Vanessa Droz reseña ‘Almanaque indestructible’ y ‘Libro de cuentas’ de Juan Carlos Quiñones y Dafne Elvira (Puerto Rico)

Centauri y Geminorum

Elvira (Dafne Elvira) / Soreno (Juan Carlos Quiñones). Almanaque indestructible. Río Piedras, Puerto Rico, 2023

Dafne Elvira y Juan Carlos Quiñones. Libro de cuentas. Viejo San Juan, Puerto Rico 2023.

Como se sabe, todo comenzó con la invención de la rueda o… mejor, desde que el ser humano vio que en los troncos que usaba para deslizar piedras para sus edificaciones —o para arrastrar sus barcos de madera y llevarlos al mar— había una promesa; que ahí había, además de un concepto, de una posibilidad, una forma. Pero, como también se sabe, junto con el círculo —visto en el corte transversal de los troncos y en su desgalichada corteza— estaban los anillos, esos que marcaban cada año de crecimiento, las épocas lluviosas, las épocas secas y hasta cuando un fuego había viajado o se había instalado para abrasar un bosque. Es decir: estaban marcando el tiempo, además de constar con partes nombradas por palabras tan hermosas como albura, cámbium y floema, casi poema ésta última.

Pero me desvío, algo que, ya se sabe, les sucede a los escritores.

En esos anillos, también se sabe, estaba la luna, que brillaba desde antes en el cielo, perfectamente redonda y blanca, vigilada y admirada por nuestros antepasados primates…

Y hablamos del tiempo porque de eso se tratan los dos libros que nos ocupan hoy: Almanaque (Indestructible) Barreto y Libro de cuentas, ambos en una producción creativamente amancebada, o amancebadamente creativa, entre Juan Carlos Quiñones y Dafne Elvira.

El Almanaque Barreto está provocado por aquel omnipresente Almanaque (Pintoresco) Bristol, que todavía —por 191 años— se publica para distribución, según se sabe, en Puerto Rico, República Dominicana, Aruba y Curazao para señalarnos el camino por diferentes surcos hablándonos de astronomía, de astrología, del santoral católico y, entre página y página, alegrarnos con algo de humor.

El Libro de Cuentas es un almanaque de esos que, boquetito incluido, se cuelgan en las paredes para, según pasan los meses, levantar la hoja inferior y referirla al lugar que permite que entre el nuevo mes. Los meses… como si marcaran algo; que, se sabe, no marcan nada.

He utilizado la expresión “se sabe” varias veces a propósito, pues es uno de los recursos de Juan Carlos a lo largo de sus textos del Almanaque Barreto para, por un lado, conferirse autoridad y, por el otro, establecer una familiaridad cómplice con el lector. Del mismo modo, recurre a refranes y emblemas de su infancia y adolescencia (quizás hasta más viejos, porque yo los recuerdo) y se los vacila en el mismo sentido del vacilón de “la vida es una cosa fenomenal” de Luis Rafael Sánchez, con esa guachafita tan nuestra, ese humorcito incisivo, medio chabacano y fino (por inteligente) al mismo tiempo, ese humorcito que emite luz. La sabiduría de los refranes y la carga de memoria que tienen los emblemas (el perrito de la RCA Víctor, la etiqueta de la Schaefer, los discos de vinilo…) nos colocan, a autor y lectores, en un territorio de confabulación que es fortalecido por las alusiones a los dioses de la salsa y a las letras de algunas piezas, además de con referencias tecnológicas actuales.

Sobre todos los emblemas: la vellonera, que es la memoria de todo, la memoria de una época, obviamente; pero, también, la matriz que alberga la forma circular que se repite (sea de vinilo o en CDs), que es también rueda, reloj, bola de billar, luna y, por tal, esfera que marca los calendarios. Y en medio de todo, las agujas, las del reloj, las reales o las laser para la música, las del tecato, todas ellas recorriendo los surcos, por primera vez o repetidamente, también en espirales, que así, como se sabe, es que se mueven el tiempo, las galaxias y los sistemas solares.

En medio de las alusiones a ciertas formas (incluida la del candungo con los bolos de la lotería —el tiempo y el azar bailando al unísono—), Quiñones pone en primer plano sus fantasmas para deshacerse de ellos: fantasmas los de su historia, fantasmas todos aquellos que se sientan en la barra del bar Los Amigos: los músicos que salen de la vellonera, los tecatos, los borrachos, los vampiros… Fantasma Quiñones, fantasmas nosotros que, en el dudoso presente, también jangueamos en lugares y barras donde después se quedarán nuestros espectros deambulando y a donde no acudirá nadie a identificarnos.

Este almanaque indestructible contiene textos donde el ritmo de la música (el de las agujas del reloj, el de los golpes del taco del billar o los latidos del corazón) se adueña de los versos para entregarnos un libro que rueda por las calles de Río Piedras, contaminado y pegajoso, inteligente y desafiante, alardoso. Un libro irremediablemente ríopedrense que termina con la contentura del hijo de Obatalá, el orisha mayor. ¿Es Juan Carlos Quiñones el fantasma de ese hijo?

Si Almanaque Barreto es un libro inexorablemente ríopedrense, Libro de cuentas es un libro inevitablemente viejosanjuanero; no solo por la fuerza de las altas y sugerentes imágenes de Dafne Elvira —residente permanente de la vieja ciudad— que acompañan el texto de Juan Carlos Quiñones, residente reciente, sino porque está signado por otro lenguaje de éste último, más cerca del sueño, más lírico —menos estridente, aunque todavía lúdico—, quizás gracias a ese diálogo de amancebamiento creativo al que aludía antes y del que me hubiera gustado ver (aunque todavía la espero) una crónica del trabajo gustoso o refunfuñado entre ellos, una crónica de los días de ese diálogo marcados en cualquiera de esas casillas que, dizque, semejan la cuadrícula de meses en los 12 planos del libro.

La impronta de Dafne Elvira en este proyecto es muy fuerte y autor y pintora, ejecutantes y personajes al mismo tiempo, pulsean. El rojo es el color predominante (ese fondo que acoge y cobija) y las reincidentes figuras femeninas de Dafne —ésas a las que siempre quiere conferir poder— dominan. Los caminos y surcos se trazan con escaleras y tengamos en cuenta que la misma cuadrícula mensual (recordemos que es la luna la que traza los meses) es un conjunto de escaleras en el tiempo, siete escaleras por “mes” con seis peldaños cada una.

Más aún: si tomamos este libro por su eje, que es un espiral, y lo movemos para que pase el tiempo en esos meses innombrados, se produce otro círculo, que puede ser interminable si este almanaque se sigue utilizando año tras año. Ancestral libro de cuentas matemáticas (como el quipu), libro de cuentas para el rezo (como el rosario o el masbaha), libro de cuentas para el collar de las mujeres poderosas, libro de cuentas para llevar el tiempo, éste es también un libro de cuentos enhebrados por, repito, estos dos amancebados que se han dado a esta feliz creación conjunta.

Sin colofón para dar explicaciones ni números de páginas, estos dos libros son redondos objetos que se mueven, objetos dados al desplazamiento y a la vibración, como los días, las semanas, los meses… Como dos soles binarios, como Centauri y Geminorum, giran uno alrededor del otro. Dados a la luz al unísono, completan un círculo de creación.

Enhorabuena a ambos artistas.

Vanessa Droz (Puerto Rico – 1952) es escritora y su segunda pasión son las artes plásticas. Ha publicado los poemarios La cicatriz a medias (1982)—mejor libro de poesía de ese año, según el rotativo El Nuevo Día—, Vicios de ángeles y otras pasiones privadas (1996) —Primer premio del Instituto de Literatura Puertorriqueña—, Estrategias de la catedral (2009) —finalista del Primer certamen de poesía del Instituto de Cultura Puertorriqueña (ICP)—, Las cuatro estaciones-Suite caribeña (2016, con xilografías y fotografías de la autora), Bambú y otros horizontes (2016) —una colección de más de cien haikus— y Permanencia en puerto (2019), colección de poemas a partir de fotografías de Doel Vázquez. También tiene en su haber el libro infantil Oller pinta para nosotros —una comisión del ICP para la Campechada 2012— y la plaquette La dama de los dados (2014), cuatro sonetos a tres serigrafías y una pintura de Myrna Báez. En 2022 conceptualizó y curó, en ocasión de los 500 años de la fundación de San Juan, Viejo San Juan-Te amo-Un homenaje, una antología de textos de diez reconocidos autores que viven en la vieja ciudad y de fotografías de Doel Vázquez. Ha sido presidenta del PENPuerto Rico e integrante de comités y juntas de importantes instituciones culturales puertorriqueñas. Su poesía ha sido incluida en innumerables antologías (de su país y del extranjero), ha publicado ensayos sobre literatura y de crítica de arte en libros, catálogos y revistas, además de columnas de opinión en la prensa; y ha representado a Puerto Rico en incontables encuentros internacionales. En 2018 fue homenajeada, junto con el poeta mexicano Homero Aridjis, por De Paul University, de Chicago, y la revista Contratiempo. A lo largo de toda su trayectoria, ha sido también mesera, maestra, fotógrafa, directora ejecutiva de centros de estudios integrados, periodista, columnista literaria, gestora cultural, anfitriona de programas radiales sobre cultura, editora, comunicadora, líder comunitaria y relacionista profesional licenciada. Actualmente, además de continuar su trabajo poético, se concentra en el diseño gráfico, la edición de textos y la producción de publicaciones.

 

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