Áurea María Sotomayor Miletti. Entre objetos perdidos: Un siglo de poesía puertorriqueña. Puerto Ricos: Ediciones UNE, 2017. 181 páginas.
Este libro es una suerte de museo de la poesía puertorriqueña. La autora del libro, la prolífica poeta y catedrática Áurea María Sotomayor Miletti, más que autora, oficia como una curadora. Sin embargo, contrario a la experiencia física y mentalmente cansadora del museo que nos obliga a ser expectadores más o menos pasivos, este libro nos permite muchos desvíos activos: a cada par de páginas, el lector cierra el libro y se pone a buscar poemas por la web, en la biblioteca personal. Entre objetos perdidos nos invita a redescubrir una red poética, a reiniciar una pedagogía poética territorial. Este modo tan sencillo y a la vez tan creativo en que la autora consigue curar un siglo de poesía puertorriqueña -usando su voz tan sólo para establecer una narrativa común para conectar tantos poemas en una red intertextual – nos hace por un momento creer que no está hablando de docenas de poetas sino de un solo autor inmenso, un Animal colectivo y centenario que va soltando una red de poemas que constituyen un terriotrio, una isla, en conexiones que se repiten y varían. La poesía, entonces, desborda los límites individualistas de sus autores para convertirse en un organismo colectivo desde el cual se cuentan dos cosas. Primero, se evidencian en esa poesía las ruinas de un proyecto modernizador que tanto ha destruido, en una isla-colonia que sigue siendo la prueba irrefutable de que Imperio y Capitalismo son dos lados de una misma moneda. Segundo, se cuenta lo que la ideología esconde. Es decir, la poesía puertorriqueña, una vez terminamos de leer el recorrido de este libro, además de ser una testigo crítica de ese destructivo proyecto modernizador, cuenta e inventa modos de vida, visiones de mundos, que desencajan ese proyecto modernizador, sin adscribirse a una coherencia ideológica. Esa quizás es la función principal del arte y la literatura en estos tiempos del antropoceno: no oponer una ideología frente a otra, sino contar cómo la vida en su materialidad construye afectos a pesar del asedio, contar cómo la vida resiste al capital.
De facto, por ser un espacio colonial, Puerto Rico sólo es apropiable desde estas microprácticas, a ejercitar desde varios ámbitos socio-culturales. Nos concierne directamente el hecho de que en un territorio, ‘estrategia’ es la práctica ejercitada por el poder reconocido y depende del lugar, mientras que la ‘táctica’ la ejercen aquéllos para quienes es un triunfo del lugar sobre el tiempo, y su práctica es panóptica, la táctica carece de un lugar fijo y se concibe como una maniobra en terreno enemigo. La cultura puertorriqueña se afirma desde el afecto que pueda sustentar la apropiación efímera y, por eso su táctica; pese al asedio continuo, va construyendo su casa” 20
No nos preocupa, en el caso de este libro, la discusión sobre los poetas incluidos y los excluidos; sólo diremos que es un estudio exhaustivo y que la autora muestra un conocimiento bastante increíble de lo que es el género literario más prolífico de la historia de Puerto Rico. Nos interesan más las conclusiones a las que podemos llegar una vez vemos toda esa producción poética como un mismo poema largo y plural. Por dar un ejemplo, hay una discusión muy hermosa en el libro sobre toda una línea poética en la isla que trabaja lo que la autora llama “un lirismo alucinado” (Julia de Burgos, Matos Paoli, José María Lima, hasta contemporáneos como Gallego, pasando por toda la poesía diaspórica en inglés frecuentemente y activamente ignorada por los bastiones hispanistas en la isla, y podríamos incluir a tantos otros acá). Al hablar de este “lirismo alucinado” la autora primero destaca la entrada de muchos de estos poetas a instituciones disciplinarias: la cárcel, el manicomio, el hospital, el centro de rehabilitación, todos inversos siniestros del espacio que sería la UPR como centro de disciplinarización. Desde ese dato, la autora nos va llevando a una conclusión terrible y hermosa: Acusan a estos poetas de dementes desde el centro por no entender el delirio que es la modernidad disciplinaria en la colonia. Y entonces va a un caso particular, el de José María Lima:
[P]ero en Lima, si alguna demencia hay, ésta no proviene de su incapacidad de lidiar con la realidad, sino de la multiplicidad de realidades, lo cual mucho tiene que ver con otra visión de la memoria y de la historia, así como una posición de extravío del hablante poético; extra vío, es decir, otra vía de la búsqueda, no de la pérdida” 107
Es que la poesía tiene su propia manera de ser política, histórica, social. No opera bajo la lógica ideológica pero tampoco bajo la lógica de la crítica tan definitoria del mundo académico. Por ejemplo, cuando habla de Luis Palés Matos y del movimiento vanguardista del Diepalismo, la autora nos dice lo siguiente justo antes de relacionar a Palés con Franz Fanon.
Palés registra irónicamente para la poesía caribeña de su época las reverberaciones rítmicas de la industria cañera y la futura época de explotación turística del territorio colocándolos sobre el tablero del cuerpo femenino mulato y la servil composición de una voz poética que le ofrece al extranjero la fantasía de los manjares exóticos que sacian su deseo” 70
Y sin embargo, no se trata de un libro pasivo que no tome posturas claras contra otros intentos de historiar y valorar la poesía puertorriqueña. Es muy productivo cómo este libro combate la tradición hispanista boricua que censura la poesía nuyorrican (y el inglés y el espanglish) y también cómo combate cierta tradición insularista que separa la tradición puertorriqueña de la latinoamericana bajo un discurso de excepcionalidad (los hijos de Pedreira, ilustremente René Marqués con su “puertorriqueño dócil”, pero podríamos expandir esa tradición hasta los años posmodernos en donde se critica el paternalismo de la casa de las letras borincanas de maneras bastante paternalistas, sin nombrar a nadie).
Dejemos claro, pues, que éste nos parece un libro imprescindible para quienes estudiamos la poesía puertorriqueña. No sólo eso: el libro nos proporciona una experiencia de lectura fascinante para los que somos nerds de la poesía en PR. Eso dicho, y como es la convención del género, un par de críticas, bastante superficiales. Primero, por momentos el libro entra en una suerte de lamento borincano que aleja a algunos lectores de mi generación con frases como esta: “Esa ausencia en el mapa motiva este ensayo que busca la recuperación del objeto perdido que es la literatura puertorriqueña” (24). Tal vez esta crítica no tenga que ver tanto con la autora como con otros escritores de su generación, pero no nos parece que la literatura puertorriqueña sea un objeto perdido o una literatura invisible (habría que preguntarle a los centroamericanos, a los haitianos, a tantos otros sobre lo que es la invisibilización). Es precisamente la falta de atención de las grandes instituciones literarias y los grandes mercados multinacionales hacia la literatura en Puerto Rico lo que la ha hecho tan rica. ¿Para qué lamentarse de esa invisibilidad, si nos ha dado más libertad en nuestro estilo y ha llegado como embudo a lo que es sin lugar a dudas el mejor momento de la literatura en Puerto Rico a pesar del desastre capitalista que estamos viviendo? En defensa de la autora, sin embargo, hay que resaltar el énfasis y la preocupación que este libro muestra por destacar los proyectos editoriales independientes de las instituciones de la cultura y de los mercados multinacionales del libro.
Si la primera crítica es bastante injustificada y la incluyo sólo para expandir el diálogo, la segunda me parece más seria, y, tristemente, todavía no tenemos el conocimiento para expresarla bien. La autora insiste, como otros críticos contemporáneos (Luis Felipe Díaz, por ejemplo) en que la poesía puertorriqueña contemporánea es una suerte de secuela de la poesía setentista, convenientemente obviando el terrible efecto despolitizador que tuvo la larga década neoliberal (que se expresó en la academia en la forma del mal llamado “posmodernismo”) tuvo sobre las letras en Puerto Rico. La afinidad de los escritores jóvenes por José María Lima, Ángela María Dávila, Manuel Ramos Otero y muchos otros escritores setentistas no es gratuita. Se vuelve a los setenta y ochenta precisamente para cuestionar esa larga década neoliberal y despolitizante. Acá, pensando en voz alta, podríamos decir que Residente del lupus de Gallego es capaz de abrir unas rutas literarias hacia la socialización y politización de la literatura que el posmodernismo y el neoliberalismo parecían haber cerrado, y por eso nos parece que los poetas del dos mil vuelven a los años más revolucionarios de los setenta, en nuestra humilde lectura.
Los dejamos entonces como siempre con una cita que nos gustó mucho en este libro, no sin antes decir lo siguiente. La articulación de un espacio poético en Puerto Rico, al margen tanto de las instituciones del estado como del mercado literario siempre ha sido el gran gesto revolucionario de la poesía puertorriqueña (mucho más que la ficción). Este libro que reseñamos hoy nos da claves necesarias para continuar enfatizando en ese gesto ante el asedio del capital contra la vida.
El arte genera gozadores sin propietarios, gozadores ‘impropios’, descabellados e inesperados, que hacen factible una producción que se le escapa al mercado y que sin la intervención de los artistas mismos los técnicos legales no sabrían cómo justificar en términos patrimoniales” 14
Luis Othoniel Rosa (Puerto Rico 1985) es autor de las novelas Otra vez me alejo (Argentina: Entropía, 2012; Puerto Rico: Isla Negra, 2013) y Caja de fractales (Argentina: Entropía, 2017; Puerto Rico: La Secta de los Perros, 2018), y del libro académico Comienzos para una estética anarquista: Borges con Macedonio (Chile: Cuarto Propio, 2016). Estudió en la Universidad de Puerto Rico, Río Piedras y tiene un doctorado por la Universidad de Princeton. Actualmente enseña en la Universidad de Nebraska en Lincoln. Para El Roommate ha reseñado libros de Michelle Clayton, Raúl Antelo, Lorenzo García Vega, Margarita Pintado, Rafael Acevedo, Mar Gómez, Isabel Cadenas Cañón, Romina Paula, Mara Pastor, Julio Meza Díaz, Sergio Chejfec, Balam Rodrigo, Juan Carlos Quiñones (Bruno Soreno), Sebastián Martínez Daniell, Colectivo Simbiosis Cultural y Colectivo Situaciones, Margarita Pintado (¡otra vez!), Ricardo Piglia , Francisco Ángeles, Julio Prieto, Julio Ramos, Federico Galende, Julio Prieto (¡otra vez!) y Noel Black.
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