Marta Aponte Alsina. Angélica furiosa. Puerto Rico: Sopa de Letras, 1994
Para no perpetuar el engaño, conviene
descifrar lo que esconden las tachaduras.
(Somos islas. Ensayos de camino)
Ser bruja es contrario a lo que piensa la gente. Lejos de imponerse como una fatalidad, arranca de una negación. Rebeldía ante los caminos que el destino quiso imponernos sin consultar. (Angélica furiosa)
Leí Angélica furiosa, la primera novela de Marta Aponte Alsina, cuando se publicó en 1994. Volver sobre ella para escribir esta reseña, después de conocer sus otros textos, ha sido una experiencia muy distinta debido, en gran medida, al diálogo que el texto entabla con sus escritos posteriores. Enseguida advertí que en esta obra se vislumbran muchas de las obsesiones de la autora. Principales entre ellas se encuentran el indagar en la historia de Puerto Rico desde los bordes—en el sentido que dan Mignolo y Tlostanova1 a ese término—como medio para enunciar y denunciar la situación colonial de la Isla, y el producir una obra cuya estructura subvierte las tradiciones narrativas de la modernidad occidental. En Angélica furiosa estas estrategias emergen mediante la figura de la bruja y el espiritismo, representaciones históricamente anticoloniales que, en la novela, violentan la lógica moderna hegemónica.
“Cerca de ti hay una bruja que habla sola” (3)2. Con estas enigmáticas e irritantes palabras comienza la obra. Enigmáticas porque no van precedidas de ningún aviso ni seguidas por una explicación; irritantes porque nos sentimos interpelados y amenazados por ese “yo” que nos inmiscuye en la trama borrando, desde el primer momento, la línea que separa a la persona lectora de lo narrado. A partir de ese momento se comienza a dibujar, desdibujar y redibujar la trama del texto. En una especie de narración picaresca (a la protagonista su padre la vende pasando después de mano en mano), se cuentan las peripecias—reales o imaginadas—, los obstáculos, los viajes y las aventuras que enfrenta la protagonista, una “bruja” que, frente al desprecio con que su nieta recibe los relatos que ella le hace, opta por el silencio. La única razón que la mueve a hablar momentáneamente es el intento por ayudar a su hija a adelgazar haciendo uso del conocimiento que tiene de las plantas. De esta manea se presenta la tradición espiritista incrustada en el mundo moderno, una realidad caribeña invisibilizada por el discurso hegemónico que, de esta forma, convoca esa mirada desde los bordes de que hablan Mignolo y Tlostanova.
En un breve texto, apenas 162 páginas, la autora ofrece un panorama del Puerto Rico del siglo XX: el relato cubre desde los años de la Depresión del 29 y sus efectos devastadores en la Isla, hasta finales del siglo XX. Por otro lado, sigue a la protagonista desde el campo, donde transcurren sus primeros años, hasta un reparto de la clase trabajadora donde sus habitantes tienen “acceso a otra imagen del paraíso” (3). Pero esta historia es “distinta”. Aponte Alsina, en un texto reciente, señala la necesidad de que la historia “des-cubra” lo que ha sido ocultado, invisibilizado por, como dice Maldonado-Torres3, la “violencia extrema de la conquista, que invalida los conocimientos, formas de ser, y hasta la humanidad de los conquistados” (159). Afirma ella, en su último libro, PR 3 Aguirre4, que no pretende escribir “una elegía a la isla desaparecida”, sino “lo que se desconoce por tachado” (15). En Angélica furiosa esto se logra mediante el desplazamiento de la mirada que osa escribir la historia desde otro lado. Como señaló Juan Gelpí en uno de los primeros comentarios que se publicaron sobre la novela5, la obra muestra interés por rescatar prácticas que “no han sido muy valoradas por la historiografía y el discurso cultural tradicionales como serían los cultos religiosos afroantillanos, el espiritismo y la brujería” (56). Más aún, de lo que se trata es de posicionarse críticamente en los bordes, esa zona que reconoce el discurso oficial, pero lo subvierte desde una geografía, una historia y un cuerpo Otros.
Este posicionamiento se repite en el sujeto del texto. Angélica parece desvanecerse, aunque sin llegar nunca a esfumarse totalmente. A pesar del dato biográfico recogido con un aparente afán de precisión, la bruja se va transformado, apareciendo y desapareciendo. Ella misma lo describe de la siguiente forma:
La historia de mi vida ha sido un amontonamiento de pelucas. Fui actriz, fabricante de perfumes, médico veterinario, señora de los animales, puta… Me casé cuatro veces, la tercera con un pelao que nos llevó a la ruina. A mi última hija no la regalé, por desgracia. Después de mucho navegar atraqué en la orilla de esta casita. (26-27)
Durante todos los años que pasaron desde el momento en que su padre la vende hasta que la encontramos, ya vieja viviendo con su hija y su nieta, Angélica ha sido violada, utilizada y explotada por los hombres que encontró a su paso, pero manteniéndose, como ella dice, “virgen siempre” (22). De nuevo nos enfrentamos a una situación que se caracteriza por una postura aparentemente contradictoria, pero que en el texto se exhibe como no excluyente y se coloca en ese borde que no rechaza totalmente, que trabaja con los sedimentos que quedan del discurso dominante mientras, a la vez, se desprende de él.
Surge, entonces, una pregunta: ¿Cuál es la relación entre este sujeto en movimiento y los textos afroantillanos que de alguna manera se rescatan en Angélica furiosa? El conocimiento de Angélica pertenece a una tradición oral que podría considerarse premoderna5 en el sentido de que ejerce tensión con respecto a la modernidad colonial capitalista. Las recetas, los rituales y las historias que Angélica entrelaza identifican unas raíces afroantillanas generalmente ignoradas por el discurso nacional hegemónico; es el rescate de una memoria olvidada que Angélica denomina el “recetario del poder” (18). Sin embargo, este vacilante sujeto narrador, al mismo tiempo que nombra estos linajes, propone liberarse de ellos, resistirse a que se impongan como poderes normativos. Angélica afirma que ella tiene “el principio de la renovación” (9) y se niega a que la nombren; en eso consiste su furia, en rebelarse, en “hacer del milagro un desafío” (20).
A esta heterogeneidad se le añade un afán de independencia: admira las plantas precisamente porque “son las únicas criaturas capaces de fabricar su propio alimento” (29) y recalca de la prostitución la libertad que le brinda. De esta manera, en el personaje de Angélica, se destaca la relación entre la tradición afroantillana y la lucha feminista, ya que se reconoce a sí misma como la que determina el significado de sus acciones en lugar de ser determinada por ellas:
“Me las arreglé para ser virgen siempre, ya que el contacto físico es un accidente, y en vez de gastarme crecía en belleza y sabiduría con el abuso de los hombres” (22).
Este gesto rebelde que hemos notado en relación con la historia y el sujeto se repite en la estructura narrativa de la novela. El texto está dividido en tres secciones; podrían considerarse cuentos individuales, que poco a poco van entretejiendo hilos que los unen debido a la recurrencia de los personajes y sus relaciones. No obstante, se resisten al resumen debido a que la historia se va produciendo en una escritura entrecortada que no parece seguir otro orden que el de la lectura. En la primera, la estrategia principal es un constante saltar del presente al pasado entrelazando momentos de la vida de Angélica, mientras se realizan unos cambios tan bruscos en la voz narrativa que en ocasiones es imprescindible releer. En la segunda, surgen varios textos en diálogo: entre ellos cartas, documentos escritos por un pintor, y estudios de un crítico de arte con un marcado tono paródico que recuerdan Las crónicas de Bustos Domecq. La última sección está integrada por la lectura que Margie, la nieta de Angélica, hace de las cartas entre dos personajes del relato. Intercalados se mezclan de forma desordenada y desconcertante comentarios de Margie y de Angélica. Como se hace evidente, la obra presenta una especie de montaje en movimiento cuyo efecto es el de la apertura y el cambio. Conforme transcurre la lectura se hace evidente que, en este palimpsesto abierto, hay muchas posibles historias y perspectivas.
La falta de linealidad y causalidad en la narración, y el rechazo de explicaciones racionales a favor de repeticiones y cadencias se producen paralelamente a lo que antes he discutido como esa presencia afroantillana, es decir, la tradición oral, el espiritismo, los cultos religiosos africanos y la brujería. La confluencia de todo este entramado hace posible una escritura que delata ese giro decolonial que se propone escribir críticamente desde y en los bordes, y que predomina en toda la obra de esta escritora.
Maribel Tamargo López es profesora de español y coordinadora del Centro Interdisciplinario de Investigación y Estudios del Género (CIIEG) en el Recinto Metropolitano de la Universidad Interamericana de Puerto Rico. Recibió un doctoradoen literatura hispanoamericana de The Johns Hopkins University. Su principal área de investigación es la literatura hispanoamericana contemporánea. En el campo de los estudios de género publicó en el 2003, en colaboración con Loida Martínez Ramos, el volumen titulado Género, sociedad y cultura. En los últimos años se ha dedicado a estudiar la producción narrativa de escritoras puertorriqueñas, en particular la obra de Marta Aponte Alsina.
Notas
- Mignolo, Walter D. y Madina V. Tlostanova. “Theorizing from the Borders. Shifting to Geo- and Body – Politics of Knowledge”. European Journal of Social Theory2 2006): 205-221, 2006. Web 5 agosto 2019.
- Para todas las citas de la novela se ha utilizado la primera edición: Aponte Alsina, Marta. Angélica furiosa. Sopa de Letras, 1994.
- Nelson Maldonado-Torres. «Sobre la colonialidad del ser: contribuciones al desarrollo de un concepto». El giro decolonial. Reflexiones para una diversidad epistémica más allá del capitalismo global. Eds. Santiago Castro-Gómez y Ramón Grosfoguel. Bogotá: Siglo del Hombre Editores, 2007. 127-167. Versión digital.
- Aponte Alsina, Marta. PR 3 Aguirre. Sopa de Letras, 2018.
- Gelpí Juan. “Angélica furiosa: el otro lado de la épica”. Diálogo (UPR), febrero 1995.
- Este término fue utilizado por Gelpí en la reseña mencionada anteriormente.