Mara Pastor. Falsa heladería. Puerto Rico: Aguadulce, 2018. 115 páginas.
El Pezimismo
0. Prólogo a la reseña.
Poeta nacional
Si todo sigue así.
Si todos se van ahora
que no hay agua,
dinero ni coquíes,
la isla será tomada
por iguanas
y leones marinos.
Me harán un busto.
Será fácil ser poeta nacional
entre gallinas de palo. (Mara Pastor, Falsa heladería)
Hace unas semanas me paseé por la FLIA (Feria de Libros Independientes y Alternativos), un evento clave para la literatura puertorriqueña que se mantiene gracias al cuidado (francamente, también a la terquedad ante el abismo) de personas como la poeta Nicole Cecilia Delgado, y al entusiasmo de tantos escritores en la isla. Todos nos mareamos ante las olas de libros hermosos armados por editoriales independientes apenas un año y medio después del Huracán María, dos años de la imposición de la dictadura financiera de la ley PROMESA, y diez años de una recesión económica que está vaciando la colonia. ¿Qué empuje del infierno hace que estos poetas y narradores sigan escribiendo y editando, diseñando e imprimiendo libros cuando todo se está yendo a la mierda? Son preguntas que uno se hace desde la diáspora. Volviendo cada vez que podemos, los diciembres son particularmente confusos porque parece como que volvemos todos, como que la isla se vuelve a llenar y la tribu es poseída por un entusiasmo que no debería existir. Y uno sale y se la pasa bien en grupo, entre cerveza, ron y risas que se extienden en la noche y luego se convierten en un humo de memorias. Pero a cada esquina, cada dos o tres minutos, el recordatorio vuelve, el que nos dice que se nos han muerto tantos, que están matando a tantas, que nos están envenenando y robando todo, que la máquina de la colonización usa nuestra humillación de combustible. Nos pasa a todes acá, a veces tratamos de cambiar el tema para bajar el encabronamiento, pero vuelve, como que ya estamos más allá de la rabia, y por ahora nos tenemos que conformar con una solidaridad que no nos satisface pero nos hace falta. El mismo billete de diez dólares que le di a Urayoán para comprar su libro, él luego se lo dio a Cindy para comprar el libro de ella, que luego me lo devolvió a mi para “comprar” el libro mío. Literatura de trueque.
El poemario que nos ocupa hoy, Falsa heladería, de Mara Pastor, es uno de esos libros en este último año fatídico que, tal vez sin saberlo, arma desde la deuda y la ruina una estética contestataria desde una fe un poco bastante irracional, un poco bastante cuestionable y terca, en que la literatura en toda su dureza tenga algo que aportar, tenga algo de solidaridad, con la realidad aplastante de una colonia que parece el futuro del mundo. Leo ese poemario junto a PR3 Aguirre de Marta Aponte Alsina, Lo terciario de Raquel Salas Rivera, y Poemas para fomentar el turismo de la misma Mara Pastor, escrito unos años antes. También junto a algunas ficciones utópicas o distópicas en novelas que para el lector incauto “profetizaban” la debacle como Luzbella de Juan López Bauzá, La mucama de Ominculé de la dominicana residente en Puerto Rico Rita Indiana Hernández, los inventos de arquitectura narrativa de Cruz Garcia y Nathalie Frankowski, y si se nos permite, nuestra propia novela Caja de fractales publicada unos meses antes del huracán. Pero mientras que estas últimas cuatro ficciones parten de una intuición bastante común en todos los que estamos pensando a Puerto Rico en este contexto desastroso del capitalismo global, los textos de Pastor, Aponte Alsina y Salas Rivera van por otro lado. Cuando la ficción parece incapaz de narrar el presente y recurre al futuro, a lo sci-fi, a lo fantástico, la poesía de Pastor y Salas, así como el texto experimental de Aponte, se sumergen en el presente con toda su saña. Escritoras con estilos muy definidos a lo largo de muchos libros, de pronto rompen con su propia estética para confrontar a un monstruo
1. Ajustar el estilo
Falsa heladería es un libro sencillo, casi sin palabreo. Cada poema es un relato directo y claro que alumbra unas vidas, casi como si la “poesía” no fuera necesaria para el poema. Y estamos hablando de una poeta que en sus otros libros (particularmente en Poemas para fomentar el turismo, que es casi como el doble lírico de éste) ha conseguido algunos de los vuelos poéticos más potentes en una isla llena de poetas. Falsa heladería es un poemario que se dilata en relatos, como quien dice que cuando la ficción no puede contar, pues que lo haga la poesía. Relatos sobre un padre que insiste en arreglarle la jeep cherokee que le acaba de heredar a su hija, relatos sobre un jardinero que canta rancheras afuera de un salón de clases, sobre compañeras que ponen toda su esperanza económica en invertir en una máquina de hacer helado, sobre bustos de José Martí que no paran de parlotear por todo el mundo, sobre las novias de poetas machos condenadas a un silencio preocupante, sobre mujeres que vuelven a una isla como vuelven las osamentas en la marejada (en una iteración encabronada de este poema Raquel Salas habla de “sirenas violadas” que buscan su justa venganza), sobre mucha gente que hace muchas filas esperando a que una máquina que sabemos que no funciona, funcione, relatos sobre amigues, sobre amigues que cuando escriben a mano la palabra “amigo” uno se confunde y lee la palabra “arrojo” y a todes les amigues les parece que es perfectamente entendible la conexión entre ser una amiga y ser una arrojada (porque en estos tiempos la amistad requiere arrojo), sobre un documento en la compu titulado “Cuentos 2014” que realmente es sobre las cuentas mal pagadas de ese mismo año. Son poemas que mucho tienen que ver con el cuidado emocional de las otras que nos acompañan. Que mucho tienen que ver con la solidaridad feminista que nos alumbra un futuro improbable ante un mundo que nos descorazona.
Falsa heladería
a Mari
Ella me pide una máquina para hacer helado.
Cuando lo dijo, las clavículas pronunciadas
empezaban a marchitarse,
pero su piel era la carne misma del coco.
Quería una máquina para hacer helado,
venderlos en la urbanización
y así pagar el mantenimiento
de las casas que ya no habita.
Nada importó haber regresado
de una ciudad en postguerra.
Remodelar los interiores de un pasado otomano.
Nada importó.
No había trabajo en la isla.
No importa haberlo hecho todo bien,
dice su cuerpo. Yo quisiera decirle:
‘La máquina de hacer helado lo arreglará todo.’ (102)
En la misma FLIA “compré” (más bien intercambié mi libro por su arte) un grabado de la artista Yolanda Velázquez que caligrafiaba la palabra “PEZimista”.
2. Animales, filas y ombligos
Algo acontece cuando el dinero se nos revela como lo que es, una ilusión, un truco, una jodienda inventada. Ya Angelamaría Dávila, la poeta madrina de la poesía puertorriqueña contemporánea, nos recordaba en los ochenta que nuestra ternura y nuestra fiereza tribal tienen más que ver con nuestra condición mamífera que con nuestra humanidad. Que somos animales antes que humanos. Falsa heladería continúa esa poética, y está llena de animales. Tantos animales en este poemario que tanto tiene que ver con las llamadas crisis “humanitarias”. Gatos, saltamontes, cebras, gallinas de palo, iguanas, coquíes, hormigas, cabras, tortugas, jueyes, ostiones y hasta mosquitos del demonio. Falsa heladería cura una serie de instancias de vida de un animal colectivo. Otros poetas escriben desde el “ahora yo estoy aquí y veo” mientras que poetas como Mara Pastor rompen esa convención yoica de la poesía moderna para escribir desde el tiempo de la especie, desde un cuerpo en el que los individuos son apenas órganos, células.
Origen de hormiguero
de luz blanca que de mí
regresará a ti para enseñarnos
que un ombligo acaba
cuando otro está
a punto de comenzar”
3. Nada es sólo lo que es
Una reseña nunca es sólo eso cuando la escribe un amigo en el exilio. Y un libro tampoco es sólo un libro cuando es editado por unos compas como Cindy Jimenez, Jorge Posada, Gaddiel Ruiz y Alex Maldonado, los cuatro a cargo de la editorial Aguadulce, que está armando algunos de los libros más hermosos de la isla, cuando el diseño lo hacen los compas Diego Romero y Adaris García Otero, y la introducción la hace Carina del Valle Schorske y como si necesitáramos más compas, Nicole Cecilia Delgado traduce la introducción de Carina del inglés al español. En uno de los momentos más hermosos de la FLIA, Urayoán Noel, en vez de leer un poema suyo, lee un poema de Nicole y lo traduce al inglés (el poema se titula «conversación con norysell massanet» y ecos de cuidados emocionales de ese poema hay en Falsa heladería, de hecho, fue la misma Mara Pastor que seleccionó ese poema para la antología de poemas de Nicole, Apenas un cántaro, publicado por Aguadulce en 2017). Hay muchos libros de ficción y de poesía estos días que se publican con una bibliografía. Como que esa imagen tan romántica del autor o el artista solitario ya parece como una imagen arcaica, como que todo lo que hacemos es parte de una madeja, como que nada es en sí mismo sino que todo se relaciona. Que un libro de literatura es una continuidad y una comunidad, algo que se mueve y se conecta. Porque «un poema no es sólo eso / si comienza con un infierno en otra lengua. / Eso es una conversación / Algunos siglos después / será un cielo. / Una fiesta y otra fiesta. / Pensábamos que era solo otra fiesta / otra suave noche de diciembre / pero las fiestas nunca son sólo eso» (82). Pues por ahí va saltando una hipótesis: en un mundo en el que todo se individualiza, parece como que la literatura va en el movimiento contrario hacia la colectivización, y por eso se nos hace tan necesaria. Supongamos que hay una droga que cuando nos arrebata confundimos nuestro cuerpo con el de los otros, y nos permite experimentar las sensaciones y percepciones de otros cuerpos cercanos. Supongamos que esa droga sólo circula en una cárcel en la que los presos están metidos en celdas oscuras de confinación solitaria. Supongamos que hay un Juez afuera de la prisión que ve a esos presos solitarios arrebatarse con esa droga, y piensa para sí mismo que esos presos están perdiendo su tiempo, que esa droga nunca los va a liberar de su condición. Ese juez es un idiota.
4. Detener la marejada
Dos semanas después del huracán viajé a Puerto Rico y en el pueblo de Bayamón me uní a mi familia y a mis amigos a «pompear la sobrevivencia». De esa experiencia escribí una charla que presenté en varias universidades en Estados Unidos para recaudar fondos para distintas brigadas de ayuda mutua en la isla. Titulé la charla «We got this? Mutual Aid in Post-Hurricane Puerto Rico». La charla comenzaba con un breve cabreo contra la Junta y contra Trump pero ante todo intentaba documentar los actos de solidaridad desde abajo que salvaron tantas vidas ante el abandono de todas las instituciones nacionales y federales. Se leía como una lista de ejemplos anarquistas de cómo una sociedad puede funcionar sin el estado, documentando tantas historias de solidaridad de las que fui testigo o de las que me contaron. Supongo que no podía confrontar el horror que vi y decidí enfocarme en los pocos momentos de iluminación y de esperanza que iba encontrando. Un amigo de Río Piedras que comparte la diáspora conmigo, casi un año después de escuchar mi charla, me reclamó que el relato sobre la isla que yo estaba diseminando podría haber estado basado en la realidad, pero que los relatos que él fue recopilando eran los de una distopía hobbsiana a lo Mad Max en los que en cada esquina había violencia y depredación. Obvio que mi compa de Río Piedras tiene razón. Nos parece que eso es la Falsa heladería de Mara Pastor, un pequeño auto-engaño que no engaña a nadie, un deseo de que sí, de que «la máquina de hacer helado lo va a arreglar todo». Quizá, pues, esa efervescencia de libros maravillosos que vi en la FLIA escritos y publicados en este año fatídico sean como esa máquina de hacer helados. Quizá todos estos movimientos feministas que nos llenan de entusiasmo en un mundo en donde el patriarcado ya ni tiene la decencia de esconder su violencia con elegancia (la diferencia fundamental entre Obama y Trump es la elegancia) también sea como esa máquina de hacer helado. No negamos que por ahí viene la marejada que nos destruirá a todes, o que ya llegó. Pero si nos dan a escoger, pues preferimos volver al rompeolas y caminar con tantas mujeres que insisten en detener la marejada. No necesariamente por esperanza (como nos dice Tego, «con la esperanza se hizo presidente Obama»), más bien porque esa es la mejor de las fiestas, y como nos dice Mara, las fiestas nunca son sólo eso.
El Rompeolas
Esta isla esta llena de mujeres
que regresan como vuelven
las osamentas con las marejadas,
o las tortugas a la orilla natal.
Contaban con la deuda,
pero no con metales pesados en el agua
el cadmio en las cenizas que respiran……..
Nada preparó para la pobreza de la casa,
el derrumbe de un pedazo de piscina
una muela por la que la madre tendrá que esperar tres meses,
porque la enfermedad también hace fila.
Ahora camino por el rompeolas
recuerdo dos personas felices
sobre una alegría del pasado.
Acabo de llegar en avioneta.
No creo que consiga escribir
el poema con humor sobre cabezas,
que me encargó Cindy cuando recaudamos
para el tratamiento de Elizam.
Pero serás un poema sobre un rompeolas.
y sopesar los pedazos de la isla,
sus metales pesados,
los seres queridos que se van:
pensar, desde otra orilla, en la sobrevivencia,
y entre tanto aedes en el amor.
Regreso para pisar esta tierra
y caminar con las mujeres
que vuelven a este rompeolas
a detener la marejada (58-60)
Luis Othoniel Rosa (Puerto Rico, 1985) es autor de las novelas Otra vez me alejo (Argentina: Entropía, 2012; Puerto Rico: Isla Negra, 2013) y Caja de fractales (Argentina: Entropía, 2017; Puerto Rico: La Secta de los Perros, 2018), y del libro académico Comienzos para una estética anarquista: Borges con Macedonio (Chile: Cuarto Propio, 2016). Estudió en la Universidad de Puerto Rico, Río Piedras y tiene un doctorado por la Universidad de Princeton. Actualmente enseña en la Universidad de Nebraska en Lincoln. Para El Roommate ha reseñado libros de Michelle Clayton, Raúl Antelo, Lorenzo García Vega, Margarita Pintado, Rafael Acevedo, Mar Gómez, Isabel Cadenas Cañón, Romina Paula, Mara Pastor, Julio Meza Díaz, Sergio Chejfec, Balam Rodrigo, Juan Carlos Quiñones (Bruno Soreno), Sebastián Martínez Daniell, Colectivo Simbiosis Cultural y Colectivo Situaciones, Margarita Pintado (¡otra vez!), Ricardo Piglia , Francisco Ángeles, Julio Prieto, Julio Ramos, Federico Galende, Julio Prieto (¡otra vez!), Áurea María Sotomayor, Noel Black, Marta Aponte Alsina y Naomi Klein.
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