Francisco Carrillo Martín. Excepción Bolaño: Crisis política y reescritura de la derrota. Premio Concha Meléndez de Ensayo. Puerto Rico: Instituto de Cultura Puertorriqueña, 2014.
*Una versión de esta reseña apareció en la revista Sobremesa bajo el título “Entre el Bolaño disidente y el Bolaño complaciente” *
Más de una década después de la muerte de Roberto Bolaño -el célebre escritor chileno que pasó la mitad de su vida en España- han empezado a multiplicarse los estudios sobre su obra y figura. Al “boom” de la literatura bolañiana le ha seguido el “boom” de la crítica sobre Bolaño. Si bien se han generado polémicas de diversa índole, se percibe que los críticos van dividiéndose en dos grandes grupos. El primer grupo ha sellado una imagen de Bolaño como el gran narrador de las desgracias latinoamericanas del último cuarto del siglo XX, un autor intransigente que desnudó el conformismo de los escritores contemporáneos con el Estado y el Mercado. El segundo grupo ha visto su rebeldía como una pose más, advirtiendo que lo que vende en Bolaño es precisamente la imagen del escritor que no se vende. Para este segundo grupo, los poetas vanguardistas que recorren las páginas de Los detectives salvajes—con su amor al sexo, las drogas, la literatura subterránea y su deprecio por las instituciones culturales—aparecen como meros espejismos del Bolaño burgués que termina su vida en la Costa Brava festejado por el establishment literario. Bolaño disidente o Bolaño complaciente, esos son los dos principales perfiles que barajan—vamos, que barajamos—los críticos actuales.
Estas interrogantes sobre la comercialización de Bolaño proveen el fondo, si no el contenido, del nuevo libro de Francisco Carrillo Martín, Excepción Bolaño: Crisis política y reescritura de la derrota (2014), publicado por el Instituto de Cultura Puertorriqueña. Escrito con una prosa diamantina y sin muchas referencias a la crítica existente, el libro incide de forma lateral en el debate sobre la relación entre literatura y mercado en la obra de Bolaño. Una de las principales virtudes del libro de Carrillo Martín es que rehúsa dictaminar un juicio general “a favor” o “en contra” del fenómeno Bolaño. Más bien analiza cómo “el cuadro general de la poética” de Bolaño—y con eso quiere decir ensayos, charlas, y entrevistas tanto como ficciones—responde a los sucesivos cambios en la manera de producir literatura—de ser escritor—en el mundo hispanohablante.
Excepción Bolaño comienza situándonos en el momento de consagración del autor chileno, cuando recibe el premio Rómulo Gallegos en 1999 y pasa de ser un escritor underground a ser un escritor reconocido. Para Carrillo Martín, el discurso de aceptación del premio marca un punto de inflexión en la escritura de Bolaño. En Caracas, justo antes de “los años del personaje de culto, las opiniones públicas, y el éxito editorial” que van desde 1999 a su temprana muerte en el 2003, Bolaño cierra una época. “Todo lo que he escrito es una carta de amor o de despedida a mi propia generación,” escribe Bolaño, “los que nacimos en la década del cincuenta…y entregamos lo poco que teníamos, lo mucho que teníamos, que era nuestra juventud, a una causa que creíamos la más generosa de las causas del mundo…” La causa, para Bolaño, es la lucha de la izquierda militante latinoamericana por crear un mundo más justo. Ya la “despedida” es, según Carrillo Martín, el gesto paradigmático en Bolaño, cifrado en la manera en que sus obras vuelven—reiterada y obstinadamente—sobre la derrota de ese sueño de liberación de la militancia latinoamericana.
El libro de Carrillo Martín se instala en la contradicción que simultáneamente nutre y socava la narrativa de Bolaño: antes de entrar en el mundo editorial español, Bolaño, de algún modo, había abanderado una tradición de luchas y resistencias, sin embargo, su propio éxito le fuerza a formular un quiebre histórico. Carrillo Martín muestra que el lenguaje de Bolaño adopta cada vez más una dicotomía de la época: “Antaño los escritores de España (y de Hispanoamérica) entraban en el ruedo público para transgredirlo, para reformarlo, para quemarlo, para revolucionarlo,” dice un personaje de Los detectives salvajes, “Hoy…[el] ejercicio más usual de la escritura es una forma de escalar posiciones en la pirámide social, una forma de asentarse cuidándose mucho de no transgredir nada”. Carrillo Martín comenta sobre la inserción de Bolaño al mercado que la “traición de Bolaño a la generación de jóvenes a la que perteneció” cobra su máximo sentido no por ser una posición pura sino por arrojar luz sobre la propia condición de ser escritor en las postrimerías del siglo XX.
¿En qué sentido, entonces, es Bolaño una “excepción”? El título del libro de Carrillo Martín apunta, me parece, a tres horizontes interpretativos. En primer lugar, la “excepción Bolaño” se refiere a la singularidad de la obra de Bolaño, la manera en que revitaliza la vieja pregunta “¿Qué es la literatura?” a través de su paradigma del poeta que vive, ama, y entiende el mundo a través de la escritura. El vivir literariamente, fórmula de la vanguardia de los años veinte y treinta retomada por los Beats norteamericanos de la posguerra, irrumpe en la obra bolañiana como una pregunta diferida en la propia tradición latinoamericana: la descripción de la búsqueda constante de las huellas de los “poetas perdidos latinoamericanos” obliga a muchos contemporáneos de Bolaño a reconceptualizar la tarea del escritor en el siglo XXI. Bolaño no sólo cuenta la derrota de la izquierda latinoamericana sino que sopesa el efecto de esta derrota en los modos de hacer literatura—como señala Carrillo Martín, “los factores contextuales (el quién y el cómo) emiten juicio sobre el trabajo del escritor.”
Segundo, la “excepción Bolaño” apunta a la manera en que el propio Bolaño reivindica su postura como “excepción” a las normas de la literatura en el mundo hispanohablante a finales del siglo XX. Según Carrillo Martín, Bolaño concibe el trabajo de escritor menos como oficio o como afición que como modo de guerrilla. De forma ejemplar, el capítulo “Guerra de guerrillas” desentraña las similitudes entre la noción de la vanguardia estética en Estrella distante y Los detectives salvajes y la idea de la vanguardia política en el “foquismo” del Che Guevara. Como señala Carrillo Martín, los talleres literarios que abundan en la obra de Bolaño no sólo se ven atravesados por la visión utópica propia de la militancia de los sesenta y setenta, sino también “replica[n] la lógica de la célula revolucionaria.” Partiendo de una elaborada analogía entre el revolucionario que se radicaliza para incitar a la rebelión y el escritor que se marginaliza para “señalar modelos de actuación”, Bolaño crea, cultiva, y despliega su propia excepcionalidad. Este ejercicio de “autoexcepcionalidad” termina, sugiere Carrillo Martín, cuando Bolaño entra plenamente en el mercado literario con el Rómulo Gallegos en 1999. Ahora, Bolaño ya no puede jugar a este tipo de excepcionalidad. Está cada vez más lejos de los “jóvenes olvidados” de su generación que murieron oscura y/o clandestinamente, y cada vez más cerca de los escritores y ex-militantes (escritores ex-militantes) que se acoplaron al nuevo orden cultural en las últimas décadas del siglo XX.
Y aquí viene la tercera y más abarcadora noción de la “excepción Bolaño” que maneja el libro de Carrillo Martín: la de la obra de Bolaño como representación móvil del “estado de excepción” que empieza a regir en Latinoamérica a partir del golpe de estado en Chile hasta el día de hoy. Carrillo Martín toma el concepto del “estado de excepción” de Giorgio Agamben, pero su análisis recuerda la conocida tesis de Idelber Avelar, según la cual la literatura latinoamericana de finales del siglo XX narra alegóricamente la secuencia histórica en la región que va desde la derrota de la izquierda y la imposición de las dictaduras militares en los 70 y 80 a la posterior “transición” a la democracia.
Para Avelar, como para Carrillo Martín, esta transición no es más que una prolongación del “estado de excepción” bajo nuevas reglas, en que la ley del estado dictatorial se reemplaza por la ley del mercado. Según Carrillo Martín, esta transición sólo llega a su etapa final en la última novela de Bolaño, 2666, donde la posibilidad de escribir desde una poética de la resistencia se ha clausurado definitivamente, y donde todos los personajes son llevados a la gran maquinaria contemporánea de la muerte, Santa Teresa, ciudad fronteriza entre México y Estado Unidos y epicentro de la horrorosa ola de violencia de género (el llamado “femicidio”) en el cambio del siglo. Aquí Carrillo Martín recurre a un argumento ya bastante establecido en la crítica sobre 2666: Santa Teresa es la pradera del mal no sólo porque allí se asesinan mujeres sino porque allí también impera la tecnología más brutal del capitalismo del siglo XXI, simbolizada por las nuevas fábricas (pos)industriales—las maquiladoras—que albergan muchas de la mujeres cuyas muertes se describen en “La parte de los crímenes” de 2666. “El estado de excepción exterior se transforma en el interior de la estructura de producción,” escribe Carrillo Martín, aludiendo a la manera en que el espacio claustrofóbico de la prisión dictatorial ha llevado al espacio claustrofóbico en los adentros de la fábrica, “en un orden férreo capaz de arbitrar todo tipo de medidas de control sobre los trabajadores, cuyo asesinato, como antes ocurría con el de los poetas, simboliza la fractura histórica que provocan, en este caso, las nuevas redes de la economía global”.
Lo que Carrillo Martín logra captar más allá de las otras lecturas, me parece, es la medida en que la descripción de Santa Teresa en 2666—que otros rastrean, no sin razón, a NAFTA y a la política neoliberal a escala global—también refleja la aparentemente inconexa inserción del propio Bolaño en la industria literaria. Al comienzo del milenio, el único destino para los poetas es la muerte o el mercado, y si bien Bolaño opta por el mercado en su caso personal, los escritores que van a Santa Teresa en 2666—pensemos en Amalfitano, pensemos en Sergio González, pensemos en Fate—confrontan la nueva realidad social de un modo que Bolaño ya no quiere o ya no puede. Así, Santa Teresa empieza a verse como el lado oscuro de esa industria cultural en que la literatura iguala (en palabras de Bolaño) “grandes tirajes, traducciones a más de treinta idiomas.” Al no poder mantener la ficción de una resistencia a la mercantilización en los últimos años de su vida, termina convirtiendo esa mercantilización en la base de su última gran ficción.
¿Cómo hacerse cargo, entonces, de este aporte de Carrillo Martín al estudio de la literatura contemporánea latinoamericana, con sus múltiples visiones de la “excepción Bolaño”? Dado que empecé señalando que Excepción Bolaño prescinde por completo de referencias a los estudios académicos sobre Bolaño, es importante notar que un corolario en el libro de Carrillo Martín es que varios de los argumentos del libro se apoyan exclusivamente en una línea teórica que va desde Barthes a Foucault a Agamben. Si bien la discusión inicial sobre la manera en que Bolaño retoma la pregunta sartriana de “¿Qué es la literatura?” se justifica históricamente, las repetidas citas en la segunda parte del libro a un puñado de teóricos—casi todos europeos, casi todos nombres de peso—implican cierta resistencia a entablar un diálogo con otros estudiosos de la literatura y cultura latinoamericana contemporánea. Uno se pregunta si los términos de Agamben son suficientes para entender las condiciones socioeconómicas en la frontera entre Estados Unidos y México, o si hace falta cotejarlos con otras visiones de las transformaciones históricas en la región. Por otra parte, cabe mencionar que el contexto de la publicación de Excepción Bolaño es crucial. Ganador del premio de crítica literaria Concha Meléndez otorgado por el Instituto de Cultura Puertorriqueña, el libro de Carrillo Martín ha salido por afuera de los habituales circuitos académicos tanto de Latinoamérica como de Estados Unidos y España. Por eso, se entiende la reticencia de Carrillo Martín de adoptar los habituales modos de citación de los estudios académicos –en tanto Excepción Bolaño se trata justamente de “excepciones”, ésta podría ser la última “excepción” de Carrillo Martín, la de no hacer crítica como los demás. Y esto, francamente, me gusta.
Si por un lado la crítica defensora de Bolaño (incluida la mía) muchas veces peca de idolatría, la crítica desenmascadora de Bolaño casi siempre descansa sobre una especie de autoculpa: lo que se pide de él es que hubiera admitido que formaba parte del sistema cultural del mismo modo que “nosotros”. La genialidad del libro de Carrillo Martín está en su capacidad de dilucidar la confrontación entre el Bolaño disidente y el Bolaño complaciente como el propio mecanismo de su obra. Otra razón por la que me gusta.
Jeff Lawrence (Utah-California-México-Amherst-Montevideo-Princeton, 1983) se resiste a escribir su propia biografía. Es uno de esos gringos raros, con un acento en español tan perfecto como ilocalizable, consumidor incontrolable de literatura, amante del Río de la Plata, y roommate consecutivo de dos puertorriqueños. En mañanas de resaca lo he visto leer a Pynchon, a Borges, a Piglia, a Faulkner, a Henry James, y siempre, siempre, a Bolaño. Escribe un libro sobre el concepto de experiencia en narradores de las dos Américas (entre ellos Walsh, Bolaño, Kerouac y Bukowski), tiene un doctorado en Literatura Comparada de la Universidad de Princeton y enseña en Rutgers. En El Roommate ha reseñado a Gerardo Fernández Fe, Pola Oloixarac, Lorenzo García Vega y a Junot Díaz.