Margarita Pintado reseña ‘Conversación en la neblina’ de Glendalys Marrero (Puerto Rico)

La textura del ser en la palabra:

a propósito de Conversación en la neblina de Glendalys Marrero

Glendalys Marrero. Conversación en la neblina. Puerto Rico: Sopa de Letras, 2020

 

Abro al azar Conversación en la neblina (Sopa de Letras, 2020), primer libro de la escritora puertorriqueña Glendalys Marrero, y leo el comienzo del breve relato EL CONSTERNADO:

“El vacío, la sustancia que llena cada segundo en el reloj de otro universo: ¿Cuáles novedosas sombras sucumben a los soles? Decapitan las copas de los árboles enviando relámpagos de fuego hacia adentro de la tierra. Hay asuntos que se fraguan a altas horas de la noche…” (83).

Sigo leyendo caprichosa, golosamente, dos párrafos después:

“Los nombres se apropian de las cosas. Las envuelven con su saña. Es falso el rumor de que una sombra desgarre la corteza de un árbol podrido de insectos. Yo, que sólo pasaba por aquí, grité algo, una palabra, un suspiro y me azotó un ventarrón de látigos desde allá” (84).

Cierro el libro. ¿En dónde estoy? Me hundo en una serie de paisajes delirantes en donde lo humano es un recuerdo lejano que se intenta articular o recobrar desde los objetos, las ruinas, los restos de alguna conversación. Todo es posible en este libro mágico, y desde esta escritura insólita en donde domina el lenguaje del desconcierto, y en donde el objetivo es volver sobre lo bello para restaurar lo humano.

No conozco a Marrero personalmente, pero había leído alguno de sus textos en un blog, y recuerdo el efecto de su escritura, tan metódica como sensual, tan calculada como desbordante en la que impera el ojo fílmico por donde nos asomamos a ese “rodaje” que es la escritura. Pequeñas escenas en donde prima el movimiento de la mano que a su vez mueve y remueve palabras, el recorrido de una idea que apenas se forma y ya comienza a bifurcarse en indagaciones de toda índole: estilísticas, artísticas, intelectuales, filosóficas. No suelo leer en desorden, pero Conversación en la neblina se presta para este tipo de lectura. Lo hago también por la impaciencia y la expectativa creada por amigos en común quienes me han preparado para el evento que constituye este debut literario. Leo de prisa porque quiero ver qué puede hacer esta escritora, cómo concibe, o siente el lenguaje, qué riesgos toma.

Abro el libro nuevamente y caigo esta vez en un poema titulado INVISIBLES: “La memoria de la mano que servía el café/ sobre las mesas desérticas/ teorizadas, conceptuales, / evocando con pinceles/ una piedra tan azul/ que estaba hecha de nubes” (132). Confirmo que Conversación en la neblina aguanta la lectura azarosa y mucho más. En cada página se corrobora la consistencia de una ávida lectora quien no le teme al juego y a la experimentación del género y las formas. Llama la atención la plasticidad de esta escritura en donde se despliega la estructura secreta de un objeto, una idea, un sueño, o un recuerdo, mientras se escruta la relación del ser frente al tiempo y al lenguaje. Literatura instalada en esa distancia que siempre ha de existir “entre la palabra y lo que la palabra representa; la distancia entre la palabra pensada, la palabra dicha y la palabra escrita” (AZOGUE, 57).

Una vez dejada la lectura azarosa, corroboro lo que ya sospechaba: Conversación en la neblina no se construyó desde el arrebato o el impulso. De hecho, se trata de una obra de arte hecha con la precisión de un reloj; cada cuento y cada poema tiene su propia temporalidad, su propio universo con sus olores, sus colores, sus luces, sus texturas, cada uno independiente del otro, pero en perfecta armonía con el resto. La primera parte, CONVERSACIÓN EN LA NEBLINA, consta de 20 relatos cortos; la segunda, NOMENCLATURA MUSTIA, contiene 17 poemas que dialogan con los relatos. Esta operación, este espejismo que se crea dentro del libro que regresa sobre sus propios pasos para indagar más, para pensar más, para continuar esa esclarecedora conversación que se da en la neblina, es otra manera de dejar constancia del efecto de la escritura como desplazamiento y puesta en escena. Hay un momento en particular que me parece central para entender el proyecto literario y la propuesta estético-filosófica de Marrero: el relato LUMBRE y su “doble,” el poema titulado ADARCE. No hay nada que indique explícitamente la relación entre ambos textos, pero el lector atento verá la gran maestría con la que la autora construye (pone de relieve) esa distancia en la que vive la literatura. LUMBRE es un breve y poderoso relato en donde una niña sacada de una película de Tarkovsky lee un poema de Tyuchyev. LUMBRE es la escenificación de una escritura que nunca debió ser, puesto que nació para ser imagen fílmica. Pero Marrero difiere, su escritura se permite diferir al traducir esa escena a la página:

“La mirada sobre el libro, como relámpago que esparce su volatilidad en el lenguaje, extendiendo rieles entre las palabras, gota a gota: lluvia desmenuzada… Un vaso de cristal se desliza sobre una mesa de madera bajo el precepto de un rayo que se desprende de aquellos ojos, la mirada que refleja el vaso, deslizándose solo sobre la mesa. Un vagón de tren descarrilado hacia el posible estallido. Pero se detiene justo al borde del acantilado. El mar en su interior se mueve como una ola atrapada en el lenguaje del enigma” (61).

Veamos cómo esta misma idea es expresada en el poema ADARCE:

“En las fauces del océano/ habita lo innombrable… Habíamos conversado sobre cine. / De cómo nos conmovía la escena/ en que la niña con su mente/ deslizaba vasos de cristal/ y atravesaba la lumbre de los versos de Tyuchyev, / la poesía de Tarkovsky/ y el sonido de un tren/ que lo hacía temblar todo” (126).

Interesante movida la de Glendalys cuya poesía arroja luz sobre el relato. La firmeza del verso se contrapone a la maleabilidad de la prosa, pero lo que me parece más notable de esta operación es que propone cierta noción de la escritura y de la literatura como una conversación a la que siempre se regresa, una variación del sentido, una forma caleidoscópica de asomarse al mundo.

Estamos, me parece, delante de una escritura que existe para ser vista y tocada. El vaso no sólo se desliza por una mesa de madera bajo los ojos de una niña atrapada en una escena, sino que los lectores vemos el mismo vaso deslizarse fuera de la página con nuestros propios ojos. Y este es un efecto que se repite a lo largo del libro, la creación del movimiento por donde se deslizan vasos o ideas, el dejarle ver al lector el modo por el que la imagen poética surge. Por ejemplo, en el cuento FRACTAL, leemos:

“Provoco una estratagema del olvido. Una manera de trazar las ventanas por las cuales pájaros salen presurosos con el ruido que antecede al silencio de la nada. La imposibilidad del cielo es la existencia de los pájaros. Y por supuesto eso fue escrito antes de ser escrito porque escribir es a lo que se regresa luego de no encontrar salida (95).

Puede que escribir sea a lo que se regresa tras no hallar salida, pero es también el movimiento por el cual se han creado las ventanas por las que salen los pájaros, y esto lo sabe muy bien la autora de estas páginas quien ejerce, además, algo así como el principio telepático de la escritura. Y habría que extenderse sobre esto, dado que la telepatía es un tema que se repite a lo largo del libro, pero a lo que me refiero en esta instancia es, otra vez, a ese efecto, ese ilusionismo o magia de hacer parecer que el relato se construye mientras lo leemos, como si fuésemos nosotros los prestidigitadores, los encargados de ordenar o desordenar la imagen, o de mover misteriosamente las piezas que constituyen la trama de estos textos.

Conversación en la neblina es un libro bellísimo, escrito magistralmente por una poeta- escultora que entiende que cada palabra es un universo en donde queda fijado un aroma, un color, un sonido, una textura. Los temas varían, pero desde que lo leí por primera vez sentí que se trataba de un libro sobre las despedidas, sobre el fin de algo. Acaso lo que queda después de la devastación. Quizá el remanente humano que sigue inundándonos de luz en medio de su aparente destrucción.

Termino esta reseña con el primer poema que aparece en la colección, en donde vemos espléndidamente cómo la autora practica su escritura plástica, que también podemos pensar en relación con la poesía detenida del cineasta Tarkovsky. Ya en algunos de sus relatos vemos personajes que parecen salir de algún cuadro de Turner, o se pierden en alguna pintura de Myrna Báez, pero este poema va más allá al centrarse en la mano de la artista que busca fijar en su trazo la temporalidad, la secuencia, el proceso del sujeto estudiado: unas muchachas de carne y hueso trasplantadas a la página en donde, tras existir como dibujos, adquieren una nueva, inquebrantable humanidad. Qué sirva de muestra de lo que puede hacer esta nueva, pero no novata voz con las palabras. Que sirva de incentivo para salir a comprar este hermoso libro que tanto aporta a la literatura puertorriqueña actual.

ESTUDIO DE FIGURA A LA SOMBRA DE UN ÁRBOL

 

Las muchachas con su rostro ebúrneo,

en las tardes frente al viñedo,

encorvadas como gatos

sacudiéndose del sueño.

Más allá del valle de tonos amarillos,

lentas en sus movimientos,

precisas,

líneas firmes de un dibujo.

 

He decidido pintarlas.

 

Son puentes que a lo lejos

se yerguen vencidos

contra el horizonte de hierba.

 

Es una puesta de sol,

como la piel de acerola

cuando ya está madurando

tras un vergel cerca de un lirio,

he visto el nacarado que irradia la tarde,

el verde preciso de los limoneros,

la ígnea sombra de los flamboyanes.

Aves que sobrevuelan un grabado japonés.

Los colores del mundo estallando

a través de mosaicos.

 

Pero no me había fijado

en ese modo lento

que tiene la tristeza.

 

Parece refractar la luz

de una manera distinta.

 

He buscado un roble de sostén

para calmar el pulso de mi trazo.

 

La efigie de una mujer

cubre el rostro con sus manos

y llora en silencio bajo la sombra.

 

Margarita Pintado es poeta y crítica literaria. Enseña lengua y literatura en la universidad de Point Loma, en San Diego, California. Es autora de los poemarios Ficción de venado y Una muchacha que se parece a mí.

 

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