Carlos Fonseca reseña a Lorenzo García Vega, El oficio de perder

Lorenzo García Vega. El oficio de perder. Sevilla: Ediciones Espuela de plata, 2005. 561 páginas

Ésta su alegría alquímica

 ¿Cómo…? ¿Pero cómo? Si lo supieras…

Como se puede en la vida para poder en la nada.

Más tarde, entre tendales de gasa y abruptas confesiones,

el cómo de tu vida reirá a carcajadas.

– Virgilio Piñera

Fig. 1

Escribo como recienvenido. Es decir, escribo con la inusitada alegría de aquel que llegando tarde al funeral de un hombre al que en vida nunca conoció se descubre solitario en su atuendo fúnebre: el alegre rumor de un velorio le ha ensuciado sus solemnes trapos de luto. Me he vestido para el funeral de un Lorenzo García Vega al que no conocía y al llegar he descubierto un velorio. ¿Qué queda? Imagino que quitarse los trapos de la tristeza hasta quedarse en los trapos más simples, remover las capas de seriedad hasta llegar a la más fértil y humilde de las alegrías, aprender del propio Lorenzo – intolerable tuteo tratándose de un recienvenido – este arduo pero gozoso oficio de perder. Aprender que en pleno velorio una carcajada puede encender la más alegre de las memorias.

¡Pero que difícil es la alegría!

Poética alquímica, diario neurótico, conversación psicoanalítica, alucinado libro de memorias escrito en la más tierna e inmadura vejez, El Oficio de Perder es muchas cosas – retrato cubista de sí mismo – antes de ser lo que se supone que sea: una especie de testimonio poético escrito bajo la olvidadiza forma de unas memorias mínimas. Kaleidoscopio de la memoria escrito con la alegre rapidez de las pinceladas orientales del que se sabe notario y no escritor. Un hombre que, al esbozar el autoretrato de aquella su vejez más inmadura, descubre a un tierno notario al que los años le han enseñado que el verdadero oficio de la literatura no es sino el oficio de perder. Enigmático título que esconde subtítulos. ¿Qué quiere decir Lorenzo García Vega, el origenista, el amigo de Lezama, con esta aparente admisión de fracaso? Al fin de cuentas, las numerosas páginas, más de quinientas, que componen el libro sugieren que se trata aquí de un hombre de grandes actos. Ya no la isla en peso, sino el fracaso en peso. ¿Cómo justificar entonces este fracaso alegre? Lorenzo García Vega responde, como los mejores, con una poética: el oficio de perder es un oficio alquímico que se dedica, con la más juguetona de las atenciones, a redimir ese mundo de lo cotidiano que se resiste a hacer historia. Como en esas cajitas de Joseph Cornell que tanto apreciaba, repletas de los más cotidianos y dispares objetos, Lorenzo se dedica a trazar la caja de resonancia de una realidad que se ha vuelto más que ella misma. Alquimista de lo cotidiano, Lorenzo García Vega se limita a ver surgir – cual Parecelso en pleno estudio – una realidad paralela que corre y le sonríe a las cosas al pasar: su realidad es ésta más un chispito. Es este arte del chispito más – realidad más chispa – lo que constituye la inusitada alegría de su prosa. En batalla con la física moderna, el noble notario se niega a admitir que nuestra realidad es de tres o cuatro dimensiones. Lo deja muy claro con voz alquímica: la suya es de tres y un poquito más… Su alquímica realidad es aquella que de niño descubrimos en los estereogramas: bastaba cruzar los ojos, acercar la vista en pose de cómicos miopes para ver surgir, detrás de la amalgama de colores sin forma, la figura de un elefante que se escondía en una dimensión desconocida. El Oficio de Perder es este último estereograma que, visto a la distancia precisa y con la mirada torcida, nos muestra el surgimiento de un rostro en medio de los chispazos de lo real. Y ese poquito más, esa chispa, es precisamente la elusiva cara de la alegría.

¡Pero que difícil es la alegría!

Y es que el muy pícaro de Lorenzo la ha escondido muy bien, entre más de quinientas páginas, en un laberinto que él mismo se ha propuesto. Nuestra tarea es encontrar, no la salida, sino su más recóndita esquina, asentarnos allí y dejarnos llevar por los juegos. Ahora que ha muerto y que llegando tarde a este su alegre velorio, me encuentro en mis torpes trapos de recienvenido, conviene recordar aquella petición anónima que recorre las páginas de El Oficio de Perder: aquella voz que una y otra vez cree escuchar Lorenzo y que le pide que no muera sin laberinto. No Mueras Sin Laberinto es, según nos cuenta nuestro querido cómico, el secreto subtítulo de El Oficio de Perder. El Oficio de Perder es entonces una carrera contra la muerte, un libro testamento, una construcción en proceso de una laberíntica memoria autista. Un libro escrito sonriéndole a la muerte:

“Quizá también la Muerte, cuando me llegue, pudiera tener el sabor de aquel de los velorios campesinos, tener cosas como aquel ruido del punzón del hielo que…”

Macedonio Fernández, Lezama Lima, Cintio Vitier, Piñera, Proust, Duchamp: los grandes nombres desfilan por este libro cual campesinos en pleno velorio, guiados por un Lorenzo García Vega que vestido de general de comedia marca los pasos de un enorme desfile de artistas tuertos. La historia del arte entendida como enorme nudo de lo cotidiano, como enorme broma póstuma. ¿Qué queda? A nosotros los recienvenidos nos queda seguirle los pasos a esta comedia alquímica, a este nudo de lo cotidiano hasta verlo enredarse sobre sus propios pasos y tropezar con la alegría.

¡Pero que difícil es la alegría!

Fig. 2 Cajita de Joseph Cornell

Carlos Fonseca Suárez (San José, Costa Rica, 1987) es candidato doctoral en el Departamento de Español y Portugués de la Universidad de Princeton. Obtuvo su bachillerato en Literatura Comparada de la Universidad de Stanford, en donde se dedicó a escribir sobre poéticas de movimiento, ritmo y gracia. Actualmente cursa su segundo año en el programa y se dedica mayormente a definir sus intereses tanto académicos como literarios con miras a localizar su futuro tema de disertación. En El Roomate ha reseñado a los siguientes autores. Alan Pauls, José Miguel Wisnik, João  Gilberto Noll, Ángel G. Quintera Rivera , Sergio Waisman y Samantha Schweblin.

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