Ingrid Robyn reseña a Reinaldo Arenas (Cuba)

Reinaldo Arenas. Sobre los astros. Ilustraciones de Jorge Camacho. Sevilla: Editorial Pointe de Lunettes, 2006.

“Aún no habían llegado los años en que la Tétrica Mofeta, ahora disfrazada de Reinaldo, iría sucumbir definitivamente a la existencia marginal que, si bien le costó la vida, al menos le valió el protagonismo en una película.” Es con esta frase que introduzco al personaje de Tétrica Mofeta-Reinaldo Arenas en mi apenas empezada novela, Quien mató a Virgilio Piñera (así mismo, sin punto de interrogación). La frase es una referencia a la película Before the night falls (2000), de Julian Schnabel, película que recuenta la vida del escritor cubano Reinaldo Arenas. La película, basada en la autobiografía del autor – con la cual comparte el título –, fue para muchos la puerta de entrada a la obra de Arenas, que así terminaron entrando en su obra por la puerta autobiográfica, por la puerta de las adversidades personales, por la puerta de la desdicha, por la puerta de la tragedia, y por qué no, del odio (recordemos que Antes que anochezca (1992) trae la carta que dejó Arenas al suicidarse, en la que responsabiliza directamente a Fidel Castro por su muerte). De la película, a la autobiografía. Después, claro, están los que cruzaron esa puerta y llegaron a El color del verano (1990) o El mundo alucinante (1966), por citar algunas de sus novelas más conocidas, y se encontraron con un Reinaldo Arenas ahogado en la risa, un Reinaldo Arenas que, dificultades personales aparte, construyó una obra ficcional de altísima calidad, una obra en la que resaltan su notable sentido de humor y un gran aprecio por la vida (hay un aspecto trágico aún en sus obras más cómicas, creo yo, aún en las más absurdas, pero eso es asunto para otra ocasión). Es esa risa areniana lo que recuerda Juan Abreu al final de su brevísimo y (algo patéticamente) amargado prólogo a Sobre los astros (2006), uno de los muchos manuscritos que dejó Arenas al morir, y que el amigo y pintor Jorge Camacho, con el apoyo de su esposa Margarita, harían el favor de hacer publicar.

De acuerdo a su prologuista, el cuento habrá sido escrito a principios de los años setenta, entre 1970 y 1972, más precisamente (el cuento, nos explica Juan Abreu, está dedicado a Aurelio Cortés, amigo de Arenas que tras esa fecha lo traicionaría y entregaría al gobierno el manuscrito de Otra vez el mar (1982), que el autor le había confiado). La edición del cuento, a cargo de Camacho, contaría también con ilustraciones suyas, y la disposición del texto sobre el papel recuerda la de un poema. De los 1000 ejemplares publicados, 40 de ellos, sin coser, cuentan con el dibujo desplegable que abre el libro coloreado a mano por Camacho. Edición de lujo para un pequeño cuento. Y es que de pronto llamarle cuento a este texto es una imprecisión, si no una injusticia. Sí, hay un relato, y el texto está escrito en prosa, pero Sobre los astros tiene mucho de poesía. La economía y la precisión en la elección de las palabras en ese texto es envidiable, casi diría fatal (curiosamente borgeana a veces), y la historia desfila en frases que parecen deslizarse, como versos. Un texto de gran fluidez narrativa, de esos que uno lee en diez minutos, pero sólo para después regresar al principio y masticar palabra por palabra – tal como los poemas.

El texto está dividido en tres partes: “La Mesa”, “La Reina” y “El Hombre”. A pesar de conformar una narrativa única, la solución de continuidad entre las tres partes es más bien insinuada que necesaria; tranquilamente se podría leer cada una de ellas como un cuento independiente. En “La Mesa” nos enteramos de un “enemigo” que desata una revolución cósmica sobre la tierra; en “La Reina”, un personaje femenino dotado de poderes inconmensurables controla el universo desde una tabla de controles, jugando con la naturaleza y con los hombres a su placer; en “El Hombre”, el universo, ahora dominado, parece doblarse a sus deseos, y la naturaleza conspira para complacerlos. Omito el desenlace de cada una de las partes, que es lo que le confiere unidad a la narrativa. Hay, claro, también una unidad temática entre las tres partes, la temática del poder, el control y el deseo, que no es sino una de las facetas del poder: del hombre sobre el hombre, del hombre sobre la naturaleza, de la naturaleza sobre el hombre, del hombre sobre si mismo. Las unen, asimismo, el terror, el miedo, la desolación, la nada. Pero también están la risa, el gozo y el éxtasis, todos esos sentimientos extremos y encontrados que experimenta el hombre ante todo lo grandioso, ante el universo, ante la muerte. En una palabra, lo sublime.

Se podría leer Sobre los astros como una alegoría política con tintes de literatura fantástica y ciencia ficción. Y aquí pienso en Borges (la “Idea” que obsesiona “El Hombre”: “Hacía mucho tiempo que el hombre estaba obsesionado por una Idea (la misma idea que obsesionó y perdió a sus antepasados”; “Por un tiempo que no puede medirse de acuerdo a la monotonía establecida por la costumbre, el hombre trató de olvidar aquella idea aterradora”); pienso, claro, en Piñera (“La Mesa”, la única mesa que había quedado sobre la tierra, en la que tras enfrentar una larga cola se sientan a comer los hombres de dos en dos, unidos por el azar, y se echan a reír; el bosque de chocolate de “La Reina”, tal vez); pienso, quizá, en el Saramago de Ensayo sobre la ceguera, obra que por supuesto no alcanzó leer Arenas (la calamidad cósmica y la atmosfera de guerra de “todos contra todos” con la que empieza el cuento). Una alegoría política que también se podría leer como un cuento infantil, disfrazada – como los cuentos infantiles – en belleza y sencillez (“Todo eso nos sirvió para que se tomasen en serio las narraciones infantiles”, escribe Arenas). Pero me atrevería a decir que Sobre los astros es, ante todo, un pequeño tratado poético sobre lo sublime, en el que terror y éxtasis, las dos grandes fuerzas de este cuento, estallan y se confunden a cada página (“Sólo ella nos deparaba el horror y las grandes promesas”; “Y la sensación de poder controlar sus deseos se convirtió en un terror intolerable”; “La idea lo arrebataba hacia una liberación total, hacia un terror total, hacia una ineluctable sensación de descanso”). Un tratado sobre el poder y el deseo – poder del cosmos y sobre el cosmos, del hombre y sobre el hombre – en cuanto categorías de lo sublime. Sobre la muerte como la última forma de poder y objeto último del deseo, la sublimación máxima. Sobre los astros tituló Arenas este cuento. Y sin embargo – ya lo anuncia el ombligo que ilustra la portada –, es el hombre en toda su grandeza y pequeñez lo que está en el centro de este texto. Un hombre que, resalto, no es necesariamente Arenas, como no necesariamente es Fidel “la Reina”.

Raras veces termino una reseña con una cita. Pues esta vez aquí voy. Que disfruten:

Sus dedos seguían hundiéndose en la tabla de controles: castillos, una guerra interastral a dentelladas, una fiesta, un bosque de chocolate, una enfermedad inconfesable, una plaga más terrible que el tiempo, una palabra fosforescente. Otra vez el solemne desfile, la música, la risa. Y ahora una neblina cayendo, cayendo, cayendo en la playa donde se estrellan todas las audacias, a la vez que retumban los himnos.

 Ingrid Robyn (São Paulo, 1981) tiene un doctorado en literatura por la Universidad de Texas, Austin, con una tesis titulada Rostros del reverso: José Lezama Lima en la encrucijada vanguardista. Escribe una novelita paródico-policiaca que jamás llegará a publicarse, y apenas mantiene el blog http://destrozos.wordpress.com/. Actualmente es visiting professor en Trinity College en Hartford, Connecticut.

11 comentarios sobre “Ingrid Robyn reseña a Reinaldo Arenas (Cuba)

  1. Ingrid, linda reseña. Te agradezco que hayas sacado esta maravilla galaxica de la oscuridad… no tenía idea que existía … Refuerza en mi una idea: la literatura del futuro, como la física, será una especie de mediación entre la risa más diminuta y la escala más atrozmente universal… el bolaño de 2666 con su parte de las criaturas marinas, … o este ameno y juguetón Arenas… a leerlo! abrazos

    1. Yo tampoco…. Me choqué con el libro por casualidad. La risa más diminuta y la escala más atrozmente universal. O al revés, la escala más diminuta y la risa más atrozmente universal. Gracias por el comentario, Carlos!

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