Ingrid Robyn reseña un libro de ensayos Oscar G. Dávila del Valle sobre José Lezama Lima (Puerto Rico/Cuba)

lezamaBOscar G. Dávila del Valle. Historia, identidad y cultura: La expresión americana de José Lezama Lima. San Juan: Instituto de Cultural Puertorriqueña, 2015. 86 páginas.

El ensayo ocupa un lugar privilegiado en el conjunto de la obra de José Lezama Lima. Si bien ha pasado a los anales de historia literaria antes que nada como poeta, Lezama manejaba el género ensayístico como pocos escritores latinoamericanos – Paz y Borges me vienen a la cabeza – y de los dos volúmenes que componen sus obras completas, uno está casi completamente dedicado a este género. Ubicado entre el arte y la filosofía, como bien lo señala Adorno, un buen ensayo sobresale por la rara combinación entre cualidad literaria y la propiedad de instigar la reflexión. Los de Lezama son un ejemplo perfecto de las peculiaridades del género: en ellos, se propone todo un sistema filosófico – asistemático y anti-filosófico, claro está – a la vez que se ejercita ese mismo sistema a través de un lenguaje eminentemente poético, tan difícil como asombroso. Ante esa dificultad – “solo lo difícil es estimulante”, decía Lezama – muchos críticos han terminado, voluntaria o involuntariamente, por mimetizar el propio Lezama, produciendo textos que, pese a su calidad interpretativa, muchas veces se enredan en un lenguaje casi tan oscuro como el del escritor cubano. Lo cual, en si mismo, no es una falla – sobre todo cuando es deliberado –, pero sin duda limita la posibilidad de darle legibilidad a quien considero uno de los mejores escritores latinoamericanos.

No es ese el caso de la obra de Oscar G. Dávila del Valle, dedicada a la colección de ensayos – en realidad, serie de conferencias – más conocida de Lezama: La expresión americana (1957). Ganador – y merecedor – del premio de crítica literaria Concha Meléndez (2014), el texto de Oscar G. Dávila del Valle prima por las mismas características de la ensayística lezamiana: calidad literaria y profundidad de reflexión. A diferencia de Lezama, sin embargo, el crítico puertorriqueño luce un lenguaje de una claridad y precisión encomiables; un texto que fluye y se disfruta, a la vez que es capaz de dilucidar los conceptos-clave de la ensayística lezamiana sin restarle complejidad.

El texto, en si mismo, no pasa de 50 páginas. Su objetivo es discutir la visión poética de historia y el concepto de identidad cultural que se deslindan en La expresión americana, y que el autor con razón distancia del discurso americanista que le fue contemporáneo, todavía muy informado por paradigmas historiográficos y una noción de identidad esencialmente europeos. Contrastando con esa tradición filosófica y crítica, señala Dávila del Valle, Lezama construye una visión de historia que desafía el racionalismo occidental – la razón lógica – al proponer los conceptos de “poiesis” e “imago” en lugar del espíritu hegeliano; de “sujeto metafórico” en lugar del “sujeto filosofante” orteguiano; y de “potens” – lo “incondicionado incondicionante”, en las palabras de Dávila del Valle –, en lugar de la causalidad aristotélica, por poner unos cuantos ejemplos.

Esa cultura/texto que se constituye como sobrenaturaleza permite, a través de las que Lezama llama “vivencia oblicua” (la causalidad que actúa sobre lo incondicionado provocando un nuevo tipo de causalidad más allá de la relación lógica) y “súbito” (actuación de lo incondicionado sobre la causalidad que motiva la aparición de lo maravilloso), establecer relaciones entre culturas sin importar su distancia en el tiempo y en el espacio. De las relaciones entre el súbito y la vivencia oblicua nace la posibilidad infinita, el “potens”, la “natura naturans”, en definitiva: el incondicionado condicionante. (22)

Esta visión de historia, sugiere Dávila del Valle, entiende la cultura americana como acto de creación – la poiesis – encarnado en texto – poesía, pintura, música, danza – a partir de lo cual ésta se entiende como una segunda naturaleza o “sobrenaturaleza”. Tal visión de historia, señala el crítico, desdeña la incesante “búsqueda de los orígenes” a la que se había entregado buena parte de la intelectualidad latinoamericana a la época de escritura de La expresión americana. Para Lezama, en cambio:

“lo americano” encuentra su comienzo en una borradura/ausencia de un origen sobre la que se crea la cultura como segunda naturaleza o “sobrenaturaleza” (21).

Contrariamente a lo que proponen críticos consagrados de la obra de Lezama, como Irlemar Chiampi y Brett Levinson, Dávila del Valle no entiende la visión de historia y el proyecto estético-cultural lezamianos como suerte de posmodernismo avant la lettre. Según el crítico:

Desde sus primeros ensayos [Lezama] quiere trascender las construcciones propias de una interpretación lineal y racional de la cultura y trata de convertir el fenómeno artístico-literario en puente hacia lo que llamó “una realidad más humana y verdadera”. De tal manera lo poético, concebido como poiesis, no solo se transforma en un recuso epistemológico en cuanto que modo de construir esa misma realidad que pretende conocer y en uno ético desde donde se pueda otorgarle sentido desde el lenguaje, la literatura y las formas artísticas propias de la cultura americana. (33)

En lugar de explorar los puntos de contacto entre el pensamiento lezamiano y el posmoderno – y que, por supuesto, existen –, Dávila del Valle enfatiza al contrario el repertorio de lecturas del que se nutrió el autor al construir su “sistema poético del mundo”. Impresiona, de hecho, el cuidado que luce el crítico en cuanto a recuperar la que fuera la “biblioteca lezamiana”; su segundo capítulo, “Lezama, el origenismo y la filosofía en Cuba: La expresión americana en su contexto”, está enteramente dedicado a este tema. Y aquí, tal vez, una de las grandes contribuciones de esta obra, que destaca no solo referencias harto conocidas como Hegel, Heidegger, Nietzsche y otros grandes pensadores europeos, sino también otras más obtusas, como Poe via Breton, Hördelin via Schelling, e incluso la filosofía náhuatl, tema que hasta el momento no ha merecido atención de la crítica (si bien sí su interpretación del texto maya-quiché Popoh Vul, al que Lezama dedica parte del primer capítulo de La expresión americana). Ese dialogo con la filosofía y la mitología indígenas adquiere importancia si consideramos la centralidad del viaje que realizó el escritor cubano a México para la escritura de La expresión americana, y el desarrollo de su comprensión de la cultura americana como “protoplasma incorporativo”. Pero ese viaje también tuvo considerable impacto en su trabajo como crítico de arte, como lo recuerda Dávila del Valle; un trabajo cuya importancia para el desarrollo de su “sistema poético del mundo”, me parece, es superior a lo que hasta ahora ha planteado la crítica. Incidentalmente, el crítico también insinúa esa importancia al resaltar, en sus “Consideraciones introductorias” – el más sintético resumen de la visión de historia y de la cultura en la obra de Lezama –, el paralelismo entre las diferentes modalidades artísticas que se sugiere bajo la noción lezamiana de poiesis, y que el autor recoge – re-significándola – de la Poética de Aristóteles:

… Paz [en la introducción a su edición de la Poética de Aristóteles] interpreta que, para Aristóteles, la pintura, la escultura, la música y la danza son también formas poéticas (manifestaciones de la poiesis) así como lo son la tragedia y la épica. A pesar de la diversidad de los medios, es el elemento creador el que los hace girar como elementos del mismo universo. …

Para Lezama, estos momentos en que la imagen manifiesta en el tiempo, (así se definen las “eras imaginarias”), simultáneamente constituyen y configuran en el discurso una teoría poética de la historia. Usará también el concepto como analogía supratemporal en clara oposición a otras propuestas historiográficas como las sugeridas por Oswald Spengler (basada en los llamados “hechos homólogos”), por Hegel (entendida como el desarrollo teleológico de la fenomenología del Espíritu) y por Arnold Toynbee (a través de la reconocida “tipología”). Incluso, tendríamos que decir que la de Lezama es una visión poética de la historia que va más allá de los conceptos de “curso” y “recurso” en los Principios de Ciencia Nueva de Giambattista Vico. (19-20)

Aunque este breve ensayo se propone a analizar La expresión americana, otro punto fuerte de Dávila del Valle es su profundo conocimiento del conjunto de la ensayística lezamiana: el crítico no falla en identificar los ensayos precisos en los que Lezama va desarrollando las nociones clave para su visión de la cultura americana. No se trata, por lo tanto, de una obra sobre La expresión americana, sino más bien un ensayo que, con espantosa elegancia y poder de síntesis, se propone a examinar algunos de los conceptos-clave del “sistema poético del mundo” lezamiano, considerando a la vez las fuentes de las que se nutre, y sus resonancias en el sentido de repensar el eterno problema de la identidad cultural del continente americano.

Uno de los problemas que emergen cuando nos confrontamos con la fortuna crítica de la obra de Lezama es lo que me gustaría llamar la “domesticación” de que ha sido objeto dentro de la isla. Al recuperar la figura de Lezama, en los años noventa – cuando se lo convierte en el poeta nacional por excelencia –, se obliteran aspectos centrales de la poética lezamiana que no se coadunaban muy bien con el proyecto nacionalista y la visión teleológica de la historia que se imponen a partir de la Revolución Cubana. A pesar de que esa imagen “domesticada” del escritor cubano ha sido y sigue siendo continuamente cuestionada, llama la atención la manera en que Dávila del Valle se mueve por entre ideas, conceptos y referencias que reputo centrales para comprenderse la obra de Lezama, pero que han recibido una atención bastante marginal por parte de la crítica. Así ocurre, por ejemplo, con sus comentarios a la lectura que hiciera Lezama de Surrealismo y la pintura (1928) de Breton, o la importancia de lo absurdo y lo maravilloso para las relaciones que plantea Lezama entre causalidad e incondicionado, en parte influenciadas por Júlio Cortázar. Así que para concluir con lo que es ya una tradición en este espacio, encierro mi comentario de la inspiradora obra de Dávila del Valle con una cita, en la que Dávila del Valle resume de manera magistral la actividad de ese que Lezama llamó el “sujeto metafórico”:

Según Lezama, el poeta igual que el hombre primitivo crea símbolos para otorgar sentido al caos del mundo. En este contexto, la metaforización se define como un proceso que genera su sentido a partir de lo absurdo (en cuanto que resultan ser relaciones no establecidas desde la razón) creando así una nueva realidad por combinaciones de lo que llama “fuerza productiva de un orden natural ausente”. Es esta la metáfora entendida como lenguaje que amplifica la realidad y que revelará la sobrenaturaleza en la imagen: una nueva realidad que llenará el vacío dejado por la ausencia de un orden natural (La expresión americana 52). (28-9)

Ingrid Robyn (São Paulo, 1981) es profesora asistente de la Universidad de Nebraska, Lincoln. Actualmente, se dedica a la escritura de Rostros del reverso: José Lezama Lima en la encrucijada vanguardista, todavía sin fecha de publicación. Además de su actividad como crítica, es también poeta y novelista frustrada.