Martina Barinova reseña ‘Los botánicos alemanes’ de Marta Aponte Alsina (Puerto Rico)

Marta Aponte Alsina. Los botánicos alemanes. Puerto Rico: Sopa de Letras, 2022.

Cada isla, cada barrio, cada familia, cada cuerpo, encierra en potencia un universo complejo, y una atmósfera que propicia cierta aproximación intersubjetiva entre niveles del ser. La experiencia de la naturaleza, se distancia del tópico de la naturaleza enemiga del hombre asociado con la racionalidad patriarcal positivista. La naturaleza es poderosa y distante, no adversaria. Los nombres de las frutas silvestres del litoral refieren a una economía de la pesca y la pequeña siembra. El jardín de plantas medicinales o venenosas es una institución secreta, que archiva todo un tesoro de saberes. (Madre del fuego, 47)

“Escribo. Cuando ya no pueda escribir enterraré estos papeles. Con ellos marcaré los nuevos límites del jardín.” (1)  Con esta frase comienza la última novela de Marta Aponte Alsina, Los Botánicos Alemanes. Esta frase lo define todo: Jardín, límites, escribir, enterrar. Es decir, plantas, geografía, historia(s), tierra. Las plantas contienen la memoria de generaciones. Las plantas migran, trascienden fronteras y límites del tiempo, invaden y encuentran su lugar en un pedazo de tierra cargado con otras historias ancestrales. Entenderemos que las plantas, un organismo (hasta ahora) comprendido como estático por excelencia, con sus raíces bien conectadas a su lugar particular en la tierra, también son nómadas. Se diseminan por el mundo y conducen al hombre a reencontrar su relación ancestral con la naturaleza. “El humano olvidó que las plantas son nuestras familiares. El efecto de las plantas narcóticas algo tendrá que ver con ciertas homologías nostálgicas.” (115)

Los humanos y las plantas en Los botánicos tienen unas calidades intercambiables, o por lo menos comparables. Sus formas revelan su carácter; los humanos también somos “especies”. En este y algunos otros textos de Marta Aponte (PR3Aguirre, La Muerte Feliz de William Carlos Williams y Sexto Sueño), las plantas, los terrenos y otras riquezas naturales, tocan las manos de las mujeres y de los hombres raros. En el primer caso despiertan la sabiduría culinaria y curandera en aquellas que se dedican a cuidar.

“Cuidar la capacidad reproductiva y las semillas equivale a cuidar las memorias de nuestros padres.” (204)

En el otro, en los laboratorios, se convierten en un objeto del conocimiento perverso, o pervertido, en una mercancía.

… otra región fronteriza, la Dobruja, entre Rumanía y Bulgaria, entre Danubio y el Mar Negro. Esas regiones han cambiado mucho en los mapas. Forman otra parte exótica hacia el este, regiones donde las amigas son muy amigas de las curanderas […] entre guerras los hermanos Sintenis arrancaban y disecaban las plantas del mundo. Atrás quedaban los usos locales, olvidados o transformados por estudiosos como Stahl. (116)

Hay una línea demasiado frágil entre la fascinación por el mundo natural y el deseo de dominarlo. Como en sus novelas anteriores, la autora puertorriqueña abre un capítulo subterráneo de la historia de su isla, tomando prestado la voz de un personaje histórico, Julia, para sumergirse en los jardines y laboratorios de los botánicos centroeuropeos. Estos farmacéuticos vienen (de una región igualmente exótica para la narradora antillana como son las islas del Caribe para ellos/nosotros los europeos) armados con las herramientas de la ciencia moderna a buscar plantas narcóticas. La máquina capitalista se encuentra con el mundo real maravilloso del Caribe.

En las crónicas se hablaba de la planta de los indígenas de la Isla. Aquella planta producía visiones tan estremecedoras que mataba a los idiotas. La planta que buscaba Hans era de otra índole, un ser de iluminaciones sutiles, pasmosas y lentas, semejantes a las del opio pero siempre cordiales, para cultivar en quien la disfrutaba una serenidad dulce. Sería la fuente de una alegría constante, estable, mínima. Una criatura que, transformada en los laboratorios de Munich, pudiera venderse, aunque el desaparecido rey se inclinaba a compartirla con sus súbditos, entre cervezas y dulces. En el mundo hay narcóticos de ricos y narcóticos de pobres. La planta sería para todas. (84-85)

Las historias de los protagonistas, botánicos alemanes que no son alemanes, se conectan con la isla caribeña en algún momento hacia los finales del siglo XIX, sobre la línea casi indistinguible entre lo que todavía pertenece al archivo histórico y lo que es pura fantasía.

El libro está dividido en cuatro partes dedicadas a cuatro personajes. El primero es Lineo, el sueco nómada quien se pasa temporadas largas en Laponia, tierras cuya flora son líquenes y musgos. Lineo “se propuso traer el mundo a Suecia. Suecia y sus alrededores contendrían en mundo” (23) experimentando con plantas de distintas y distantes regiones del planeta, acondicionándolas a vivir en jardines del noroeste de Europa.

El segundo, es Paul Sintenis, inspirado por el personaje histórico, “es farmacéutico y botánico recolector. Polaco, prusiano, alemán con mirada de bárbaro de las estepas rusas.” (110) Él se encontrará con otro botánico de habla alemana, el tercer personaje, Hans Adalbert Binder, quien es enviado por el rey Ludwig de Baviera a una misión secreta: encontrar “la planta” narcótica. Cuando Sintenis se entera que Hans Adalbert cae preso en el castillo de El Morro, decide involucrarse en su liberación. No hay una amistad entre los dos científicos “alemanes”, pero sí una complicidad. Les conecta la obsesión por las plantas y por conquistarlas.

Como la narradora nos recuerda sistemáticamente que los humanos también formamos parte del mundo natural, las características de los protagonistas corresponden a paisajes y jardines.

Si el jardín del pálido Hans, por ejemplo, se me asemeja, a veces, a esos trozos de panales de avispa, con sus celdas cortadas de forma irregular, en otras lo asocio, quizás por el tono de su piel y la sutileza de su cuerpo,  con una forma ovoide. Si Sintenis fuera un jardín botánico sus espacios serían cuadrados… (119)

Hans pensaba que los prusianos son mitad máquinas y mitad austriacos. (149)

Se sabe que la nieve es inhabitable y, sin embargo, hay pueblos que habitan la nieve, se sabe que hay vida en la nieve. La geometría de los cristales de la nieve es un punto de partida para sostener que hay un orden en el mundo. Ese orden lo entendieron los suecos. Y uno de los padres de este orden fue Lineo.  (19)

El cuarto personaje que organiza la novela le corresponde a Lucía, la nena del círculo de los médicos y farmacéuticos en Guayama. La conocemos a través de las cartas de amor que escribe a Hans. Los dos son hechos una para el otro. Los dos son quimeras; los dos desaparecen. Algo de Lucía se funde con el personaje de Julia.

Julia es inspirada por la protagonista de los cuentos del escritor puertorriqueño Alejandro Tapia y Rivera (1826-1882). La Julia de Marta Aponte, jardinera y escritora, convive con otras mujeres cuya economía doméstica se aleja del sistema del trabajo asalariado, practicando oficios de cuidado en la comunidad de su satélite, muy en harmonía con las teóricas feministas Silvia Federici o Amaia Pérez Orozco, y con el pensar eco-feminista de su propia autora. “Sobrevivimos sin la entrega de nuestros cuerpos al mundo del trabajo que no distingue entre conciencia humana y sensibilidad animal.”  (32)

La importancia de los trabajos ancestrales de querencia y cuidado, la cocina, la curandería, la jardinería, el mismo arte de narrar contrastan con la búsqueda del progreso, poder, fama, dinero y orden de los hombres (europeos, blancos, estériles). Las mujeres que se encuentran estos botánicos arreglan la vida desde la cocina. “Hans probó la sopa y tuvo una visión licuadora de tiempos sin fronteras ni obstáculos ni muerte permanente y al final hay una mujer que escribe ‘esto soy yo’…” (92)

Los protagonistas están constantemente interrumpidos por la vida presente de las mujeres en la comunidad de Julia. Como si la narradora tratara de seguir los sistemas de ordenación científica, pero no puede mantener el orden  en su narración. Julia como escritora siente un conflicto interno entre la urgencia de escribir los personajes que la trascienden, y, el desdén por el texto escrito. Está consciente del “vacío que existe entre la experiencia y la palabra [y del otro abismo]: el abismo que separa el tiempo de la escritura del tiempo de la lectura.” (Madre del fuego, 91).

“…tener palabras, tener sensaciones, he sacrificado la luz, he sido hombre y he sido mujer, y sigo siendo enigma. Porque lo que escribo no lo siento yo, no lo siente nadie, son manchas sobre el papel, ocultas en los estuches donde guardo las cuartillas que no destruí al finalizar la cuaresma de 1888, ni en la candelaria siguiente. Porque una relación hay…” (202)

Así que Julia enterrará sus escritos “para que los excave una lectora en 2030” (27); no escribe para que la lean. Escribe para la que la que la leerá en ese futuro cercano. Y me imagino que en este conflicto se conecta la voz narradora con la autora de este texto maravilloso y confuso.

Confunden los personajes, la incertidumbre sobre su pertenencia al tiempo histórico y una región particular o a la fantasía de la autora. Confunde el mismo título del libro, pues los botánicos no son alemanes. El texto reproduce las inquietudes de una existencia fronteriza. Desde la perspectiva del Sueco, Bávaro y Prusiano, Aponte Alsina conecta las historias de dos regiones tan distintas como puede ser la nieve de Laponia y el aire tropical de las Antillas. Lo que tienen en común es la fluidez de las fronteras y la constante necesidad de defender y definir su identidad (lingüística o nacional).

Vaya usted a saber qué es un eslavo occidental. Palabras, solo palabras. La región natal de Sintenis se parece en algo a mi región natal, el Mar de las Antillas, un lugar donde los mapas cambian, se estiran y se encogen. Parte de Sajonia, parte de Brandengurgo, vecina de Bohemia.

En la Seidenberg donde nació Sintenis la ciencia les llegó tarde. Todo era magia, y cuentos, y muertes inesperadas y demonios. Si algo cambiaba, a diferencia de las viejas fábulas, eran los mapas políticos; ya se ha dicho. (116)

Siendo sometidas al dominio de otros imperios a lo largo de su historia, una isla en el Caribe y una nación en el centro-este de Europa se entienden (“La nieve es el brillo de la muerte, como la luz que en esta vega ilumina las hojas de los cafetos. A Yauco viene en forma de agua que también equivale a cierta luz húmeda…” (19)). Son centros y periferias a la vez. Son lugares de constante amenaza y negociación. Pero “Los saberes no tienen fronteras.” (La Muerte feliz, 91).

Por primera vez que miro mi región como un lugar de leyendas, monstruos y brujas, un lugar exótico. ¿Quiénes son bárbaros? ¿Qué es lo ancestral? Cambian los nombres de los países, pero se quedan la tierra y las especies. Sin contarlas, se nos olvidarían las tierras y lo que sabemos de las especies. En Los botánicos reaparece la cuestión del orden. El orden del mundo que significa cosas distintas. En el mundo de los hombres europeos, representados por los botánicos, tiene que ver con la conquista. “Estos discípulos recorrieron el mundo bautizando plantas con nombres y apellidos, fueron apóstoles” (29).  Apóstoles de la explotación, los pioneros del laboratorio secreto de la isla de Puerto Rico. “Basta con nombrar para construirse en la ruta obligatoria de todos los imperios” (21). En el mundo de la cocina, “la comida siempre se las arregla para ordenar el mundo” (92). En el mundo poético de Marta Aponte cada vez más se aprecia el silencio. Es una danza constante entre la necesidad de escribir y el o el silencio – obligatorio o el rebelde rechazo de las palabras. Sorjuaniano. Son mujeres del pasado y del futuro. Porque “las mujeres no tenemos origen, somos origen.” (Muerte feliz, 17) [esta oración tiene un fraseo raro, pero es tan buena que la dejaría así]

No puedo ignorar el eco de las mujeres de la novela La muerte feliz de William Carlos Williams (2015). La Gertrudis de Los botánicos cuya sopa “era un don de los demonios que vivían en los lagos” (94) como una sombra de la esposa de William, “la vikinga” Floss. Y las palabras de Julia resuenan con los silencios de Raquel, la madre de William. “Debería quemar estos apuntes, para no quemarme” escribe Julia en Los botánicos (17). Una sombrera adivinó el talento de Raquel para las palabras y le dijo: “Si te las tragas mueres.” (Muerte feliz, 56). Raquel intuía que “la poesía es posible sin saber cómo nombrar las cosas”. (Muerte feliz, 190). Me doy cuenta de que con la intención de escribir una reseña sobre Los botánicos alemanes, termino reflexionando sobre mujeres, poetas, caribeñas, fronterizas. Y ya que me desvié de los botánicos, dejémonos llevar entonces a donde me llevó la lectura de esta novela junto con los ensayos compilados en Madre del fuego (2022). A la cuestión de la escritura y de la escritora y (de la poeta y de la poesía). A pensar sobre la conexión de los humanos con las plantas, y sobre la poética de la geografía relacional de Marta Aponte Alsina.

En la geografía según Marta Aponte veo una concretización de lo que Édouard Glissant llama “La filosofía relacional,” la que “no reemplaza al pensamiento territorial pero sí intenta desplazarlo.” (Glissant, 17). A la mente viene la novela documental PR3Aguirre, que traza los lazos transatlánticos de un par de emprendedores bostonianos, fundadores de la industria azucarera en Aguirre, Puerto Rico. La autora sigue unos granos de azúcar hasta Nueva Inglaterra para contar los impactos de la existencia (y luego desaparición) de una fábrica azucarera en la vida de una comunidad. Asimismo Los botánicos des-cubre unas misiones científicas de la decadente corte europea en Puerto Rico. La “PLANTA” caribeña debe hacerse la droga más deseada en el mundo occidental.

En Madre del fuego, Marta Aponte habla sobre Puerto Rico como una isla que abunda de corrientes subterráneas. Física- y literalmente. Pero también de manera metafórica. Son estas historias ocultas del subsuelo, del bajo mundo, que inspiran un campo propio para su escritura. “Más allá de las fronteras inmediatas se articula otra poética del espacio, configurada por el secreto.” (Madre del fuego, 67). Al poetizar los jardines y laboratorios, Marta Aponte propone una nueva y creativa dimensión de representar el espacio transatlántico y los espacios centro-periferias, y licuar los tiempos presentes, pasados y el futuro.

Referencias:

Aponte Alsina, Marta. La muerte feliz de William Carlos Williams. Sopa de Letras. 2015.

Aponte Alsina, Marta. PR3Aguirre. Sopa de Letras. 2018.

Aponte Alsina, Marta. Madre del fuego. 2022.

Martina Barinova (Prerov, Republica Checa, 1990) terminó su maestría en Literatura Latinoamericana en la Universidad de Nebraska-Lincoln en mayo 2017 con la tesis titulada El rock en Nicaragua: un discurso de resistencia contra la neoliberalización o una re-definición de la tradición. En la actualidad estudia en el programa doctoral del departamento de Literaturas romances en Palacky University en Olomouc, República Checa, mientras trabaja como maestra. Para El Roommate ha reseñado a las autoras Chiqui ViciosoJosefina Baez , Samantha Schweblin ,  Fernanda Melchor , Guillermo Rebollo Gil,  Sayak Valencia y Lola Arias.

Un comentario sobre “Martina Barinova reseña ‘Los botánicos alemanes’ de Marta Aponte Alsina (Puerto Rico)

  1. La reseña de Marina estimula la lectura, no solamente de esta novela, sino de la obra integral de Marta Aponte. Compré “Botánicos alemanes” y aún no la he leído. El ensayo de Martina me provoca a hacerlo por fin.

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