Alberto reseña a Javier Vásconez (Ecuador)

Javier Vásconez. Estación de lluvia . Veintisiete Letras, 2009

¡Qué mezcla de alegría y bochorno el descubrimiento de Javier Vásconez!

Bochorno por no haber descubierto antes a este gran narrador ecuatoriano, que si bien no es un Tom Clancy (ni en popularidad ni en nada), tampoco es un autor tan secreto como para que yo ni siquiera hubiera oído hablar de él hasta hace unos meses.

Alegría por la calidad narrativa de su prosa, por la precisión de su voz, por la manera en que, de cuando en cuando, en medio de una frase, deja caer cierta imagen con la que uno tiene la sensación de asistir al descubrimiento instantáneo de algo que no se podría decir de otro modo. Uno tiene, con toda razón, la sensación de aprender algo que no sabía, de ver a través de la voz, de la palabra, y que conste que el que esto escribe no es ningún iluminado sino un partisano de la distancia irónica. Charles S. Peirce dijo que, para entender un signo, este no debe comunicarnos nada que no sepamos ya, pues al contrario no podríamos entenderlo. Ahora bien, Javier Vásconez ataja una y otra vez esta aporía que encierra el sentido de la palabra (y, por extensión, de lo cotidiano) en su redundancia semántica. Valgan de muestra los siguientes hallazgos, ambos del cuento titulado Eva, la luna y la ciudad:

“En los bancos de la plaza, bajo la mirada vigilante de los héroes, los jubilados dormían con los ojos abiertos. Para ellos el tiempo posee el mismo tono sepia de los daguerrotipos.”

“De algún modo cruzar la ciudad fue para mí como penetrar en un espacio desconocido, un espacio tan ilusorio como el sueño, como si al caminar derrotado y encorvado bajo la lluvia hubiera quebrado con mis pasos la superficie de un espejo.”

El parentesco entre Javier Vásconez y Juan Carlos Onetti es manifiesto (el uruguayo incluso aparece en el cuento Billy); yo, al leer con admiración estos desplazamientos imperceptibles entre lo familiar y lo intangible, entre la prosa y la poesía, me he acordado también de Roberto Bolaño y Yukio Mishima. Todos estos escritores trabajan en la revelación por medio del lenguaje, en la creación (o el descubrimiento) de una cierta atmósfera, más que en los giros de la trama. En todos ellos hay además una ironía más o menos marcada (más en Bolaño, menos en Mishima, quedando Onetti y Vásconez de irónicos intermedios).

Los cuentos de Estación de lluvia son una antología personal del autor, quien ha sido ecuánime al elegirlos: hay cuatro de Ciudad lejana (1982), cuatro de El hombre de la mirada oblicua (1989), cuatro de Un extraño en el puerto (1998) y cinco de Invitados de honor (2004). Hay una clara evolución entre el primer libro y el segundo (la prosa se vuelve más transparente, más contenida, más mesurada en sus efectos); con todo, mediando más de veinte años entre los cuentos más viejos y los más nuevos, sorprende la consistencia del estilo y la recreación casi obsesiva de ciertos ambientes preferidos por el autor: viejos caserones, tabernas, escenarios portuarios, hipódromos.

El lector que se asome a las páginas de este libro por curiosidad debería empezar por «Un extraño en el puerto» y «Billy». Después, seguro, el resto.

 

Alberto Bruzos Moro nació en Ponferrada (España). Doctorado en Lingüística, enseña cursos de español en la Universidad de Princeton (New Jersey). Su blod es http://abruzos.wordpress.com/. Lee su otra reseña en El Roommate aquí.

4 comentarios sobre “Alberto reseña a Javier Vásconez (Ecuador)

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