Stephanie Mercado reseña a Melanie Pérez (Puerto Rico)

Melanie Pérez Ortiz. La revolución de las apetencias: el tráfico de muertos en la literatura puertorriqueña contemporánea. San Juan, P.R.: Ediciones Callejón, 2021. Pp. 414.

De efigies, fantasmas y ancestros: Teorizando la generación inquieta en el nuevo libro de Melanie Pérez Ortiz.

Cuando comencé mis estudios literarios, en mi ignorancia de novata, jamás imaginé que en Puerto Rico se escribiera tanto. En una búsqueda de libros de nuestra literatura, de libros que ya no se publican –ya sea porque las editoriales que los publican ya no existen, o porque simplemente la precariedad del país no lo permite –el escritor Rafael Acevedo me regaló unos cuantos, a la vez que me comentaba que “aquí hay tanto libro escrito y publicado, que si pateas una mata, salen cien.” Por eso es que siempre serán necesarios y esperados libros como este de Melanie Pérez Ortiz, porque a pesar de que se publiquen tantísimos libros en el archipiélago, y que se realicen un sinfín de análisis sobre la literatura puertorriqueña, siempre habrá otros textos, nuevos textos y nuevas y distintas formas de dialogarlos.

Marta Aponte Alsina. Xavier Valcárcel. Nicole Cecilia Delgado. Yolanda Arroyo Pizarro. Sergio Gutiérrez Negrón. El mismo Rafael Acevedo. Entre otros tantos. Imprescindibles.

Partiendo de un estudio lacaniano, La revolución de las apetencias: el tráfico de muertos en la literatura puertorriqueña contemporánea analiza esta gran cantidad de escritores y textos puertorriqueños; el enfoque primordial de la autora está en aquellos de la generación del setenta y más a fondo de aquellos contemporáneos, y que se encuentran en lo que la autora denomina la generación inquieta. Sí, Pérez Ortiz nos habla de la muerte y los muertos, de los muertos en los textos literarios, de quienes los escriben y de quienes influyen en ellos. Hablar de los muertos –de nuestros muertos—es imperativo sobre todo para hablar de la supervivencia y la fuerza colectiva, necesarias para forjar algo que nos una, ya sea rechazando al estado, a ese sistema neoliberal que intenta devorarnos, mientras se forjan permanencias y fugas otras. Este es el interés de Pérez Ortiz: presentarnos lo que se va forjando. En los cinco capítulos de este libro, la autora nos explica y analiza la literatura puertorriqueña contemporánea a través del diálogo de éstas con otras tantas; las historias de los ancestros de quienes escriben (y que incluyen no sólo historias y ancestros insulares, sino también globales); la creación de mitos; y la memoria histórica, que sirve para crear, invocar y subrayar esa herencia simbólica que queda impregnada en nuestros cuerpos e identidades individuales y colectivas.

Pérez Ortiz denota también cómo los autores discutidos en este libro ven necesario el silenciamiento y enfrentamiento hacia ciertas efigies, a la vez que esta generación inquieta va recuperando otras, ancestros y fantasmas que los autores ponen a dialogar para “ver qué nos dicen para ir descubriendo qué hacer con los relatos que nos lanzan” (63).

A través de su acercamiento sostenido en el psicoanálisis tanto de la tríada edipiana como de la Antígona de Judith Butler, la autora expone los fantasmas—la fantasía en esta literatura, que es engendrada a partir de violencias que fueron o van superándose, usualmente dentro del contexto colonial. También, Pérez Ortiz despliega en distintas ocasiones esa idea en que hay experiencias otras, que no pueden ser explicadas en el lenguaje imperial y empírico, productos e instrumentos del capitalismo neoliberal. Por ejemplo, en el quinto capítulo, Me hablan desde allá, la autora nos explica cómo la experiencia de la diáspora es narrada a través de una política desincorporada, en donde no necesariamente existe un enlace diáspora/insular, sino uno en donde los ancestros de otros mundos se unen con los de estos sujetos, capaces de establecer o crear espacios comunes a partir de estas relaciones.

Así también, Pérez Ortiz analiza líneas en donde los narradores se saben muertos, de cuando se percatan de que es porque ya no creen en esos que ya no están. Melanie nos dice que la voluntad de ruptura con el pasado “es lo que provoca que todos los personajes parezcan muertos en vida,” que ellos “están huérfanos y escapan, cada cual su propio fantasma paterno” (353). Esta narrativa se repite varias veces en las lecturas que hace la autora. Por otra parte, Pérez Ortiz discute cómo hay personajes y autores claves en la literatura puertorriqueña que intentan escapar de los fantasmas de sus historias, de sus genealogías, de algunos ancestros (desde los personajes de Manuel Ramos Otero, hasta Cezanne Cardona). Y por su parte, propone que a veces hay que quedarse, aceptarles, invitarles a pasar, a entablar conversaciones, o rebuscar bien por qué están o no ahí. Así también, nos recuerda que hay escritores que alientan y alimentan a los fantasmas (como Meléndes y Acevedo), pero de que no se trata de permear una tríada edipiana, sino de “ser cómplices de los ancestros, con las victimas del daño colateral” (209), mirarlos, conversar con ellos, aprender y gozar con ellos. Se trata de hablar del trauma (colonial, caribeño, puertorriqueño), del deseo hacia y con el otro; de fantasías que nunca fueron realizadas o que fracasaron. Estos autores, de cierto modo concluye la autora, buscan narrar lo maravilloso de este archipiélago sin adherirse a estéticas canónicas porque siempre nuestra cotidiana realidad –siempre—va más allá.

Stephanie Mercado-Irizarry es candidata doctoral en el programa de Literaturas, Culturas e Idiomas en la Universidad de Connecticut. Posee una maestría en estudios latinoamericanos y caribeños de dicha institución, y recibió su bachillerato en Ciencias Políticas de la Universidad de Puerto Rico en Río Piedras. Su investigación transdisciplinaria se enfoca en la literatura caribeña y el muralismo puertorriqueño contemporáneo.

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