Francisco Ángeles reseña a Jerónimo Pimentel (Perú)

Jerónimo Pimentel. Al norte de los ríos del futuro. Lima: Álbum del Universo Bakterial, 2014

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Pimentel

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Al norte de los ríos del futuro. Hay que tener cuidado con el título de este libro: su belleza puede eclipsar su insólita capacidad de condensar sentido. Interviniendo un par de versos de Paul Celan, el poeta y narrador limeño Jerónimo Pimentel (1978) consiguió de un solo golpe, gracias a uno de esos gestos que de tan asombrosos pueden resultar invisibles, referirse a las dos coordenadas que nos permiten organizar la existencia: el espacio y el tiempo, respectivamente representados por las palabras “norte” y “futuro”. Esta decisión ofrece una temprana advertencia sobre la indagación que Pimentel ejecutará a lo largo de los veinticinco textos breves -la mayoría de los cuales pueden ser inscritos en la categoría “poemas”- que componen su más reciente publicación: explorar otros modos posibles de existencia hacia el norte (más allá de una frontera, en este caso la frontera lingüística) y en el futuro (siempre inasible, siempre por venir, diluido en simple devenir del presente y como tal nunca constituido realmente como un legítimo futuro). Si tuviéramos que traicionar el potencial de significación que ofrece este libro, y nos viéramos obligados a reducirlo a un único aspecto, este quedaría planteado en dos preguntas complementarias que demandan ser respondidas a lo largo de su lectura: uno, ¿cómo observar lo real si queremos evitar la restricción de categorías lingüísticas de organización mental como el tiempo y el espacio?; dos, ¿por qué este libro no es solo una viñeta al debate sobre el giro lingüístico ocurrido varias décadas atrás, sino que es actual, presente y necesario en cuanto alegato por la vigencia de la poesía no solo como práctica verbal sino también política? 

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Escribe Pimentel en el texto 6: “levantar la escafandra / Reconocer: / Sin principio tautológico / no hay poema, pero hay noche / … / prescindir del escudo, / rendirse al espacio”. En este breve fragmento la escafandra es el lenguaje; el principio tautológico es hablar del lenguaje (o de sus grietas y sus imposibilidades) desde el mismo lenguaje; y la noche es lo real, al menos tal como se entiende en términos lacanianos: en los extramuros de la simbolización, al norte o en el futuro de su captura o de su domesticación. De acuerdo con el texto, habría que sucumbir a lo real (“rendirse al espacio”) sin los mecanismos de representación previamente ensayados, que se entiende ya han demostrado su ineficacia: no solo el lenguaje como el conjunto de palabras en el diccionario o las reglas gramaticales que rigen su ordenamiento, sino también la serie de disciplinas que producen y clasifican el conocimiento, las llamadas ciencias exactas y la suma de discursos que pretenden registrar, o al menos sondear, ese real en penumbras. En segundo lugar, y más importante: uno se adentra en ese real no con simple curiosidad, ni tampoco buscando la comprobación de un fracaso calculado de antemano, sino con el firme propósito de intervenirlo. Por eso, este libro no se limita a discurrir sobre el alcance del lenguaje, ni de cantar su imposibilidad desde adentro, sino que pretende indagar qué potenciales se abren una vez que nos despojamos de los lentes ideológicos con que indefectiblemente observamos el mundo. Mediante dicho distanciamiento es posible cuestionar la idea misma de una historia y de una teleología: “¿Pero adónde se dirige el tren? / ¿Quién inició la marcha?” (12) y “no importa la maratón / … / sólo importa el aliento del maratonista / sólo importa su voz sin carrera y sin meta” (16).

Teleología, evolución, trascendencia: ideas que encuentran formas específicas (es decir, formas históricas bajo las cuales se las intentó materializar) que también son cuestionadas en este libro: la modernidad (“¿Valdrá la pena el sacrificio / vegetal, con sus sueños / de vapor y el sabor a pólvora / y las emboscadas nativas …” en el texto 12), y sobre todo el alegato contra la democracia que se desarrolla en el texto 15 y que remata con una limpia conclusión: “la democracia debe evitarse a toda costa”. Al norte de los ríos del futuro, por tanto, cuestiona el relato teleológico y la promesa trascendente, pero también que la modernidad y la democracia funcionen como sus representantes naturales. Y desde esa múltiple negación de existencias producidas por el lenguaje, intenta pensar en formas alternativas, aunque para ello se requiere proyectarse no hacia el futuro, sino hacia una idea presente del mismo, que será el verdadero norte al que hace referencia el título.

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La caída de ciertas categorías conceptuales no son este libro un mero intento de hundirse en las sombras, viaje sin destino ni horizonte, sino que tiene efectos muy específicos. El primero de ellos es la caída de la subjetividad, que sería una de las articulaciones centrales que permite la existencia del lenguaje: cierta continuidad, construida como relato, al interior de ese concepto denominado YO. En oposición a esta corriente, no existe en el libro de Pimentel nada que remita a un sujeto individual (ni humano ni animal ni sobrehumano). Hay una consciencia enunciativa, es cierto, pero no una identidad; una consciencia mutable, punto de mira, lugar desde el cual brota la percepción, que no es individual y no es ni siquiera humana, sino una lógica de los acontecimientos no reducible a la subjetividad. De esa manera, más que una voz constituida como sujeto, lo que encontramos es un mecanismo que, puesto en marcha, desborda las viejas fórmulas (la paranoia del imperialismo, las teorías de la conspiración). Por tanto, no existe aquí un ser omnisciente que todo lo piensa, todo lo ordena y todo lo manipula; no hablamos de un Dios maligno, ni del dictador de un país oprimido, ni de los directivos de una transnacional, ni mucho menos del gobierno norteamericano. Pero eso no significa que no exista una red de relaciones entre múltiples instancias: un dispositivo montado, sin un único eje de poder, que funciona más allá del control y la voluntad de todas esas instancias, pero que produce innumerables efectos. Y es en este punto, después del reconocimiento de que esa es la situación a la que todo ser humano se enfrenta cotidianamente, donde la reflexión lingüística le abre paso a la propuesta política del libro a través de preguntas centrales para la discusión contemporánea: ¿Quién narra? ¿A quién le habla y con qué autoridad? ¿Cómo funciona esa voz múltiple, que ya no puede tan fácilmente identificarse con el Estado, pero tampoco con el mercado, voces cuyos mecanismos parecen imposibles de captar, ya que no existe todavía un lenguaje capaz de desentrañar sus engranajes?

El libro de Pimentel se plantea cómo comprender el funcionamiento de esa red de prácticas y de efectos para los que al parecer no existe todavía un lenguaje: ninguna disciplina, ningún compartimento del saber, ni la filosofía ni la historia ni la antropología ni las ciencias políticas han bastado para explicar el modo en que cualquier persona, de una manera que no por desgastada sería inexacto llamar kafkiana, termina atrapado en una red incluso cuando ya no es posible señalar con el dedo a un único culpable: una estructura del mal, no un dictador ni un país imperialista, sino una red sin centro, que alienta al consumo y a la productividad, en la que los seres humanos hemos terminado atrapados. Al norte de los ríos del futuro se escribe desde el reconocimiento de esa coyuntura, y se pregunta cómo pensar en esos engranajes para estar en capacidad de transformarlos. Copio una parte del texto 7:

“¿Qué hacer cuando no sabes qué hacer?

El corolario de N. Jira a la Ley de Godwin: “Si todo viene hacia ti, es que vas en la dirección opuesta”.

Es una buena pista, pero presenta un problema: el postulado se alimenta de dos presupuestos:

  1. Que hay un camino trazado.
  2. Que dicho camino es recorrido por grupos distintos en direcciones contrarias.

A pesar de su nomenclatura geográfica y de su espíritu orientativo, el mundo donde funciona dicho corolario no es un mapa, es una línea. Por otro lado la gente a veces abunda y otras falta, ¿qué hacer cuando no tenemos información suficiente para utilizar esa brújula?

Stefan Zweig: “El que obra heroicamente tiene que obrar, por fuerza, contra la lógica” 

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La propuesta de Pimentel, en mi lectura, contempla dos etapas. Primero, el cuestionamiento y la negación de la ciencia y del lenguaje: suspensión de aquello que ha conducido al vacío y al no-sentido de una existencia condenada a repetir la destrucción (“Luego nacerá el próximo asesino y así hasta la siguiente desecación”, texto 22). Pero hay un segundo momento, menos desesperanzado, que justifica el ejercicio mismo de la escritura: el reconocimiento de la dialéctica entre la especulación pura y las circunstancias materiales. Por ello, lejos de pensar en la utopía como la interminable búsqueda de lo radicalmente inexistente, Al norte de los ríos del futuro plantea una utopía (ubicada de manera más o menos aleatoria en algún punto del tiempo y del espacio que coinciden con el territorio extraterrestre y el siglo 22) que tiene su origen en prácticas materiales del presente, lo cual explica la negación de las experiencias (los fracasos de las experimentos científicos), pero también su aceptación como elementos sobre los cuales es necesario intervenir.

Por ello, las preguntas que organizan la segunda mitad del libro, cuando ha quedado plenamente establecido que su objeto no es tanto el lenguaje por sí mismo como las implicancias políticas del mismo, serían básicamente dos: ¿cómo pensar en el más allá que representan el norte y el futuro cuando existe el reconocimiento de que todo acto transformativo se mueve en la tensión entre teoría y praxis, especulación y coyuntura? ¿Cómo realizarlo cuando se sabe que las operaciones transformativas no podrán ser ejecutadas sobre una tabula rasa, pero al mismo tiempo sin permitir que la fuerza del presente aniquile la posibilidad de torcer su devenir?

En esa dialéctica entre lo especulativo (la utopía pura) y las limitaciones planteadas por la realidad (las circunstancias políticas y económicas del presente), el libro de Pimentel termina sugiriendo que es el discurso poético el que puede tentar una salida no atada al aquí y ahora (espacio y tiempo), pero sí anclada en lo real y su representación (es por eso, y no por mero juego interdisciplinario, que en este libro el lenguaje poético se abre al vocabulario de otras disciplinas y recoge fórmulas, estadísticas, etc). De esa manera, el lenguaje poético terminaría constituyéndose en el mecanismo privilegiado capaz de poner en marcha, al menos en el discurso, la utopía: un lenguaje libre de ataduras, frases, imágenes, fragmentos, que intentan atrapar un trozo de realidad ilegible bajo los parámetros convencionales. Agotadas las utopías del siglo veinte, agotada la posibilidad de un socialismo de Estado que no termine en derrumbe, la poesía seguiría siendo el lenguaje que puede abrir las puertas de un verdadero futuro: “El poema está detrás de la puerta / … / La puerta se abre”, leemos en el texto con que se cierra el libro, como una promesa sobre la realidad que está por venir. A ella se abisma la poesía. Y a ella se acerca este magnifico libro.

Francisco Ángeles es crítico, escritor y periodista. Ha publicado las novelas La línea en medio del cielo (2008, reseña roommate acá) y Austin, Texas 1979 (2014). Es codirector de la revista de literatura El Hablador. Actualmente sigue un doctorado en Estudios Hispánicos en UPenn.

 

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