Álvaro Enrigue. Ahora me rindo y eso es todo. España: Anagrama, Octubre 2018
Por mucho tiempo pensé que en nuestra época, el modelo del mundo no era ya la psicología humana sino el archivo de la computadora: una suerte de sublime enciclopedia de códigos que secretamente trazaba sobre nuestras pantallas una larguísima historia sobre la cual el ser humano caminaba solitario y un poco perdido, finalmente consciente de su verdadero tamaño. Esa época y esa realización, acompañada del redescubrimiento del mundo natural y sus temibles laberintos, devolvía al ser humano la conciencia de su verdadera escala, a la vez que le regalaba la visión de otra escala mayor: algo parecido a lo que los artistas del land art debieron sentir cuando finalmente dejaron atrás las claustrofóbicas e insípidas salas de los museos y se lanzaron a explorar los desiertos del Oeste. Ante aquel vasto escenario, el arte tenía que mutar. Por mucho tiempo, ante la imagen de ese archivo informático convertido en enorme desierto, me pregunté qué tipo de novela sería capaz de rendir testimonio de ese cambio de escala. Las novelas de Álvaro Enrigue me salieron entonces al paso como una posible respuesta. En ellas el brevísimo presente de la psicología humana se veía envuelto en historias de larga duración que juguetonamente atravesaban siglos para así mejor demostrarnos que en la historia humana algunas cosas simplemente no cambian. Si aquellas novelas – entre las que se encontraban las magníficas El cementerio de cillas, Vidas perpendicualres y Muerte súbita – funcionaban, era porque su coherencia y su unidad no imitaba lo psicológico sino lo enciclopédico. Heredero del mejor Borges, Enrigue plantaba así un caballo de Troya en el corazón mismo de la novela histórica, forzándola a reformularse en relación a una era en la que nada parecería ser más falso que la ilusoria linealidad de las causas y los efectos. Caprichosas, semejantes a los mosaicos o a los gabinetes de curiosidades, sus novelas lograban así algo casi imposible: eran vanguardistas precisamente en su esfuerzo por renovar lo clásico. Amparadas en golpes de frase casi perfectos, con dosis bien medidas de reflexión y de humor, señalaban el oficio de un autor que parecía ser a la vez el último de una larguísima tradición y el primero de un movimiento que apenas se intuía y cuyos ecos yo luego encontraría en libros como Una historia del mundo en diez capítulos y medio de Julian Barnes o en Machine de Peter Adolphsen. Recuerdo haber pensado en esa doble posición limítrofe al momento de leer ese maravilloso cuento suyo titulado «La muerte del autor», en el que se narra el destino de Ishi, el último indio libre de los Estados Unidos, a la vez que se reflexiona sobre los imperativos de la escritura en el presente. Y ha sido precisamente ese cuento el primero que he recordado al leer su nueva novela, Ahora me rindo y eso es todo, en la que el autor mexicano se ha dado a la tarea de narrar el destino de Gerónimo y los últimos días de los Apaches.
“La escritura es un gesto desafiante al que ya nos acostumbramos”
Ahora me rindo y eso es todo nos muestra a un autor que ha dedicado todas sus fuerzas a hacer lo que mejor sabe: desenmascarar, como si de muñecas rusas se tratase, las políticas de los géneros literarios. En ella, el destino de la Apachería encuentra finalmente un narrador consciente de las implicaciones de los relatos desde los cuales se ha narrado ese momento fundacional en la historia americana. Mezcla de western, novela histórica, relato biográfico y metaficcional, Ahora me rindo y eso es todo funciona precisamente porque se niega a asentarse. “La escritura es un gesto desafiante al que ya nos acostumbramos,” leemos en las líneas que abren el texto y la novela se mantiene fiel a esa intuición: cada capa ficcional se encarga de desnaturalizar los anteriores relatos, envolviendo la trama en un juego de espejos que termina por cuestionar todo tipo de autoridad. La historia de la cautiva Camila y del teniente Coronel José María Zuloaga, encargado de rescatarla, se ve así envuelta en una impresionante novela de muchísimas capas que busca reflexionar sobre ese “país borrado” entre México y Estados Unidos que permanece hoy día a modo de cicatriz de nacimiento: la Apachería. “Eso es todo, América,” se convierte en el leitmotiv que recorre la novela, pero podríamos decir que lo que la novela explorar es precisamente lo que sobra, lo que se niega a desaparecer ni a homogeneizarse, por más que en nombre de la modernidad nuestro imaginario se vuelva a la vez más barbárico, totalitario y purista. Y es que esta fascinante novela, escrita desde la urgencia del presente, ve llegar a lo lejos las multitudes ya esbozadas en el sueño final de uno sus protagonistas, el teniente Gatewood:
“Vi el desierto, vi a un chingo de indios regresando a Arizona, olas y olas de indios viniendo de México y de más allá de México, de las selvas que hay allá abajo, de los países del fondo. Indios grandes, fuertes, cruzando el desierto para reclamar lo que tú estás perdiendo. Vi niños perdidos, caravanas de valientes de nueve, trece años, siguiendo a los águilas. Los vi hablando en sus lenguas, unos en español … Vi que esta tierra también será de ellos. ”
América es también eso: la multitud que se niega a convertirse en un todo. Muchas cosas se dirán de esta novela: se hablará de novela total y de novela histórica, de la gran novela mexicana o americana, del regreso del Boom o de Bolaño. Todo eso será cierto y, sin embargo, el lector sentirá que igual no le hace justicia. El impresionante logro de Álvaro Enrigue reside en – en tiempos de novelas simplonas que se digieren como mera mercancía – esbozar el regreso a ese vasto desierto en el que finalmente el lector se ve confrontado con el espectro aún vivo de una historia que se niega a finalizar.
Carlos Fonseca (Puerto Rico / Costa Rica 1987) tiene un doctorado de la Universidad de Princeton. Es el autor de las novelas Coronel Lágrimas (Anagrama 2015) y Museo animal (Anagrama 2017). Vive en Londres. Para El Roommate ha reseñado a los siguientes autores: Emiliano Monge, Alan Pauls, José Miguel Wisnik, João Gilberto Noll, Ángel G. Quintera Rivera , Sergio Waisman, Samantha Schweblin, Lorenzo García Vega, Jennifer Thorndike, Alan Pauls de nuevo y Luis Chaves.