Guillermo Rebollo-Gil reseña a Rafael Acevedo (Puerto Rico)

Rafael Acevedo. Elegía Franca. Río Piedras, PR: La Secta de los Perros, 2014

elegiafranca[*Puedes ver otras reseñas de libros de Rafael Acevedo en El Roommate aquí y acá*]

 Elegía Franca es un libro de bolsillo. Lo antoto y de inmediato me imagino víctima de un asalto, obligado a vaciar el contenido de mis bolsillos a punta de pistola. Entregaría el poemario, por supuesto. No intereso hacer un comentario acerca del riesgo que
estaría dispuesto a asumir por la poesía de Rafah. Lo que quiero es calcular el monto de la pérdida: los versos subrayados, las páginas dobladas, las manchas de café sobre la marca del café en la contraportada. Autor y lector coinciden en un libro huella sobre huella. En ese sentido este poemario de Rafah ya es una montaña. Desde el tope, comparto con ustedes estos versos:

Yo solo puedo cantar que hay duelo en mi casa,
en mi cueva, en la tela violeta con la que la lluvia
no te deja danzar, fina como imaginar la luna
como una fruta en la alta rama
que los recolectores olvidan
por temer a saber del sabor de lo eterno.

Elegía Franca es un libro peregrino. Recién leía que “peregrinar” significa caminar en tierras ajenas. Yo lo asociaba con el sacrificio o el rito religioso: Ir de un punto A a un punto B ya previsto, motivado por la devoción a un poder superior, que a su vez colma de significado lo experimentado durante el trayecto. Sobre la devoción y el dolor de la experiencia, Rafah escribe:

 Es que el tiempo de sanar lleva demasiado tiempo abierto.

Mi sangre es una espesa vocación de derrame.

Pero regreso, regreso
definitivo y despacio.

 En cuanto a poderes, esta elegía está atiborrada de imágenes de agua y fuego. Las imágenes son de devastación o de desolación a causa de la ausencia de Franca, la amada. Admito, con franqueza, que la lectura de este trabajo de Rafah—como de toda su obra— provoca cierta incertidumbre en este lector al momento en que intento articular lo que me hace el poeta poema tras poema. De ahí que lo más prudente sea hacer un comentario acerca de las dimensiones del libro como objeto. Decir que cabe en un bolsillo y que mis huellas sobre las huellas de Rafah en sus páginas hacen un montaña, hacia donde yo, como lector, peregrino. Para lanzarme desde el tope, por supuesto. Al fin y al cabo, se trata de un libro de amor. Y cito:

Busco un santuario para ocuparlo con la adoración a tu fuego.
No tengo otra patria que el aguacero.
Toda la ciudad que camino es nada.
Solo quiero un hogar,
la casa del fuego,
dispuesto a servirte mi corazón de morada.

 Elegía Franca es un libro hospitalario. Quien escribe suplica asilo. Busca a alguien que lo acoja en su casa luego de un trayecto trazado por la mano de Franca, a su antojo, desde la distancia. Quien escribe, entonces, camina entre puntos cualesquiera. Sin dirección, sujeto a la devastación o a la desolación; por pura entrega y devoción:

Caminar, es todo.
Llegar a donde hacen café y hay sanación para la carne
que se ha dejado cicatrizar en el mundo.
Llevo buscando el desierto y por accidente
escucho una hermosa voz azul

Quien lee estas páginas marcadas por este peregrino rápido vaciaría el contenido de sus bolsillos y ofrecería el poemario al asaltante, al extraño o al amigo. Así se suman más huellas sobre las huellas que nos dejó el poeta sobre estas páginas. Al fin y al cabo, no hay tal cosa como perder un poemario de la manera en que uno, por ejemplo, podría perder un abrigo. Eso sí, los poemarios, como los abrigos, existen en tanto responden a una necesidad básica. Escribe el autor:

No pido abrigo
ni horno.
Es sencillo:
Quiero sabor a fuego en el resplandor.
Si hay modo de saber cuánto se dejan
los huesos, la carne, el alma
hasta dorarse bien a cada lado
para comerse igual
que se come un pan.

La necesidad que forma e informa los poemas contenidos en estas páginas huelladas por Rafah, marcadas por mí a lápiz, café y bolígrafo es la necesidad de decir que existen rumbos alternos y decidir no tomarlos, por devoción a la amada. A Franca. Que no estará ya en ninguna parte. Sin embargo, estuvo. Ese es el punto A. El único.

Son las nueve de la tarde en una calle perdida de Santurce.
Sopla el viento.
Lo que percibo más allá de aquel árbol,
es una cierta forma ideal.
Voy a caminar hasta la costa a ver si no te veo.
A ver.

Guillermo Rebollo-Gil (San Juan, 1979). Universidad del Este. Autor de los poemarios Veinte, Teoría de Conspiración, Sobre la Destrucción, Sospechar de la Euforia, Flores nacidas de la astucia y Poetry is Silly, entre otros. Escribe para la Revista Cruce, y Derecho al Derecho. Coordina el blog Empty Lots (patternofthething.blogspot.com). Tiene un perro mudo y siniestro llamado Wallace y una perrita, Mía, que molesta a Wallace. Para El Roommate también ha reseñado a Kevin González y a Juan Carlos Quiñones (Bruno Soreno).

3 comentarios sobre “Guillermo Rebollo-Gil reseña a Rafael Acevedo (Puerto Rico)

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