Luis Othoniel Rosa, Comienzos para una estética anarquista: Borges con Macedonio. Santiago: Cuarto Propio, 2016. 235 páginas.
[Esta reseña fue originalmente publicada en Escrituras Americanas. UMCE, Chile. Volumen 2, Número 1, Otoño 2017, pp.183-191]
Los intentos de colocar la obra de Borges en un contexto histórico y político específico siempre han sido escasos en comparación a la gran cantidad de otros tipos de acercamientos críticos, y constituyen una pequeña fracción de la voluminosa cantidad de estudios que se publican cada año sobre este autor. Su linaje se remonta a las primeras críticas que hizo Ernesto Sábato sobre Borges y a varios esporádicos intentos en los ochenta antes de llegar a libro de Sarlo, Un escritor en las orillas de 1995. A partir de esa publicación, han aparecido trabajos enfocándose en diversos aspectos de la ideología y el contexto histórico en el que Borges produjo su obra, como la colección de ensayos compilada por Juan Pablo Dabove (Jorge Luis Borges: políticas de la literatura, 2009). Sin embargo, creo certero decir que en general el impulso que este acercamiento crítico recibió con la publicación del estudio de Sarlo se vio descarrilado por el predominio de análisis basados en la teoría posestructuralista. En cierto sentido fue un hecho irónico: por décadas Borges había sido visto como un escritor de cuentos apolíticos, ahistóricos, si se quiere, y en el momento en que la crítica finalmente parecía encaminada a estudiar con profundidad su obra desde el punto de vista histórico e ideológico, la corriente posestructuralista desvió nuevamente la atención de la crítica a un terreno que descontextualizaba su obra. De ahí que enfrentar el problema que las teorías posestructuralistas han tenido en la crítica borgeana sea uno de los temas claves del libro de Luis Othoniel Rosa, Comienzos para una estética anarquista: Borges con Macedonio. Uno de los propósitos de Rosa es demostrar que las características aparentemente posmodernistas o posestructuralistas de los textos de Borges se pueden (y deben) explicar en relación al momento histórico al que el artista responde. En las ideas del movimiento anarquista, el cual juega un papel importante en la política y la sociedad argentinas de finales del siglo XIX y principios del XX, Rosa encuentra un importante componente histórico que le permite estudiar la relación entre Borges y Macedonio Fernández.
La tesis central de este trabajo de Rosa es que un análisis literario que explique las características principales de los textos Borges y de Macedonio Fernández tiene que basarse primeramente en la conexión de sus obras con las ideas anarquistas, es decir, que las posiciones estéticas de estos autores, específicamente su modo de entender las funciones básicas de la literatura son el resultado de traspasar las ideas anarquistas a la obra literaria. De modo que las percepciones que Borges y Macedonio poseen de la relación entre la sociedad y el texto, el público lector y texto, y el autor y el texto parten de las ideas del anarquismo sobre, respectivamente, la necesidad de eliminar las jerarquías de la representación, la visión del individuo como “resultante de fuerzas colectivas”, y la crítica a la noción de la propiedad privada.
Posiblemente el capítulo más importante del libro es el primero, donde se estudia la literatura de Borges y Macedonio como una reacción artística a la represión y subsecuente pérdida de influencia del movimiento anarquista a partir de la emergencia del populismo yrigoyenista de 1916. Entre 1880 y 1916, Rosa nos explica, el anarquismo, con su característico rechazo de la representación política y la defensa del auto-gobierno, “fue el mayor movimiento de oposición al Estado”. A partir de 1916, sin embargo, primero con Yrigoyen – como el caudillo populista que representa la sociedad civil – y después con la dictadura de Uriburu, el “Estado se reformula, crece, se hace una máquina de representación mucho más efectiva” y busca crear la ficción de que puede representar a todos los grupos y clases sociales. A raíz de la supresión del anarquismo como alternativa política, “hay una transferencia [de las ideas anarquistas] a lo literario”. La literatura de Macedonio y la de Borges surgen de esta crisis en el sistema representativo. El equivalente estético de la crítica a la representación y el deseo de autonomía política se manifiestan en una literatura que se rehúsa a copiar/representar la realidad y que, por el contrario, crea un universo autónomo, “un espacio estético regido por otras reglas que no son las de la realidad”. Estas literaturas no buscan escapar de la realidad “sino que precisamente, por tener otras reglas, [rivalizan] con la realidad”. El anarquismo literario busca intervenir en la realidad sin caer en la representación. Por ello, comenta el crítico, “el tema [de esta literatura] es siempre el mismo, un artefacto estético (un artificio) que se acciona en lo real, que participa desde su autonomía de lo social y nos muestra cómo eso que llamamos la realidad social está a su vez llena de ficciones”. Si para el anarquismo únicamente puede existir la democracia verdadera “cuando rompemos con el lazo jerárquico y vertical de la representación”, las literaturas de Borges y Macedonio presentan “una suerte de orden horizontal de la realidad, en donde ningún representante se eleva verticalmente sobre lo representado”. El anarquismo literario incluye también otros elementos además de la autonomía estética, especialmente en el caso de Macedonio. Rosa explica que para el anarquismo político no es posible apropiarse de la producción industrial del sistema capitalista, como predican otras posiciones de izquierda, porque esa producción es siempre alienante. El anarquismo “postula que en vez de apropiarnos de las condiciones materiales que surgen de la revolución burguesa, es necesario abolirlas y valorizar los trabajos de la reproducción de la vida (el autosustento) por encima de la producción y la acumulación de capital”. En el análisis que realiza Rosa del Museo de la Novela de la Eterna, Macedonio aparece tomando una posición similar a la descrita arriba dentro del campo literario al crear una novela “sin acabar”, no sólo porque nunca la termina de escribir ni la publica, sino porque “cuando la leemos no encontramos una novela acabada, sino indicaciones para cómo seguir escribiéndola. Es una novela que rechaza la tendencia a pensar en la literatura o el arte como un producto de acumulación, sino como actividad reproductiva”. En ese sentido, la escritura de Macedonio es más radical que la de Borges, es una especie de una “caja de herramientas” para producir más literatura. Borges, por su lado, emplea una estructura “tan redonda y perfecta que sus textos tienen el efecto de generar un lector pasivo”. Al igual que Macedonio, Borges es capaz de ver el problema de representación, de la jerarquía vertical, en la literatura, pero se limita a señalar “la posibilidad de quemar esos espacios privilegiados . . . y no a hacerlo él mismo con su obra”. En lugar de crear una literatura que incite a la participación, “Borges escribe cuentos en donde los personajes ejecutan esa literatura de acción directa sin que él tenga que hacerlo”. Borges crea un producto literario.
Los próximos dos capítulos continúan explorando dos aspectos anarquistas centrales para las obras de Borges y Macedonio Fernández. El segundo se enfoca en el conocido ataque a la noción del sujeto por parte de ambos autores. Uno de los problemas centrales que Rosa debe solucionar en su intento de conectar las estéticas de Macedonio y Borges con el anarquismo es la defensa de la tradicional visión liberal del individuo batallando contra el Estado que los dos han utilizado en sus escritos. Rosa señala que se trata de un uso táctico-político del individualismo y que es usual en el anarquismo político encontrar prácticas similares. Uno de los ejemplos más claros es el del texto “Nuestro pobre individualismo” de Borges, en el cual el autor argentino proclama una defensa del individualismo con el propósito de atacar al peronismo y su aspiración a representar a las masas. Ante la noción liberal del individuo, el anarquismo propone que la subjetividad es el “resultante” de “distintas asociaciones colectivas que lo producen y lo cambian en la medida en que entra en contacto con otras asociaciones colectivas”. La crítica al individualismo se convierte así en otra “arma” para enfrentar las ideas de jerarquías verticales del capitalismo. Una de las partes más fascinantes de este capítulo es la sección en la que Rosa contrasta los autorretratos creados por Macedonio (en “A fotografiarse”) y Borges (“Borges y yo”). Como en el capítulo anterior, es fácil distinguir en estos textos dos acercamientos diferentes al anarquismo literario. Lejos de ser el reflejo de una subjetividad, este tipo de autorretrato se crea a partir de una visión colectiva que otras personas tienen de los autores: “el personaje colectivo sustituye y se apodera de la subjetividad del autor”. La gran diferencia entre ambos autores es que mientras “Borges se lamenta de que la función autor se trague su subjetividad, Macedonio, por el contrario, la celebra”.
El último capítulo explora cómo el rechazo anarquista de la propiedad privada se traspasa a la literatura por medio del rechazo del texto artístico como una propiedad. El ataque de Borges y Macedonio a la originalidad artística y establecimiento del plagio como la condición natural del texto literario adquieren aquí una innovadora interpretación por parte de Rosa (especialmente en su análisis de “Pierre Menard”). Se trata de un ataque directo al concepto moderno del autor como propietario, como el que posee el copyright de su propia genialidad. “El lenguaje es un medio de producción, es como la tierra, un bien colectivo que mezclado con nuestra labor puede producir. La literatura es el producto”, señala el crítico, “pero un producto colectivo, el producto de un grupo, la literatura es grupo, y contiene un excedente, una plusvalía, del trabajo colectivo”.
Uno de los aspectos más originales de este estudio sobre Borges y Macedonio Fernández es la manera en que el crítico se aproxima al problema de la mediación entre el arte y la realidad. En la distinción que Rosa establece entre las dos posibilidades de movimientos de izquierda que se presentaban a la escena social a principios del siglo XX en Argentina, el anarquismo y el marxismo, juegan un papel central las actitudes de cada grupo hacia la representación política. Por un lado, el marxismo apoya el concepto de representación en la dictadura del proletariado y, por otro lado, el anarquismo ve en todo tipo de representación la imposición de una jerarquía, la exclusión de grupos sociales. De similar manera, si para el marxismo existe una relación entre el texto y la realidad en la que la literatura representa de alguna manera – no necesariamente mimética – la formación social de la que emerge, esta posición es rechazada desde el punto de vista anarquista. Como mencioné anteriormente, la construcción de un mundo autónomo anarquista en la literatura implica la creación de una serie interna “regida por otras reglas que no son las de la realidad”. No sólo se trata de que el mundo autónomo no está subordinado a la serie externa del mundo social, sino que además “es capaz de conquistar la serie exterior. . . éste es su potencial político ”. Ante el problema de que toda explicación de la mediación que propone la versión marxista del arte (ya sea la causalidad expresiva o la famosa causa ausente althusseriana) es siempre una versión de la representación y por lo tanto crea una jerarquía entre el arte y la realidad, la versión de la estética anarquista, según Rosa, se rehúsa a establecer una mediación entre las dos series. Pero que el problema de la mediación no es fácil de superar o ignorar es algo de lo que está muy consciente el crítico en su texto, cuando se pregunta a sí mismo: “¿Cómo hacemos el salto entre representación y autonomía política, y representación y autonomía literaria?” (mi subrayado). El salto es la misteriosa manera en que dos esferas se pueden unir sin que la representación (ni la jerarquía) se interponga. El problema central de la labor crítica de Rosa es demostrar que la estética de Macedonio y de Borges intentaron seguir los principios anarquistas que tuvieron gran influencia en la política argentina a principios de siglo XX sin caer en la mediación, sin que la literatura se convirtiera en reflejo de la “serie externa”. Lo interesante de su solución es que, además de permitirle contestar su pregunta, también le sirve de modelo de trabajo a su proceder crítico a través de todo el libro. Para explicar el “salto”, Rosa recurre al concepto de la analogía entre las diferentes esferas de la vida:
El anarquismo propone una visión del mundo que podríamos llamar fractal: los patrones de acumulación de poder que vemos en las esferas macropolíticas del Estado-Nación y del capitalismo global, se repiten en las esferas micropolíticas de la vida diaria y en las interacciones cotidianas, y a su vez, esos mismos patrones de acumulación de poder que vemos en nuestras interacciones cotidianas se repiten al interior de nuestra subjetividad, del pensamiento, del lenguaje.
El concepto de la analogía le permite evitar el problema de la mediación al conectar el campo de la literatura con el de la política sin establecer una jerarquía entre ellos: “La literatura, mediante un proceso de substitución, retoma el impulso de participación directa del anarquismo, y lo que postulamos como analogía entre esferas (la política y la estética), se hace transversal”. De esa manera, por ejemplo, su tercer capítulo funciona sobre la analogía entre la teoría de la propiedad en el anarquismo y los derechos de propiedad intelectual. Aunque pienso que hubiera sido más apropiado utilizar el término homología, ya que se trata de estructuras individuales que reaccionan de la misma manera a las condiciones creadas por el capitalismo, lo que hay que destacar es la manera en que Luis Othoniel Rosa se vale de este acercamiento para crear una verdadera crítica anarquista. Este proyecto crítico se observa plenamente en la manera en que Rosa extiende la ideas de la analogía y la destrucción de jerarquías a la descripción de la relación entre los dos autores a los que dedica su estudio. En un texto menos logrado, esta comparación se hubiera convertido en un estudio de la influencia de Macedonio sobre Borges y quizás hubiera desembocado en una típica crítica al discípulo que desvirtúa las lecciones del maestro. Es claro que una parte esencial de la tarea crítica de Rosa era evitar establecer esa jerarquía. Este libro repiensa la conexión entre los dos escritores en relación a la lógica interna de dos proyectos estéticos diferentes. De manera similar a la que Macedonio vio las series de actos en su mundo ficticio como análogas, pero no determinadas por las series de sucesos en el mundo exterior, Rosa coloca, lado a lado, las leyes autónomas que rigen los universos creativos de Macedonio y Borges. Borges no es una mera copia. Sin embargo, Rosa se encuentra a la vez muy consciente de la posición de superioridad que el campo literario le ha dado a Borges. De ahí que en el segundo capítulo tome el lado de la crítica de Macedonio de ver a Borges como un “usurpador”, cuyas ideas “originales”, las que hacen de Borges una “súper figura” en la historia de la literatura, tienen en realidad su origen en Macedonio. Conscientes ya de la posición anarquista en contra de la idea del autor como “propietario” de ideas únicas, es claro para los lectores que el alineamiento de Rosa del lado de Macedonio es simplemente una “estrategia” – como la estrategia de los anarquistas al invocar la noción liberal del individuo de la cual descreen – para destruir una falsa jerarquía creada por el campo literario internacional. La feliz selección de la preposición “con” en el título del libro para describir la relación entre los dos autores – la preposición “y” siempre supone una jerarquía entre el primer y el segundo lugar – anuncia ya a los lectores que además de ser un estudio sobre el anarquismo en la literatura, se trata de la puesta en práctica de una crítica anarquista como modelo de escritura.
Con la publicación de este libro se abre un nuevo camino en los estudios de la dimensión política de Borges. A los que quisieron explicar, por medio de la forma de su ficción los saltos ideológicos de Borges, el paso de su populismo a sus posturas conservadoras, o su temprana fascinación y luego ruptura con el yrigoyenismo, o su lucha contra el peronismo, como etapas ideológicas diferentes, regidas por la experiencia, Rosa les advierte del error. Fiel a su noción anarquista de la literatura como posesión colectiva, explica cómo una crítica que sigue persiguiendo la explicación de esas posturas políticas personales, temporales, continúa siendo una pobre versión del biografismo literario. No soy el más adecuado para juzgar el lugar que el estudio de Rosa ocupará en la historia de la crítica de Macedonio Fernández, pero es muy claro que, en cuanto a la de Borges, el autor está consciente de la tradición en la que busca situarse. Esa historia está compuesta de una acumulación de observaciones que, sin pensar en ningún tipo de noción evolutiva o superación de etapas previas, aceptan como puntos de partida, como lengua franca, los que trabajan en el campo de los estudios borgeanos. Es una historia crítica que contiene hitos conocidos, como la noción de la irrealidad (Barrenechea), las observaciones del estilo borgeano que realizó Irvy, la búsqueda cabalística de Alazraki, la teoría de las dos linajes de Rodríguez Monegal, la desestabilización de los signos que anota Molloy, los orígenes stevensonianos de sus ideas que desenterró Balderston, y la ya mencionada interpretación política de Sarlo. Este libro, me atrevo a afirmar, se une a esos y a la vez marcará el comienzo de un nuevo camino. En el futuro será imposible estudiar el tema de la política en Borges sin conocer – sin recibir la influencia de – la crítica anarquista de Luis Othoniel Rosa.
José Eduardo González es el autor de Borges and the Politics of Form (Routledge, 1998) y del reciente Appropriating Theory: Ángel Rama’s Critical Work (Pittsburgh, 2017) y el co-editor de varios volúmenes críticos sobre literaturas latinoamericanas. Actualmente es associate professor de Lenguas Modernas y Estudios Étnicos en la Universidad de Nebraska, Lincoln.
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