Guillermo Irizarry reseña la tercera novela de Sergio Gutiérrez Negrón (Puerto Rico)

Sergio Gutiérrez Negrón. Los días hábiles. México: Ediciones Destino, Planeta, 2020

Los días hábiles, tercera novela de Sergio Gutiérrez Negrón (1986), retrata en veintidós capítulos la crisis económica y social de principios del siglo veintiuno. Aunque focaliza las vidas de varios amigos suyos, la voz narrativa prioriza la perspectiva de Carla María, quien, en el 2016, trabaja de asistente dental, es madre soltera de una niña de siete años, y reside en un apartamento “lo suficientemente pequeño como para aburrir a un ciego” (8). Desde esa posición, recuerda su vida en 2005, cuando tenía veintitrés años, trabajaba en una heladería de la franquicia “The Creamery”. Piensa en ese, su primer empleo, el círculo social de la heladería y en el hurto que orquestó junto a sus compañeros. Recuerda aquella noche remota del robo y la piensa como una sublevación, un incidente que debió de haber sido parteaguas en las vidas de sus compañeros y la suya. El texto insinúa el incidente como una alegoría de procesos nacionales, en tanto que sitúa de trasfondo incidentes de importancia, como una huelga de transportistas histórica (21-23 de julio de 2005) y la instalación de la Junta de Control Fiscal, resguardada por la ley PROMESA (2016).

Los días hábiles simboliza la catástrofe nacional (fiscal, social, gubernamental, geopolítica, humanitaria, sanitaria, migratoria) que se extiende hasta nuestros días y que pasa por el huracán María (septiembre de 2017) y la dimisión obligatoria del gobernado Ricardo Rosselló Nevares, en 2019, después de unas inéditas demostraciones populares. Los desafíos habrán de continuar como parte del tinglado colonial, en concierto con el capitalismo global financista y buitrero. En 2005 se vislumbró la irremediable debacle económica, con la expiración definitiva de las exenciones 936 del código de rentas  internas de los Estados Unidos, las mismas que cebaban a las corporaciones multinacionales y otorgaban al gobierno local una estabilidad fiscal artificiosa, por la liquidez nominal que la banca derivaba. Usando de coartada el fin de las 936, durante el mandato de Acevedo Vilá, el gobierno estableció medidas de austeridad severas, aumentó cuotas y peajes, disminuyó los derechos laborales, empobreció la red de bienestar social, disminuyó pensiones de jubilados y malogró la infraestructura de la energía y de acueductos. Al mismo tiempo, se privatizaron sectores de la economía y se armaron indescifrables refugios tributarios para inversionistas extranjeros. En 2016, el gobierno de EEUU impuso la ley PROMESA (Puerto Rico Management, Oversight, and Economic Stability Act) para controlar gastos públicos, intervenir el gobierno electo, suprimir la soberanía local ya de por sí limitada, y garantizar el pago de deudas a acreedores transnacionales. Con este telón de fondo, la ficción narrativa focaliza un grupo de veinteañeros, inocentes y ávidos trabajadores en su primer empleo pagado. La voz narrativa en tercera persona y usando el discurso indirecto libre, alterna entre el 2005 y el 2016, y capta incidentes memorables de esos años.

Gutiérrez Negrón ambienta la acción en el municipio de Caguas, dato significativo ya que la literatura puertorriqueña capitalina suele opacar lo escrito en otras zonas del archipiélago. El autor subraya la importancia de este pueblo, representativo del desparramamiento de San Juan, el desarrollo acelerado de la periferia urbana y la metastatización de las ciudades globales, concentrando la vida económica a lo largo de autopistas y en los centros comerciales anexos.

En uno de estos emblemáticos centros comerciales, se encuentra la susodicha heladería (referencia a Cold Stone Creamery; cf. coldstonecreamery.com), negocio de postres congelados perdidamente grasos, cremosos y dulces. La reputación de la compañía estriba en el performance artesanal. Alegres y habilidosos, los dependientes incorporan al sabor del helado seleccionado cremas, pastas y dulces, entre porrazos de espátulas manuales, sobre una plancha de mármol y frente a la clientela. Las acciones de estos jóvenes resultan inconsecuentes. La voz narrativa pormenoriza rutinas laborales, interacciones entre empleados, conversaciones banales con la jefa y anécdotas baladíes de las vidas de los personajes y las de algunos clientes dilectos. Entre varios, sobresalen una monja que había sido compañera de Carlos de la universidad, y una mujer en sus treinta que al ganarse la lotería millonaria había dejado un trabajo que detestaba para dedicarse a tareas y placeres, los cuales incluían visitar a su madre, comer helado y bailar. También se refiere una plaga de cucarachas, ubicuas, osadas e inmunes a los químicos de un exterminador local, cuyo negocio subsistía a duras penas. En ocasiones, la voz narrativa adopta la perspectiva de las cucarachas. El mejor momento resulta de un perspicaz juego de miradas, en el que la voz narrativa acoge la mirada de una cucaracha, a cámara lenta–según precisa el texto–, la cual era polizonte en el miniván fugitivo, al tiempo que trenza una referencia a las películas de acción automovilísticas, como Fast and Furious.

De las virtudes mayores de Los días hábiles es que representa, en la acción y en la estructura literaria, lo que la voz narrativa tilda de algaretismo. Este coloquialismo de nuevo cuño proviene del término naval al garete, descompuesto, a la deriva, o a la merced de la corriente o el viento. Pero se convierte en el habla coloquial en una de sublime frase emancipada. (Aquí, sin embargo, sospecho que el texto se mofa de Antonio S. Pedreira.) Los jóvenes, a pesar de ser disciplinados, enérgicos y afanosos, carecen de plan de vida, adhesión a ideología alguna o fe en un proyecto político. Su algaretismo nace de la estructura inoperante del Estado, de las inversiones internacionales abusivas y del desmedido endeudamiento gubernamental. Sin su consentimiento, el poder colonial ha empeñado su bienestar presente y su vida social futura. Ante este panorama, los empleados de la heladería apuestan a un acontecimiento recóndito que podría arribar como deus ex machina y rescatarlos de su ergástula.  De esta manera, la trama denuncia el intríngulis de la violencia sistémica, la precariedad laboral, especialmente juvenil, y el estilo del capitalismo en zonas periféricas, como el municipio de Caguas, y en países pequeños y geopolíticamente desheredados como Puerto Rico.

Es de notar que el nombre del negocio se repite junto al lema publicitario, The Creamery: Where Ice Cream Meets Heaven, como si fuera un epíteto homérico. La reiteración plasma la proliferación de franquicias estadounidenses, administradas por jefes y dueños nacionales. Si bien este tipo de actividad comercial resulta frívolo, como las franquicias de comida rápida abundan en Puerto Rico, el ambiente de la acción revela las relaciones sociales de producción transnacionales, en las que las elites nacionales coadyuvan el poder colonial y el capital global. El artilugio literario posee un doblez. Como toda cadena de comida rápida, The Creamery mercantiliza una imagen corporativa, la cual la clientela consume junto al postre congelado. La treta de producir la identidad y lograr la reproducibilidad de esta en cualquier lugar del mundo esconde el valor de uso. La performance del local y los ritos de sus empleados son fundamentales. Es revelador que los nombres de los trabajadores sugieran identidades genéricas: v.g., Carlos (1), Carlos (2), Juan Carlos (Juanca o Carlos 3), Carla María (repite la base de Carlos; primera María), María C. (segunda María y su inicial podría ser Carlos o Carmen), Maricarmen (tercer María y quizás segunda Carmen). Esta repetición insinúa que las franquicias, tanto como el capital global, prefieren que su fuerza laboral sea uniforme y que sus empleados repitan las mismas frases de bienvenida e invoquen la esencia de la compañía en cada gesto, al tiempo que suprimen sus particularidades.

Hasta cierto punto, Los días hábiles, como otras novelas latinoamericanas de nuestro momento, se yuxtapone a las narrativas del boom. El autor manosea tópicos dominantes de ciertos textos canónicos, aunque no ausculta el canon con incisión erudita. El “muchos años después” al principio de la novela y otras referencias que palpan las temporalidades simultáneas y cíclicas son guiños intertextuales a las construcciones sintácticas de Cien años de soledad, así como la repetición de nombres, que recuerda la proliferación de los Arcadio y los Aureliano. Son obvias otras referencias intertextuales: las cucarachas que abundan en la heladería apuntan a “Metamorfosis” de Kafka y evocan el final de Cien años. Las hormigas que transportan al último heredero de los Buendía se invocan en un ensueño de Carla María: “le da la bienvenida a los tres centímetros . . . de vida aplanada, negro-púrpura, antenas filiformes . . . y cierra sus ojos e imagina que al lado de esa aparece otra . . . cientos, miles, millones salen . . . de los helados, las neveras . . . como una gran ola comienzan a adquirir tamaño . . . fuerza, intensidad, hasta que, tsunami, rompen sobre ella y la arrastran a la orilla. (160). También hay referencias a “La autopista del sur” de Cortázar y La guaracha del macho Camacho en el embotellamiento fantástico que la huelga de transportistas ocasiona: “la autopista repleta de automóviles . . . se estira desde el vidrio hasta el fin del mundo” (5).

Gutiérrez Negrón no se propone dialogar con obras canónicas o dar la pista de su propia propuesta estético política yuxtapuesta a las de sus ascendientes literarios. Estas alusiones y otras que me ahorro son cortesías, nimios homenajes, que no inscriben una genealogía literaria (y cinematográfica, cabe incluir) ni declaran una suerte de influencia. Si bien detecto un reproche lacónico a la pretensión de crear universos totalizantes o a los relatos épicos, no hay burla ni ironía tenaz. Desarmar el canon no prima. Más bien, importa respaldar la ambigüedad,  resistirse a captar el peso ontológico de sujetos políticos, órdenes sociales, acontecimientos. A mi ver, valora lo no ontológico, la insurrección desconectada del acontecimiento (pensemos en El ser y el acontecimiento de A. Badiou). Gutiérrez Negrón desconfía de la fundación de un nuevo sujeto político. No defiende la transformación de la historia nacional, regional o global. El evento ni provoca una toma de consciencia en los personajes, ni los emancipa, ni funda una república.

En este sentido, la Carla María de 2016 que recuerda el 2005 e interroga las labores en la heladería, las amistades y el robo de ese viernes, 22 de julio, infructuosamente busca el peso ontológico de su pasado.  Imagina lo que habrá ocurrido con sus compinches después de la fuga. En el capítulo veintiuno, se reencuentra con Carlos, uno de sus compañeros de antaño, a quien no había visto desde aquella noche remota. A pesar de que estaba incluido en el plan, este Carlos sorteó el robo y fue abandonado en el estacionamiento del centro comercial. (El otro Carlos, sí participó).  Carla María considera que esa noche “bien pudo haber sido la noche más importante de sus vidas, ¿o no? (163). Cavila mientras conversa con Carlos y se desdobla como personaje: “Sí, se dice la Carla María que observa a Carlos y a Carla María hablar, . . . los dos quieren saber algo . . . porque gran parte de los últimos cinco o diez años los han pasado diciéndose que no es posible que los mejores años de sus vidas estén ya en el pasado, que . . . hayan ocurrido dentro de una heladería que a todas luces odiaron” (163-64). Ponderar ese momento y el robo, como un lugar desde donde emerge una subjetividad emancipada.  Pero este valor se anula en última instancia porque los ladrones se arrepintieron después de la fuga, esa misma noche, después de haber evadido el hiperbólico embotellamiento causado por la huelga de transportistas, al llegar a su madriguera escondida en un barrio recóndito de Utuado, la pandilla decide regresar al lugar del delito, devolver el dinero a la caja registradora y desbandarse. Anulan la insurrección. Se doblegan al poder dominante. Tal vez esta rendición, por voluntad propia, caracteriza el algaretismo, o imputa confusión, apatía o apocamiento. O puede que manifieste que la fuga es una utopía, que la emancipación es imposible.

Guillermo Irizarry (BA Drama, UPR–Río Piedras; PhD Estudios Hispánicos, U de Texas—Austin). Profesor Asociado en la U de Connecticut—Storrs, ha ocupado puestos académicos en UMass—Amherst, Brown, Yale, Bucknell. Autor de José Luis González: el intelectual nómada (Premio de investigación y crítica del Instituto de Literatura Puertorriqueña, 2007) y de ensayos publicados en varias revistas incluyendo Centro, Revista IberoamericanaLa TorreChasquiLatin American Theatre ReviewLatino Studies Journal y Revista Canadiense de Estudios Hispánicos. En UConn dirigió el Instituto de Estudios Puertorriqueños y Latinos y el Departamento de Estudios Hispánicos

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