Marta Aponte Alsina. Borinquen Field. Puerto Rico: Editorial Educación Emergente. 2024. 126 páginas.
“Dice Lucrecia que los escritores son una mafia internacional” (80).
Si las escritoras tienen el derecho (¿privilegio?, ¿deber?) de tejer redes complejas, irónicas y subversivas, Marta Aponte Alsina ha disfrutado de esta libertad máximamente en su última novela, Borinquen Field. A las lectoras nos toca seguir el juego y no perdernos. Esta novela de 23 capítulos cortos es un caso detectivesco, y no lo es. Está tramada como un mosaico intertextual de especulaciones y misterios, pero también evidencia hechos históricos concretos, vistos desde la cotidianeidad mundana de los miembros de la familia Llamas.
El narrador principal (pero no único), Fernando Llamas, es un “machista miserable” (84), un jubilado quien vive en una casa con varios gatos y padre de la geóloga Lucrecia y padrastro de Laura, la asistente del detective Ratas Bajandas. Todos ellos están involucrados (con más o menos entusiasmo) en la investigación sobre las relaciones entre el pueblo de Aguadilla en el noroeste de Puerto Rico, la ciudad brasileña Recife, y Senegal. La línea narrativa principal (el presente de los protagonistas), que ocurre en el pueblo Guayama, y, en realidad, en el espacio virtual de la internet, en el siglo XXI, contiene otras historias. Fernando está obsesionado con escribir un libro sobre el espíritu que lo poseyó en una de las sesiones espiritistas administradas por su tío Andrés, aficionado de literatura y ciencias y lector voraz del astrónomo y espiritista francés Camille Flammarion. Por ello dirige clandestinamente la investigación enviándole pistas a su hijastra Laura quien se encarga del asunto en lugar de su jefe Bajandas.
La investigación inicia con un reporte militar sobre la operación Arabian Knight que encuentra Fernando en la “military wiki”. Y pronto se desenvuelve un juego de cajas chinas, basado en la re-lectura de la novela titulada O espírito de Ramey ou Borinquen Field escrita por la brasileña María Clara Zimmerman de Branco. Por medio de este texto y otras fuentes vamos aprendiendo sobre la expropiación de terrenos de los habitantes de Aguadilla por el U.S. Army entre el año 1939 y 1941 para convertir la zona en base aérea del ejército estadounidense (la Base Ramey, también conocida como Borinquen Field). Otras huellas llevan a la película Camp de Thiaroye (1988) sobre la sublevación del pelotón senegalés del Ejército Libre Francés en contra de los franceses y la masacre de los soldados senegaleses, del cineasta y escritor senegalés Ousmane Sembene.
La lectura de todos estos textos y otros medios (mapas, películas) dispersos en la red se plantea como un intercambio de archivos e informes entre Fernando y Laura. El juego intertextual de múltiples niveles, los juegos con palabras, la traducción desconfiable de la novela O espírito de Ramey ou Borinquen Field por Laura, sus interpretaciones arbitrarias de pistas (así, por ejemplo, logra descifrar el apodo del comandante estadounidense Kale Harry o Harry Kale como una alusión al desierto de Kalahari que nos lleva hasta Senegal), la cantidad de información que no tiene nada que ver con el caso, pero está allí en el espacio infinito del internet, y las conexiones improbables nos hacen cuestionar constantemente a los narradores. Nos damos cuenta de que la fabulación que ocurre en el territorio de la escritura no tiene límites, igual que la pluralidad de mundos e historias que están contenidas en cada pedazo de tierra y en cada cuento.
Cuando terminamos de desenredar los hilos de las historias intercaladas, se cristaliza el cuento que le interesa a Fernando: en un pueblo puertorriqueño vivía un joven intelectual llamado Cano, poseído por el espíritu de un soldado estadounidense fallecido en la Segunda Guerra Mundial cuando piloteó un avión entre la base militar en Recife, Brasil, y Borinquen Field (Base Ramey). Ése había sido poseído por el espíritu de un soldado senegalés matado durante la sublevación. Los espíritus de Cano pasarían a Fernando. O no, quien sabe…
“Hablar de espíritus, fantasmas y almas errantes parece una triste ingenuidad ante el misterio de la muerte. Pero no es posible negar la existencia de mundos ajenos a los sentidos. La Tierra, se sabe, es acumulación de cadáveres que alimentan el ciclo vital.” (16)
Esta cita nos dice mucho sobre el pensamiento de la brillante escritora puertorriqueña cuyas novelas trascienden continentes y siglos, para descubrir la historia centenaria de la colonización y de resistencias. Pero, que además nos enseñan que hay algo mucho más viejo y potente que los imperios, que nos une con otros seres, especies y el universo. No es la primera novela en la cual Aponte Alsina propone la idea de la escritura como un medio para comunicarnos a través de las capas de tiempo e invocar las historias encubiertas. (Cristina Rivera Garza utiliza la palabra “tachadura”, cuando habla sobre el concepto de necroescritura y literaturas desapropiadas, aproximaciones literarias muy cercanas a las de su contemporánea puertorriqueña.) Pero es tal vez la primera novela donde Aponte Alsina explora explícitamente las operaciones, mecanismos, trampas y posibilidades inmensas del internet, como un archivo, como un territorio compartido y como un espacio de re-escrituras. A través de la investigación transmediática que intentan, Fernando y Laura se mueven entre espacios y tiempos, para componer los pedazos de la historia de expropiaciones y muertes que han sido ocultadas por décadas. Dice Fernando:
“La computadora me ha servido para invocar espíritus de otras tierras y tiempos, y comunicarme con Laura…” (113)
“Laura se mueve entre Recife y Senegal con la claridad de quien no se deja poseer por saberes engañosos” (88).
El pensamiento relacional apontiano en Borinquen Field tiene eco en las alusiones a las teorías sobre la pluralidad de mundos de Camille Flammarion, cuyos libros estudiaba el tío Andrés, en cuya casa en Aguadilla se inicia la cadena de historias que se conectan en la computadora de Laura, en una oficina miserable del pueblo aburrido de Guyama, entre los almuerzos grasosos y los pedos y ronquidos de su jefe y entre los intentos poco exitosos de su padre de reconectarse con ella y su hermana.
“Qué días aquellos, su padre se empeñaba en comprar en las tiendas de pueblo. Cada una escogía lo que quería, un solo regalo. La casa es pequeña, decía Fernando, no podemos llenarla de tantos mundos. Cada juguete es un universo.” (122)
Marta Aponte Alsina nos enseña sobre el hogar, la pertenencia y sobre la arbitrariedad de las fronteras y territorios.
“La política es el arte de lo posible. La guerra es la política por otros medios y las botas son espejos spit shined” (66).
Nos enseña que la violencia atraviesa los mares y los desiertos, pero que los espíritus desprecian las fronteras terrenales. Las bacterias y enfermedades también las ignoran. Flammarion escribió “todos somos ciudadanos del cielo,” y Fernando añade “o del infierno” (12). Aponte Alsina tampoco respeta los discursos colonialistas que determinan la desposesión o posesión de las tierras. Su arte de tramar una cantidad de materiales archivísticos disponibles con la especulación literaria, des-cubre los mecanismos del perverso “arte de lo posible”, y de construir imperios.
“[Sembene] fue fundador del cine africano, lo que es mucho decir, puesto que África en realidad no existe. Un continente que fue la cuna de la humanidad y que además alberga decenas de países, culturas, demografías, religiones diversas, no existe. Es un nombre útil como el sistema que usábamos para clasificar correspondencia, antes del zip code; un nombre conveniente, pero engañoso, como América Latina o Estados Unidos de América.” (88)
Una reflexión que me recuerda a varios pasajes que leímos en su penúltima novela, Los botánicos alemanes, donde escribe:
“basta con nombrar para construirse en la ruta obligatoria de todos los imperios” (21).
Las palabras, la escritura, la libertad que las mujeres (y no solo las mujeres) hallamos en la escritura. Libertad, pero también un deber, un llamado intuitivo, prestar atención a las historias íntimas y preservarlas como una forma de cuidar. Cuando Fernando lee la novela de la brasileña de Branco, escribe: “Ojalá haya podido ser tan libre como sus libros” (Borinquen Field, 104). Comparemos esta cita con la observación que hace la narradora Julia hacia el final de Los botánicos alemanes:
“ella confía que las mujeres pronto tendrán la libertad que ahora tenemos ella y yo – el poder es escribir la palabra felicidad… y hacer travesuras” (Botánicos, 193).
Existe cierta continuidad entre las novelas de esta prolífica escritora – ya la había apuntado Jeffrey Lawrence en su artículo “Los gringos de Marta Aponte Alsina” publicado en este Dossier – y podemos observarla también entre sus últimas dos novelas, Borinquen Field (2024) y Los botánicos alemanes (2022). Pero no es mi propósito comentar aquí todos los temas que se abren en Borinquen Field y que conectan este libro con los libros anteriores de Marta Aponte Alsina. Queda mucho por descubrir en esta novela densa, sarcástica y penetrante, y dejo este placer a cada lector.
Solamente quisiera comentar una última idea: es el concepto del rescatismo, es decir, la invención, la creatividad y la capacidad de “transformar la basura de los otros” (aquí presto las palabras que usó Marta Aponte Alsina en la conferencia CIELO en Olomouc, República Checa, el año pasado, cuando habló sobre la resiliencia de los habitantes de las islas antillanas) gracias a la cual los pueblos colonizados han persistido (y resistido) durante siglos de opresiones, catástrofes y violencia. La idea de rescatismo aplica tanto a los objetos como a las historias escritas y orales. Desenterrarlos de los archivos y otros espacios subterráneos y obscuros permite dar la voz a los que no han podido ser escuchados. Y darles una nueva forma, un nuevo contexto, y la esperanza de un nuevo desenlace.
“…se nota que es insensata, es decir, sensible, lo que ella invente será más útil que la fidelidad muerta a un original envejecido” (83), reflexiona Fernando sobre las capacidades de Laura cuando lee sus informes.
“La gente brega con los materiales que encuentra. Lo que está disponible. Algo puede ser invisible, hasta que alguien le da forma” (105), reflexiona Laura mientras relee su traducción de una página de la novela de la escritora brasileña, quien escribe:
“Porque el mal no está solo en los pájaros que vuelan y descargan el excremento de sus bombas. También existe en las familias. También existe en los traficantes de naufragios que no saben compartir.” (106)
Como un espíritu que posee a una persona, una historia de quien no pudo contarla llama a una escritora a que la escriba. Y los habitantes de tierras usurpadas inventan y re-descubren tretas de resistencia, a veces enraizadas en tiempos y lugares antiguos.
“Pienso que la resistencia es inevitable siempre, y que la de los débiles asume formas crueles contra el cuerpo propio y el de la familia. En el caso de mi tío, la guerra de resistencia se apoyó en la invención (o intuición) de energías imaginarias, laboriosas antenas de comunicaciones. Las voces de criaturas sobrehumanas, de espíritus liberados de la guerra y las fronteras, convertían el reino de aquel hombre en una extraña nación poderosa.” (58)
Martina Barinova (Prerov, República Checa, 1990) terminó su maestría en Literatura Latinoamericana en la Universidad de Nebraska-Lincoln en mayo 2017 con una tesis sobre la música rock en Nicaragua. En la actualidad estudia en el programa doctoral del departamento de Literaturas romances en Palacky University en Olomouc, República Checa mientras trabaja como maestra. Su proyecto doctoral se titula Paisajes naufragados, pueblos rescatistas: las poéticas de querencia en la obra de Marta Aponte Alsina y Josefina Báez. Para El Roommate ha reseñado a las autoras Josefina Baez , Samantha Schweblin, Fernanda Melchor , Guillermo Rebollo Gil y Sayak Valencia, Chiqui Vicioso , Lola Arias, Marta Aponte Alsina, y Angelamaría Dávila (traducida por Roque Raquel Salas Rivera)
