Luis reseña a Ricardo Piglia (Argentina)

Ricardo Piglia. Blanco nocturno. Anagrama, 2010. 299 págs

Educados en una escuela que nos enseñó a ver el mundo como objeto y socializados en unas instituciones que nos lo convierten en mercancía, contamos con novelas como Blanco nocturno para comprenderlo como acontecimiento. Tal vez en algún futuro este libro se perciba claramente enmarcado en una tradición de pensamiento diferencial que se resistió a la generalizada cosificación de la experiencia en el siglo XXI, a su conversión en información susceptible de ser mercadeada por sujetos intercambiables.

El comisario Croce, que investiga el crimen tramado en esta novela, actúa desde esa sensibilidad “diferencial”: “I’ll teach you differences”, dice, citando a Lear, y explica que comprender “no es descubrir hechos”, sino entender la lógica de los acontecimientos. Por eso Croce, entrenado a conciencia en leer lo que excede a lo factual, sabe que la realidad lleva a menudo un nombre falso y tiene incluso cierto poder de adivinación: entendiendo el sentido, la dirección de lo que ocurre, es capaz de vislumbrar el porvenir.

La realidad no depende de los hechos, sino del punto de vista. Como dice otro personaje de la novela: “el problema siempre es lo que una cree experimentar o cree pensar”. Hay siempre un lugar desde el que enfrentamos la pura diferencialidad de la experiencia, ese blanco nocturno que nos cegaría si no lo encuadráramos en algo (“basta un brillo fugaz en la noche y un hombre se quiebra como si estuviera hecho de vidrio”).

Esta es una novela detectivesca pero también rural, una novela yo diría que más del campo que sobre el campo. Como Emilio Renzi comprende al poco de su llegada al pueblo en el que se cometió el crimen, el problema del campo no es que sea aburrido o bucólico: es que no tiene bordes. Especie de prisión perpetua invertida, el campo intensifica “la potencia de la vida” por pura ausencia de límite. “Por eso, para poder soportarlo, hace falta una ayuda, una poción”: todo el mundo se droga en el campo. La pretendida barrera entre la vanguardia de visionarios capaces de transformar la experiencia y la masa supuestamente pasiva que la recibe en forma de tradición queda cuestionada. Me parece que así sucede siempre en los textos de Piglia, y que tal vez ese es uno de sus regalos más valiosos.

Las culturas rurales también deliran. Las culturas rurales y subalternas (como señaló Michel de Certeau) están acostumbradas a comprender la realidad más como una serie de acontecimientos a los que hay que responder con urgencia, que como un continuo estable compuesto de objetos bien definidos. Blanco nocturno se nutre de esa sabiduría táctica rural y subalterna. Las frases que le aparecen a Croce en la cabeza y que le guían en su búsqueda de “la lógica del sentido” no son sólo de Shakespeare, a menudo son “dichos”, esas condensadas píldoras de experiencia colectiva que pueden funcionar como vanguardistas “ready-mades” (frases ya hechas).

“No era cierto que la ciudad fuera el lugar de la experiencia”, comprende Renzi hacia el final. Igual que hay una ciudad ausente flotando sobre cada ciudad, en el campo planea también “la luz mala de los huesos de los muertos sin sepultura”. Luz oscura que cae como un rayo líquido sobre las masacres que tuvieron lugar aquí mismo, en todas partes.

Esta novela cuenta un crimen cometido en un pueblo argentino, en 1972. A ese pueblo llega un puertorriqueño con una maleta llena de dinero que le pierde y se pierde (plata quemada). Una “valija” más de las que circulan para evadir impuestos en un mundo en el que los terratenientes locales “iban donde les llevaba el capital, pero nunca dejaron de añorar la calma patricia”. El puertorriqueño es asesinado, el comisario Croce trata de entender la lógica de ese acontecimiento y descubre una conspiración contra Luca Belladona, un iluminado inventor que trata de resistir en su fábrica de coches experimentales frente a quienes quieren apropiarse de ella para construir un “mall”. Luca, el gran creyente en la capacidad de crear lo que la naturaleza no proporciona, el hombre que ha conseguido que hasta su respiración sea artificial, se enfrenta a los mismos enemigos de quienes viven pegados a la tierra, delirando ante la inmensa pampa aún no domesticada por el capitalismo global.

Esta novela da luces y une fuerzas para la resistencia (chispas de soldadora, luciérnagas) sin ofrecer una solución al crimen. Porque aunque después de un cadáver no haya más que otro cadáver (y ninguna solución), y aunque después de aquella crisis del neo-liberalismo de los 70 no haya habido más que otras tantas sucesivas crisis, a cada cual más criminal, la investigación no se detiene. La narración del verdadero sentido de esos crímenes sigue avanzando, a tientas, en esta conmovedora novela de Piglia.

Luis Moreno Caballud (Barcelona, 1976) es profesor de literatura y cultura contemporánea española en Upenn (Philadelphia). Investiga sobre las transformaciones culturales producidas por la implantación del capitalismo durante la dictadura de Franco y la democracia. Publicó una novela y varios cuentos.

6 comentarios sobre “Luis reseña a Ricardo Piglia (Argentina)

  1. Luis, qué gusto leerte.
    Me gustó en la novela el personaje de Croce, trasunto detectivesco de Wittgenstein, al que cita en varias ocasiones, o más bien, ateniéndose a la realidad de la novela, deberíamos decir que Croce sintoniza ideas y frases wittgensteinianas.
    Me gustó el diálogo con las sucintas notas a pie de página, que, me imagino, reflejan materiales desechados en el proceso de escritura, o partes de la documentación del autor que, al final, encontraron así cabida en la novela.

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