Sergio Gutiérrez reseña una novela de Rey Andújar (República Dominicana)

Rey Andújar. Ecuatur [Megan Van Nerissing]. México: Librossampleados, 2014.

ecuaturborrarEcuatur [Megan Van Nerissing] (2014), la más reciente publicación de Rey Andújar, es un relato breve, armado cuidadosamente. La brevedad del mismo hace que un resumen de la trama resulte casi pornográfico: un romance que se despliega a nivel transnacional comienza y termina con un tropiezo. Ambos fatales, pero de modos distintos. Ambos montados a partir de una fragilidad que la materialidad física del libro mismo parecería complementar. En tanto objeto, Ecuatur es una cosa mona, un objeto de cartón ondulado impreso en un papel que apenas pesa, que exige el más ligero movimiento para ceder de una página a otra—casi parecería burlarse de ese entrenamiento que le han dado los iPhones a nuestros dígitos. Esa nubosidad del objeto intensifica nuestra preocupación por los protagonistas de la trama, temerlos tan frágiles como las hojas de marrón marchito—una textura literaria que debe tanto a Andújar como a la editorial mexicana Librossampleados, para la cual Ecuatur es el cuarto número de su serie «Carton-Era».

Como se vio más recientemente en su ambidiestra Saturnario/Saturnalia (7Vientos, 2013), Andújar es un gran escritor de la añoranza. Sin embargo, se trata de una añoranza que, hasta cuando más profunda, sigue teniendo ritmo y calor, de modo que sigue revelándose como de un poco más acá, del mundo de los deseantes. Si pudiésemos imaginar un espectro del añorar, en el que hacia el extremo izquierdo la ausencia se experimenta en carne viva, con sudores, uñas mordidas y lágrimas, y hacia el derecho se vive como un dejarse ir, como una vorágine que casi priva de lo vivo, Andújar se encuentra mucho más cercano al primero. Lo que destaca la obra de Andújar entre la literatura de la añoranza, un género en cuyo dominio Say Her Name de Francisco Goldman es el soberano, y la totalidad de la obra del mexicano Ricardo Chávez Castañeda su heredera presunta, es que insiste en anclar su pérdida en el sandungueo cotidiano de los vivos de una manera que a veces se obvia en este género—porque se pierde entre el dolor, entre el luto—, aunque en la dura vida siempre esté ahí, aunque parezca estarlo un poco más allá del alcance del enlutado.

Tal vez por eso es que hay tantas figuras literarias en sus textos, tantos escritores y lectores en sus cuentos: qué mejor personaje que el escritor para figurar la añoranza y, en su seno, participar de la vida, lo quiera o no. La repentina aparición—siempre, siempre—de la música y del baile permite a su obra escapar de lo hierático; pasar a un registro en el que lo literario y el escritor, a pesar de ser centros narrativos, son otros más en el mundo. Esto no quiere decir que no haya cierto aire aurático en torno a lo literario en su obra—lo hay, para bien y para mal—, pero que la presencia de la música y el baile, más que del sexo (que funciona en su obra casi como contraparte de la escritura), lo coloca en la tierra, lo ensucia y humilla, dejándolo escrito en minúsculas. También lo hace el despliegue del idioma, un despliegue que se presenta como oralidad pero que está muy lejos de serlo: como el mexicano Daniel Sada (aunque de un modo radicalmente distinto), Andújar utiliza una oralidad apócrifa para enmascarar lo profundamente literario, lo de artificio, lo de «escribido», de su prosa. Una que, no sobra decir, es exquisita.

Para concluir, cabe repetir que Ecuatur, como dije al principio, es un texto breve, un entremés que bien puede leerse como un ejercicio de modulación, como un ejercitar de músculos en la obra de un autor que libro tras libro se fortalece. Quizás porque es la última pieza en una trayectoria que comenzó plenamente hace diez años con las publicaciones puertorriqueñas/dominicanas de El hombre triángulo (2005)[1] y El factor carne (2005), Ecuatur parece exigir una re-lectura y una re-apreciación de la obra de Rey Andújar, una que ha venido a marcar, a pulso, una coordenada inevitable en la literatura puertorriqueña (y dominicana y caribeña) contemporánea. Tal vez ya sea hora.

[1] El hombre triángulo se publicó anteriormente en Nueva York en el 2003, por Essential Icon Press. Sin embargo, las publicaciones del 2005 de Isla Negra tanto en Puerto Rico como Santo Domingo de estas dos novelas fueron las que pusieron la obra de Andújar en circulación.

Sergio Gutiérrez Negródn (Caguas 1986). Es columnista para El Nuevo Día, y autor de las novelas Palacio (Libros AC 2011/2014) y Dicen que los dormidos (ICP 2014/2015). Actualmente reside en Ohio. Mantiene el blog La mueca periférica. Para El Roommate ha reseñado también a Ignacio Padilla y a Rubén Ramos.

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