Samantha Schweblin. Pájaros en la boca. México: Editorial Almadía, 2010
“Una última sensación, común a todos, es de espanto:
intuir que al llegar al destino, ya no habrá nada.”
– Schweblin, El Núcleo del Disturbio
A falta de epifanías, el rumor de la epifanía. A falta de destino, atmósferas de una fatalidad que se sustrae. Los cuentos de Samantha Schweblin nos sitúan entre las ruinas de un concepto atrofiado: el concepto de destino y eternidad. Lejos de las grandes épicas, Schweblin se limita a esbozar las frágiles siluetas de las epifanías mínimas: cientos de mariposas que revolotean frente a un hombre que espera a su hija, un viejo minero que a cambio de una cerveza le relata la terrible historia de la desaparición de un grupo de niños en un pozo, un pueblo de frontera en donde el recuerdo del hambre resurge con la furia de pestes. Cuadros mínimos de incertidumbre, los cuentos de Pájaros en la boca – su segundo libro de cuentos, ganador del Premio Casa de las Américas – son más retratos de atmósferas que historias. En ellos encontramos una intuición del sentido de aquella enigmática y fatal frase con la que Kafka fulminaba a su amigo Max Brod: “Hay esperanza infinita, pero no para nosotros.” Schweblin, gran lectora de Raymond Carver, conoce bien lo que ya vislumbraba su maestro: que para nosotros el destino no es un horizonte sino un destello, una críptica imagen que ilumina y se apaga, una imagen en cuya profecía se encuentra el rumor de un sentido. Como en Carver, se trata aquí de cuadros mínimos en donde no parece suceder nada, pero en los cuales de repente sentimos la pulsión de una tensión, la promesa de un destino: cuentos que nos ubican en – tomando el título de su primer tomo de cuentos – el núcleo del disturbio. Así, sus cuentos funcionan como jeroglíficos de la esperanza. Leerlos, es intentar descifrar, o por lo menos intuir, su sentido. Sus personajes, inmersos en estos mundos fantasmagóricos, proponen nuevos modelos de acción: una acción que vacila entre la noción del acto fatídico y del gesto redentor. Ya me comentaba Schweblin, en una entrevista que le hacía dos años atrás, lo siguiente:
“Me gusta ese momento de incertidumbre, el segundo anterior al desastre total. Muchas veces es la historia la que lleva al personaje agarrado de las narices, y no viceversa, como por lo general sucede. Entonces el personaje se ve influido por las leyes arbitrarias del destino, no tiene poder de decisión, no hay libre albedrío. Se hace lo que se puede.”
Las leyes arbitrarias del destino: creo que la paradoja de la frase nos ofrece una intuición de lo que se haya detrás de este magnífico libro de relatos. Desprovistos de horizontes, sus personajes actúan como si una nube fatídica los arropase, solo para intuir que desde los vertederos de la experiencia moderna, se ve surgir una última felicidad. Elogiar a un escritor directamente es siempre de mal gusto, desviar el elogio hacia sus influencias es tal vez más eficaz. Entonces, a modo de elogio, diría que los cuadros mínimos de Pájaros en la boca me remiten a una escena de un cuento de Carver que leí ya hace mucho y que tal vez tergiverso: dos adolescentes enamorados que deciden esbozar un primer baile frente a los ojos de un triste y borracho viejo que sentado en su marquesina se dispone a vender todas sus pertenencias. No me extraña que Schweblin se mantenga fiel al género del cuento, pues es allí donde el destino se aleja de las grandes narrativas y se asienta en un lugar más humilde pero iluminado: la utopía de las epifanías mínimas.
Carlos Fonseca Suárez (San José, Costa Rica, 1987) es candidato doctoral en el Departamento de Español y Portugués de la Universidad de Princeton. Obtuvo su bachillerato en Literatura Comparada de la Universidad de Stanford, en donde se dedicó a escribir sobre poéticas de movimiento, ritmo y gracia. Actualmente cursa su segundo año en el programa y se dedica mayormente a definir sus intereses tanto académicos como literarios con miras a localizar su futuro tema de disertación. Mira su otra reseña aquí.
Maricon, que bueno que la pizada no nos dio una entrevista cara a cara si no le pido matrimonio ahi mismo. Pienso en la nocion de destino de supermercado asociado al amor del dia de san valentin: hoy en dia el destino se reconoce como aquellos sucesos que se perciben como mas improbables (una formula para la frustracion). Me fascina lo de las mariposas. Talvez te interesara una mierda de Karl Jung, su nocion de sincronizidad como temporalidad alterna. Es basicamente el campo en donde los patrones de cosas inconexas se cristalizan para dar lugar a proceso de significacion. Su ejemplo principal es precisamente un caso de una paciente que logro observar ese flashazo del que hablas cuando una mariposa entra desde la ventana y se le sienta en la cabeza.
«pues es allí donde el destino se aleja de las grandes narrativas y se asienta en un lugar más humilde pero iluminado: la utopía de las epifanías mínimas.»
Por cierto, creo que por ahi anda la solucion a la imposibilidad de escribir sobre los grandes desastres del siglo pasado. La mierda es buscar la manera de unir epifanias minimas y volverlas constelacion.
Muchas gracias, Carlos, una recomendación por otra. Si las influencias son Kafka y Carver (dos autores tan locales y a la vez tal universales), mejor que mejor.
[Por cierto, Othoniel, se te ha quedado una H fuera del apellido en el título.]