Dafne Elvira (arte) y Juan Carlos Quiñones (texto). La isla de las salamandras. Puerto Rico: Elvira Soreno, 2025. 30 páginas no enumeradas
Splash o las poéticas del agua o de la tinta
[Este texto fue leído la presentación “doble” de los últimos libros de Áurea María Sotomayor y Juan Carlos Quiñones, titulada “Quid Pro Quo: La amnesia de las salamandras”, del 25 de junio de 2025 en la sede de la Academia Puertorriqueña de la Lengua]
En mi casa hay algunas y son grises, casi blancas. Es la salamanquesa fantasma, predominantemente nocturna. Su otro nombre es Salamanquesa Casera (Hemidactylus mabouia) y son reptiles de la familia de los geckos (Gekkonidae). La salamandra, perteneciente a los anfibios, vive en el fuego, según Paracelso, pero no en el fuego material sino en el espiritual.[1] A aquel fantasma regresaré más tarde.
En el texto de La isla de las salamandras ,[2] de Juan Carlos Quiñones (alias Bruno Soreno) y Dafne Elvira, aparecen varios personajes: una mujer, una salamandra y el ala de una gaviota. Las acciones, predominantemente insertas en la descripción, van develándose: 1) El narrador indica que la mujer es “testigo y protagonista del evento”. 2) El cuerpo de la mujer es atravesado por una cicatriz en el abdomen, está herida. 3) Dicha mujer corre mucho y arroja piedras de una ciudad en ruinas en un pozo. 4) En el fondo acuoso del pozo ve una salamandra y mirándose en sus ojos se ve a ella misma. Es en la superficie del agua que se produce la primera mirada en abismo. 5) Dice el narrador que “La mirada translúcida de esta salamandra está hecha con la materia infatigable de la espera, que es uno de los nombres del tiempo”. 6) Mientras avanza el relato, la salamandra agita las aguas espesas del pozo con su cola. 7) Las acciones generadoras del relato son arrojar piedras, correr, correr y correr y, finalmente, escribir. 8) El relato se concentra en la fuga de una mujer.
Mas ¿cuál es el evento que se anuncia en el texto, el “evento que la hará correr despavorida”? Este es un relato sobre una isla, un relato mítico-poético que atañe a un archipiélago donde visual y verbalmente predomina un paisaje marítimo poblado de verdes y azules, un espacio liminal, de borde, donde se entremezclan los colores y la mujer siempre se halla mirando un horizonte, sea dentro de un pozo o en el afuera costeño. Entre “el solsticio de la espera” y “la espuma cósmica”, todo ocurre entre umbrales o límites, en el espacio de la metamorfosis hacia otra cosa. Todo ocurre sobre la piel que se atraviesa vía la mirada. Paso a citar en el siguiente pasaje cómo se registran los cambios de ánimo de la mujer.
“Cuando se asomó al pozo luego de haber lanzado aquella última piedra, pudo ver su cresta ígnea asomarse sobre la superficie. Estupefacta, pudo ver la historia desastrada de la isla sucediéndose allá abajo. Horrorizada, alcanzó a vislumbrar su propio rostro reflejado en los ojos convexos de la salamandra. Regocijada, logró ser testigo de cómo surgía del agua profunda por primera vez la isla repetida. Los contornos que delinean las formas de las islas se parecen mucho a la piel translúcida de los anfibios. Son igual de finos. A veces son también igual de transparentes. Aquel espectáculo la euforizó. Sintió traspasar un umbral” (La isla de las salamandras).
Quiero recalcar que la mujer es una especie futura del cimarronaje, condición en que se hallaban quienes se fugaban de la institución que los esclavizaba, mas en este caso, por siempre estar en fuga, alberga en sí misma la potencia, subrayada por la metamorfosis que ocurre al final del texto, una transformación multi-especie. La cimarrona se dedica a correr con un objetivo claramente demarcado por el narrador-testigo que no puede leerla, pero que trata de asignarle un contenido simbólico a sus acciones pues la importante acción de correr, desde el punto de vista del narrador, se define así: “Correr en una isla es siempre acercarse a un límite azul que es el borde y el principio de otra cosa”. (La isla de las salamandras)En otras palabras, el espacio liminal es aquí la posibilidad del desborde y de lo excéntrico, de la aparición de lo inesperado, de la promesa y la sublevación. Aquí produce un cuento fantástico.
Además de la transgresión constante que es correr o fugarse, quisiera destacar la liminalidad de la costa y los flancos del pozo donde se produce el intercambio de miradas que quiebra el concepto mismo del límite y lo desborda. Lo que se produce en sus aguas es una metamorfosis. La salamandra deviene mujer y la mujer deviene salamandra. Después gesta su progenie, porque es la mujer una gestora de eventos en una costa pedregosa y coralina, en un pozo donde se deposita la memoria y una costa donde se oculta un gran anfibio. El relato visual se ocupa de dramatizar dicho anfibio con variaciones cromáticas verdosas en ambas imágenes, previendo en la escala de tonalidades verdes una mímesis entre las imágenes de la fémina y la de la salamandra. En el relato visual que nos ofrece Dafne Elvira, el horizonte y las formas ovaladas son parte de la travesía en transformación, así como la humedad y el lustre del anfibio, donde el color da fe a su vez del imperio de lo táctil y de un devenir más allá de lo humano.
La mujer salamandra es una especie anfibia que se mueve en el tiempo, digamos, entre los elementos de la tierra, el aire y el agua, entre los límites fluidos del olvido y la memoria. La mujer se halla profundamente herida (su herida es profunda), se esfuerza en recordar y en repetir acciones: llevar piedras al pozo. La salamandra que se halla al fondo del pozo, por su parte, se esfuerza en esperar; así también, la línea que demarca sus acciones en abismo (mirar y mirarse); se demora esa línea, se alarga y se extasía, pero sin suspenso. Arrojar piedras hacia el pozo y quebrar la superficie del agua albergan la misma energía que la gaviota que circunvala el paisaje mirando en picada hacia abajo porque, en última instancia, la acción del relato atañe a un viaje en profundidad, aunque resulte equívoco que en la mujer esa interioridad se exprese mediante la acción de correr sobre la superficie isleña. Esta es la isla paradigmática, abstracta y material a su vez. La isla o las islas, los archipiélagos donde todo es horizonte de salida y de entrada por un cuerpo que entra en el paisaje, como digo en alguno de mis poemas de Diseño del ala de donde escojo “Cabezas de San Juan”:
La franja es azul.
Su luz es indeleble. Es intocable.
Pero no es franja.
Es una ráfaga de viento sobre el rostro,
un estremecimiento de la piel
cuando una gaviota cruza sobre el lienzo.
Es la noche también iluminada por el fulgor del mangle rojo
y las hojas patinadas de luciérnagas
que habitan en el puente de madera que nos adentra en el olor.
El estupor, que es un índigo intenso,
se esparce amplio y sosegado sobre la vista desde el faro.
No hay mirada que cubra ese estupor,
no hay temblor que lo sosiegue.
Sentada allí, con todo el viento en derredor,
puede abundarse en el terreno movedizo
que me ofrece mirar en torno y moverme,
sabiendo que solo hay mar.
Y allí habito, como en un terremoto que no cesa. ( de Áurea María Sotomayor Diseño del ala 41)
Una vez la mujer mira hacia el abismo del pozo, como si fuera Narciso, sigue cayendo en el relato. Tanto sus ojos como sus pies caen para levantarse, porque la fuga perenne le permite ir reconstruyéndose en el tiempo, abrir la sutura, parirse o sumergirse dentro de sí misma y producir otro tiempo donde las salamandras verán una “isla recién nacida” en aquel pozo. Llamo la atención al nacimiento de la escritura, que se vincula a una impronta somática demarcada por el cuerpo de una mujer, protagonista de la acción, en donde se concentra la memoria traumática, cuyo emblema es la cicatriz. Pero se trata de una cicatriz impresa fuera y dentro de su travesía memoriosa y cimarrona, abismada en las aguas cenagosas de los ojos salamandros a través de los que ella mira. La cicatriz polimórfica es también el rabo de la salamandra agitando el agua densa de la historia y la escoba de la bruja conjurando los espacios aéreos, terrestres y marítimos sobre los que sobrevuela en picada. La cicatriz es también la linealidad y alinealidad de la huella de algas sobre las que la mujer corre, se arroja y aparta por encima y debajo de todas las superficies. La cicatriz, además, da fe de su maternidad.
El evento que anuncia el relato se produce en el pozo y es obviamente la escritura, es la inscripción sonora de la onomatopeya en inglés “splash” convergiendo con su transcripción visual. Splash, así suena la roca en el abismo del pozo o el líquido tensado de la tinta.
Y significa lo mismo el choque de la piedra sobre el agua, como la inscripción de la tinta sobre la superficie para producir diversas escrituras. Es la amalgama que produce lo líquido sobre el agua del pozo, la piel de la página, de la tela, o la pantalla de una computadora. Ese acto de inscripción es también un híbrido, una materia que se metamorfosea azarosamente a medida que avanza secuencialmente sobre el tiempo. El “splash” responde a un momento háptico cuando las pieles se rozan, cuando el instrumento salpica, cuando se rasga la superficie, de la piel, de la página, del tejido y del oído. Es el sonido de la onda que resulta de la secuencia de arrojar la piedra en el pozo. De ahí que otro resultado sonoro del “splash” sea la escritura y se manifieste pariendo la imagen de un carrucho, uno de los instrumentos que usaban indígenas y africanos para transmitir de manera sonora una rebelión inminente. La escritura también es una caída en vertical, una inscripción o un tatuaje que punza la superficie. En La isla de las salamandras se aúnan dos inscripciones que hallan su origen en la liquidez del mar, en la humedad vital y primigenia; esa escritura es un sobresaturado que es consecuencia del desborde del límite. Las dos inscripciones que hallan su inspiración en el mar, en el pozo, en el agua, en la textura resbalosa de la piel de la salamandra, se hallan plasmadas en el color de la fotografía, del óleo y del dibujo de Dafne Elvira y, finalmente, en la representación gráfica del “Escribe” en la narración, un mandato que estimula los bordes de lo ético. El evento del relato es la traducción gráfica del splash, un shock, un momento político. Un meta-relato también es político, y este lo es.
Más que subrayar el despojo o la herida a la que el relato le dedica varias reflexiones, me gustaría insistir en la potencia del color en las imágenes de Dafne Elvira, la forma en que se alumbra a sí misma la artista. Incluso, hay una imagen donde la mujer se desplaza hacia el borde del mar, que es a su vez, el ala caída de la gaviota.
La mujer de donde brotan las salamandras se gesta a la par que corre e imprime sobre la superficie de las aguas del pozo su imagen rescatada del arrojar azaroso de las piedras. No hay afueras ni adentros en su travesía, sino que simplemente corre, se desplaza, se fuga y supera su propio límite. La forma lineal que habita en varias de las páginas de este texto es ininterrumpida. No se detiene. A veces se puebla de color y otras veces es puro dibujo o inscripción del negro sobre el blanco. Advierto un contraste, así como un diálogo, entre las imágenes digitales llenas de color, el óleo de la mujer verde, la mujer que mira en lontananza que tanto se me parece a la Georgia O’Keefe de Myrna Báez, a quien también le dediqué un poema. Esa mujer habita el horizonte y su línea de fuga en la mirada.
El agua, sus colores traslúcidos, muchas gamas de azul y de verde, la pureza verdosa y translúcida de la salamandra del pozo, la mujer boca arriba que parece entregarse a que la contemplen en su plenitud palpando su herida, y las muchas líneas de fuga que atraviesan el texto, a saber, la cicatriz, poblada de diminutas hojas parecidas a la marca que deja en algunos cuerpos la culebrilla, la huella de su fuga, la línea que constituye el diseño apaisado del libro y las figuras que simulan la secuencia de una mujer realizando un rito, un saludo a la luna quizá, un recorrido a lo Sísifo siempre llevando y trayendo la misma piedra, todas insisten en la linealidad y en una irrupción de sentido cuando pensamos en la cicatriz como alumbramiento.

Es enigmático el atuendo de la mujer con su turbante, la forma y diseño de su vestimenta y sus sneakers. Su recorrido ritual es la circunferencia que de alguna forma signa al libro visualmente asumiendo la forma de herida, sutura, cola y alambre, un ourobouros, una serpiente que se muerde la cola, símbolo de regeneración y eternidad. No es casual que el horizonte, que es una línea de color verde o azul, sea también una herida, una costa o una verja alambrada. La secuencia del ir y venir de la mujer buscando piedras podría interpretarse como su forma singular de saludar a la luna, causal de las mareas, en este libro diurno y nocturnal, translúcido y opaco, símbolo de las islas, sus habitantes, sus paisajes y su historia. La ruina de un galeón español o de un tanque de guerra en un archipiélago es testimonio de piraterías antiguas y modernas, los residuos que dejan las eras coloniales, la caída de los imperios o la historia de los mares, con una base militar en una costa, en el Caribe o Vieques. “The sea is history”, como decía el poeta Derek Walcott.
«Los cuerpos de las islas y sus habitantes siempre han sido territorio de invasiones e intervenciones experimentales que desatan inhumanos procesos de olvidar. Estrategias para borrar las evidencias del crimen. Mas hay una escritura imborrable, una herida escrita en tinta indeleble con el filo de una navaja. Lanzar rocas al fondo del pozo donde vivía la salamandra era una manera de luchar contra la ausencia.» (La isla de las salamandras)
El espacio liminal tan evidente en el relato es vencido por la intensidad cromática que signa el recorrido de la mujer, así como verbalmente ella se auto-gesta cual una criatura genésica al cierre del relato. El splash es la ruptura del ciclo, la determinación de una acción ulterior.
Este relato se inscribe en el mito, en las poetizaciones genésicas, aunque con una variable feminista y fantástica que se potencia y proyecta hacia el futuro. La isla de Puerto Rico, según el mito genésico de Fray Ramón Pané, es poetizado por Juan Antonio Corretjer en el poema épico Alabanza en la torre de Ciales. Allí se expresa en términos de la lucha entre dos hombres que se disputan la liana de una calabaza que al romperse crea el mar y su tierra. En este texto de Juan Carlos Quiñones no se trata de hombres y tampoco hay disputas. Más bien, se trata de una mujer que provoca una revolución mediante acciones consecuentes: correr, mirarse en el pozo, recordar y parir salamandras, símbolo del fuego y la eternidad. La artista plasma su auto-retrato al final del recorrido. Cifra su acción un acto afirmativo de generación ulterior proveniente de la mujer y no una narrativa violenta de apropiación, como ocurre en el texto de Corretjer, que significa más bien una lucha por la tierra. Bien mirado, este relato donde abunda lo acuático y lo azul, además de la marisma y la humedad, exhibe también la presencia de otros elementos planetarios: fuego, aire y tierra. Pero quizás la intención o el deseo de este relato no resida en que los lectores establezcan equivalencias para desentrañar su alegoría, sino apreciar cómo se complementan la imagen y la narración. O más bien, el vaivén entre la imagen y la palabra, dependientes del flujo de las mareas, tanto marítimas como eólicas, y el diálogo entre la dupla anfibia que son Elvira y Soreno.
El hermoso epígrafe del texto, citando el más reciente poemario de José Luis Vega, Travesía y otros poemas, da fe de la entrañable relación poética entre la poesía y esta narración además del homenaje que le rinde Quiñones a esa corriente marítima que la poesía de los setenta hereda de Julia de Burgos. Dicho epígrafe da fe de la fundación de una isla, la memoria y la lengua entre las islas:
Ciudad sobre ciudad, isla tras isla,
así es la vida, el alma, la memoria,
el foro de los sueños derribados.
Así es la lengua, piedra sobre piedra,
sonidos enterrados
en las bocas abiertas de los muertos.[4]
De modo que miro una y otra vez, fáctica e imaginariamente, un hábitat acuático típico del pensamiento transdiciplinario de las “blue humanities” en las que deseo inscribir este relato y esta, mi lectura.[5] Quisiera estrenar hoy ese término para escritos ambientales y de justicia social que ya mascullo en mi porvenir escriturario. Desde La isla de las salamandras de Soreno y la artista visual, Dafne Elvira, he podido apreciar acantilados, mareas, riberas, charcos, anémonas y algas, bancos de peces, corales, carruchos, erizos, conchas, medusas, cangrejos, babosas y esponjas, además de escuchar el sonido de la resaca y el marullo en lontananza de todas las playas donde vivimos real e imaginariamente. He logrado mi sueño, lo que quisiera hacer algún día: mirar la superficie del mar desde abajo, como hacen los buzos. También ese es el viaje por un libro y por una experiencia multisensorial como es El libro de las salamandras.
A efectos de este escrito, me enteré de que en Puerto Rico no hay salamandras. Pensé más de una vez, muchas veces, en planteárselo a Juan Carlos antes de la presentación (y finalmente creo que lo hice), y pensé además que la razón poética alberga mayor potencia y promesa que la razón lógica y por algo quiso él un anfibio y no un reptil. Las salamandras son un grupo de anfibios con más de quinientas especies, ninguna presente en nuestro archipiélago. De todas formas, y con esto regreso a la salamanquita fantasma que habita en mi casa, quisiera pensar que en este relato genésico, la salamandra también es una salamanca, la que recientemente ha tomado el nombre de sphaerodactylus verdeluzicola, la salamanquita de monte y mar que camina en donde la luz verde brilla. Nos remontamos pues a la sonoridad colorida de Antonio Cabán Vale y, posteriormente, nos internamos en la salamanquita fantasmal que habita dentro del interruptor de mi casa. Del paisaje marítimo prendido de verdes y azules pasamos a un interior donde prendemos el switch y “splash”.
Áurea María Sotomayor es catedrática jubilada de la Universidad de Puerto Rico y la Universidad de Pittsburgh y ha publicado trece libros de poesía desde el 1973, entre los que destacan varios premios nacionales con Sitios de la memoria, Rizoma, Diseño del ala y Cuerpo nuestro. En el 2019 se publicó su obra escogida, Operación Funámbula, con Amargord en Madrid y a fines del 2024, el más reciente, Amnesia en tránsito con La criba editores. Otros poemarios recientes son La noche es otra luz, Chuvento o lengua secreta y Espacio teselado, con la editora independiente La secta de los perros. Entre sus libros de crítica sobre literatura puertorriqueña y latinoamericana destacan Hilo de Aracne con la Editorial de la Universidad de Puerto Rico (1995), Femina Faber. Letras, Música, Ley con Ediciones Callejón (2004, Poéticas que armar (modos poéticos de replicar al presente en la cultura puertorriqueña contemporánea) con Editora Educación Emergente (2017) y Lo Preso. Derecho, literatura y arte en el Caribe insular en el 2024. En el año 2020 obtuvo el Premio Internacional de Ensayo de Casa Las Américas en La Habana, Cuba) con el libro Apalabrarse en la desposesión: Literatura, arte y multitud en el Caribe Insular. Como antóloga, ha dado a conocer la poesía puertorriqueña y de mujeres en Latinoamérica y los Estados Unidos con antologías como De lengua, razón y cuerpo, publicada por el Instituto de Cultura Puertorriqueña en 1987, Red de voces. Poesía puertorriqueña contemporánea 1950-2010 ( La Habana: Casa de las Américas, 2011 y la antología Poesía Puertorriqueña (I) con la prestigiosa Colección Clásicos de la Biblioteca Ayacucho en Caracas, Venezuela.. Tiene a su haber, además, la traducción en formato bilingüe de The Bounty/La providencia, del poeta y Premio Nobel de literatura Derek Walcott. Fue co-fundadora de las revistas culturales puertorriqueñas Posdata, Nómada y Hotel Abismo en las décadas del noventa y principios del dos mil.
[1] Alchemy and Mysticism. The Hermetic Museum. Alexander Roob.
[2] La isla de las salamandras. Elvira/Soreno. Publicación independiente, 2025.
[3] Diseño del ala. Áurea María Sotomayor. Viejo San Juan. Ediciones Callejón, serie El farolito azul, 2005.
[4] Travesía y otros poemas. Valencia: Editorial Pre-textos, Colección La Cruz del Sur, 2023.
[5] Entre otras muchas definiciones cito a Steve Mentz, “the blue humanities comprises a current of scholarly and artistic discourses that foreground human relationships with water in all its forms”. (17) Aspira a adherirse a poéticas plurales y no a una teoría particular y a subrayar la relación entre los cuerpos y el agua (en su forma líquida, sólida o gaseosa) en las orillas, en los océanos, en los ríos, las nubes y los glaciares. Tanto la geografía, como el cambio climático y las formas poéticas de ver y sentir lo acuático fuera y dentro de nuestros cuerpos en el Antropoceno es motivo de pensamiento, así como la historia, la política y la inscripción del capital. An Introduction to the Blue Humanities. Routledge, 2024.





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