Fabián Casas. Los lemmings y otros. Bolivia: Editorial El Cuervo, 2011
A propósito de si se considera o no como un escritor argentino, como un representante de la argentinidad en la literatura, al escritor Fabián Casas le gusta decir cosas como ésta: “Mi literatura es como el bar de La guerra de las galaxias. Hay una mina con tres tetas, traficantes de Orión, contrabandistas de Venus, músicos de rock, exfutbolistas. De todo hay en ese bar. Pero eso de tener que representar un territorio específico… eso es lo que te mata”. En un país con una larga tradición literaria cuesta sacarse ese estigma. Pero Casas, por lo menos hasta cierto punto, parece haberlo logrado.
Los Lemmings y otros, quizás el libro más famoso del argentino y reeditado por la editorial boliviana El Cuervo (2011), es una compilación de relatos, que varios críticos han definido como índice de la propia educación sentimental del autor, en la que se mezclan poderosos recuerdos de infancia y juventud con figuras históricas, personajes, sitios y gestos típicos de la Argentina de los años 70. Aunque, si queremos ser puntillistas, habría que decir que lo último no es correcto del todo. Los lemmings y otros no es un libro que hable necesariamente sobre la Argentina, y ni siquiera sobre Buenos Aires. El texto se concentra militantemente en un punto geográfico específico: el barrio de Boedo, en el que Casas pasó su niñez y parte de la juventud. Así, el libro —y esto es claro en la tapa de la linda edición de El Cuervo— conforma una especie de álbum de fotos, un collage de las figuras y personajes que influenciaron al joven Casas, que es, muchas veces, el narrador de las historias. Entre la realidad y la ficción, entonces, entre el pasado y algunas de sus versiones, se elabora este buen libro.
¿Qué más tenemos aquí? Oralidad, sí, una narrativa que coquetea con un lenguaje muy coloquial y muy porteño. Pero eso no es todo. Los lemmings y otros es el clásico ejemplo de aquellos libros, de aquellas obras, que son más, mucho más que la suma de sus partes. A veces la disección no es la mejor fórmula para enfrentarse a un texto, a veces una lectura no deconstructiva, sino más bien holística es la indicada, una lectura que no separa al libro en relatos individuales y a éstos en gestos y momentos puntuales, sino que lo ve como un organismo unicelular cuyo centro es a la vez su periferia. Cuando el esqueleto y la piel son también corazón, cuando el goce retórico y el escape anecdótico son parte central de la trama, son la esencia misma de la obra, se tiene otra cosa, un objeto singular que, pese a parecer sumamente accesible, encierra un desafío mayúsculo: Casas no ha escrito en Los lemmings y otros un mero libro de relatos, sino que ha concentrado parte de la experiencia universal del crecimiento y sus consecuentes efectos en un objeto de extraña belleza, que sorprende por su cercanía y su inasibilidad.
“Fabián Casas es un genio”, dijo alguna vez Fogwill, y si lo es no lo es sólo por su habilidad como escritor, sino porque también, pese a la ambigua transparencia de su prosa, pese a la profunda cotidianidad de sus historias, en un primer momento Fabián Casas es el gran expositor, ese que encuentra belleza en la minucia, en la normalidad, el día a día, y la muestra de forma clara. Pero este es un gesto retórico de larga data y de probada efectividad. La mitad de la literatura universal ha sido construida bajo esa premisa. Lo que Casas hace es distinto. En un segundo momento el suyo no es el viejo y manido gesto que nos descubre la cotidianidad como caja de sorpresas, sino que hace de un mecanismo de la memoria, que va más allá del recuerdo y más acá de la postal decorativa, una forma de escribir. En claro, la narrativa de Casas —y parte de su poesía— nace de un gesto en estos tiempos muy venido a menos: la anécdota. Y no la anécdota, para finalizar, como una estática fotografía a partir de la cual la narración comienza, ni tampoco como una constante actividad de la memoria, sino como algo más infantil y a la vez más extremo: Casas hace de aquel viejo inicio de todos los relatos, del “Había una vez”, un arte mayor y reivindica así una entrañable afición por narrar despojada de toda pose, una afición por la verdad de la historia personal y la verdad de la ficción.
Sebastián Antezana (México-Bolivia, 1982) nació en el D.F. pero se trasladó muy temprano a La Paz. Es Licenciado en Literatura latinoamericana por la Universidad Mayor de San Andrés (Bolivia) y Maestro en Literatura inglesa por la Universidad de Leeds (Reino Unido). En agosto comienza un doctorado en Lenguas Romance en la Universidad de Cornell (Estados Unidos). Fue editor del suplemento literario Fondo Negro del periódico La Prensa y actualmente es columnista del periódico digital Oxígeno. Su obra ha sido recopilada en antologías como Conductas erráticas (Aguilar, 2009), y es autor de las novelas La toma del manuscrito (Alfaguara, 2008; X Premio Nacional de Novela de Bolivia) y El amor según (El Cuervo, 2011 – 2012).
Estoy buscando una pagina dedicada a la difusion de las publicaciones bolivianas en literatura. historia y ciencias sociales. Sabes de alguna? Vivo en Ithaca y tengo a mano el libro de Fabia Casas que leere luego de haber leido tu articulo. Gracias
Hay otra editorual argentina que se podria agregar a la lista, Paradiso