Luis Othoniel reseña a Julio Meza Díaz (Perú)

Julio Meza Díaz. Solo un punto. Lima: Calcomanía, 2010, 132 páginas.

“…no intentes ir más allá de tus capacidades. O sea, trázala como te salga. Al igual que un buen estornudo. A la primera” Solo un punto,

Esta novela del joven peruano Julio Meza (1981) reúne las dolencias de la adolescencia. Crea un espacio exagerado, la caricatura de un colegio corrido por curas fascistas que torturan verbal y físicamente a sus alumnos. No exagero el aspecto caricaturesco de la novela. Si tuviera que encontrar paralelos a esta novela de formación, del paso a la adultez, diría que es una mezcla entre la crueldad de la terrible novela “escolar” de Virgilio Piñera, La carne de René, la encantadora rebeldía de los personajes adolescentes de Roberto Arlt (pienso en El juguete rabioso) y algunas secuencias cómicas de El Chavo del Ocho con el Profesor Jirafales. Dividida en fragmentos híper-breves, la novela se desenvuelve en la medida que nos cuenta una bitácora de abusos; los maestros que abusan de los estudiantes, pero también los estudiantes que abusan de otros estudiantes y los maestros que abusan de otros maestros. En la escuela se aprende a abusar o a ser abusado, y muy otras pocas cosas suceden. Entre las otras pocas cosas, sucede que hay amenazas de ataques terroristas perpetrados por “cholos”, o peor, por “cholos peruanos, esos son los peores”, ya que la novela transcurre en un país andino del que sólo sabemos que se desprecia mucho al Perú. Sucede que un estudiante comienza a empollar huevos y a cortarle las alas a las moscas (¿por qué?). Y también, sucede la escritura. O mejor, del abuso sucede la escritura, y en la escritura, no se está solo.

La escritura surge como resistencia a una sociedad hostil, y también como la única opción de comunidad, cuando cuatro personajes deciden crear una revista colectiva para enfrentar, parodiar y sicoanalizar a los abusadores del colegio San Augusto. Entonces, la novela, a pesar del horror fascista, es una historia feliz, en la que la escritura sirve para interrumpir los abusos y “empollar” la amistad. Tal vez es injusto pedirle a una primera novela que sea un poco más cruel con la escritura, que sea menos optimista. Y es verdad que tras el surgimiento de la revista como modo alternativo a la pedagogía del abuso, los personajes principales aparecen un poco perdidos en sus vidas adultas, como quienes no se encuentran y como quienes se han hecho viejos prematuros y vuelven sobre la revista adolescente para renovar su fe en la escritura, como quien sabe que sólo allí, sólo en las dolencias colegiales, la escritura puede ser bálsamo, pero después no, después la escritura también es pesadilla, y si no, que le pregunten los peruanos a Arguedas.

La capacidad narrativa de Julio Meza en esta novela es muy buena, muy veloz y al lector se le caen carcajadas cada dos o tres páginas. La estructura de la novela dividida en fragmentos cortos dedicados cada uno a personajes distintos producen una polifonía envidiable en la que los tres héroes no ocupan el lugar privilegiado. Sólo un punto también contiene una escena recurrente que es como una línea de fuga, inexplicada, como un regalo para el lector que deberá desarrollarla en su cabeza: uno de los personajes pone huevos y le corta las alas a las moscas. Estos son algunos méritos de esta, la primera novela del autor. Solo un punto, sin embargo, es incapaz de producir la exasperación en el lector que sienten los personajes abusados, y el final feliz parece como un grito de libertad, y a mí, la libertad, como idea explícita, me perturba. De Solo un punto lo que me llevo es una idea, y creo que es una idea poderosa y creo que el autor tendrá bastantes oportunidades para desarrollarla en sus próximas novelas, ya que Julio Meza, sin duda, tiene vocación literaria: la relación entre escritura y abuso. Esa relación, sencilla, ha comenzado a dar vueltas en mi cabeza. El uso de la escritura es enfrentar al abuso; el uso y el abuso se desenlazan en el poder y en la propiedad, en la relación de los que tienen qué usar o abusar y los que no tienen nada. Y ahí hay un punto, que es que el uso de la escritura contra el abuso no justifica la escritura, ya que la escritura es también un privilegio. Y otro punto, que el uso de la escritura contra el poder no tiene porqué ser un uso político, puede ser un uso atroz, vengador, burlón, terrorista.

En algún momento escuché a Ricardo Piglia hablar largamente sobre lo que significa una primera novela. Decía Piglia que hay algo que se cifra allí. Que la novela, por su extensión, siempre atina, aunque sea luego rechazada por el autor, en establecer una serie de manías de las que el novelista nunca podrá escapar por el resto de su carrera. Entonces, el novelista huye de esas manías de la primera novela para volver a ella cada vez peor; o, el novelista abraza sus manías, que es otra forma de decir, su estilo. Pero siempre hay una tercera opción para el novelista con su opera prima: no volver escribir, desencantar a la escritura y hacerse un terrorista anti-literario. Mientras leía la primera novela de este autor pensaba en esto, y también pensaba en mi primera novela.

Y así, como es mi costumbre, los dejo con una cita que me gustó, a ver si el gusto se contagia. Enhorabuena, Julio, que vengan más novelas con escrituras terroristas y vengadoras, y que cada vez sean más intensas y más exasperantes.

“-Por favor, señor Maldito, no me golpee. Es mentira lo que dice la profesora. A mí me molestan. Eso pasa. Me pegan por gusto. Eso pasa. No le miento. Eso pasa

-Pero este niño está loco, se dijo el Maldito, y, con voz marcial, semejante a la de un oficial dirigiéndose a la tropa, soltó ‘Ya, carajo. Tranquilízate. Tú sabes muy bien qué te puede pasar si te sigues comportando mal. Anda, lávate la cara y no llores. Un agustando nunca llora’.

El Tontito se retiró corriendo para cumplir la orden. El Maldito volvió a su escritorio y, rascándose la cabeza, abrió un cajón; extrajo una foto a colores en la que salía su enorme humanidad junto a la de Flash, un antiguo alumno de las promociones pasadas. Cogiendo un lapicero azul, trazó una línea dirigida a su rostro y escribió al lado: ‘No soy peligroso”. Luego, pegó la imagen con chinches en una pared que era visible apenas se ingresaba a su oficina.

-Esto es lo que deben tener en cuenta todos los chicos, pensó, mientras agarraba una tabla de madera que usaba para sancionar a los alumnos. ‘No soy peligroso, carajo’. Y blandió el palo, golpeando con furia al vacío” (17-18).

Luis Othoniel Rosa (Bayamón, 1985), tiene un doctorado por la Princeton University en literatura latinoamericana. Escribe un libro titulado Para una vanguardia anarquista: Borges con Macedonio. Su novela, Otra vez me alejo, Entropía 2012, narra la relación entre la marihuana y la academia. Actualmente enseña en Duke University. En El Roommate ha reseñado a los autores Michelle Clayton, Raúl Antelo, Rafael Acevedo,  Mar Gómez,  Isabel Cadenas Cañón,  Romina PaulaMargarita Pintado y Lorenzo García Vega,  Mara Pastor , Julio Meza DíazSergio Chejfec y Balam Rodrigo.

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