Ángel Lozada. No quiero quedarme sola y vacía. Puerto Rico: Isla Negra Editores, 2006
El traidor es, por definición, una figura ambigua, limítrofe: para que se pueda traicionar, hace falta que el traidor sostenga algún tipo de relación con el elemento traicionado, ya se trate de una relación afectiva, moral o ética. Y no es que el traidor no pueda prescindir del traicionado, lo cual es obvio. Es que al traicionar, él no rompe con la relación previamente establecida con el traicionado: el límite que establece la dicotomía entre traidor y traicionado, lealtad y traición, tiene que seguir existiendo para que haya traición.
Pero la ambigüedad que implica la traición es todavía más profunda. Como el transgresor en relación a la regla, el discípulo en relación al maestro, o la parodia en relación al original, el traidor genera reconocimiento. Es el que le confiere existencia al traicionado, de la misma manera que de este depende la suya. Así, la traición no deja de representar también cierto tipo de homenaje al traicionado: al traicionar, el traidor está a la vez rechazando y reconociendo los vínculos que lo atan a su relación con el traicionado.
Es bajo el signo de la traición que propongo leer No quiero quedarme sola y vacía (2006), del escritor puertorriqueño Ángel Lozada. Ignorada por la crítica, esta obra se presenta como un casi-monólogo narrativo de pretensiones experimentalizantes en el que Ángel Lozada desplantea cualquier posibilidad de pensarse una identidad subjetiva, de género o cultural, adoptando para eso, como protagonista de su novela, la voz de una loca puertorriqueña exiliada en Nueva York; una Nueva York que como la isla, apenas parece tragarla.
Hasta ahí, nada de nuevo. Para los que leyeron su Patografía (1998), no resulta difícil imaginarse toda una trama basada en el resentimiento personal del autor en relación a la isla que lo repudió no solo en cuanto homosexual, sino en cuanto escritor y académico. Pero esta anti-novela va mucho más allá que su Patografía, a empezar por su tono, mucho más cómico que trágico; comiquísimo, yo diría. Añádase a eso la inestabilidad de su voz narrativa, el carácter de pastiche que asume la obra, sus múltiples referencias a la cultura “pop”, el constante “code switching” que atraviesa sus páginas. Pero lo que más llama la atención en esta obra tal vez sea el mismo carácter del protagonista que construye Ángel Lozada, un protagonista que, lejos de cualquier “political correctness”, y a pesar de su condición doblemente subalterna – como homosexual, y como puertorriqueño en Nueva York -, rechaza cualquier tipo de discurso que pudiera servirle para cuestionar la base de su subalternidad, entregándose a un esfuerzo continuo y continuamente frustrado de sumergir en la “mainstream culture” estadounidense, alternado aquí y allá con superficiales crisis de conciencia y nacionalismo “comodificado”. De ahí, por supuesto, su traición: lo que pudiera haber sido un discurso “contestatario” y/o “reivindicatorio”, termina por revelarse un contradictorio «flow» en el que el protagonista reiteradamente ensalza, rechaza y censura su misma condición de homosexual y puertorriqueño.
La chismografía de la obra es bastante extensa. Concluida en el 2000, no solo tardó años en publicarse, sino que llegó a retirarse de las librerías por algún tiempo, alegadamente por contener referencias poco elogiosas a eminentes académicos puertorriqueños. No creo que ahí resida lo polémico de esta obra, sin embargo. Escatológicamente homosexual, racista, consumista, megalómano, someramente nacionalista, es la figura de su protagonista, traidor por excelencia, lo que le otorga a esta anti-novela su carácter distintivo. Un carácter distintivo que reside precisamente en poner a descubierto, bajo el signo de la traición, el conservadurismo, los prejuicios y contradicciones que tiñen – palabras del protagonista – la “mala sangre” puertorriqueña.
Ingrid Robyn (São Paulo, 1981) es estudiante de doctorado en el Departamento de Portugués y Español de la Universidad de Texas, Austin. Actualmente, se dedica a la escritura de una tesis provisionalmente titulada Rostros del reverso: José Lezama Lima en la encruzijada vanguardista, y una novelita paródico-policiaca que jamás llegará a publicarse. En su tiempo libre se dedica a la bloguería, además de coleccionar cajitas de madera y gatos callejeros.
me encantó esta reseña y la propuesta de lectura. y ahora sí que la voy a leer.