Margarita Pintado reseña a Chiara Merino (Puerto Rico)

Chiara Merino. Criaturas gelatinosas. San Juan: Colección Maravilla, 2011

criaturasgelatinosasPara hacer dibujos de luz, es imprescindible conocer la sombra: llenarla de ojos, cubrirla de bocas. Los textos reunidos en Criaturas gelatinosas, primer libro de la poeta puertorriqueña Chiara Merino, narran la historia de lo claro-oscuro que habita el tiempo del instante y de lo eterno. Palabras, rasguños de palabras chorreando tristeza, pero es una tristeza que no oprime, que no absorbe, que no apaga; una tristeza muy cercana, muy simple, una tristeza como de bolsillo: frágil, tierna, pasajera. Y aún cuando la poeta se mete en cosas serias, aún cuando decide cruzar la línea que creemos, separa a la poesía de la vida, ella logra trastornar el peso del verso lúgubre, haciéndolo ingrávido, devolviéndole ese gesto aéreo y alegre que precisamos para acercarnos a lo trágico. Por eso, aún cuando nos enfrentamos a un poema tan terrible como “estados anteriores”, único texto del libro dedicado, “para mi madre”, prevalece la calma, y el amor que conversa con toda herida:

hermanito, el amor viene antes que la muerte
encarama sus dedos sobre la cara
y hace escarcha de tu semblante
que la ventolera se lleva y esparce
el amor siempre es anterior a la enfermedad
va más allá de la casualidad el mirarle la frente dormida
y morir uno, un poquito por dentro
es condición posterior al respiro
una mancha azul que se derrama dentro de sus sienes y casi le besa los labios
es muy anterior a todo, al hálito, al pecado
del asumir, del suponer, del figurar
y un silencio que te corta las costillas y te pela
la piel suavecito, un ritmo de angustia
y todos los días son grises, y siempre llueve afuera
de una ventana de hospital con vista al mar

Los diminutivos, los adjetivos como aniñados, esas imágenes, pueriles, pero punzantes, se contraponen a la madurez y al temple de quien reconoce su proceso. El control, la sobriedad, el manejo de un lenguaje que está a la mano, pero que ella hace parecer más rebuscado (lo que es en sí un acontecimiento poético), la afianzan en una escritura del yo, que se aleja de cierto tono confesional que tiende al narcisismo y a la espectacularización del yo. Su mirada persigue lo esencial, no lo esencialista, que habita detrás del gesto, de los retazos de una conversación, o de los ecos de algún viaje que, por más real que haya sido, no abandona nunca su peso imaginario.

Chiara ama las palabras, pero no queda nunca atrapada en ellas. Desde el primer poema, su voz emerge, diáfana y concreta, sin dejar de ser sinuosa, y ondulante:

lima desvaría de todo encuentro al vacío.
se faculta en sus directrices de aire poluto,
retoma mi raíz aérea,
la vuelca girando y me la devuelve con un soplo de plumas azuladas.

de cara al balcón desollé diminutos trozos de piel de mis hombros,
líneas y superficies, conjuntos galácticos de la pasión de la muerte.
clusters de saliva, láctea, coja.

A pesar de querer privilegiar lo efímero, la poeta insiste en prolongarlo, añadiéndole pliegues, y violentando un poco su naturaleza pasajera. Las palabras son como pequeños molinos de viento; impulsan lo invisible para “ordenar al mundo con una vibración continua de letras eléctricas” (“letras de lima”), y promueven la desarticulación de un yo  cuya vocación es dejarse desgranar por el tiempo. Del mismo modo en que insiste en aletargar lo efímero, ella insiste en poetizar la huella, convirtiendo su esencial ausencia en peso desdoblado y multiplicado. Escuchamos en “película muda” el retumbe de lo que pasa, de lo invisible arrastrando lastres:

recordar la simetría imperfecta de las horas.
recuperar el vapor de la noche iluminada,
del tigre recorrer, del bosque corazonar al felino,
órgano entumecido a golpe de martillo y de cadena.

somos todos. somos tantos los que esperamos a los asesinos
con la soga en la mano y la navaja entre dientes
durante esta madrugada fiera ensamblada desde el codo al corazón.

Vengo leyendo y releyendo estas criaturas gelatinosas por espacio de un mes. Muchas frases se me han quedado en la cabeza, cosa que no me ocurre con frecuencia. Pero es que la voz de Chiara contagia. Aunque en ocasiones se declare traidora, y se deje vencer por la crueldad, por el instinto de supervivencia, y por el egoísmo, su voz prevalece como una voz amiga. En medio de tanta literatura “transgresora”, de oposición, y un tanto obsesionada con la diferencia, dar con este libro es un evento feliz, pues se trata de una escritura que no tiene que pretender un decir, ni tiene que modelar una posición, puesto que es un libro genuinamente solidario; solidaridad que alcanza a la familia, los amigos y las amantes, y a todo aquel que, como ella, reconoce la fugacidad de un mundo regido por los encuentros y los desencuentros, las llegadas y las idas, los abrazos y las despedidas. Chiara echa mano de la poesía para restaurar esos momentos-umbrales en donde el ser se descubre, solo y reducido, dentro de un mundo como soñado, un mundo de juguete, guardado en el bolsillo de una súbita “niña-monstruo.”

La segunda parte del libro, que lleva el título del mismo, Criaturas gelatinosas, consta de 27 textos breves, que bien podríamos leer como viñetas, mini-relatos, o poesía en prosa. Esta sección es un tipo de bitácora, textos como escritos a vuelo de pájaro, con la soltura y la delicadeza de lo que se escribe en un arrebato, pues no precisa de formalismos para ser expresado. Chiara narra, con soltura y precisión los distintos escenarios en donde quedan enmarcados los días. En estos textos ocurre un desdoblamiento del yo autorial, ahora obsesionado con el retorno de una niña que es el principio de todas las cosas:

Existe un serio problema geográfico. Un problema de papeles y de poca fe …
El zapateo confuso de nomenclaturas suena sobre un piso de loseta isleña. Afuera, los enormes pinos playeros derramaban sus piñas y los perros les ladraban a las sombras que se paseaban por el terreno. Era yo tan pequeña que no recuerdo más que en aquel tiempo tenía una abuela alcahueta, un padre paracaidista y que aún no había nacido ni muerto mi hermano. El mundo era inmenso y misterioso.

Al final, el libro revela su origen. Y en el origen fue la ausencia, y en el origen fue el trauma, y en el origen fue también la necesidad de cubrir una falta. El regreso a la niña coincide así con la búsqueda de un estado anterior, en donde se corrobora una grieta común a todos, que le da paso a una solidaridad futura:

El mundo está hecho de las ausencias. Es por eso que edificamos estructuras, casas, museos, urbanizaciones, expresos, alcaldías, barriadas, parques comunales, bancos, cementerios. Escribimos cartas por las mismas razones, para enterrar las ausencias, para bajarle el volumen al silencio.

Sólo quiero aclarar que de ahí nació todo, como gemelas de una mano a la que ya no podemos mirar porque nos toca ese punto medular donde comienza la muerte. Porque ya reconocemos que es el punto de cocción de esta gelatina lo que nos hace flexibles, estirar los dedos de las manos, no rompernos por dentro.

Chiara sabe pertenecerse porque sabe darse. Sus palabras alcanzan al lector, precisamente, porque no han sido concebidas para complacer a nadie, sino para ejercer una libertad. Lejos de cualquier propósito ideológico, lejos de la ansiedad del shock que convierte la literatura en un juego de niños-monstruos enamorados de sí mismos y de sus causas, Chiara, logra acercarse a un lector que como ella, cree en una anti-forma gelatinosa que nos hermana, a pesar del tiempo, y de la distancia, a pesar de las muertes, y de las fronteras. A pesar de nosotros mismos, y de nuestra voluntad de islas.

Margarita Pintado Burgos (Puerto Rico, 1981). Estudiante doctoral de la universidad de Emory (Atlanta). Actualmente escribe su disertación, Derroteros y derrotas: Lorenzo García Vega y la victoria pírrica del escritor menor. Dirige, junto a Lorenzo García Vega, el blog http://pingpongzuihitsu.blogspot.com, y tiene un blog de poesía, http://desvalijados.blogspot.com/.

12 comentarios sobre “Margarita Pintado reseña a Chiara Merino (Puerto Rico)

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