Félix Códova Iturregui. Tambor de espuma: el poemario de la voz. San Juan, Santo Domingo: Isla Negra Editores, 2011.
“La poesía es como el viento, o como el fuego, o como el mar. Hace vibrar árboles, ropas, abrasa espigas, hojas secas, acuna en su oleaje los objetos que duermen en la playa…”
José Hierro (España, 1922–2002
¡Oh, qué mundo de visiones no vistas y de silencios escuchados, este país insustancial de la mente!
¡Qué esencias inefables estas remembranzas intocadas y estos sueños no revelados!
¿Y la privacidad de todo ello? Un teatro secreto de monólogos impronunciables… la invisible mansión de todos los estados de ánimos, meditaciones y misterios, una estación infinita de decepciones y descubrimientos.
Walt Whitman, New York, 1819 –1892)
En estos dos epígrafes quiero adelantar, del poemario Tambor de Espuma, su poética y su fondo. El primero porque registra una “alegría interior” tan presente en esta poesía, como en la del poeta José Hierro sabiendo, al decir de este, que “aquel que ha sentido alguna vez en sus manos temblar la alegría, ya no podrá morir nunca.” Y estoy convencido que, con esta obra, Félix pasó por la experiencia de ver temblar la alegría en sus manos. En el segundo epígrafe por esa estructura oculta que descubre la identidad de múltiples voces, trascendentes e invisibles.
Este es “el poemario de la voz”. Ya he dicho que es una poesía trascendental y de una espiritual rareza, del intelecto, que refiere ir más allá del límite, generalmente el del espacio (lengua, cuerpo, paisaje, ciudad) y el de la voz (sonido, ritmo, canto, música, movimiento). Pero también es el poemario de las fronteras, ir más allá de los límites de lo aprendido o estudiado, de esa cultura oficial del simplismo o de la desnudez y de esa otra cultura que insiste en la negación de lo que somos. De manera que ambas quedan sustituidas en una búsqueda íntima que revela el fondo multitudinario de voces que inciden pero que se funden en el ser que somos, adquirir el sentido de ir más allá de la voz que conquista el lenguaje, y la ciudad que puebla el vacío. Entonces esta poesía adquiere también un carácter de finalidad que ha de cumplirse como lo esencial, que se convierte en el fundamento y sentido de todo lo que hace.
La gran cuestión es, cómo expresar esa [otra] realidad. Aquí, más que poemas que hablan sobre el Ser, lo que cuenta son los poetas que hablan con el Ser, como los místicos y los profetas, cuyo testimonio no puede ser negado, por tan íntimo y personal. Me interesa como un estudioso de Marx y soñador de imposibles como lo es Félix Córdova Iturregui articula formas poéticas en este poemario para referirse al Ser. Quiero atender tres[1]: La primera su trascendencia. El Ser es tan lo otro, que todo lo que decimos de él es una verdad tan inasible como la espuma o el viento o la voz. La segunda habla de la inmanencia. El Ser, en estos poemas, es experimentado de forma tan intensa que se manifiesta en cada cosa nombrada. Así aparece enraizado dentro del mundo al punto de poder llamársele con multitud de nombres: voz, paisaje, viento, agua, fuego, hombre o dios. La tercera habla de transparencia. Busca un camino intermedio. El Ser no puede ser pura trascendencia, pues si así fuese, ¿cómo sabríamos de él? Entonces hay una relación con el mundo. Anunciar un Ser sin mundo lleva fatalmente a un mundo sin Ser, creándose el vacío. Tampoco puede estar tan mezclado a las cosas que acabe siendo parte de ellas, cosificándose en la estatua de sal de la mujer de Lot. El Ser será, pues, fundamento, sustancia y contenido.
Es este uno de los haberes del poemario: afirmar que la trascendencia se da dentro de la inmanencia sin perderse en ella, de lo contrario no sería realmente trascendencia. Cuando esto ocurre la realidad deja de ser trascendente o inmanente para ser transparente. Por eso se complica más este intento de acercamiento, que quiero hacer, bajo la sugerencia de una “crítica a la razón pura”.
Esta misma “poesía”, reclama que la dificultad es tanto de ella como del que la lee. Atendamos un fragmento del poema Portal.
Portal[2]
Si te da trabajo, lector, cruzar mis líneas
y recorrer mi ciudad de sueño
con sus voces fantasmales,
casi líquidas,
o liquidadas en tu afán diario,
no te quejes si todavía entre tus manos permanece
un hilo tenue de sentido
y piensa que coloco ante tus ojos un espejo difícil,
un espacio de luz y sombra
donde podamos indagar sobre lo humano.
En esta poesía se busca algo que ya tenemos, pero que esa búsqueda vale la pena. Y mientras avanzamos en su lectura podemos encontrar que lo perdido estaba oculto detrás de la memoria o en el olvido. Les voy a contar una anécdota breve para aclarar mi experiencia ante esta lectura. “Un profesor preguntó a sus estudiantes el primer día de clases: ¿Quiénes son ustedes? Y luego señalando a cada uno continuó con la misma pregunta: ¿Quién eres tú? ¿Tú quién eres? ¿Y tú? Unos contestaron con su nombre, otros sumaron apellidos, lugar, color de piel, país y tantos otros criterios sin lograr complacerlo. Algunos llegaron a sentir que era poca cosa la descripción dada. Y la inconformidad fue evidente, la insuficiencia del lenguaje para describir el ser que somos. No tardó alguien en devolverle la pregunta al profesor: ¿Y usted, quién es usted? Hubo silencio, parecía una situación de quebranto y desafío. Aquella voz, representativa del grupo, parecía estar jugándose la vida o la “nota”: Sí, ¿Quién es usted? Dice otro. Yo era aquel profesor. Vamos a pausar y luego termino con la historia.
Tambor de espuma intenta contestar este enigma, mejor de lo que un profesor “acorralado” por sus estudiantes respondería. Para ello tuvo que salirse del orden discursivo y comenzar con un título, que desde su inicio advierte un sonido “sordo” entre el tambor y la espuma. Un sonido que es tan posible (o imposible) como la controvertible imagen que lo sustenta.
Descubrir la voz del que habla es descubrir al hablador. Para ello se requiere una agilidad mental que rebota tan cercana a la de un viejo sabio. Porque reconocer la voz es conocer al hablante. El lector descubrirá una escritura que trasciende, incluso, el lenguaje que la transporta. Una ordenación que requiere dominio y destreza de la voz llevada o montada sobre un lenguaje extraño. Cito de
El cuerpo de mi país [3]
Camino una lengua extraña
y es la mía. Su ritmo
me persigue como un sueño.
Sus calles cruzan mi ser
y soy forastero en mí
y cuando salgo a su frontera,
miro,
y veo mi imagen entrando en ella.
La veo formarse desde mi olvido
como una ciudad inquieta:
los ritmos sudan en ella
y se llena con voces ajenas
invadiendo al invasor.
Hay una sensación esquizofrénica que viaja a través del poemario. Siempre he pensado que la esquizofrenia no es una enfermedad mientras la reconozcamos. Más aún, pienso que es una virtud, y una condición humana. Ver lo otro que habita en mí es válido, es bueno, es ser consciente de mis desigualdades, lejanías, contradicciones, acoplamientos e incluso las diferentes decisiones y oportunidades pasadas y futuras dejadas o elegidas. Siempre habrá una inclinación o preferencia misteriosa que exige cumplirse, una búsqueda que necesita un hallazgo. Aunque llegue y no lo sepamos o nunca se consiga. Volvamos al poema:
Observo la multiplicación
que me duele por todo el ser.
Mi ojo oye y es más que un ojo,
mi oído mira y es más que un oído,
mis dedos tejen cielo y tierra,
mientras mi lengua crece
como un nido donde suenan
otras lenguas, ritmos hondos
como el nudo de lo finito
y lo que no se acaba.
Camino una lengua extraña
y es la mía
y en ella se abre tenso
el cuerpo de mi país.
La distinción es clara “Voz” y “Lengua” no es lo mismo. Pero la voz crece y se descubre ocupando una lengua-cuerpo-ciudad que también crece mientras la carga. Como si una y otra forcejearan y en ese cuerpo a cuerpo de los sentidos que transgreden el ojo oye, el oído mira y la lengua cambia para llegar a ser lengua de la voz.
No estoy seguro si aquellos estudiantes, que me sintieron acorralado, (y es lo que sospecho) pudieron entender si la lengua o el cuerpo constriñen o liberan la “voz” que la habita. Pero pudieron leer, en la poesía Tambor de espuma, el fondo inequívoco de “una voz” por el que sale su habitante y se comunica. Hay que atender bien esa complejidad, porque este es el poemario de la voz que se define en contradicciones y desencuentros. Igual a la imagen “que llega cuando se despide” como observa el poeta. No somos nombre ni lenguaje ni cuerpo sin un habitante que los sostenga. Pero ese habitante movedizo, indefinible “Ser que somos”, estremece por su devenir intenso, intimida y asusta por lo enigmático de su condición. Como si una multiplicación de sombras le salieran por la espalda, voces hablando, y un cuerpo también creciendo en un país que no existía:
En un país que no existía[4]
Nací otra vez allí
más desnudo
que el día en que nací.
Sobre el agua
y sin tierra,
sobre la tierra
y sin agua:
allí nací
otra vez
en un país que no existía.
Este país que no existía es el país que ahora existe porque la voz conquistó al lenguaje invadiéndolo de nuevos sentires, recuerdos, ritmos, luces y sombras. ¿Quién puede refutar un recuerdo, esa pasta de luz donde la sombra respira?, dice el poeta. En adelante el planteamiento se abre a laberintos insospechados. No es solamente que revele al ser que somos en una ciudad creciendo y una voz inasible, es la conversión de una poética de la identidad. Escuchen el Poema El ser que soy:
El Ser que soy[5]
Por encima y por debajo de la piel transita
el imposible ser que hace posible
ser
el ser que soy,
donde me invento,
poderoso polvo magnífico de imagen,
los dedos magos sacando sueños del tambor,
hilando sus hormigas voladoras
en hilo de guitarra, con su preñada sombra,
con su ojo de sangre todavía mirando
la palpitación de un ser metido en aire
y en aliento de vacío
dando rienda suelta
a la silueta de los sueños
ya por el tiempo perforados.
En este texto el Poeta continúa siendo, pero otro ser asoma, como si una sombra le creciera por la espalda, para descubrir lo que ya sabía y no decía: ser el País que se revela mientras se realiza. Todavía está ahí su fuerza dramática, el manejo de la lengua, la compleja construcción, la denuncia del otro, la pasión por la justicia. Pero ahora, un ángel, espíritu travieso, trasluce en la voz hasta el paisaje aparecido. En el principio era la palabra… y la oreja del recuerdo y del paisaje adentro de una danza. Yo quiero acercarme a la poesía de Tambor de espuma pero se mete en mí, antes que yo en ella. Deseo escribir de ella pero me ahogo, algo mío ya la habita como a todos los que se identifican con ese país insustancial de su cuerpo. Estos poemas nos evocan una épica, un canto general, pero están por igual cerca de una poesía trascendental, espiritual pocas veces definible. Tambor de espuma es como una paradoja: inasible tambor que desentraña historias, olvidos y futuros. Hay en esta poesía ecos de Whitman, Matos Paoli, José Hierro y tantos otros. No creo sea un ejercicio voluntario pero tampoco es una coincidencia. Para el poeta son espectros de voces exhumadas de todos los otros, que pudieron escribirla y no lo hicieron, porque aquellos sabían de antemano, no sé cómo, que lo haría el poeta Félix Córdova Iturregui.
[1] Trascendencia-Inmanencia-Transparencia, Leonardo Boff, Revista Servicios de Koinonía, diciembre 14 2007.
[2] Tambor de Espuma, Félix Córdova Iturregui, Isla Negra Editores, 2011, p.11
[3] ibid, p.18
ibid. p.47
[5] p. 29
«La gran cuestión es, cómo expresar esa [otra] realidad. Aquí, más que poemas que hablan sobre el Ser, lo que cuenta son los poetas que hablan con el Ser, como los místicos y los profetas, cuyo testimonio no puede ser negado, por tan íntimo y personal.»
«En esta poesía se busca algo que ya tenemos, pero que esa búsqueda vale la pena.»
Bello Ángel. Esa es la cuestión, y en esas dos citas descansa buena parte de mi definición de lo poético. Gracias por escribir esto. Habrá que comprar el tambor de espuma!!
Gracias tú Margarita, esas palabras solidarias me hacen joven.an