Julio Martín Meza reseña un libro de cuentos de Alexis Iparraguirre (Perú)

Alexis Iparraguirre. El fuego de las multitudes. Argentina: Planeta Emecé Cruz del Sur, 2016 borrar-alexis

Como ya lo ha referido Elton Honores, a propósito de la antología Selección peruana 2000-2015 de Ricardo Sumalavia, en el campo literario peruano actual son numerosos los escritorxs con narraciones que evaden lo político y que remiten a conflictos privados y/o familiares de la clase media. Estos escritorxs dirigen sus publicaciones a un mercado constituido por aquellos sobre quienes escriben. Se contentan con exhibir “el buen gusto” de una prosa fatigosamente labrada y, en última instancia, siguen la línea del Vargas Llosa autobiográfico y su drama paterno-filial, línea mediante la cual recogen también el discurso ideológico de dicho autor: el de la libertad imaginaria del individuo bajo el marco neoliberal.

En este panorama la aparición de un libro como El fuego de las multitudes de Alexis Iparraguirre resulta singular. Son cuentos que dejan atrás las herramientas miméticas del realismo y construyen una literatura autónoma, desde la cual elaborar un espacio de enunciación política. En “Albedo” y “No es fábula” los personajes trabajan en ambientes jerarquizados y sus labores implican el uso de una racionalidad obsesiva. El primer cuento trata de un oficial de marina, quien además de cumplir disciplinadamente los códigos de su institución, se dedica a medir al detalle las variaciones de los glaciares en la Antártida; en el segundo cuento el protagonista es un profesor universitario, quien, tras el maquillaje del discurso de las humanidades, está sometido a las confabulaciones de su jefa y se ve obligado a dictar un curso de rítmica y métrica. Sin embargo, más allá del corsé de sus espacios y actividades, ambos personajes se ven envueltos en circunstancias constituidas por una violencia delirante. Son historias en donde se desconfía de la racionalidad moderna, esa misma que se encuentra en el centro del sistema económico dominante, puesto que, como diría Deleuze, “en el fondo de toda razón está el delirio, la deriva”.

En “Demonio atómico” el protagonista trabaja en una planta nuclear y se encuentra en una situación límite. Para salvarse debe dejar atrás su memoria y modificar las leyes físicas del planeta. Su apuesta es por el cambio, aunque los resultados sean inciertos.

El último relato, “Punto ciego”, es el más transparente. Una antropóloga forense narra las peripecias de su profesión: sus viajes a zonas paupérrimas, el desentierro de multitudes de cadáveres, sus conversaciones con políticos. Es consciente que su labor es en el fondo inútil, las comisiones de la verdad que ha presidido en todo el mundo solo han servido para legitimar el poder de los estados y para que estos mismos, poco después, debido a que poseen el monopolio de la fuerza, vuelvan a cebarse con las vidas de sus propios ciudadanos. Esta antropóloga ahora es una de las protagonistas de una crisis mundial. Una gigantesca corporación ha destruido a los estados más importantes del mundo y la antropóloga negocia con la corporación y otros actores. Se vale de mañas y persiste, aunque es consciente de la enorme precariedad de su objetivo: un documento escrito que selle el pacto del nuevo orden mundial.

Los cuentos de El fuego de las multitudes no se valen de los artificios del género fantástico o la ciencia ficción instituidos por clásicos del género como Borges, Cortázar o Arriola. Son narraciones que destacan por remitirse a elementos de la cultura popular contemporánea (por ejemplo, la salsa o el anime), pero que sobre todo destacan por su beligerancia. Se contraponen así a las narraciones preocupadas por las intimidades hogareñas, silenciosas ante la conflictividad social, y dóciles frente a las imperativos del mercado.

Como parece ser convención en El Roommate, los dejo con una cita larga del libro

Pero los números y los testimonios, por más ocultas que estén las fosas comunes y tupidas que sean las complicidades, los desentierran para la imaginación y el terror.Sé que no estudie Antropología para eso, se lo digo a mis parientes y a mis amigos. Pero los simposios, la dirección de los gabinetes de las crisis humanitarias, las presidencias de honor en las sociedades filantrópicas, las columnas de periódicos que no leo, las conferencias sobre guerras civiles que se me de memoria solo se obtienen contando los muertos, o reclamándolos. O anotándolos con decenas de impresoras en rumas compactas de papel cuidadosamente perfilado, que desembocan en veinte volúmenes de atrocidades (o en un dispositivo de memoria virtual, pero el efecto no es el mismo), los que se entregan entre discursos y mentiras de que nunca más. Porque son mentiras. Que los presidentes que alguna vez conocí y me emplearon me lo vengan a negar en mi cara pelada, mientras toda posibilidad de paz o conciliación explota. En la creciente oscuridad de mi despacho, el futuro es una pared sin puertas y el pasado son las matanzas de las que he dado fe, es decir, los folios con los que Augusto y yo hemos secado la sangre y trepado en una precaria escalinata de tratados y jerarquías para lograr acaso que se mate menos, y que nosotros no muramos en la investigación, y que algún día podamos tomar al animal de la historia por los cuernos, plantarle un par de cachetadas y decirle que se serene.

Julio Meza Díaz (Lima, 1981). Ha publicado Tres giros mortales (cuentos, 2007), Lugares comunes (poemario, 2010), Solo un punto (novela, 2010, reseñada aquí en El Roommate) y Matemáticas sentimental (poemario, 2010). Por este último recibió el premio Universidad Cayetano Heredia. Ha publicado también El amor sabe a sábila (novela gráfica breve, 2010). Ha sido finalista del Certamen de poesía laEditorial 2013 con su poemario inédito, No me gusta el fútbol. Es abogado. ¿Divorcios? ¿Problemas contractuales? Puedes buscar a Julio en el facebook. Para El Roommate Julio ha reseñado ha reseñado novelas de Miguel Det y Águeda Noriega, de León Velásquez, de Marco García Falcón y de Denis Morales Iriarte y un poemario de Luis León Velásquez.

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