“Pero irse no es traición; no huir tampoco”.
Xavier Valcárcel. Los nidos. San Juan: Riel, 2025. 175 páginas.
Los textos literarios, en no pocas ocasiones, irrumpen como una forma de conocimiento que esclarece aquello que la sociedad ha preferido relegar a la sombra, revelando lo que el sentido común evita pensar, mirar o recordar. Sus páginas funcionan como una cortina que el lector desliza con la mirada y las manos, permitiendo la revelación de aquello que siempre ha estado ahí, pero que, por diversas razones, nadie quiere apalabrar y, mucho menos, nombrar. Tal es, me parece, una de las apuestas centrales de la novela Los nidos de Xavier Valcárcel, un texto que ofrece al lector la posibilidad de correr el tupido velo que, en tiempos pasados y recientes, ha oscurecido la relación de Puerto Rico con América Latina, empañada por el gesto, siempre ansioso, de emparentar los procesos migratorios exclusivamente con los Estados Unidos. De este modo, la novela no solo desmonta un imaginario geopolítico constantemente analizado y discutido, sino que invita a reconsiderar la pertenencia latinoamericana desde una sensibilidad íntima y corporal. Porque la apuesta literaria de Valcárcel en Los nidos nos recuerda que los desplazamientos son experiencias que podrían reconfigurar tanto los vínculos afectivos como también las cartografías imaginadas de toda una comunidad.
Los nidos, primera novela de Xavier Valcárcel publicada en San Juan de Puerto Rico por Riel, despliega una poética sostenida en el revelamiento constante de una trama que desarma, una y otra vez, el sentido común migratorio que, desde Puerto Rico y por razones históricas, suele asociarse de manera inconsciente con los Estados Unidos. Se trata de un desplazamiento marcado por el goce y el dolor, en el que Hilario —puertorriqueño negro y homosexual, oriundo de Cayey y protagonista de la novela— regresa a la isla desde México, tras una exilio previo, acompañado por sus dos amigos mexicanos, Alber y Vicente, con el propósito de entregar una caja de pigmentos a un artista del sur de Puerto Rico, en la región de Ponce, en los primeros años del siglo pasado. Entre 1898 y 1909, periodo en el que se inscribe la trama de la novela de Valcárcel, en Puerto Rico irrumpía un reordenamiento espacial e imaginativo. La isla, inmersa en un tránsito entre imperios, del dominio español al estadounidense, habitaba una convivencia a la vez tensa y distendida, donde persistían hábitos, lenguajes y sensibilidades heredadas de España incluso mientras la maquinaria disciplinaria de la americanización comenzaba a imponerse. En ese entrecruce ambiguo, donde lo viejo y lo nuevo se friccionaban y, por momentos, se armonizaban, un código civil ejercía vigilancia y castigo sobre prácticas como la homosexualidad y la sodomía. La novela se inscribe, así, en ese paisaje, revelando con sutileza cómo los cuerpos disidentes se movían, se ocultaban, gozaban y sufrían dentro de un territorio que aún buscaba designarse.
No obstante, podría decirse que, en su novela, Valcárcel articula un movimiento que no estamos habituados a leer ni a imaginar. En sus páginas se traza el retorno de Hilario, un regreso que no solo se aparta de los patrones narrativos más familiares de la literatura puertorriqueña, sino que también los interroga con minuciosa lucidez. Así, Los nidos despliega una movilidad ficcional que fractura los marcos habituales desde los cuales solemos pensar el desplazamiento tal como se ha articulado en la literatura de la isla y sus diásporas. Ese marco, por lo general, se reconoce en la obra de autores que han abordado la migración masiva de puertorriqueños hacia los Estados Unidos, como René Marqués, José Luis González, Ana Lydia Vega, Pedro Pietri, entre otros.
Aun así, no podría decirse que Valcárcel sea ajeno a los trabajos antes mencionados. En Aterrizar no es regreso, crónica publicada por Alayubia en marzo de 2019, el autor ofrece un relato de migración inversa, el retorno a Puerto Rico desde los Estados Unidos en el contexto del Huracán María, que funciona, en cierto modo, como homenaje y una relectura crítica de aquellas obras que inscribieron la experiencia migratoria puertorriqueña en el imaginario literario. De ahí que, en Aterrizar no es regreso y, del mismo modo, en Los nidos, Valcárcel haga suyos los verbos irse y huir, elevándolos a ejes articuladores de su prosa y a vectores simbólicos de las derivas que explora en sus relatos. La errancia, el deambular, el movimiento y la extranjería se convierten así en elementos centrales de su escritura, motivos que el autor apropia y transmuta en materia narrativa.
México se despliega en Los nidos como un territorio casi inédito dentro de la tradición literaria puertorriqueña, un espacio que deshace y rehace las rutas conocidas del deambular puertorriqueño. Allí donde Antonio Benítez Rojo, en La isla que se repite —texto ampliamente leído y citado en el campo intelectual de la isla y sus diásporas— concebía la movilidad como elemento central de la identidad caribeña, la novela de Valcárcel produce una fisura en el caso puertorriqueño. La errancia de Hilario en México, motivada tanto por la huida de los aparatos opresivos del Estado colonial por su homosexualidad como por un anuncio en los periódicos de Puerto Rico que prometía pasaje de ida, una parcela de tierra y una casa de habitación, entre otras garantías, termina revelándose como una trampa esclavista, no solo para el protagonista, sino también para los casi quinientos puertorriqueños con quienes arribó a Yucatán. En Los nidos, México emerge no como un simple territorio, sino como un horizonte olvidado, casi excluido, que reconfigura tanto el movimiento de los puertorriqueños como los sentidos literarios que lo acompañan.
El desplazamiento de Hilario —de Puerto Rico a México y, luego, de aquel territorio continental de regreso a la isla— puede leerse a la luz de los postulados sobre la errancia de Édouard Glissant, tal como ha advertido con acierto Steven Oquendo López en un texto dedicado tanto a la novela de Valcárcel como a Con llanto de cocodrilo, de Melanie Pérez Ortiz. Pero esta errancia latinoamericana en el campo literario puertorriqueño me remite a una novela casi secreta, un ejemplar apenas comentado que recuerda, en su rareza, a Los raros de Rubén Darío: Por si nos da el tiempo, de Julio Ramos. Allí, personajes puertorriqueños como Pepón Arroyo y Julio X. Ramos atraviesan múltiples geografías de América Latina, componiendo un itinerario fragmentado donde el desplazamiento es también una forma de leer y de pensarse. No obstante la errancia de Hilario, articulada en Los nidos, se inscribe en una constelación de relatos sobre la migración de las minorías sexuales. Por lo tanto, podría decirse, que la propuesta literaria de Valcárcel entra en conversación directa con Jum! de Luis Rafael Sánchez y con los libros El cuento de la mujer del mar y Página en blanco y staccato, de Manuel Ramos Otero donde se articula una poética del exilio, el deseo y la homosexualidad. Porque en Los nidos la errancia funciona como catalizadora de una extranjería que permite la configuración de una sexualidad disidente que atenta y cuestiona el entendido heteronormativo. Ese desplazamiento instituye en la novela, sin lugar a duda, las condiciones para poner en contacto a nuevas sensibilidades de género y sexualidad. De ahí que Hilario, en su travesía más allá de las fronteras de la isla, se vuelva asiduo visitante del parque Zaragoza en México, donde cada atardecer se sienta —como otros lagartijos, putos, chulos, dandis, afeminados, pollos, jotitos o jotones, mujercitos, maricones— a contemplar el deambular de quienes pasean por allí o reposan en las bancas con las piernas cruzadas.
Pero ese es el caso de Hilario; en cambio, para Alber y Vicente —los amigos mexicanos que lo acompañan en su retorno a un país que transita de un gobierno colonial a otro—, su llegada inaugura una forma distinta de exposición corporal ante la mirada del puertorriqueño local. De pronto, los ojos isleños se enfrentan a una puesta en escena inédita: nuevas maneras de posar y habitar el cuerpo extranjero que despiertan sospechas. La ropa, los manierismos, los aspavientos, el olor a almizcle —como un dandy— y la mera presencia de ese puertorriqueño negro que en México se creía un adulto libre, acompañado por sus dos compañeros mexicanos, interpelan de inmediato la mirada ajena. Se produce entonces una especularización de los cuerpos, un juego de reflejos en el que el deseo, la extrañeza y la vigilancia se entrelazan. Si en la Europa del siglo XIX, hablando de nidos, el dandismo se desplazaba como un ave elegante, al arribar a América Latina, en el periodo finisecular y a comienzos del siglo XX, emprendió un vuelo propio, transformándose en una forma inédita de afectación y de gesto. El viaje, la escritura, la pintura y la pose devinieron nuevas praxis, máscaras renovadas, que permitieron escenificar visiones del mundo alternativas, sostenidas en talentos singulares, intensidades propias y otros modos posibles de vida. Se configura una economía del deseo a partir de un campo de visibilidad asociada a un amaneramiento signado por lo no masculino. De ese modo de habitar la existencia surge lo que Sylvia Molloy denominó la pose finisecular. Es decir, la exhibición como forma cultural articulada a partir del análisis de la célebre crónica de José Martí sobre Oscar Wilde.
No obstante, a la luz del revelamiento, la pose y la exhibición, quisiera detenerme en un gesto que podría parecer menor, pero que considero fundamental, un modo de obrar que atraviesa Los nidos de manera casi silenciosa, aunque siempre a plena vista. Se trata de una novela cuya poética ha sido difundida de forma amplia y deliberada en la superficie digital, en particular en la red social Instagram. Bajo la cuenta @documentarlosnidos, Valcárcel erigió un depósito documental en el que exhibe y comparte, con lectores y potenciales comunidades lectoras, el entramado autoral que dio origen a la novela. En este espacio de nuevas inteligibilidades, la superficie digital que dialoga, a su modo, con la materialidad del libro, se alojan textualidades que, en el ámbito manuscrito o impreso, tienden a desvanecerse. Por lo tanto, podría decirse, que los distintos posts de la página gestionada por Valcárcel funcionan como pequeñas parcelas digitales, micro documentos donde el lector accede a los materiales que nutrieron la gestación de Los nidos. Desde los libros ¡Vamos a México! La ruta de los emigrantes puertorriqueños a Yucatán y Tabasco y Antología del olvido. (Puerto Rico 1900-1959), de Teresita Torres Rivera y Eugenio Ballou, hasta las imágenes de Hilario, Alber y Vicente generadas mediante inteligencia artificial, pasando por fotografías de Puerto Rico en los primeros años del siglo XX. Todos estos materiales, reunidos en @documentarlosnidos, se apartan de la formalidad cerrada del libro para dar paso a la visibilidad de una prosa que se escribe mientras se exhibe.
Desde el 3 de julio de 2023, Valcárcel, mediante cada post de esta cuenta, activa novedosas funciones autorales que vienen gestándose en el campo literario latinoamericano: una suerte de puesta en escena del propio quehacer letrado, donde se revela, “sin pudor y sin clausura”, la materia poética y documental que sostiene la obra por venir. En Chile, por ejemplo, encontramos una praxis divulgadora afín a la de Valcárcel en la cuenta @nuevasaperturas, gestionada por la escritora e investigadora Ariel Florencia Richards. Desde el 16 de agosto de 2022, Richards expone allí la gestación y el avance de su investigación novelada Gordon Matta-Clark. Contra viejas superficies, publicada por Ediciones Metales Pesados en 2024. No resulta casual que autorxs cuyas escrituras interrogan y desestabilizan el orden heteronormativo en los campos literarios de Puerto Rico y Chile participen también de esta exhibición letrada. Al igual que Hilario, Alber y Vicente en Los nidos, estos autorxs se inscriben en una escena de mostración continua: una poética en perpetua construcción que se deja ver incluso mientras se está escribiendo.
Los nidos, por lo tanto, a través de la revelación que articula su trama como en la exhibición que los personajes y sus superficies digitales ponen en circulación, nos invita a volver sobre los lugares comunes de las letras puertorriqueñas para replantear, desde sus páginas, las formas de movilidad que han configurado nuestras ficciones. En ese gesto de retorno y desmontaje, entre el irse y el huir, la novela abre un horizonte desde el cual imaginar otros desplazamientos posibles.
“Se miró en aquel asiento, sentado a un lado de su maleta mientras caía el añil de la noche; y le tocó reconocerse, hacer las pases consigo. Era un hombre huyendo repetidamente. Nada más. Un hombre huyendo con revólver robado y sin balas, con una maleta con ropa, un sobre con dibujos a tinta y a lápiz, y reproducciones de aves en óleos. Y al reconocerlo, reconoció también su culpa, su egoísmo, que había quedado como un tremendo cobarde y un traidor para Vicente y Alber, por dejarlos e irse. Pero irse no es traición; ni huir tampoco. Se convenció también de eso. La vida es lo que uno hace con ella. Cada quien tiene su realidad. Cada quien hace lo que necesita para seguir con vida. Esa sería su respuesta”.
Rodney Lebrón-Rivera (Las Piedras, 1991) realizó estudios graduados en Historia en la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras, y se doctoró en literatura latinoamericana en Princeton. Es co editor y co fundador de la revista crítica Anatema. Para El Roommate también ha reseñado libros de Joel Cintrón Arbasetti y Daniel Rosa Hunter.
