Margarita Pintado reseña a Lorenzo García Vega, Son gotas del autismo visual

Lorenzo García Vega. Son gotas del autismo visual. Mata-Mata, 2010, 104 páginas

Lorenzo García Vega (Jagüey Grande, 1926), escribe dentro de una tradición post vanguardista,  esmerada en la creación de textos, que, siguiendo las palabras de Deleuze, se brindan únicamente a la experimentación, y no a la interpretación. Son gotas del autismo visual es una pieza que resplandece dentro de esta tradición. Desde el título se nos dan las claves de un relato que será imposible. Lo autista, es decir, lo intraducible e inexpresable que tanto ha ocupado e inspirado al escritor, se convierte en el centro de un relato metafísico, arraigado a una experiencia de lo inmediato-transcendental.

Son gotas del autismo visual es un libro pequeño y frágil, cuya forma nos revela un yo que no le teme a la intimidad. Ese poder sostener el libro con una sola mano, ese tener que pasar las páginas con cuidado por temor a desgarrarlas, condiciona la lectura; hay algo ahí, (un vivir, un sentir ) que sabemos, debe ser protegido.

En los últimos años García Vega vive obsesionado con la idea de meter todo lo que pueda dentro de una cajita: el mediodía de la Playa Albina (Miami) en la que vive, el patio feo que le saluda cada mañana, el ruido que a veces se escapa del refrigerador, el color amarillo que le ha perseguido durante toda su vida, y los recuerdos más remotos de su natal Jagüey Grande. Tras asumir un exilio que parece ser el último de los exilios, el escritor intenta llenar el vacío con palabras que remitan a un vacío mayor, y como primigenio, en donde el ser se saluda, a través de los posibles relatos que surjan entre él y las cosas que constituyen su paisaje.

En esta ocasión el escritor lleva hasta el límite su propia limitación como pintor. Podemos ver claramente cómo su trazo testifica el acto fallido (y voluntario) de un lápiz que no sabe ser pincel. García Vega no sólo ha confesado ser un “pintor frustrado”, sino que también se ha denominado “escritor no-escritor”, y esto no debe pasarse por alto, puesto que son pocos los escritores que se animan a armar sus relatos a partir de la suma de sus faltas. Todo el universo del autor de El oficio de perder (2005) se construye a partir de lo que no es, y de lo que no puede ser. Se trata de darle a lo imposible una voz. En este caso eso imposible que resiste la traducción es el “nonsense visual”, el goteo incesante de las imágenes que lo asaltan en su contexto actual:

-La mesa.
Un pequeño reloj despertador, sobre la mesa.
Domingo. 4 y 45 de la tarde.

Los materiales del mini relato aparecen desplegados en un primer plano: una mesa que en las páginas finales lo remitirá a un olor de madera que lo visitó en su niñez, el reloj (un objeto), y la hora (el tiempo sacado de su cajita-reloj). Compiten en un mismo espacio el tiempo de un pueblo de campo que ya no existe y el tiempo irreal de un presente albino que tampoco existe.
En resumidas cuentas, Son gotas del autismo visual es un recorrido de los días (de los agujeros de los días) que pasan como un eterno presente, delante de la mirada del hombre que vive en un lugar que es lo más cercano a un no-lugar. En cierta ocasión García Vega se pregunta: “Pero, ¿este proyecto a qué se debe?” Y responde, presuroso: “Se debe a la escasa, pobre visión de este mediodía que estoy viendo.”

El libro es también una aventura poética, un archivo de sensaciones, sueños, y visiones, todos inacabados, todos puentes que llevan al autor a saber todo lo que se puede saber dentro de una alegre, voraz, incendiada y lúcida ignorancia. Dice García Vega en estas páginas que un consejo para el narrador visual debe ser encontrado en Beckett: “Vuelve a fracasar, fracasa mejor.” Lorenzo intenta ahondar en esta ética y estética del fracaso al sugerir que un libro autista (y esto debemos leerlo también como una vida autista), “No revela nada y, sin embargo, uno da un paso y entiende algo.” No saber, no tener, no poder, son faltas que se convierten en tenencias futuras. El valor de estas posesiones es incalculable, ya que responden, no a un sentido limitante, sino al constante devenir que ofrece la experimentación de la Idea, la Palabra y la Vida.

Margarita Pintado (Puerto Rico, 1981). Poeta, ensayista, crítica. Ha publicado sus trabajos en distintas revistas impresas y digitales. Su primer libro de poesía de próxima publicación saldrá con la editorial puertorriqueña La Secta de los perros. Enseña literatura y cultura hispanoamericana en la Universidad de Ouachita, en Arkansas. Obtuvo su maestría en la Universidad de Emory (Atlanta). Se pepara para defender su disertación doctoral, Lorenzo García Vega: Poeta sin paisaje, en la misma institución. En El Roommate ha reseñado a los siguientes autores: Luis Negrón, Antonio José Ponte y a Chiara Merino, entre otros.

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