La ecualización auditiva
Rafael Espinosa. Amados transformadores de corriente. Lima: Álbum del Universo Bakterial, 2010.
Extraño es el ritmo con el que se fragmentan las imágenes de Rafael Espinosa en Amados transformadores de corriente (2010), a pesar de sustentarse en tramos de vida sencillos y cotidianos. En la primera sección del libro, un oficinista en su día libre transita por el mar, visita la casa de su madre, se detiene en un parque y retorna al desvelo de la noche. En la segunda sección, este tránsito se vuelve en una frecuentación interior: el pensamiento se dirige hacia un hijo lejano y la figura de un músico, Marvin Gaye, quien tuvo una relación conflictiva con un padre autoritario. ¿A qué se debe entonces el extrañamiento que produce leer Amados transformadores de corriente? A la forma como se articula el lenguaje con vocablos inusuales para abordar temas usuales en nuestra poesía. Los poemas asimilan términos de la sociedad de consumo, la industria de la música, la economía, el gimnasio y la tecnología que, sacados de su circulación práctica, son usados para construir imágenes novedosas sobre el desvelo, la memoria, el desamor, el mar o el cielo de Lima. Sin duda, esta es una forma de cuestionar el lenguaje de la tradición poética aunque también otra forma de enriquecerlo, por eso entre tradición y disidencia se produce una grieta desde donde emerge la música de Rafael Espinosa.
En Amados transformadores de corriente el uso del lenguaje de la sociedad de consumo no es accesorio, se corresponde con la visión de un enunciador alienado con su medio de trabajo y que con esta visión mecanizada percibe y enuncia la realidad. El lenguaje técnico le sirve para desestructurar la realidad pero evidencia a su vez a un sujeto desestructurado. Este descolocamiento vital que se acentúa en lo laboral es explicado, en el poemario, por la exposición a un engranaje social hostil y por el desamparo que produce la ruptura con el vínculo del ámbito maternal. Por eso, el primer poema del libro instaura el deseo de “ser una radio”, una forma de liberarse y desaparecer como un sonido “inalienable” que congrega seres disímiles y se expande como música en el entorno.
La apropiación de este lenguaje de la economía de mercado, le permite además al libro realizar dos cuestionamientos: leer la realidad transformando el paisaje natural en un paisaje tecnológico, cuestionando así los valores que sustentan este lenguaje, basados en la comercialización y la devastación del ecosistema. Y, en el orden de lo poético, alejarse con fastidio del mandato de la inspiración lírica, sobre todo el vinculado al canto de la naturaleza, pues los cantos de las aves se mecanizan y vuelven música serial. La consecuencia de esta postura es que, por momentos, lo prosaico se insinúe en la conformación de los poemas con líneas narrativas que parecen quebrarse formando los versos de donde emergerá lentamente una escena. De esa manera, la generación de sus imágenes no se deberá al impulso de la respiración del recogimiento místico sino a la disonancia de una música de tensión urbana, que llevará a convertir “los hechos en acordes”, y cuyos sonidos se registran en los versos como en las barras de los ecualizadores.
En ese sentido, la visita a la madre, con la que se inicia y termina el libro, graficará también el deseo de volver a la matriz del lenguaje, pues será la búsqueda de un lenguaje primordial, enrareciendo sus sonidos y acentuando sus giros poco frecuentes, lo que exigirá en quien produce los poemas, y en quienes lo recepcionan, un “leve cambio de la ecualización auditiva”. Los poemas funcionan, de esa manera, como “transformadores” de “lo corriente”, entendido esto último, como lo habitual y frecuente en el orden del lenguaje.
Una sensación de rara belleza y precariedad persiste en el ánimo al terminar de leer Amados transformadores de corriente, aunque pronto debamos abandonar cualquier vestigio de abatimiento, porque el poemario realiza un gesto que acaso ya insinuaba en su invasivo e intenso color naranja: coloca al final de sus páginas un “Índice onomástico y temático” con un listado de temas que se dirigen a las páginas interiores del libro, caen sin orden sobre todos los poemas, los reescriben y bombardean con una sonrisa de burla, agujereando cualquier niebla de melancolía.
En la mañana soy refractario
a la música de las esferas.
Apenas puedo soportar la banda sonora
de los muertos con los cuales estuve
renovando durante la noche viejas manías
que en su momento nos separaron y ahora nos unen
como si nuestros defectos formaran
hits sentimentales.
Cuando despierto, en realidad, mi mente
es un rifle de repetición —Solo son los
objetivos lo que me falta:
una pena definida, un stock de pasiones exánimes
con el cual pueda construir al menos un dilema.
Solo por disparar, invento mi doble
y para asesinarlo le apunto mis conceptos balísticos;
el doble que fui en un cíclico marzo
y el doble que nunca seré en el sueño
de una Vía Láctea comunista.
Como patos silvestres, se desploman ellos, gondoleros de su cuarta dimensión.
Así mi mañana es un campo de tiro
y mi puntería convertir la futilidad
en una leve violencia,
todo por convencerme que siento.
En la mañana no escucho los himnos
de la naturaleza a la paz y las faenas;
afuera, su música vale menos que un foco ahorrador.
No escucho a las aves
correr su programa de canto.Aun así, me gustaría ser una radio
democratizando una impresión inalienable
por encima del espacio y el tiempo
entre todos los que la escuchan
y a la misma vez despreocupada
del city tour que efectúa en sus corazones.
Lo de la radio es sonar y ocupar,
no segregar; lo contrario
de lo que hacen los Gerentes de Contrataciones.
Aprendería insistencia y conformidad
y al expandirme por igual entre
aire limpio y smog llegaría
más allá de mi deseo. Sería noble,
sería pobre, envuelto en mi túnica
de monje de las ondas hertzianas
exhalaría desprendimiento y gratitud
en mis canciones sexuales.¿Qué hace una radio sino copular
acoplando con su acústica general cuerpos
que de otra manera no encajarían del todo
en el flamante televisor plasma de su instante
en la historia?
Devuelve, al proseguir, a algo que va a morir
su infinita novedad. Porque practica
la zoofilia entrelaza a personas y gatos y perros
con el pene color grosella
en un esplendor profano, la
delectación parca de la vida.
Es rotunda y es amorfa,
mutante en cada inicio de canción.
No es un pasatiempo: es participativa
como el diálogo del taxista con sus parlantes.
Me gustaría ser una radio.En cambio, yo escucho
comerciales cósmicos de café instantáneo
y llamados a canjear la tristeza
por cerveza, tanto que no distingo
si el ventrílocuo soy yo
en mis pensamientos más dolientes
o una maligna máquina expendedora
oculta en el cielo.
Cielo insidioso de Lima,
sin piedad siquiera para los que le hemos
cancelado todos nuestros sueños;
ni gris ni blanco, no puede
decir una verdad si no es como parte de una intriga.
Es espantoso mirarlo
y saber que tras su cacofónica niebla
no esconde estrellas ni lagos aéreos
sino las conversaciones privadas
de la Célula Parlamentaria Aprista.
Nuestro cielo es entonces un audio
y lo que yo escucho, un robot
de gaviota negociando la suerte de los hombres,
incluso mi propio amor por las aves.
Es como si un cangrejo que hubiera
tomado por casa mi oído
fuera lo único que conservara
de haber pasado mi vida entera en los barrios
junto al mar. Y su sonido de bulldozer
no me deja escuchar las olas, infatigables
en regalar temas favoritos. Y su ronquera
de agitador contratado no me deja recordar.Rafael Espinosa. Amados transformadores de corriente
Carlos Morales Falcón – Lector agradecido con alma de profesor escolar, nació en Lima en 1980. Escribió un pequeño libro,Recóndita armonía (Editorial Colmillo Blanco, 2011) y, en ocasiones, sube «reseñas inactuales» al blog Pescador de luz.
Un lenguaje narcicista demasiado embrollado que no aclara las cuestiones sino que nos confunde…se nota que ha repetido frases que le han bombardeado en su cabeza pero que no añade nada novedoso…a fin de cuentas un comentarista muy mediocre para el realce que necesita el libro