Re-actuando su guerra.
Lola Arias. Minefield/Campo minado. Oberon Books, Londrés. (2017), 163 páginas
“Cuando una bomba cae a la tierra, quema la superficie. Nada crece en esos cráteres. Las Islas Falklands son un museo viviente de la guerra.” (David, 138)
La guerra deshumaniza, deja cráteres en las tierras y en las almas. Los hombres después de regresar del combate se pueden volver piedras. Algunos recuerdos permanecen enterrados para siempre. La dramaturga argentina, Lola Arias, invitó a la escena a seis veteranos de la Guerra de las Malvinas/The Falklands War para buscar juntos el camino entre los interiores de estos cráteres.
Lou: “Durante los ensayos algunas preguntas me hicieron recordar algo de mi pasado que nunca conté a nadie” (152)
…
Marcelo: “Me volví una roca, no podía sentir nada […] Tenía que odiar para disparar. No es fácil sacarse ese odio.” (154)
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David: “…nadie quiere decir si había sido torturado, ni ponerse en el rol de la víctima. Hay cosas que pasaron en la guerra que quedaron enterradas en las islas.” (138)
Autora de varias obras de teatro y performances de carácter documental, Lola Arias utiliza-inspira a los participantes (actores, o no) a rescatar la historia social y política reciente a través de la re-actuación de sus historias íntimas. Así surgieron los proyectos Mi vida después (2009), El año en que nací (2012) que trazan biografías de sobrevivientes de las dictaduras en Argentina y Chile, y varias obras con temática social, como Airport kids, Chácapa Paraíso y Arte de hacer dinero (2013), y otras, contextualizadas en distintos lugares del planeta, desde Brasil hasta Suiza.
Minefield/Campo minado se realizó en el 2016 y no creo que se podrá repetir el performance “live”. No sé qué será de los protagonistas ni dónde estarán hoy. Esta pregunta esquizofrénica seguirá surgiendo durante mi lectura, pues los seis veteranos se hicieron inmortales en las páginas del texto, pero aún siguen caminando por las calles de sus ciudades en Inglaterra y Argentina, con sus recuerdos y traumas, y en sus cuerpos físicos, explícitamente mortales. De todos modos, en youtube están disponibles fragmentos bilingües del performance. Los miré numerosas veces mientras estaba leyendo el texto en su versión inglesa y después en la española. El texto me encontró por azar (recomendación de un amigo) en la primavera del 2022, cuando a unos 400 kilómetros de mi pueblo en el este de Chequia, los Rusos están bombardeando a Ucrania y los veteranos checos recuerdan las invasiones alemana y soviética a nuestro país. Comparto los videoclips con un grupo pequeño de soldados durante la clase de inglés que les doy diariamente, entre sus ejercicios militares. Mis estudiantes (todos participantes de varias guerras) no entienden español y el inglés apenas lo están aprendiendo. Aún así, los fragmentos de Minefield/ Campo minado tienen un impacto impresionante, el cual atribuyo al poder del afecto, a la presencia de cuerpos en la escena. Cuerpos tan ordinarios y vulnerables (desnudos metafóricamente por el hecho de hablar) como solo puede ser el cuerpo de un hombre entre sus 50 y 60 años de edad, quien va descubriendo el afecto (quizás profundamente reprimido) allí mismo, en la escena, en diálogo con otros excombatientes, presentes y ausentes.
En este diario-diálogo se encuentran, cara a cara, las dos, mejor dicho las seis, versiones de la misma guerra, se entienden y no se entienden.
Rubén: Durante los ensayos, los veteranos no discutimos el problema de la soberanía de las islas. Nosotros decimos que las Malvinas son Argentinas. Ellos dicen que los isleños son ingleses.
Lou: Nosotros las llamamos Falkland Islands.
Gabriel: Nosotros les decimos Islas Malvinas.
Lou: Los habitantes originales de las Falklands eran las aves.
Gabriel: Los habitantes originales de las Islas Malvinas eran los lobos patagónicos.
(159-160)
La dualidad de las perspectivas se hace presente, hasta podríamos decir “palpable” gracias al empleo de diferentes procedimientos del teatro postmoderno (que mencionaré adelante) y gracias al diálogo en dos idiomas (en la reseña decidí citar de la versión española del texto).
La obra se desenvuelve de manera cronológica, Lou, David, Sukrim, Marcelo, Rubén y Gabriel pasan de contar su “diario de la guerra” desde los primeros días, el hundimiento de Belgrano, hasta el último día y el día de regreso a sus países, cierran en la actualidad, en sus vidas cotidianas de hombres ordinarios.
Lou: “Yo entré en Royal Marines a los 16 años […]quería ser gimnasta, bailarín o pintor. Pero no tenía buenas notas y nunca me alentaron. Yo no me uní a los Royal Marines para viajar el mundo. En realidad, quería escapar de mi casa.“ (107)
David:“A los 14 años vi una publicidad de los Royal Marins. Hombres heroicos desembarcan en una playa caribeña con palmeras. Eso es lo que yo quería ser…“ (107)
Gabriel: “Yo no quería ser soldado. Pero en Argentina existió la ley de servicio militar obligatorio hasta 1995. A todos los varones de 18 años los sorteaban con los tres últimos números del documento.“ (109)
Rubén: “A mí me tocó el numero 935, así que no había dudas de que iba a tener que hacer el servicio militar. Los números altos iban a la marina. Yo nunca me había subido a un barco. No sabía nadar…“ (110)
Marcelo: “Después de esos 9 meses de instrucción, yo me convertí en un buen soldado: aprendí los ejercicios de combate, a tirar, cavar trincheras, usar las armas, me gustaba seguir órdenes.” (114)
La reconstrucción de los recuerdos se apoya en efectos audiovisuales, fotos, vídeos, música en vivo en el stage, artículos de periódicos magnificados sobre una pantalla, sonidos de ataques aéreos, grabaciones de los discursos políticos de los entonces líderes, Margaret Tatcher y Leopoldo Galtieri. La re-actuación de los eventos es interrumpida por el simple contar, el contar está interrumpido por disparos y explosiones. Y, muy importante, entra en la reconstrucción el diálogo entre los veteranos y estos materiales de sus archivos personales, vista ahora desde una distancia en el tiempo y espacio por los que estuvieron “adentro”. Los veteranos reviven estos días de su juventud, marchan, hacen push-ups, se visten el uniforme, se desvisten, se ponen vestido de mujer para revivir el show travesti que les entretenía durante largos días de espera (solo que los cuerpos ya no están tan rectos y los movimientos tan ágiles como hace cuarenta años), llevan el fusil, descubren sus viejos diarios, cartas personales y periódicos. Es allí donde surgen encuentros inesperados como cuando Marcelo trae a los ensayos revistas que su padre compraba durante la guerra y, buscándose a sí mismo, en una foto encuentra a Lou. Otra cara en el mismo espejo. Pero también, los “héroes” pueden comentar estos archivos excavados y dialogar, hasta romper, con la imagen de sí mismos que se presentó al mundo.
Lou: “Ese soy yo en un documental llamado La Guerra de las Falklands, la historia jamás contada. Un actor estaría orgulloso de poder llorar frente a una cámara pero yo era un Royal Marine y durante 30 años sentí culpa por llorar por un argentino muerto y no por uno de los nuestros. Me preocupaba que mis compañeros se avergonzarán de mí. Por eso no iba a los reencuentros.” (158)
En algún momento casi todos los participantes observan que están en una sesión terapéutica. Estas revelaciones y choques, el mismo hecho de que la autora pidió a los veteranos que escribieran un diario durante los noventa días de ensayos, naturalmente conducen a los protagonistas a reflexionar sobre el proceso de la creación de esta obra (la autorreferencialidad del teatro), sobre el legado de la guerra y el mismo hecho de participar ahora como actores de sus propios traumas. Y en los dramas de los demás, que no están presentes. Y resulta que lo que no se dice, dice más de lo que se cuenta. Pero sin que se diga algo, lo que sea, no podríamos saber que hay algo más que es imposible de contar.
David: “Durante todo el proceso de ensayos me preocupaba: ¿por qué digo “yo” en lugar de “nosotros”? […] Tengo el derecho a hablar en nombre de aquellos que fueron a la guerra? ¿Dónde están los muertos británicos en esta obra?” (140)
Y aquí dejo en cada lectora o espectadora que decida sobre lo justo, correcto o ético que es apropiarse de estas historias tan personales para hacer un “show”. Para pensar dónde están – si es que los hay – los límites entre la historia personal de uno, la historia compartida y la intervención artística de la dramaturga en estas historias, si todavía están en proceso de formación. ¿Y no es falta de respeto? ¿Y no es precisamente esto lo mágico, el poder entrar y recomponerlas/recomponerse?
Entre los flashbacks dolorosos hay lugar para escenas que permiten hasta cierto toque de ironía, hipérbole o travesía. David parodia la noche que se emborracharon a cuenta de Margaret Thatcher, y Gabriel recuerda que la única vez que disparó en la guerra fue “cuando se le trabó el fusil” (107). Quizás es una manera de lidiar con los traumas, con el sentido de injusticia, de culpa por haber sobrevivido, o vergüenza de haber participado en algo tan humillante, trágico y estúpido como la guerra.
La parte que más me afectó a mí, es la última parte, donde los veteranos – héroes, perdedores, cojos, privados de su adolescencia y jodidos – cuentan su “Vuelta a la casa.” Pero de ninguna manera “vuelven” a una vida “normal”. Tienen que buscarla y crearla. En un sistema que no está preparado para acogerlos con sus problemas, en una sociedad que quiere historias en blanco y negro, sobre héroes, mártires y una masculinidad incuestionable.
David: “Habían muerto más veteranos a causa del suicidio que los que murieron durante la guerra” (155)
David vuelve a su pueblo en Inglaterra donde le preparan una fiesta de bienvenida. Está totalmente desconectado y para poder acercarse a su esposa tiene que tomarse 7 tragos. De todos los presentes, el único con quien es capaz de hablar es un veterano de la Segunda Guerra. En Argentina, los veteranos no recibían pensión, no había atención psicológica o médica. Marcelo: “En esos años se suicidaron muchos veteranos.” (153). Marcelo empezó a juntarse con otros veteranos para ayudarse entre ellos. Redactan y venden un periódico para ganarse un poco de dinero. Cuando Marcelo encuentra trabajo, encuentra su rutina: “…los viernes me juntaba con los veteranos, tomaba mucho, y terminaba en la villa comprando cocaína.” (153)
Los capítulos “Vuelta a la Casa” y “Terapia” muestran un aspecto de la guerra que la propaganda oculta pero que más preocupa a los que están adentro de la comunidad: la vulnerabilidad del alma, lo frágil que es el hombre, aunque sepa “limpiar armas con los ojos cerrados” (David, 113). ¿Salidas? Alcohol, drogas, suicidio. O, ¿ empatía y creatividad? Tener su banda de rock, contribuir a una revista, pintar y hacer jardines, ser psicólogo, trabajar con niños con necesidades especiales, en fin, escribir un diario y hacer teatro… Campo Minado ofrece la alternativa de re-inventarse las vidas a través de la ayuda mutua y la creación.
El conflicto del 1982 sobre un pedazo de tierra inhóspita, un estúpido grito de orgullo, instrumento de propaganda, duró “solamente” setenta y dos días, y, sin embargo, forma parte de la identidad y sigue influyendo en la cotidianidad de los ex-combatientes. La obra no conduce a una reconciliación. Pero, ¿acaso ha sido esto el propósito? Tampoco creo que la autora hubiera previsto o determinado una conclusión o resolución. La escena final culmina en el performance de una canción que es todo menos un cierre pacífico. Sin embargo, estoy convencida de que los procesos afectivos despiertan la rabia no sacudida en todos los participantes, pero también piden una resignificación del pasado y su proyección en el presente.
Aquí me detengo, sobre los cráteres humanos para reafirmar que sí puede crecer algo allí, que encontraron la valentía para revivir una experiencia irreproducible, para desnudarse sin poder prever los efectos de los afectos. Lola Arias, como la iniciadora y coordinadora, se queda “en el fondo”, “detrás de las cortinas”, enseñando su arte como mediadora de voces y catalizadora de procesos compartidos.
Lou: “En 1982, cuando vi a los argentinos por primera vez, me parecieron arrogantes. La segunda vez estaban heridos o muertos. La tercera vez estaban derrotados. Ahora tenemos 50 y pico y somos veteranos de la misma guerra.“ (104)
Martina Barinova (Prerov, Republica Checa, 1990) terminó su maestría en Literatura Latinoamericana en la Universidad de Nebraska-Lincoln en mayo 2017 con la tesis titulada El rock en Nicaragua: un discurso de resistencia contra la neoliberalización o una re-definición de la tradición. En la actualidad estudia en el programa doctoral del departamento de Literaturas romances en Palacky University en Olomouc, República Checa, mientras trabaja como maestra. Para El Roommate ha reseñado a las autoras Chiqui Vicioso, Josefina Baez , Samantha Schweblin , Fernanda Melchor , Guillermo Rebollo Gil y Sayak Valencia.