Guillermo Rebollo-Gil reseña los cuentos de Vanessa Vilches (Puerto Rico)

Las que menos pueden

A propósito de Vanessa Vilches Norat. Geografías de lo perdido. Puerto Rico: Ediciones Callejón, 2018/ Chile: Editorial Cuarto Propio, 2018.

Un país es un cuarto.

Digamos, para efecto dramático, que este cuarto tiene las paredes de cristal y está localizado en un shopping. Por lo que la gente que acude al shopping a comprar o a pasear, se detiene a mirar a los habitantes del país con una mezcla de extrañamiento y de fascinación, y de pena. Digamos también que los habitantes son muchos, demasiados para las dimensiones del cuartito—ahora en diminutivo, considerando que se trata de una pequeña estructura dentro de otra muchísimo más grande. Tan grande como el mar, digamos.

Pero, con cada semana que pasa, sucede que los habitantes son menos. Es como si desaparecieran. O como si se fugaran durante la noche, luego de la hora de cierre del mall. O, peor, como si los eliminaran. Digamos entonces que muy probablemente se trata de una competencia o experimento social. Esto explica porque algunos de los que miran hacia el interior del cuartito acuden al mall única y exclusivamente para ver a la gente en su país. Uno lo sabe porque no se acercan a las paredes cargados con bolsas o paquetes. No tienen a sus niños sujetados con correas como para perros, pero de mono. Quiero decir que la correa es el rabo de un mono de peluche que hace las veces de arnés para el niño-mono que desea irse a explorar el shopping como si se tratara del fondo del mar. No beben icees ni Starbucks, sino que cargan con libretitas o con ipads, o bien tienen asistentes con libretitas o ipads para la toma de notas.

Digamos que uno los mira desde adentro del cuartito donde reside para propósitos de la competencia. Pero sucede que uno odia la competencia. Tanto como odia habitar un espacio tan pequeño con tanta gente metida ahí como a la fuerza, aunque a uno se le hace en extremo difícil convencer y convencerse de que en efecto existe una fuerza que mantiene a uno metido ahí. A eso, digamos, se dedican quienes observan desde el otro lado las particularidades de la vida adentro del cuarto: a explicar la vida de uno. Digamos, que uno siente que esa también es una particularidad de la fuerza pero uno no está en la mejor posición para decirlo.

Digamos entonces, y para efecto dramático, que uno es como un mono en el fondo del mar. Y que alguien o algo lo tiene sujetado.

“Un país es un cuarto. ¡Abre la puerta!” Así le dicen unas conocidas a Moravia en el aeropuerto para animarla. Moravia vino a acompañar a su hermano Martin a irse. Las razones para su partida, según el resto de los viajeros, son dos: 1) Este país es una mierda. 2) Este país deprime. El cuento se titula “Sala de espera” y está contenido en Geografías de lo perdido (Ediciones Callejón/Cuarto Propio, 2018), la tercera colección de relatos de Vanessa Vilches Norat. Otro de los cuentos de Geografías, “La región acondicionada”, toma lugar en un shopping, donde Mercedes, esperando para pagar, escucha a una clienta quejarse de la fealdad de la ciudad-país, así como de sus mosquitos y enfermedades. La protagonista, una madre y abuela fanática—por no decir ‘adicta’—de las ventas y especiales en el mall—, explica el efecto de los comentarios de la mujer a su salida:

Mientras llego al carro, voy pensando en ‘la ciudad más fea de la nación en ‘el territorio lleno de zica’. En la cara y el pelo lacio lacisísimo que se movía junto a la mano y el antebrazo sobrepoblado de pulseras que se agitaban al compás de esa canción. La ráfaga de la rabia se devora el resto de la euforia. Yo andaba comprando abrigos de lana, afuera hacía un calor de 95˚F. No estaba en la mejor posición exactamente. (84)

La posición, digamos, de estar en la misma fila que la mujer. De aspirar, como la mujer del pelo lacio lacisísimo, y con la ayuda de los abrigos de lana a descuento, a lucir como si uno no viviera en este país aun viviendo en el país, con todo y sus 95˚F y sus mosquitos y la fealdad de sus ciudades. La misma posición, se me antoja, de Moravia en el aeropuerto acompañando a su hermano a irse, sin haber decidido si la partida de su hermano se trata de una fuga. O, si acaso, alguien o algo lo ha eliminado de una competencia. Y ahora queda ella, parada frente a unas conocidas que la animan a abrir la puerta del cuarto, porque—según ellas— es necesario distraerse del país para poder seguir viviendo en el país. Una de las conocidas explica: “Nueva York, Londres, París, Berlín, Oslo. Para el tercer mundo, me quedo aquí, Moravia. Sabes que soy cosmopolita. Soy una ciudadana universal. No entiendo tu apego.” (130)

El nombre de esta posición es jodía y consiste en tener que pararse allí a escuchar a la mujer, mientras a tu hermano lo eliminan. Consiste en que quizás Moravia tampoco entiende su apego—si es que de apego se trata—por el país. Consiste en que uno va al shopping un día. Va al aeropuerto otro. Y aun así el país no deja de ser un cuarto. Consiste en que uno nunca está en la mejor posición exactamente para decir algo al respecto de este sentimiento porque en vez de una libretita o un ipad tenemos las manos llenas de abrigos de lana; porque en vez de un asistente de investigación, tenemos un hermano a quien acompañar a irse. Este es Martín despidiéndose de su hermana:

-Bueno, Mora nos vemos. No empieces, si nos veremos antes de lo que crees.

-Cuídate, Martín. Pórtate bien.

-No seas boba, no llores, como si esta fuera la primera vez. Vete, que tienes que trabajar.

Martín finge no entender nada, pero aprovecha para abrazarla fuertemente. Con una profunda exhalación, Moravia se apodera de su hermano. Ahora Martín es todo olor. Sin mirarlo, la mujer se separa. (129)

Digamos, para efecto dramático, que esta escena me hizo sentir saqueado. O, lo que es peor, invadido por la bobería de sentir tristeza ante la representación literaria de un evento que es costumbre ya. Pues como bien apunta Martín, esta no es la primera vez que leemos o presenciamos o nos toca ser protagonistas de semejantes despedidas. Y sin embargo, la carga afectiva de ese “pórtate bien” o del “no seas boba” me resulta insoportable. Quizás porque estas expresiones conforman la verdadera geografía de nuestro momento actual: pórtate bien ahora que la cercanía amada de tu tacto y de tu olor está a punto de perderse; no seas boba porque no podemos arriesgarnos a demostrar la gravedad de esta pérdida. Recuerda que el nuestro es un cuarto de cristal y nos están mirando.

Invasión y saqueo son dos de los temas de “Medir el territorio”, el primer relato del conjunto, donde Cecilia—una joven geógrafa—se gana la vida de tour guide para turistas gringos en la isla. Cuenta el cuento que Cecilia:

Quiere olvidar el propósito de su empresa. Sabe que la pequeña región ha sido siempre un punto de entrada y salida cedido, así, sin empeño, como se da una cosa a la que no le tenemos uso, como se cede un estacionamiento o un asiento en la guagua. Lo difícil para la geógrafa será declarar que contribuye a ello. Algunos quieren obviarlo, pero un territorio, como un mall, es siempre un espacio donde los cuerpos se desplazan para consumir. Lo que cambia en la ecuación son el sujeto y el objeto. Cecilia Martínez no quiere aún delimitar su lugar en ese mapa. (16-17)

Según el texto, el lugar de Cecilia en ese mapa es, primero, el del saqueo. Y, segundo, el de la invasión. Al expresarlo, sus amistades la reprenden: “Siempre habla la que menos puede” (29), advierte Tito. Al momento de su enunciación, Cecilia y sus amigos disfrutaban de un día de sol en la playa. Su protesta a propósito del lugar que habita la provocan unos turistas en sus enormes catamaranes azules, que atracan cerquita del grupo. Dice Cecilia, a modo de oposición, “son todos iguales.” Pero, claro, eso no lo puede decir ella, que se gana la vida de tour guide para turistas gringos en la isla. Como tampoco lo puede decir Mercedes, con sus abrigos de lana entre manos. Ni Moravia, puesto que con todo y su apego por el país, no pudo detener la partida de su hermano.

Son ellas las que menos pueden, y precisamente por ello, son estas mujeres a las que Vanessa les entrega su libro para que hablen. Desde el lugar del saqueo, y de la invasión. De la despedida y del consumo. Desde este jodío lugar donde uno nunca está en la mejor posición para decir nada acerca de las particularidades de la fuerza que nos mantiene aquí—tan pegaditos unos de otros—en medio del mar o del mall. Qué importa, el caso es que siempre hay alguien turisteando a quien debemos entretener, o alguien investigando a quien le debemos confiar nuestro más auténtico sentir a propósito de la vida aquí. Y, vamos, Cecilia tiene razón: son todos iguales. Hace falta decirlo, aunque no nos escuchen o no nos entiendan quienes observan nuestra vida según acontece en tiempos de crisis, en época de huracanes, en medio del éxodo masivo de nuestros seres queridos. Hace falta decirlo aunque uno no esté en la mejor posición para decirlo toda vez que uno dio su anuencia a que lo atraparan en un cuartito en el medio del shopping. Pero, vamos, es que muchas veces—la mayoría—no tenemos de otra.

Digamos, por ejemplo, que uno es una joven geógrafa en un país donde el mercado dicta que las geógrafas hacen las mejores tour guides. O que uno, como en el relato “En la mano, una bolsa,” es una performera en una plaza ´pública en un país donde solo quedan pueblos fantasmas; donde apenas nadie se pasea por las calles o de pasar, casi nadie se detiene a mirar. Porque su performance es un arte de la quietud, no del consumo. Por lo que “[e]l único paso verdadero es aguantar. Parecería poca cosa, pero para ella supone un esfuerzo enorme. Aclaro, aguantar no es igual a sostener. Aguantar indica fuerza” (71).

La fuerza, en el caso de Moravia, de ser boba y llorar no importa cuán acostumbrados estemos a las despedidas. La fuerza, en el caso de Mercedes, de intentar vencer el calor a fuerza de abrigos de lana. La fuerza, en el caso de Cecilia, de siempre ser la que menos puede y sin embargo, dejarse llevar por la ráfaga de la rabia que la motiva a hablar. La fuerza, en el caso de la performera [de todas nuestras performeras], de insistir en el lugar que ocupa el cuerpo ante cualquier intento de invasión y de saqueo.

Este libro es un país. Su geografía no es apta para turistas ni investigadores del exterior. Lo recorre la tristeza. Una tristeza que se toca las puntas con lo absurdo, o con lo extraño, o con lo atroz. No sé bien cómo llamarlo. Pero digamos, para efecto dramático, que uno- al leer- se siente como un mono en el fondo del mar. Quiero decir, que uno se siente como un bobo al que una historia lo hizo llorar.

Me pregunto si esto será una muestra de fuerza también. Quiero decir, el impulso a encerrarse con este libro de Vanessa en el cuarto sin poder precisar si uno, al hacerlo, está escapando brevemente del territorio o si, paradójicamente, termina adentrándose más en él. No sé, quizás estoy deprimido. Porque este país deprime. O quizás estoy hecho mierda. Porque este país es una mierda. Y, sin embargo, no por ello uno deja de intentar—con una profunda exhalación—de apoderarse de él.

Vanessa Vilches escribe así, como quien nos ha escuchado respirar bien de cerca, apiñados todos en una sala de espera. O como nuestra cómplice en la fila para pagar, cuando la mujer de al frente mueve sus pulseras y se queja de la fealdad de todo esto. O como a quien le han arruinado más de un día de sol, mas no por ello cede su espacio en la arena. Digamos pues que se trata de un tristeza combativa. De la combatividad triste de quienes menos pueden. ¿En esto será que consiste el apego de Moravia? ¿El de la autora? ¿Lo harán igual en Oslo? ¿Hace mucho frío allí? Pregunto porque siempre es bueno tener una excusa para salir a comprar más abrigos.

Guillermo Rebollo-Gil (San Juan, 1979). Autor de los poemarios VeinteTeoría de ConspiraciónSobre la Destrucción, Sospechar de la EuforiaFlores nacidas de la astucia y Poetry is Silly, entre otros. Entre sus libros de ensayos y crónicas se encuentran  Última llamada Amigos en todas partes: En defensa de los agitadores. Para El Roommate también ha reseñado a Kevin González, a Juan Carlos Quiñones (Bruno Soreno),  Rafael Acevedo y Gallego

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