Miguel Caballero reseña a Benjamin Moser sobre arquitectura e autoimperialismo en Brasil (Brasil)

thumbnail_AutoimperialismoPortadaBenjamin Moser. Autoimperialismo. Três ensaios sobre o Brasil. São Paulo: Planeta, 2016. 128 páginas.

Los miembros de uno de los clubs literarios y artísticos más elegantes de Nueva York, el Century Association, se recrean en los cuadros románticos de paisajes agrestes del interior del país que cuelgan de las paredes de su refinado edificio de Manhattan. Fantasean con la posesión de un paisaje que nunca han pisado. Ésta es una de las imágenes turbadoras del nuevo libro de Benjamin Moser, Autoimperialismo. Três ensaios sobre o Brasil, que aborda, de forma provocadora y elegante, la mirada voraz desde la ciudad al resto del territorio, la misma mirada que puede encontrarse en la pintura paisajística romántica de ayer, o en los anuncios de los promotores inmobiliarios de hoy. El fenómeno de entender el progreso como ocupación y consumo del territorio vale a Moser para pensar la similitud entre su país natal, Estados Unidos, y el país sobre el que versan la mayor parte de sus escritos, Brasil[1]. Estados Unidos fue empujando su frontera hacia el Oeste; en Brasil, la frontera fue delineada ya en 1494, y llegó al Oeste antes que los propios brasileños. Desde entonces, el país ejerce una colonización de su propio seno. Para Moser, este paralelismo que convierte a ambos países en imperialistas de si mismos es una forma de superar la imagen del crítico estadounidense o bien colonialista, o bien paternalista, con respecto a América Latina. La cuestión de cómo hablar del país sudamericano “desde afuera” no es baladí, y esta misma reseña, plagada de autores extranjeros que escriben sobre Brasil, comparte tal preocupación.

Lo que le interesa particularmente es no sólo la mirada colonialista hacia si mismo, sino especialmente cómo los monumentos nacionales celebran esa fantasía de apropiación del territorio. Para Moser, la pulsión monumentalista define Brasil y revela que el problema identitario del país es más intelectual que político. Se trata de la ficción novomundista de tabula rasa, que sigue dominando, consciente o inconscientemente, el discurso y la relación que los brasileños sostienen sobre su propio territorio. Los monumentos brasileños revelan que el interior del país ha sido considerado pura superficie, sin historia ni memoria, que se ha ido conquistando, ocupando y civilizando por héroes, modelos de los más altos valores del espíritu brasileño. Moser aborda esta pulsión monumentalista en tres ensayos: en “Cemitério da Esperança”[2] toma Brasilia como muestra de la hipertrofia monumental brasileña, que ensalza valores de simetría y control propios de regímenes fascistas. En “A Pornografia dos Bandeirantes” discute la arquitectura y escultura pública de las ciudades del interior, con São Paulo a la cabeza. Finalmente, en “Autoimperialismo”, que da título al conjunto, argumenta que este invadirse continuamente a sí mismo es rasgo identitario de Brasil.

Una de las mayores virtudes de esta colección de ensayos es la de formular una pregunta de especial relevancia para la construcción del paisaje urbano en la actualidad: ¿Para qué puede servir un monumento hoy? Esta pregunta es particularmente propicia en el caso de Brasil, cuyos edificios modernos alentaron la corriente monumentalista y extravagante de la arquitectura posmoderna mundial. La propia Zaha Hadid señaló en diversas ocasiones que su investigación formal se inspiró en buen parte en la investigación formal iniciada por Oscar Niemeyer. Pues bien, para poder responder a tal pregunta, Moser sugiere distinguir entre monumentos y monumentalidad: los monumentos sí siguen siendo necesarios hoy, en la medida en que nos retrotraen a nuestras raíces y explican nuestro devenir, frente a un mundo caracterizado por el caos. La monumentalidad, en cambio, entendida como una cuestión de escala y retórica, es problemática, pues revela un apego no cuestionado a los ideales de colonización de un territorio que se considera propio. Esa falta de cuestionamiento es lo que lleva a Moser a afirmar que el problema de Brasil es intelectual, y a apuntar al mismo Niemeyer, tan celebrado, como muestra fehaciente de esa limitación intelectual.

En “Cemitério da Esperança”, Moser retoma el tema de la pulsión monumental para argumentar que Brasil, con la construcción de su capital modernista, deja atrás cualquier rastro de victimismo latinoamericanista, y pierde la vergüenza para mostrarse ante si y ante el mundo como potencia colonizadora. La monumental Brasilia se opone a las ciudades de la costa en su brasileñalidad, y en esto Moser se separa de la crítica mayoritaria, que ha tendido a ver Brasilia como una excepción “no-brasileña” en el panorama de la arquitectura y el urbanismo brasileño[3]. Para Moser, por el contrario, no hay ciudad más brasileña que Brasilia, en tanto ésta muestra sin complejos ese autoimperialismo que define Brasil. La pulsión monumentalista ha alcanzado notas inauditas no sólo para Brasil, sino para el mundo: Brasilia entera es un monumento, sus habitantes han tenido que aprender a vivir en un monumento, lo que para Moser es un imposible. Mientras las ciudades costeras, de urbanismo regular y orgánico volcado al mar, son eminentemente portuguesas en su espíritu, las ciudades del interior, más regulares y desvergonzadamente colonizadoras, son las propiamente brasileñas, de São Paulo a, muy especialmente, Brasilia.

En “A Pornografia dos Bandeirantes”, describe cómo el país celebra a sus conquistadores del interior con monumentos grandilocuentes que, vistos hoy día, parecen musculados actores de películas porno. La colonización del interior como una orgía de hombres hinchados, nacionalismo de esteroides anabolizantes. Moser no lo menciona, pero esa toma del territorio como bacanal de machos también puede extenderse a la construcción de Brasilia. Larissa Pires, en su tesis doctoral de 2013[4], demuestra como Brasilia, durante su construcción, fue una última frontera eminentemente masculina, pues el gobierno disuadió a las mujeres, incluidas las esposas de los trabajadores de la construcción, de emigrar al Planalto Central, pues la tarea de reconvertir el sertão en un lugar de civilización debía ser asunto de hombres.

Los ensayos de Moser, particularmente el último, “Autoimperialismo”, buscan revitalizar la conversación en torno a la actitud de un país que entiende el desarrollo como consumo de si mismo. Una conversación muy relevante en lo ecológico, pero también en lo histórico y artístico, y que, a su juicio, es casi inexistente en Brasil. Estos ensayos no buscan proponer detalladamente antídotos a este auto-canibalismo y su pulsión monumentalista, pero sí señala posibles hojas de ruta. Tres son las alternativas que se puede extraer de sus sugerencias. De un lado, el apoyo a proyectos como Ocupe Estelita, activistas que en la ciudad de Recife se han opuesto a la creación de un nuevo conglomerado de torres residenciales, como las que asolan buena parte de las ciudades costeras del país. Moser ya colaboró con estos activistas, donando las ventas de su e-book “Cemitério da esperanza”. El apoyo a estos movimientos de resistencia es un reflejo de la apuesta por un cambio de modelo de desarrollo, en que los fondos invertidos en proyectos monumentales vanos sean redirigidos a la construcción y mejoras de infraestructuras que el país sí necesita urgentemente, como paliar el problema de las aguas residuales.

Las otras dos alternativas son, sin duda, más problemáticas. La segunda, aunque no hecha explícita como tal, surge de la comparación entre los modelos sociales y monumentales que podría haber seguido Brasil: en lugar de mirar, por ejemplo, hacia Escandinavia, los arquitectos brasileños, y muy especialmente Niemeyer, prefirieron seguir la estela de países como la Unión Soviética o Argelia. Este contraste tiene una larga tradición en la crítica arquitectónica, remontándose a la misma construcción de la capital brasileña. Ya en los 60, críticos como Sigfried Giedion o Enrico Tedeschi, observaban como la crisis del Movimiento Moderno se resolvía en los dos márgenes de la Europa Central donde había nacido: por un lado, en Escandinavia; por otro en América Latina, particularmente en Brasil. La diferencia entre ambas soluciones era precisamente su monumentalidad: mientras la arquitectura moderna de Alvar Aalto partía de la escala humana, la de Niemeyer empequeñecía al hombre, en un gesto autoritario. Tal censura a Niemeyer también fue un tema abordado por escritores estadounidenses: Moser comparte parecer, por ejemplo, con John Dos Passos, quien no escatimó recursos retóricos en criticar la “fealdad frívola” de Brasilia, propia de un arquitecto comunista que no creía en el sistema de representación democrática para el que estaba construyendo.

Aunque la crítica a la grandilocuencia monumental es fundada y tiene, como digo, una larga trayectoria, es lícito preguntarse también por los límites de este “mito escandinavo” que frecuentemente se usa para explicar aleccionadoramente lo que no funciona en el resto del mundo más o menos occidental. Quizás fuese necesario, por el bien de la propia Escandinavia, dejar de cargar a la región con el peso de la perfección, que en el caso de esta comparación con Brasil relega a la sombra la infinidad de diferencias sociales, políticas y culturales que separan a los países nórdicos de los latinoamericanos.

La última alternativa que sugiere Moser es la más peliaguda. Parece pensar a partir desde una noción retrógrada de “arquitectura nacional”, por la que una opción para evitar el monumentalismo represivo sería, para él, volverse hacia las raíces de la arquitectura nacional brasileña. Pero, ¿qué es una arquitectura nacional? Sugiere, como ejemplos, algunas de las ciudades coloniales de Brasil: Olinda, Parati, Ouro Prêto, por su intimidad y elegancia. La intimidad y elegancia de esa arquitectura no son sino la intimidad y elegancia del sistema colonial y esclavista de siglos pretéritos. ¿Cómo separar por un lado esas formas arquitectónicas que hoy nos pueden parecer atractivas, y, por otro, el sistema de valores que las erigió, pero que hoy no compartimos? Moser no aborda esta pregunta, pero es clave. El peligro de no abordarla puede ser el de sustituir una mirada romántica por otra, ambas igual de colonizadoras. Por un lado, la de los señores citadinos que miran el paisaje del interior para crearse sus ficciones de posesión. Por otro, la del nacional que mira a la arquitectura colonial de su país con los ojos del pintoresquismo, y que promueve leyes de protección monumental que terminan por convertir ciudades enteras en escenarios huecos para turistas.

La invitación de Moser a repensar la mirada autoimperial y la pulsión monumentalista es urgente en Brasil. Quizás ahora más que nunca, cuando las políticas desarrollistas siguen vigentes, y la borrachera de celebraciones deportivas internacionales ha supuesto un nuevo impulso para las construcciones en escala gigante y con pocas repercusiones para el bienestar de las comunidades que habitan sus entornos, más bien al contrario. Éste es un problema relativamente específico de Brasil, elocuentemente debatido por Moser. No obstante, volverse acríticamente hacia el pintoresquismo colonial es volverse hacia el laberinto del turismo contemporáneo en el que se hallan perdidos muchos otros países: ciudades históricas diseñadas según el gusto del visitante que parecen sacadas de Disney World, puras fachadas y poca vida. Si el monumentalismo abruma, el pintoresquismo desplaza, y a menudo ambas estrategias de construcción van dirigidas a impresionar al extranjero, más que a responder a necesidades de las comunidades locales. Autoimperialismo realiza la meritosa tarea de formular la pregunta sobre el lugar del monumento – y, más allá, de la aquitectura, el hábitat y el espacio urbano – en el Brasil del s. XXI. La respuesta sigue abierta.

Miguel Caballero (Sevilla, España, 1985) está terminando su doctorado en la Universidad de Princeton, donde escribe una tesis sobre monumentos que fueron enterrados por distintas razones en México, España y Brasil entre los años 20 y 60. Asimismo, escribe sobre sexo, relaciones personales y VIH para el blog ASS- (Amor, Sexo y Serología) y HIV Equal. Planea unir ambos intereses, arquitectura y sexualidad, en próximos proyectos académicos y activistas.

[1] Moser es autor de la biografía de Clarice Lispector Why this World? Oxford; New York: Oxford University Press, 2009. 479 páginas.

[2] Ensayo ya publicado anteriormente en inglés en la revista Harper’s (January 2008: 67-74) y en portugués en ebook (Recife: Cesarea 2014).

[3] Quizás el ejemplo más paradigmático de esta corriente crítica es The Modernist City. An Anthropological Critique of Brasília, de James Holston (Chicago: University of Chicago Press, 1989).

[4] Pires, Larissa. “Gender in the Modernist City: Shaping Power Relations and National Identity with the Construction of Brasilia” (2013), Iowa State University, Graduate Thesis and Dissertations, Paper 13193.

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