Catherine Marsh y Christopher Powers reseñan ‘La piedra es una sombra que da vida’ de Beatriz Llenín Figueroa (Puerto Rico)

Beatriz Llenín Figueroa. La piedra es una sombra que da vida. Prosa selecta (2017-2022). Cabo Rojo, Puerto Rico: Editora Educación Emergente, 2023.

Nota del Roommate: El origen de los dos textos que reproducimos editados abajo fueron dos presentaciones del libro de Beatriz Llenín Figueroa. La primera, a cargo de la profesora,  Catherine Marsh Kennerly, fue en el Taller Comunidad Goyco, en Santurce, el jueves 2 de noviembre de 2023, en la que también participaron las artistas Teresa Hernández y Kairiana Núñez Santaliz. La segunda, a cargo del profesor Christopher Powers, fue el 16 de noviembre de 2023 en el Recinto Universitario de Mayagüez de la Universidad de Puerto Rico.

Mirar y amar lo pequeño

Catherine Marsh Kennerley

…somos insularmente suficientes.
no le debemos a nadie la vergüenza.
no le debemos a nadie la pequeñez
nos dicen por toda una vida siglada
y quintuplegada que somos
el menor de las mayores,
que somos mucho de lo menos
y muy poco de lo más,
pero somos más que lo que dicen,
más de lo que se imaginan
y más de lo que hasta hoy
nos hemos imaginado.

… no temas lo que ya conoces.
llevamos una vida temiéndonos
mientras nos roban extraños.
míranos bien.
¿no ves que somos
hermosura?

La independencia de puerto rico,

Roque Raquel Salas Rivera [1]

I

En junio, cuando recibí la invitación de Beatriz para presentar este libro, me encaminaba a Little Island en el Río Hudson por dos razones: una, llevaba casi un mes en Nueva York, la nostalgia del mar me invadía y ya necesitaba estar cerca del agua. Dos: quería saber cómo era esa pequeña isla inventada catalogada como un oasis para los neoyorquinos. Sentí como buen augurio que el texto de Beatriz apareciera en el momento en el que Google Maps me indicaba que ya casi llegaba a mi destino. Y aunque estaba nublado, disfruté más la pequeña isla y el resto de la caminata de ese día por la emoción de la convocatoria de Beatriz.

Leí este libro, que en realidad es releer, porque a Beatriz la leo desde sus piezas online de Ahora la turba… en el calor sofocante del verano en Hato Rey, volviendo a Yabucoa a un lugar de mi niñez, el Cocal, ahora una playa socavada y sitiada. Entre sus páginas emprendí el camino, ahora difícil, de llegar a la pocita que me recordaba felices días por los portones absurdos y codiciosos, al borde del colapso por el salitre, que protegen la propiedad privada y que visten letreros que te instan a que mantengas limpia “nuestra playa”, pero no te queda claro que ese adjetivo posesivo te incluya. Como un cintillo veía frente a mí, las palabras y las imágenes de este libro de Beatriz: la foto del cemento que enmarca el mar que ella titula Cómo arruinar una isla, el alambre de púas que interviene la mirada al mar que ella llama Alegoría del deseo, la verja que detiene el paso al mar que ella nombra Delirio,…  y las preguntas de Beatriz,

 ¿Nos hemos acercado a nuestro lugar en el mundo con otro lente que no sea el imperial? Si la arena es hija de la erosión, si a las playas las hacen los restos de millares de criaturas marinas, si la belleza más plena es así, efímera, ¿Por qué levantamos muros, verjas, piscinas?” (135)

 Con ese anhelo de llegar, ver y sentir el mar, releí a Beatriz.

El libro, como propuesta de largo aliento, de una escritura que se forjó en la inmediatez, en la tristeza, con coraje, con ternura, sin luz, evitando que el agua entrara a su casa, en la pandemia… una escritura que se torna poema, que se vuelve conversación… en fin, lo que ella ha seleccionado y organizado es otra cosa. Como otra vida, otro estar, otra manera de relacionarse, otro devenir y otra manera de mirar.

Si la fotografía acompañó la empresa colonizadora norteamericana para documentar su posesión y señalar nuestra carencia. Si los escritores puertorriqueños con M y P machúsculas, como los denominó Ana Lydia Vega,[2] han publicado libros grandes de tapa dura, álbumes de la gran familia puertorriqueña… Beatriz, se aleja de ese proyecto, no le interesa. Recordando la Revolución del Verano del 2019 denuncia la borradura de la diferencia y cómo “los canales de televisión, los foros universitarios, los paneles académicos, los programas de radio, los podcasts” “están llenos de patriarcas” que en su afán de “pontificar y analizar” no ven a

“Esa Puerto Rico rescatista, cuidadora, en tantos sentidos vuelta invisible… vidas de millares de mujeres, de personas inter, trans y no binarias, de hombres disidentes de la masculinidad tradicional, que se dedican a la labor rescatista, cuidadora.” (54)

Este libro de pequeña escala se aleja de las jerarquías, nos ofrece un álbum de un ecosistema, es un inventario de afectos que sostienencaja de resonancia de muchas voces de amigues rares… Te tiende la mano y te invita a caminar por un país, o más bien que tratemos de caminar, porque, como escribe Beatriz:

Salir a caminar en Puerto Rico es arriesgar la vida. Y no lo dices sólo por el reconocimiento público de tu cuerpo de “mujer”. Eso es lo harto sabido. Lo dices, además, porque en estas islas

“No hay
Espacio
Acera
Franja
Zanja
Cepo
Rincón
Zaguán
Esquina
Resquicio
Cantito
Cosita de ná
en la que el cuerpo pueda desplazarse en paz» (108).

Performance de la artista Teresa Hernández en Taller Comunidad Goyco, 2/11/2023

Y esas palabras están dispuestas sobre el papel como lista estrecha y se apiñan al extremo de la página, como nosotres, porque todo el espacio es del carro. A pesar de todo eso, al leer a Beatriz te das cuenta que el deseo de caminar es irrefrenable, como es el deseo de llorar a la intemperie, con desparpajo, porque francamente, ¿por qué seguir escondiendo el dolor si se desborda? Por qué “seguir seguir seguir”, como escribe Beatriz. (22)

Performance de la artista Teresa Hernández en Taller Comunidad Goyco, 2/11/2023

El anhelo aquí es conectar con otro país, precisamente para lograr esa otra vida. Porque caminar es conocer, enlazar, mirar y amar lo pequeño. Caminar es encontrarte con un país de cobitos, gallos, garzas, vacas, pajaritos cercanos posados en el espejo retrovisor de tu carro, de estudiantes, de amantes de perras quinceañeras, de gatas dignas como Safo y nosotras mismas que nos queremos vivas y de doñas que en la imaginación de Beatriz le cogen pena y la parodian por llorona y machuíta y eso la reconforta, y a mí también.

II.

Performance de la artista Kairiana Núñez Santaliz en Taller Comunidad Goyco, 2/11/2023

Hoy, nos reunimos para celebrar esta segunda colección de ensayos de esta escritora estofona, honesta, generosa, que te toca y te abraza. Nos congrega su escritura radical, valiente, y debo decir, pensando en Nelson Maldonado Torres y Chela Sandoval, de profundo amor descolonial.[3] Ella insiste en llevarte, palabra a palabra, oración por oración, a la raíz de lo que incluso hemos dicho alguna vez o repetido, de lo que hemos escuchado o pensando creyendo que cuestiona la violencia establecida pero el giro de su escritura, la metáfora inusitada, nos muestra que no hemos escarbado lo suficiente. Es una suerte estar aquí para agradecer esta escritura que moviliza “los registros de lo sensible”, para usar una idea de la pedagoga feminista mexicana Marisa Belausteguigoitia.[4]

Este libro es de tapa a tapa, forma y fondo, teoría y práctica, consecuente. Dedicado a su perro amado Andre, alejándose de cualquier afán de lucro, las regalías serán para los animales, nos anuncia tan pronto lo abres. En su dedicatoria les pide perdón y también anhela el destino natural de las islas, la Confederación Antillana.

Ya ella le ha dicho adiós a Pedreira[5], pero sabe que debe recordarnos que hay que seguir despidiéndonos de él, cuestionando el insularismo en su nota inicial escribe: “Acercarse abole el cerco. Quiero escribir acerca de acercarme. Acercada.” (13) Los textos que ella ha decidido juntar abarcan desde noviembre del 2017, dos meses después de María, hasta el diluvio de Fiona el año pasado. ‘Conviene recordar su tiempo y lugar” (13), nos dice Beatriz, porque esta escritura se va labrando a través de esos tiempos que son estos. Porque los desastres y la ruina se confunden en nuestra mirada, porque ya no son excepciones si no continuos, no sabemos cuál es cuál, como explicó la artista Sofía Gallisá hablando de su filme Celaje la semana pasada en la Iupi… Y duele, pero la escritura de Beatriz no es un catálogo de destrozos, el camino es otro, pensar situándose, reclamando el país que ya se labra al margen del capital y del proyecto necropolítico imperial con la complicidad de las élites criollas. Beatriz se rehúsa a la ceguera y al derrotismo, sabe de dónde vienen y denuncia:

“En el Puerto Rico de hoy, sin duda, la censura más atroz es aquella que ha señalado Naomi Klein: ‘El triunfo del neoliberalismo es la idea de creer que las alternativas son siempre peores’ (“The triumph of neoliberalism is the idea that the alternative is always even worse.”) Se censura así nuestra imaginación, nuestro concepto de futuro, nuestro derecho a la especulación y a las utopías” (35).

El Puerto Rico de las páginas de Beatriz no será televisado: es, escribe ella, “el empuje y la creatividad comunitaria”, es Casa Pueblo, es la Brigada Solidaria del Oeste en tiempos de María, es el que se construye “con ternura, belleza y equivocación, zurciendo y rehaciendo, jugando y pensando, sin querer queriendo” (23).

III.

Performance de la artista Kairiana Núñez Santaliz en Taller Comunidad Goyco, 2/11/2023

Créanme que para presentar este libro he tenido que evadir la tentación de hablar de cada pieza que ella ha tallado. En honor al gusto que Beatriz le tiene a las listitas, lo que sigue es una de trazos de pensamientos… ¡que me permita esta listita exprimir el tiempo para poder decir más! Luego, si quieren, nos sentamos a hablarlo, disfrutarlo, sentipensarlo juntes…

  1. No hay colonia sin policía ni vigilancia. Y vigilancia y castigo no es equivalente a seguridad. Justicia sin reparación no es justicia. Cuestionemos quiénes son los criminales. Trabajemos con todas nuestras fuerzas por un país en el que Javier Antonio hubiera podido seguir viviendo (174). Y el joven de 21 años, Joban Rivera, también. Dos de mis estudiantes ahora mismo lo están extrañando y llorando.[6]
  2. La upr en minúscula existe, es de les estudiantes que ven la educación como un proceso de liberación (38) y no la encontrarás en las tablas de excel de los burócratas. No es la de los apellidos patricios, es la de los Johnny Miranda que impulsan “los salpafueras cuir” (26) y es de las Nicole Ruiz Torres quienes siguen “haciendo, pese a todo, el país que soñamos” (54).
  3. Las islitas no son otras, con Kincaid recordemos que también somos un small place. No entreguemos, escribe Beatriz, “la grandeza de la pequeñez de nuestro archipiélago”(32)
  4. Atendamos los dolores y la fatiga.
  5. Abandonemos los dogmas y nociones prefabricadas, la religión del cemento y la noción de progreso que nos vendieron.
  6. Alejémonos de la perfección, ensayemos la utopía a pequeña escala, el que no exista o no lo hayamos pensado no quiere decir que no sea posible. Pensemos in situ. Si Sor Juana Inés de la Cruz dejó escrito que se puede filosofar cocinando, Beatriz nos invita a pensar mirando el pelaje de su amado perro: “¿Cómo se ve desde el suelo, desde abajo? son tantas las pequeñeces que se vuelven, de pronto, visibles, grandiosas” (29). Añade: “Cuando miro desde el suelo, siguiendo los ojos de mi perro, comprendo que mi país está, siempre, en otra parte, grande, inmenso, en su pequeñez” (32).
  7. “Cambiarlo todo es lento” (65).

IV.

Con estas breves líneas espero haberles contagiado el amor por este libro. A mí me ha sucedido lo que a la niña de uno de los microtextos del Libro de los abrazos de Eduardo Galeano, una tal Lucía se llamaba, que una vez leyó un libro que “Tanto le creció adentro que ahora es otro, ahora es suyo.”[7]

A petición de Lissette, hace un tiempo escribí unas palabras para la página de la red de Editora Educación Emergente… lee así:

En un país en el que las voces patriarcales y magisteriales, abrumadoras y sofocantes, se repiten y reiteran en bucle en la televisión, la radio, las redes y la academia, una editorial excéntrica nos ofrece otras voces, cuestionadoras, convidadoras al pensamiento y al diálogo. Los libros de EEE entran a todas las aulas, presenciales o virtuales, dentro y fuera de los portones de la Iupi y a la cárcel… promoviendo  y convocando la discusión urgente e impostergable de la compleja realidad de la nación puertorriqueña más allá del archipiélago.

La colonia violenta, silencia y acalla, EEE desobedece, no enmudece, y contra huracanes, terromotos, pandemia y austeridad invita y apuesta al espacio de soberanía de las palabras liberadoras.

Nunca esto es más cierto que con este libro La piedra es una sombra que da vida de Beatriz. Quedo agradecida por este regalo de luz solar, animales humanas, de criaturas pequeñas de “ranuras y surcos” (136), comunidad, arte, playas sin rejas, vida y agua de islas. ¡Aplausos para Beatriz!

“¡Seamos animales!”: caminando con La piedra es una sombra que da vida

Christopher Powers Guimond

Para caminar con las crónicas de Beatriz Llenín Figueroa compiladas en La piedra es una sombra que da vida, mi presentación hoy tiene tres partes: la primera las imita, la segunda las cita, y la tercera apunta unas observaciones íntimas sobre ellas, en forma de una lista.

I

Solía leer, como adolescente, escritos sobre la naturaleza y temas ecológicos, cierto género a veces llamado “naturalista” en el contexto norteamericano. Me fascinaron porque amaba los animales y era fanático de la ornitología, la paleontolo

gía y la historia natural. Leía las obras de autores como la científica Rachel Carson y estudiaba el arte de Roger Tory Peterson, quien recorría el continente pintando aves. Memorizaba los nombres científicos en latín de las aves y mamíferas regionales. Coleccionaba avistamientos de distintas especies de aves como otros niños las tarjetas de peloteros. Yo era un econerd.

Estas obras, aunque trataron de la vida más allá de la sociedad, me ayudaron a formar en mi mente joven, con frecuencia consternada por las injusticias vistas y vividas, un sentido de justicia social. Leí el celebrado libro Walden del escritor decimonónico Henry David Thoreau, un pensador trascendentalista y abolicionista, autor también del ensayo “Sobre el deber de la desobediencia civil”. Sus descripciones del bosque en la región del lago Walden, en Massachusetts, donde vivió como ermitaño, contrastan la simplicidad y elegancia naturales con los complejos males de la sociedad. Una vez pedí a mis papás que me llevaran a la cabaña de Thoreau, ahora un destino turístico. Me acuerdo haber errado por su bosque, queriendo ver alguna ave especial, pero sólo vi los gorriones comunes, (vulgar vulgares). Esperaba sentir una unión trascendental mística con la naturaleza, pero no sentí nada. Quizás porque así no funciona, uno no puede buscar las experiencias sublimes, si bien éstas te pueden buscar a ti.

      Pasó durante un atardecer en un observatorio, una torre en un estuario, cuando miles y miles de golondrinas púrpuras (progne subis), llegaron y revoletearon extáticamente alrededor de mí. Me ocurrió también en los bosques del área central del estado de Connecticut donde me criaba. Caminar en estos bosques para mí no era un escape romántico, sino el descubrir del propio ser, la invitación de unirme a una totalidad a la cual sentí arraigo y afiliación. Aprendí a caminar sigilosamente, sin hacer crujir la hojarasca, respirando lento y llano. En uno de estos viajes, también al atardecer, en la zona donde la anchura del prado cede a la verticalidad de los árboles coníferos, crucé caminos con un zorro rojo (vulpes vulpes) —un animal canino hermosísimo y nocturno— para la sorpresa de ambos. Por un momento brevísimo de susto mutuo el zorro y yo trabamos miradas. Nunca me lo he olvidado, la atención penetrante de estos dos globos de negro azabache y el profundo misterio que albergaban. Pienso en este zorro cada vez que veo mi perra sata —satus borinquensis— con cuerpo de salchicha gorda y orejas de zorra, llamada María, porque nació en el huracán. A veces le digo “pigfox” (sus vulpino).

Salía al bosque también simplemente para disfrutar la compañía sencilla y muda de otros seres, cuando mis relaciones con los pares humanos estaban marcadas por el rechazo y la violencia. Una tarde, mientras alimentaba los patos Mallard —anas platyrhynchos— que visitaba en el lago al lado de mi casa, llegaron los bullies del barrio con una escopeta de aire, de las que usan perdigones, y empezaron a tirarles. Me acuerdo sentir un coraje justiciero repentino. Corrí hacía ellos como un loco, sin plan ninguno, gritándoles “¡a mis patos no!” Ya que nunca me había intentado defender frente a ellos con tanto valor, esta vez los bullies se asustaron y huyeron.

En el libro La piedra es una sombra que da vida, Bea sale en defensa de sus patos. La inspira la pasión de la criatura, el pathos que une todo animal, que aquí también es un pathos que se escribe, el que anima y sería algo como el secreto de estas crónicas particulares, extrañas y breves. Adentrarse en ese pathos es la tarea de la autora, la cual ejerce con una rigurosa disciplina meditativa: es una atención contemplativa al detalle, la observación exacta de “lo pequeño, lo íntimo, lo cotidiano”.

Asumir el acompañamiento al otro animal como un deber tiene un efecto comparable con un deber de la resistencia no-violenta ante la injusticia. Se cumple, no porque la violencia no es un medio moralmente aceptable para hacer política, sino porque al utilizar la violencia uno se corrompe, y así pierde la capacidad misma de hacer juicio sobre lo justo y lo injusto.

La obligación de acompañamiento, como muchas crónicas de este libro narran con elocuencia y ternura, torna la mirada hacía la injusticia ecológica y así salvaguarda la capacidad de juicio sobre la injusticia del ser humano contra el ser humano. Bea observa, siente, acompaña al animal que sufre, como respuesta a una llamada, a la mirada de una cara, la que te mira y que también es la mirada de un ser específico, concreto. Como el perro con cuatro perdigones en el cuerpo que la autora rescata, para llevarlo al veterinario y a su eutanasia inevitable, como cuenta en la crónica titulada “Rescatistas”. Como su perro Andre, quien era amigo mío también, cuya mirada Bea sigue “desde el suelo.” Ante el fracaso de realizar lo que se supone promete la palabra “humano” y el fracaso del lenguaje mismo para describir el mismo, escuchar con detenimiento las voces, devolver y seguir la mirada de lo animal, y luego escribirla, pueda inspirarnos a rescatar nuestra humanidad frente al despliegue de deshumanizaciones, rescatar el lenguaje ante el silenciamiento de las mismas, y hasta puede inspirar el valor de rescatar a une misme: “sean ustedes los rescatistas de sí mismos,” nos urge el texto “el rescate de lo vulnerado hasta que el país ya no lo sea” (54).

II

Bea sale, a caminar, para aprender, escuchar, observar, imitar, registrar, apreciar, adentrarse, perderse. Una entrada titulada “Cambiar todo es lento”, del corazón del libro, nos revela su método. Cito:

      “Nos urge seguir creando, sinceramente creando, como hemos sabido hacer tanto y tan hermosamente en este abatido país. También hay pistas en estos mundos no humanos que convendría estudiar e imitar: por ejemplo, los principios de simbiosis, colaboración, justicia, proporcionalidad y alcance del daño -y de la cura- por los que rigen otras especies. Podríamos aprender, incluso, que la quietud, el silencio y la contemplación son, en ciertas condiciones, la resistencia.

¡Seamos animales! (Los usos habituales de las palabras no se agotan, nunca).”

Y luego lo que sigue:

      “También, la ternura: una política de la ternura y una ternura política. No hay proyecto del poder –llamémosle capital, colonia, racismo, patriarcado, cisheteronorma…– que se fundamente en la ternura, ni que la admita como imprescindible requisito. Y precisamente por ello, una política de la ternura y una ternura política aportarían a cambiarlo todo.”

Y, finalmente, culminamos con su promesa, que también es la mía:

      “Me prometo que mi lucha –lenta, ancestral, cobijada– es por una vida en que los daños irreparables no sean. A sabiendas de que es muy improbable, me prometo que mi lucha es por una vida en la que quienes nos afanamos por evitar los daños irreparables no seamos sus protagonistas. Me prometo, en fin, que mi lucha es por una vida otra, en la que todas las criaturas vivas mueran sencillamente porque morir—contra sus usos habituales—es vivir” (67).

III

Una lista:

  1. Temas que se tocan en este libro: cruceros; el patriarcado; actos de la ternura sencilla —como dejar una caja de semillas en la puerta, porque sí—; el rescatismo; el neoliberalismo; la playa; la amistad; la historia de la iluminación de ciudades; el reciclaje; las caminatas; Andre; el Verano Boricua. Ah, y la pandemia y los terremotos, pero eso ya lo sabían.
  2. Durante los años en que se compuso este libro la autora también editó veinte mil libros que publicó Editora Educación Emergente: entre ellos, el mío, sobre el Verano Boricua, y también todos los mejores libros que se han publicado en Puerto Rico en años recientes.
  3. La autora, además, daba un sinnúmero de clases en la UPR, tema tratado en varias de las crónicas, por ejemplo, una sobre el talento de Nicole Ruiz Torres, estudiante de Bea y mía, que sueña con un mejor país a pesar de las adversidades. Otra es una carta de amor a la upr con minúsculas, que es “capaz de cambiarlo todo”, pero está escrita dentro de su carta de despedida de la UPR con mayúsculas, luego de años de servicio, que eran también años de maltrato laboral como docente sin plaza, una salida que siento también como herida íntima, ya que mi sueño era seguir con ella como colega y cómplice aquí con Lissette: lo que hacemos hoy es un rescate un poco hoy de este sueño, tener a Bea aquí de nuevo, compartiendo con nosotros este texto-producto de lo intra- y extramural.
  4. Durante estos años Bea también escribió y publicó su estudio académico con el título Affect Archive Archipelago: Puerto Rico’s Sovereign Caribbean Lives, que sería como el primo Nuyorican de este libro. Sobre este volumen escribí: “rigurosa pero no restringida por las convenciones académicas, la escritura es corporal, dialógica, mezclando la lucidez y el ensueño…. hace urgente deseos sumergidos para una colectividad otra, trascendental… es un libro necesario para un archipiélago sobreviviendo el desastre y resistiendo el desposeimiento y el desplazamiento.” Repito esas palabras porque valen también para La piedra es una sombra que da vida, hermoso libro, un regalo, un texto para atesorar y ponderar, una guía que puede ayudarnos ser mejores animales.
Sobre los dos reseñistas:

Catherine Marsh Kennerley. Me doctoré en Lengua y Literatura Latinoamericana en la Universidad de California-Berkeley en el 2001. Me desempeño como Catedrática del Departamento de Español y el Programa de Estudios de Mujer y Género de la UPRRP. He dictado cursos de Literatura y ciudad,  nacionalismo cultural puertorriqueño, debates culturales puertorriqueños contemporáneos, abolicionismo de las prisiones y escritura del encierro, educación y género, entre otros. Soy autora del libro Negociaciones culturales: los intelectuales y el proyecto pedagógico del estado muñocista, Ediciones Callejón, San Juan, 2009. Algunas de mis publicaciones  son “Mirar desde la madre: reflexiones acerca de la literatura puertorriqueña” en la Revista Forum;  “A Motherhood Manifesto: Ivy Queen’s Vendetta” en Mothers, Mothering and Globalization. Demeter Press: Ontario, 2017; “Explorando identidades: Reflexiones acerca de la narrativa personal académica en el curso Literatura y nacionalismo cultural puertorriqueño”, Revista Pedagogía, 2018 y “Devenires feministas: la enseñanza de las escritoras puertorriqueñas contemporáneas y la narrativa personal académica” en la Revista Sargasso (2019).

Christopher Powers Guimond es Profesor en el Departamento de Humanidades de la Universidad de Puerto Rico-Recinto Universitario de Mayagüez, donde enseña cursos de literatura comparada y estudios culturales. Su crónica 4645 fue publicado en el 2020 en inglés y su traducción al español 4645: Crónica del Verano Boricua (con coda añadida) en el 2023 por la Editora Educación Emergente.

[1] https://poets.org/poem/independence-puerto-rico.

[2] “De bípeda desplumada a Escritora Puertorriqueña (E y P machúsculas) en Esperando a Loló y otros delirios generacionales. Editorial de la Universidad de Puerto Rico, 1994. 91-100.

[3] “La idea de descolonización también comprende el primer momento del giro des-colonial propiamente hablando. Éste se trata de un cambio radical en la actitud del sujeto que confronta o es testigo de la expansión de este mundo de amos y esclavos. La actitud des-colonial nace cuando el grito de espanto ante el horror de la colonialidad se traduce en una postura crítica ante el mundo de la muerte colonial y en una búsqueda por la afirmación de la vida de aquellos que son más afectados por tal mundo. Estamos hablando pues de una transición del horror a lo que se podría llamar, tomando la pista de la teórica chicana Chela Sandoval, como amor des-colonial (2000). El surgimiento de la actitud des-colonial envuelve pues un estado afectivo que le es fundamental, a la vez que puede considerarse, tal y como lo hace claro el afro-caribeño Frantz Fanon en su Piel negra, máscaras blancas (1973), en principio de un tipo particular de filosofía y producción teórica.” “La descolonización y el giro des-colonial”. Tabula Rasa, núm. 9, julio-diciembre, 2008, 66-67.

[4] “Deshacer la cárcel: Prácticas artístico-pedagógicas y maniobras jurídicas con una óptica de género” en Resistencias penitenciarias. Ed. R. Aída Hernández Castillo. México: Juan Pablos Editor, 2017. 163.

[5] “Adiós, Pedreira” de Beatriz Llenín Figueroa fue publicado en línea el 7 de diciembre de 2016. https://ahoralaturba.net/2016/12/07/adios-pedreira/ Recogido en su colección Puerto Islas: crónicas, crisis, amor, Editora Educación Emergente, 2018.

[6] https://www.kilometro0.org/cuentame/giovan-luis-rivera-mendoza.

[7] “La función del lector 1” en El libro de los abrazos, Eduardo Galeano, 12. Siglo XXI, 1989.

Deja un comentario