudas del edificio de confinamiento solitario en Attica, la palangana de pintura de 5 galones que me servía de retrete a mi izquierda emanando la peste de los excrementos de ese día, con la mirada fija en uno de los barrotes de la celda, con mis pensamientos cristalizándose en meditación profunda, fui interrumpido por el sonido de la puerta del elevador abriéndose, los fuertes pasos de cinco o seis personas saliendo de él, y unas voces rabiosas, intimidantes e insultantes en el ‘salón de baile’, el amplio vestíbulo del que irradian las cuatro galerías del piso de confinamiento solitario. Se escuchaban ruidos de forcejeo desde el elevador, voces rabiosas y maldicientes que se desbordaban del elevador a la sala central. Ruidos de pies tropezando, traqueteos de esposas y el sonido más escalofriante y atemorizante de todos: el golpe seco de la macana golpeando el cuerpo, pum, pum, pum, gritos de agonía de los prisioneros indefensos, las voces rabiosas de los esbirros…. (63)[17]
La violencia intensa que muestra esta escena contrasta con el autorretrato meditativo, zen, del dibujo de Sostre. En su análisis de los dos dibujos, Julio Ramos encuentra en ellos la fuga hacia otra temporalidad.
«Entre los papeles de Sostre hay dos dibujos que explican un aspecto del control físico del confinamiento; dos imágenes de un orden punitivo basado en la privación y manipulación sensorial de la persona sometida a los rigores del aislamiento prolongado. […] Tanto en el modelo histórico del panóptico como en la vigilancia fractal de las cámaras y monitores de video, el diseño carcelario instrumentaliza al máximo el vínculo entre visibilidad y dominio, aunque los otros sentidos también intervienen en el control […] En el calabozo, el castigo supone una manipulación extrema de los límites entre el interior y el exterior, entre la vida subjetiva y la objetivación extrema de la vida […] observemos el contraste entre ambos dibujos. El primer dibujo, los barrotes de la celda bloquean la mirada […] En cambio, el segundo dibujo de la celda guía la mirada […]. La perspectiva traza la entrada a un interior donde la mirada tiene otros usos y objetos. […] Es el orden de ‘mi’ celda, como indica el título del dibujo, un regalo dedicado a un ‘camarada’, bajo la consigna histórica de ‘Venceremos’, inscripción del tiempo otro de la emancipación. El dibujo puede leerse entonces como un memento paradójico de tiempo futuro producido en el presente secuestrado del tiempo carcelario” (27-29)
Sería muy productivo hacer un análisis comparativo de estos dibujos con los que hiciera el también prisionero político puertorriqueño, Elizam Escobar, si bien Escobar era un artista de formación y Sostre no. Los virtuosos autorretratos de Escobar en confinación solitaria (entre 300 y 400 dibujos) todos incluyen su rostro dibujado con cada detalle, con cada arruga, entre los barrotes. En el dibujo de Sostre no hay una cara, ni siquiera hay ojos. La expansión hacia adentro de Sostre por medio de la meditación y de los libros en confinación solitaria es una práctica para cualquiera, desesencializada, sin romanticismo ni virtuosismo, una táctica de combate colectivo.
Coda 3. Otra espiritualidad
Nos parece que la manera en que Sostre conecta su rebeldía con los libros y la librería, con los espacios físicos que generan también el arte y la música se parece mucho a su espiritualidad tan singular. En sus escritos incluidos en este libro se muestra como un musulmán que no cree en Alá y un yogui que no cree en la reencarnación.[18] Es decir, Sostre vacía la espiritualidad de sus contenidos trascendentes y nos parece que esto mismo es lo que hace también con los libros. La librería, la lectura, el yoga, el Islam, el anarquismo no tienen nada sagrado para él. Y sin embargo, nos contagia con un amor poderoso por estas formas. Es una suerte de espiritualidad mundana y hasta materialista, difícil de entender en sus contradicciones, y crucial para pensar el futuro. Creo que en este fragmento de Sostre a continuación se modela lo que queremos decir.
“Sí, he sido yogui desde 1956. La primera cosa que hago en la mañana después de lavarme y limpiarme las fosas nasales son mis ejercicios de yoga. De todas maneras, el yoga que me gusta practicar no es el tradicional […] no con una visión de alcanzar el nirvana o mi reencarnación, porque no creo en nada de eso, así que no me propongo esas cosas, sino fortalecer mi cuerpo y mi mente para resistir la opresión. Si quieres ser un verdadero yogui tienes que aislarte de las cosas mundanas, tendrás que preocuparte, como la mayoría de los yoguis que he leído, sobre tu propio progreso y avance personal. Tendrás que convertirte en un partícipe no intencionado de los yoguis del pasado, a pesar de todas las cosas destacables que hicieron, nunca atacaron al opresor. Especialmente en la India, en donde todos estaban preocupados por sus propias reencarnaciones y se volvieron ajenos al sufrimiento. De hecho, lo racionalizaron como la forma en que se supone que deben ser las cosas […] Soy un yogui revolucionario, así como soy un anarquista revolucionario y mi ejercicio […], es con el objetivo de prepararme para combatir de manera física y mental este Estado represivo en la lucha por lograr su caído. Además, amo demasiadas cosas de este mundo. Amo las mujeres; amo el sexo; amo el dinero; me encanta drogarme -marihuana, ya sabes a qué me refiero. Así que no estoy dispuesto a renunciar a ninguna de estas cosas, a aislarme en una cueva y acabar con las cosas mundanas. Amos las cosas mundanas, pero sólo en el contexto de, primero, destruir este Estado represivo y reemplazarlo por una sociedad egalitaria; y, en segundo lugar, repartir los bienes que han sido monopolizados por muy pocos para que todos podamos vivir con relativo lujo, porque hay suficiente en este planeta para todos nosotros» (163-164)
En varios de sus textos Sostre habla de la “opresión espiritual” a la misma vez que insiste en que no hay oposición entre lo espiritual y lo físico. En otro momento escribe sobre la contradicción inherente entre reclamar una espiritualidad elevada y un amor infinitamente compasivo” (194-5). Hay algo complejo que no entendemos del todo en la espiritualidad de Sostre pero que nos parece sumamente importante.[19]
Coda 4: Profecías
Y por último, la escritura de Sostre está llena de momentos proféticos como este:
“creo que la marea venidera del fascismo obligará a muchos camaradas a salir de su letargo y a poner en práctica la tradición anarquista original (179);
o como este:
“Será el fin de este país. En un futuro no muy lejano este estado será derrocado y será mejor que estemos al mando de nuestras defensas” (181).
Este aspecto profético de Sostre lo nota también Julio Ramos en su estudio cuando nos dice,
“como si desde el principio, la persona presa pudiera percibir en su propio sometimiento lo que otrxs ciudadanxs apenas conciben como el futuro en ruinas de la democracia, la cancelación de sus garantías. Hay momentos en que la sensibilidad de la persona presa actualiza (y conjura) lo que para el/la sujetx autónomx o libre permanece aún como un atisbo, sospecha o premonición” (208).
El estudio de Ramos también nos ayuda a ver cómo el pensamiento de Sostre en los 70 ya anticipaba o estaba muy conectado con los movimientos abolicionistas de hoy, con Black Lives Matter, con el retorno del anarquismo (y el fascismo), con la lucha contra las guerras imperialistas y genocidas, así como con las formas de control tecnológicas, siquiátricas y farmacológicas del presente. Nuestro presente neoliberal se nos revela en este libro como una “prisión sin límites” de celdas privadas. Y sin embargo, es un libro sobre el futuro. Como si el presente ya fuera un pasado ancestral de poderes obsoletos a abolir. Como si el futuro ya estuviera iniciando sus prácticas emancipadoras en nuestras jaulas.
Luis Othoniel Rosa (Bayamón, Puerto Rico, 1985) estudió en la Universidad de Puerto Rico y se doctoró en literatura latinoamericana en Princeton. Es el autor de las novelas Otra vez me alejo (Buenos Aires: Entropía, 2012; Puerto Rico: Isla Negra, 2013) y Caja de fractales (Buenos Aires: Entropía, 2017; Puerto Rico: La Secta de los Perros, 2018). La última fue libremente traducida al inglés por el poeta Noel Black como Down with Gargamel! (USA: Argos Books, 2020). También es autor del libro académico, Comienzos para una estética anarquista: Borges con Macedonio (Chile: Cuarto Propio, 2016; 2nda edición expandida, Argentina: Corregidor, 2020). Su más reciente libro es Calima (Puerto Rico: La Impresora, 2023), una colaboración artesanal y bilingüe entre sus ficciones inéditas y varios artistas visuales y traductores. Es el editor y fundador de El Roommate: Colectivo de Lectores y miembro fundador de The LOUDREADERS Trade School. Es profesor en el Instituto de Estudios Étnicos y el Departamento de Literaturas y Lenguas Modernas de la Universidad de Nebraska. Su próximo libro es un poemario bilingüe, Triste la furia / Sadness, the Fury (Puerto Rico: Editorial Pulpo, 2025). Su próxima novela es una larga utopía afrofuturista titulada El gato en el remolino / The Cat in the Downward Spiral que saldrá en ediciones simultáneas en español y en inglés en la Editorial Charco Press en Edimburgo a comienzos de 2026.
NOTAS de Juan Carlos Quiñones
[1] Dice Juan Carlos Quiñones: Es imposible “entender” lo ingobernable. Comprenderlo implicaría insertarlo en las lógicas epistemológicas que lo ingobernable pretende violentar y evadir. Lo ingobernable se “manifiesta”, se “invoca”, se “conjura”, se “visibiliza”, se “hace manifiesto” o se “hace reconocible entre las otras formas domesticadas de lo político”
[2] Dice Juan Carlos Quiñones: Hay que recordar el mecanismo de control psiquiátrico y la posibilidad de que intentaran medicar a Sostre, y el hecho de que el caso que le montaronfue por narcóticos.
[3] Dice Juan Carlos Quiñones: Cuidado. Habría que especificar aquí el tipo de nacionalismo boricua albizuísta reaccionario y pseudofacho, muy distinto a la idea de un nacionalismo de liberación de izquierda con el que Sostre comulgaba. Importante notar por otro lado (y esto aprovecho pa decirtelo acá temprano) que en mi lectura de Sostre uno percibe una especie de “adopción estratégica” de preceptos con los que no necesariamente se comulga del todo. Recordar que en su correspondencia con Lolita, que es muy cortés pero no se amaron, ambos parecen poner en suspenso sus diferencias y se apoyan desde los puntos comunes: presos políticos y luchadores por la “liberación” de sus pueblos.
[4] Dice Juan Carlos Quiñones: Super lo del contagio. Este era precisamente el objetivo de Sostre: contagiar a sus lectores con sus ideas. Con sus cartas. Toda la correspondencia es el despliegue de una voluntad proselitista. Convencer “by all means necesary”. Y aquí o al final, puedes poner que este efecto de convencer mediante la palabra escrita sigue siendo efectivo hasta el día de hoy y que Julio (y sus traductores) son ejemplos de lectores contemporaneos “contagiados”. Es un proselitismo efectivo y póstumo.
[5] Dice Juan Carlos Quiñones: Super importante recordar que en su función de abogado logro cambiar radicalemente el sistema judicial, logrando victorias en el Tribunal Supremo de los EU y logrando proteger los derechos a la libertad de culto y a la asociación sindical en todo el sistema carcelario norteamericano. Sostre transformo el sistema carcelario DESDE ADENTRO.
[6] Dice Juan Carlos Quiñones : Lo del jazz como estrategia de atracción es super importante. No solo era música negra. Era el jazz que estaba de moda, el que atraía a los jóvenes. Y Sostre cuenta como los jóvenes negros, atraídos por la música del momento, se juntaban a janguear frente a la librería y ahí les caía Sostre y los invitaba a entrar, les mostraba panfletos, etc.
[7] Dice Juan Carlos Quiñones: Aquí es importante notar que Sostre está manejando la idea Marxista de que los sistemas capitalistas contienen y generan dentro de sí mismos sus propias contradicciones que resultan en el desbancamiento dialéctico de esos sistemas.
[8] Dice Juan Carlos Quiñones: Otra veta importante de la que bebió Sostre fue el abolicionismo negro y el pensamiento negro que insiste en el desarraigo que implicó la esclavitud visto como una especie de “robo”. Aquí Sostre de una manera listísima (ingeniosísima) une marxismo con este abolicionismo argumentando que todo crimen y robo cometido en el presente por los negros palidece y de cierto modo es “justo” ante aquél “crimen y robo original” 400 años atrás.
[9] Dice Juan Carlos Quiñones: Sostre no puede ser reducido a estas categorías identatarias, pero su escritura las asume todas estratégicamente, apropiándose de todas sus “retóricas”. Cuando les escribe a los hippies yoguis New Age, utiliza la jerga de esos, cuando a los de Nation of Islam, reproduce aquella retórica, etc. Sostre también (y esto no lo dice Julio pero lo digo yo) es un ejemplo de que hay identidades que se performean en la escritura. Sostre lo sabe bien, ya que está leyendo estas correspondencias todo el tiempo. De cierto modo, el trabajo de Sostre prefigura las redes sociales: Sostre puede “ser” todas esas identidades porque su “cuerpo” está ausente de su lector, en la carcel preso, y son solo sus palabras las que lo repressentan. Así, puede ser musulman para los musulmanes, yogui para los yougis, gangster para los gangsters, etc. Podría decirse que Sostre “deviene” en discursos que seducen a cada interlocutor apropiándose de su retórica. Esta idea es mía, no de Julio.
[10] Dice Juan Carlos Quiñones: En la carta donde Sostre describe la paliza que le dan a otro preso (que el nunca vé pero que escucha) se hace evidente como él mismo ha internalizado ya el mecanismo de control. Imagina y fantasea con que lo matarán, lo golpearán, etc. Aunque es víctima de todos los horrores físicos imaginables, no tiene que estar sometido a ellos todo el tiempo. La propia “imaginación” de los castigos funciona como mecanismo de control. Por otro lado, la voluntad ingobernable de Sostre logra que en ese mismo miedo se de el germen de la insubordinación. De la imaginación amedrentada del castigo pasa a la imaginación táctica del enfrentamiento al opresor. Fantasea de como podría no solo defenderse del guardia imaginario, sino asesinarlo.
[11] Dice Juan Carlos Quiñones: Esto es lo que llevo trabajando años en mi Prisión sin límites.
[12] Dice Juan Carlos Quiñones: Sostre despliega múltiples estrategias simultáneamente: propone la violencia pero a la vez se hace abogado y como tal, logra ganar casos ante el Supremo, reformando el mismo sistema judicial que está tratando de desbancar.
[13] Dice Juan Carlos Quiñones: Sostre pidió y logró en alguno de sus encarcelamientos espacio y equipo para crear unos talleres de auto educación para presos que querían apelar sus sentencias desde adentro. ¡Una especie de “jailhouse law school!!”
[14] Dice Juan Carlos Quiñones: Ver mi comentario arriba sobre las redes sociales. Sostre utiliza para su beneficio político el mismo encierro, pues permite la fragmentación de la identidad en identidades igual que ocurre en las redes sociales.
[15] Escribe Juan Carlos Quiñones: Desde la pasividad y la inmovilidad radical a la que es sometido su cuerpo en el sistema opresor carcelario, Sostre protege y acondiciona su cuerpo y su mente como lo hace un soldado que se apresta para una batalla. Coloca su vida en un contexto bélico. Sobre esto comenta Nelson Mandela en su autobiografía.
[16] Dice Juan Carlos Quiñones: Hay que recalcar la importancia de los panfletos. Literalmente el uso de la literatura como modo de amalgamar, de convencer y de crear comunidad. Sostre los repartía frente a su librería, los usaba como pretextos para comenzar conversaciones con los jóvenes negros etc. ya dentro de la cárcel, uno de sus mayores logros jurídicos fue defender exitosamente ante el fucking Supremo el derecho a recibir literatura religiosa de los presos, pues a la gente del Nation of Islam les tenían prohibido recibir sus revistas religiosas. Otra vez, Sostre poniendo a funcionar la literatura como modo de hacer comunidad y defendiendo ese derecho.
[17] Dice Juan Carlos Quiñones: ¡Este pasaje fue de los más nítidos y retantes de traducir!
[18] Dice Juan Carlos Quiñones: ¡Esto! En sus cartas, Sostre se apropia y reproduce las retóricas de estas identidades con fines estratégicos. Es bien loco, en las cartas a los hippies yougis los pone contra la pared.
[19] Dice Juan Carlos Quiñones: Esto que no se comprende del todo de la espiritual de Sostre es que no era tal. En esto Julio y yo diferimos mucho. Sostre es claro precisamente en el pasaje que citas de la utilidad que le halla al yoga. En la correspondencia, Sostre habla de espiritualidad y “opresión espiritual” solamente en las cartas a los hippies. Lo usa estratégicamente para llevarlos silogísticamente (muy al modo del Socrates de Platón) a concluir necesariamente que tienen que apoyar la lucha política colectiva y sus búsquedas espirituales no pueden tratarse sólo de superación personal. Es casi un chantaje y una seducción a la vez. Julio no lo vé así. Yo sí, porque lo mismo hacía Sostre cuando quería “canalizar” al gangster en sus escritos a estos, a los marxistas, a los nacionalistas negros etc. “By any means necesary”, (retórica que se apropia de Malcom X) significa no solo la validez del recurso a la violencia sino algo aún más radical si es posible: utilizar la retórica que sea y torcerla como sea para lograr el objetivo político. Esto es un modo muy extraño y “realpolitik” de la heterodoxia política. Ya sabes, estas son mis ideas, no de Julio. Por si las citas.
Juan Carlos Quiñones (Bruno Soreno, pseud.) es un artista de la palabra, traductor y editor riopedrense. Estudió literatura y filosofía en la Universidad de Puerto Rico. Sus textos han sido publicados en revistas y antologías puertorriqueñas, latinoamericanas, españolas y norteamericanas tanto en papel como electrónicamente. Es colaborador regular de la revista 80 Grados+, la Revista Plenamar (República Dominicana) y fue co-editor de la revista literaria electrónica latinoamericana Letralia. Las revistas Rialta, Puerto Rico Review y Journal of Architectural Education han publicado textos suyos recientemente. Además de la novela Adelaida recupera su peluche, ha publicado los libros de prosas, Breviario y Todos los nombres el nombre, la novela Bar Schopenhauer y la novela infantil El libro del tapiz iluminado entre otros títulos. Junto a la artista Dafne Elvira ha publicado los libros de arte Almanaque Indestructible (poesía) y Libro de Cuentas/Almanaque Carmesí (prosas poéticas). Sus libros han sido reconocidos en los certámenes del Pen Club de Puerto Rico, El barco de vapor (literatura infantil y juvenil) y el Instituto de literatura puertorriqueña. En el 2024 resultó ganador del Premio Nacional de Literatura con El libro de las apariencias.

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