Giselle Román Medina reseña ‘Musa paradisíaca’ de raúl rodríguez freire (Chile)

rodríguez freire, raúl. Musa paradisiaca. Chile: Mímesis, 2025. 324 páginas

Me produce admiración apreciar cómo conversaciones e inquietudes que le hemos escuchado al chileno raúl rodríguez freire en el último tiempo, se entretejen finalmente en este libro. O si queremos una metáfora vegetal cursi, pero válida, florecen con audacia intelectual en el concepto y objeto del banano; del guineo o plátano diría yo.  Musa paradisiaca (2025), compuesto por dos tomos, un ensayo escrito y otro visual, reconstruye relatos y trayectos, pero también los reimagina, en la medida en que hay una apuesta por el pensamiento estético con mirada futura que es consecuente en su forma, y que invita a sacar la imaginación de un estado de anestesia.  Espero adelantarles un poco del cómo y el por qué, para que se animen a leerlo.

En las últimas décadas hemos presenciado cierto auge en investigaciones que se enfocan en un objeto o producto de la historia del capitalismo, por ejemplo, Autobiografía  del algodón (2020), de Cristina Rivera Garza,  PR3 Aguirre (2018), de Marta Aponte, o Rubble. The Afterlife of Destruction (2014), de Gastón Gordillo, por solo mencionar una breve muestra.  Sin embargo, es un modo de hacer investigación que ya podíamos observar en un libro como el de Sydney Mintz, Dulzura y poder: El lugar del azúcar en la historia moderna (1985), e incluso más atrás, en el Contrapunteo del tabaco y el azúcar (1940) de Fernando Ortiz. raúl hace dicha genealogía explícita al precisamente abrir con una cita a Mintz la Musa en el museo. De la bananización del mundo, el primer tomo del libro. Si ya se había hecho la historia cultural, antropológica y económica del azúcar, faltaba la del banano, ese producto colonial que más o menos la desplaza y le quita protagonismo sobre todo en el siglo XX, aunque, se nos mostrará, el experimento comenzó mucho antes, en el siglo XVI en la isla de Madeira. El segundo tomo, Formas menores de la plantación. Filatelia, botánica y colonización, es un ensayo visual compuesto por una colección de sellos, que muestra precisamente al correo como vía clave de transporte de mercancías, acompañando así la reconstrucción verbal de una serie de traslados y rutas, que se hace en el primer tomo. Mientras leía cómo la United Fruit Company controlaba en Centroamérica la infraestructura para el transporte y las comunicaciones, no podía dejar de pensar, como persona de 2025, en Amazon, mencionado por raúl, o Shein, cuyo éxito comercial en gran parte lo garantizó una gran inversión en rutas y transporte que acorta los tiempos de traslado.

Considero que el libro de raúl exhibe un cosmopolitismo profundamente caribeño, en la medida en que si bien sabemos que hay un apoyo y dominio exhaustivo de la bibliografía contemporánea en torno al antropoceno, y el plantacionoceno, como lo son, por mencionar las más conocidas, las elaboraciones de Donna Haraway y Anna Tsing, observamos también una amplia biblioteca de conexiones que revelan las caras múltiples de la modernidad. Acá no puedo dejar de pensar en esos productos que nos cuenta Michel-Rolph Trouillot, en Global Transformations: Anthropology and the Modern World, que van de un lado al otro del Atlántico transformando el paisaje caribeño. También pienso en las materias primas de los lugares colonizados como estímulos de la modernidad, como nos cuenta Julio Ramos en su antología Droga, cultura y farmacolonialidad (2018) -junto con Lizardo Herrera-, a quien  raúl agradece su hospitalidad durante su estadía investigación en Puerto Rico el pasado año.  La banana es objeto comestible, mercancía, pero es también figura retórica, metonimia, nódulo, y, muy relevante en la tesis del libro, clon o copia.  No es casual que el arte haya representado a la banana en ambos lados del Atlántico, y tanto en el norte, como en los sures. Sin embargo, el relato desde la perspectiva de los países productores ofrece una versión material que se suele obliterar en el arte que han producido artistas de los países consumidores.

Me voy a permitir una comparación, defectuosa por demás, pero que quizás permita trasmitir una idea. Si para Lezama Lima hablar del barroco americano no era solamente hablar del arte barroco: implicaba una forma de vida, una disposición en el mundo, plasmada en escritura, muebles, arquitectura, banquetes, es decir, todo un fenómeno de múltiples dimensiones, complejo, que hoy en día diríamos, era merecedor de un tratamiento interdisciplinario, la banana, en su dimensión material y simbólica, también abarca muchas capas y ámbitos que exigen una mirada interdisciplinaria capaz de trasladarse geográficamente y temporalmente. Ésta es precisamente la mirada interdisciplinaria que raúl nos comparte en este libro. La banana condensa una economía y paisaje con radicales consecuencias y transformaciones culturales de todo tipo, en todos los ámbitos de la vida moderna. raúl nos muestra cómo esta mercancía, y otras, pero ésta con particular protagonismo, estimulan el traslado violento y forzado de cuerpos, rutas, embarcaciones, inventos como la refrigeración y mucho más; tiene un impacto en el medio ambiente que lo cambia irreversiblemente, y a su vez, en tanto producto, permite explicar bien por qué no hay tal separación entre naturaleza y cultura. Bruno Latour, nos sugiere raúl, pudo muy bien haber usado la banana como ejemplo en su libro Nunca fuimos modernos.

El libro de raúl es profundamente caribeño, además, porque su apuesta por el arte se alinea con la de Edouard Glissant, específicamente con su forma de pensar la diversidad, y el lenguaje poético como una resistencia a la estandarización. En lo personal, este es un libro que toca muchas de mis preocupaciones como investigadora, compartidas con raúl, sobre todo en relación a modos de vida “ociosos” o “aplatanados” -ya lo explicaremos- de manera que puedo decir que de ahora en adelante será una referencia ineludible en mi propio trabajo.

Sin embargo, no voy a negar que en un comienzo había al menos para mí, algo de misterio y hasta de dudas por la conexión audaz que raúl observaba entre bananas y plásticos. El libro declara ser parte de una investigación más amplia titulada “Formas de la ficción: la plasticidad en el atardecer del mundo” y ya le había escuchado al colega referirse a este nexo.  Pero nada mejor como materia de investigación y también de narración, que el misterio. El libro se encarga de disipar las dudas convincentemente en su reconstrucción de la trayectoria de conexiones que abarcan diferentes momentos históricos y lugares geográficos, a partir de lo que ha sido, en principio, una mercancía orgánica -no en el sentido de cultivada sin pesticidas-, que no es menos artificial, ni repetible o copiable, que una banana de plástico. Y esto es clave, la deconstrucción del “modelo”; raúl nos muestra que estamos ante copias.  Ojo, no estamos afirmando que sea lo mismo comerse una banana de poliestireno que una perecedera, nada de intentarlo.

En Musa paradisiaca aparecen muchos actores humanos, no humanos y deshumanizados y en la banana, producida masivamente bajo la modalidad de la plantación, convergen imperio, colonialismo, ciencia e ideologías, pero también contra-relatos y, mejor aún, contra-plantaciones de potencial plástico infinito, entre las que se destacan los jardines de provisión o subsistencia, formas lentas del cultivo, formas no escalables, donde la sociabilidad entre los actores es posible. La banana, la forma de producirla masivamente a través de la plantación, y la plantación en sí, homogeniza y empobrece al mundo, aísla, no es una economía de la cooperación, y convivencia, ni de la imaginación, sino de la reiteración de lo mismo, la copia de la copia que anestesia la imaginación, el pensamiento poético y utópico, y la posibilidad de pensar que otras formas de vida son posibles. La lectura a contrapelo que hace raúl del término aplatanamiento en el puertorriqueño José Antonio Pedreira, resulta muy sugerente.  Pedreira la usaba casi como sinónimo de anestesia, para quejarse de que los campesinos puertorriqueños, influidos por el paisaje, eran perezosos y no producían. raúl nos convence de que lo que aplatana es el modo de producción de la plantación, pero en realidad acá se sugiere que son los consumidores alienados del modo de producción los aplatanados en sentido de anestesiados. El aplatanamiento de los trabajadores que conocen el modo de vida y producción de las plantaciones, y que intentan evitarlo, por otra parte, están más que sensibilizados para la producción de una contra-plantación, que se lee desde la mirada de la elite criolla y de la imperial, como pereza. El aplatanamiento, para algunos será anestesia, pero para otros estética y modo de vida alternativo.

La plantación anticipa el modo de producción industrial del plástico. Además de que se depende del plástico para su transporte masivo. El plástico, como concepto, es también un fármaco. Por un lado está el plástico, derivado del petróleo, ese que llamamos polietileno, polipropileno o policloruro de vinilo, cuya producción y uso ha alterado profundamente la geología de este planeta, y ha aportado al efecto invernadero y a la extinción y peligro de extinción de numerosas especies. Pero, por el otro, tenemos el plástico como potencia y ficción, como la posibilidad de plasmar lo que no estaba o existía. Entonces, el libro, además de hacer una crítica profunda al plástico industrial, y la plantación como forma de producción interconectada, rescata la plasticidad o el plástico como ficción. Repito, hace una crítica profunda del plástico en cuanto plasmación distópica que termina por precisamente suprimir, y anestesiar, la imaginación, para pensar con plasticidad, en otra posibilidad de mundo.

 raúl llega a estas conclusiones a partir, precisamente, de las artes plásticas, y  también de la literatura y el cine, identificando dos prácticas y genealogías opuestas. Por un lado, las obras de Titus Carmel, Andy Warhol, Raymond Quenou y Alain Resnais, en las que la banana de la representación artística no se diferencia mucho del plástico industrial en la medida en que aparece también como mera repetición o copia fantasmagórica (alerta, son creadores que respetamos, pero que con la banana, se equivocan). Del otro lado, la representación de la banana sobre todo en las artes plásticas de los artistas puertorriqueños Gamaliel Rodríguez, Francisco Cabanillas, Miguel Luciano y Gabriella Torres-Ferrer,  y también de la literatura de una Jean Rhys, Miguel Angel Asturias, Gabriel García Márquez o más recientemente, Fred D’Aguilar,  en la que no se borra la historia material de la banana.  La primera de estas dos formas de representación de la banana anestesia e impide imaginar otras formas de vida, la segunda, reconstruye la historia para mostrar posibles caminos de resistencia. raúl, en la línea de pensadores como Walter Benjamin, además del ya mencionado Glissant en lo que refiere a su pensamiento poético sobre la diversidad, apuesta al arte como resistencia a la mera repetición fantasmagórica y como imaginación.

Dicha apuesta contra la reproducción del statu  quo, no es sólo una declaración temática de principios sino que se realiza formalmente en el libro, en la medida en que se aleja de las formas estandarizadas del libro académico, siendo en este sentido muy consecuente, entregándonos a la vez un estudio y una narración, una novela de la banana, con sus peripecias y  transformaciones. Pese al horror que encontramos muchas veces en lo narrado, da gusto leer sus capítulos como cuentos que se hilvanan en una narración más amplia, en la que las motivaciones y pasiones personales de los agentes también forman parte para bien y para mal de la historia. Asimismo, raúl, también va reconstruyendo y compartiendo su propia trayectoria personal como investigador, la materialidad misma de las experiencias que moldean, impulsan y posibilitan el relato: lecturas, charlas con colegas, viajes.  Si estamos tentados a decir, a modo de analogía, que también da gusto comerse una banana, a pesar del horror de su producción, me adelanto a rebatirla, afirmando que no es lo mismo comer una banana de supermercado que una cultivada en un jardín de provisión. No saben igual.

Al comienzo mencioné que era un libro profundamente caribeño. Pues bien, el libro comienza en Centroamérica, y pasa desde luego por diferentes localidades geográficas, en las que muestra cómo las rutas entre metrópolis y colonias o excolonias, han producido una balcanización/bananización del continente americano. Sabemos que los países latinoamericanos y caribeños no están bien conectados entre sí, que conectarlos y pensarlos en cuanto a unidad, es más un proyecto (y un deseo) que una realidad concreta. Debo decir que este libro me ha convencido de que confundir Centroamérica con el Caribe, como sucede a menudo en Chile o en Argentina, no es siempre un error, no cuando se muestra cómo la historia de estas regiones, pese a sus también profundas diferencias, se interconectan a través de la plantación y las migraciones de trabajadores. Ojalá podamos seguir conectándolas más de otra manera, abriendo nuevas rutas intra-latinoamericanas, sur-sur, Centroamérica-Caribe, por donde también circulen y se plasmen otras formas de habitar y de imaginar, es decir, a través de existentes e imaginadas contra-plantaciones.

Musa paradisiaca es un libro que sensibiliza gracias a que a través de la literatura

“comprendemos que el llamado reino vegetal se mueve por un instinto, el de vivir. Y es mimetizándonos con él, aprendiendo de él, en lugar de ordernarlo y controlarlo, que la humanidad recuperará la sensibilidad que la plantación le anuló”.

Y, sobre todo, es un libro que aplatana de forma innovadora, gracias a que en los márgenes de

“cada surco cultivado puede leerse una historia de resistencia”.

Giselle Román es profesora del Instituto de Literatura y Ciencias del Lenguaje de la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso, Chile. Su trabajo se enfoca en las literaturas del Caribe y los estudios críticos sobre la atención, el ocio y las estéticas de lo no productivo. Es autora del libro Una tropicalidad atípica: Molina, Perlongher y Cucurto (Editorial La Cebra, 2020), donde propone una lectura descentrada de la literatura argentina y caribeña a partir de zonas de opacidad, lentitud y resistencia a las lógicas culturales dominantes. Ha dirigido proyectos en torno a los “lenguajes opacos de la tropicalidad caribeña”, incluyendo una investigación sobre el ocio como forma de disidencia epistémica feminista. Actualmente desarrolla el proyecto Para-literatura: autoayuda y ayuda mutua en la literatura caribeña (Fondecyt 1240033), que indaga cómo ciertos textos híbridos entre escritura terapéutica, poéticas barrocas y crítica social reconfiguran los límites de lo literario en el Caribe contemporáneo. Su labor conecta investigación y docencia, trabajando activamente por la descentralización del conocimiento desde una región del Sur global.

 

 

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