Sobre Juan Cárdenas. Peregrino transparente. España: Periférica, 2023
Peregrino transparente (2023), de Juan Cárdenas, es una de esas novelas grandes que nos sacuden muy de vez en cuando. Se nos presenta en vísperas de la centuria de ese otro temblor que es La vorágine (1924), de José Eustasio Rivera, cuya edición cosmográfica, a cargo de Margarita Serje y Erna von der Walde, también se publicó este año. Dos vórtices se replican uno al otro en un singular pliegue de materia e imagen.
Peregrino transparente es una exploración cosmográfica de la escritura. ¿Qué quiere decir cosmografía? Entendamos esta palabra desde el pensamiento amerindio sobre el territorio como una mezcla de seres diferentes, como un convivir conflictivo y también simbiótico, de diferencias y no mero pedazo de terreno. El prefijo «cosmo» le añade su tumbao al sufijo «grafía»: juntos apuntan a las imágenes hechas con mezclas o mixturas de diferentes seres que sobrepasan categorías dadas. Desde la perspectiva cosmográfica la imagen no representa una realidad, sino que relaciona realidades, es decir, diferencias constitutivas, siendo ella misma una de esas realidades. La imagen es relación antes que representación, razón por la cual en toda imagen se reserva la potencial aparición de lo invisible.
Veamos:
«Con el fuego de por medio, los dos animales permanecen sentados el uno frente al otro. Se miran. Se miran. Se miran. Se miran».
Esta imagen existe en un pliegue de la materia que nos conecta con la Nueva Granada de 1850. Es la última frase de la novela. Pero, tranquilo, lector, esto no es un «spoiler». No he echado a perder el suspenso, pues la intriga se mueve en varias direcciones del tiempo y el espacio. Esos dos animales que se miran sin pausa son el Tigre Negro y Andrónico. Dos cazadores, uno avatar de un fabuloso pintor indígena llamado Rufino Pandiguando, el otro, avatar de un prodigioso detective negro. Depredador y presa se confunden. Se han perseguido obsesivamente desde altitudes bajo el nivel del mar hasta los tres mil metros sobre el nivel del mar, cruzando el río Magdalena, la sabana del altiplano, Bogotá, el lago Tota en Boyacá, y los Llanos Orientales,
Todos los protagonistas son perseguidores-perseguidos, depredadores-presas. Antes de Andrónico (el autodenominado detective) alguien más perseguía a Rufino alias Tigre Negro: era el joven abogado aspirante a cachaco, alias «El Niño de Chapinero». Soñaba que la oligarquía bogotana lo acogiera en su regazo si les brindaba la cabeza de Tigre Negro. Pero su misión se vio interrumpida cuando el monstruo del lago Tota se lo tragó. Este perseguidor cachaco había sido precedido a su vez por el acuarelista inglés Henry Price, hasta que una monstrua llamada «La Gorgona», especie de vulva andante con fuertes piernas y brazos, se lo comió. ¿Y el pintor Rufino? El pintor Rufino al principio no perseguía a nadie, pero tras la revolución de 1850 se ha dedicado a dar caza a los liberales que traicionaron a los artesanos, y es por eso que el cachaco y Andrónico van tras él. Pero los monstruos populares y la comunidad de artesanos lo protegen. En esta cadena de depredaciones hay que distinguir al acuarelista inglés, Price, quien, para ser precisos, no va la caza de Rufino, sino que quiere conocer las artes del virtuoso pintor de plantas y animales, entre ellas, el arte de captar el lado invisible de los seres. A veces los lectores podemos adivinar quien es el personaje preferido del narrador, y por tanto del autor: sin duda lo es Price. Él es quien nos lleva al centro magnético de estas búsquedas.
El centro magnético es el encuentro crucial con una forma de vida: la brevísima pero impactante experiencia de Price en una comuna de artesanos de Popayán, regida por la compañera de Rufino, Misiá Humberta, y otras admirables mujeres llamadas ñapangas, poderosas e independientes artesanas y comerciantes de viche, licor popular destilado de caña de azúcar sin madurar. Esta comuna de trazos utópicos es la forma de vida que fascina, no solo a Price, sino al peregrino transparente, a esa voz invisible del narrador que no sólo favorece el punto de vista de Price, sino que constituye en sí misma otro de los personajes de la novela. Es la voz que persigue una utopía en los trazos cosmográficos del pliegue de la materia donde existe la Nueva Granada del siglo diecinueve, en la cual se ubica la experiencia de los artesanos y de las ñapangas, ingeniosos productores de formas de vida igualitarias, que fueron traicionados por los liberales dispuestos a importarlo todo de Inglaterra y otros imperios. Enrique Price y el abogado aspirante a cachaco son desprendimientos de la famosa Comisión Corográfica de 1850 comandada por Agustín Codazzi.
La novela completa es la imagen de una forma de vida que no es meramente posible, sino real, cual lo son las imágenes hechas con las relaciones (por ratos invisibles) del pasado y su potencial utópico. Mientras la Comisión de Codazzi buscaba cartografiar la nación decimonónica que persiste hasta nuestros días, este peregrino transparente, invisible, se ha dedicado a cosmografíar formas de vida reales que sobrepasan las ideologías de la nación y la política contemporáneas. Juan Cárdenas ha descubierto en dichas formas y sus imágenes un singular arte de escribir que nos embriaga como el arte de las insignes ñapangas para destilar caña de azúcar viche y gobernar sus vidas.
En fin: ¿Qué significa esa imagen final de los dos animales junto al fuego que se miran, miran y miran en la larga noche de los llanos? Pues eso mismo, literalmente son dos animales depredadores que se miran. La pregunta es, ¿qué relación es esa, con qué formas de vida se conecta?
Juan Duchesne Winter es el autor de los libros de ensayos Caribe, Caribana: cosmografias literarias (2015), Comunismo Literario: inscripciones latinoamericanas (2009), Fugas incomunistas (2005) y Ciudadano insano (2000), entre muchos otros. Reciéntemente publicó en inglés Plant Theory in Amazonian Literature. Fue profesor de la Universidad de Puerto Rico (Río Piedras) y la Unversidad de Pittsburgh. Vive en Cali, Colombia.