Carlos Fonseca reseña a Emiliano Monge (México)

La historia de un estilo

Emiliano Monge. El cielo árido. Barcelona: Mondadori, 2012. 224 página

I

EmilianoMonge

A Nabokov le gustaba decir que la biografía de un escritor no consiste en la crónica de sus aventuras, sino en la historia de su estilo. Sugería así, que un escritor no es otra cosa sino el espejismo producido por la atmósfera enrarecida de su estilo. Vale entonces preguntar: ¿Qué es un estilo? Pocas preguntas podrían parecer más anacrónicas. Pocas más relevantes. Si hoy día la literatura parece tocar fondo, no es – como usualmente se sugiere – debido a que leamos menos. Por el contrario. Hoy se lee más que nunca, desaforadamente, sin pausas y sin puntos. Lo leemos todo – emails, noticias, páginas web, recibos, rótulos – como si el mundo se hubiese convertido, finalmente, en un gran pergamino sin puntuación. Esta proliferación de la lectura continua e indiferenciada, es, sin embargo, el primer signo de una sociedad para la cual la letra escrita ha sido relegada a la más terrible invisibilidad. Leemos tanto y tan seguido que la letra, de tan accesible, desaparece. Tal vez, como sabía el viejo Tolstoi, el verdadero instante de lectura no es el de la inmersión total sino ese momento, único y solitario, en el que el lector, al toparse con la opacidad de una escritura distinta, levanta la cabeza, un poco cansado y perplejo, para luego sumergirse nuevamente, con la agilidad de una gaviota, en la lectura. Ese breve pero inevitable fracaso nos sugiere que nos hallamos ante algo distinto: ante la opacidad siempre alegre de un estilo. Muchos momentos así aguardan al lector de El cielo árido, excelente segunda novela del escritor mexicano Emiliano Monge.

El cielo árido narra la historia de Germán Alcántara Carnero, un hombre cuya vida condensa y figura los instantes centrales de la historia mexicana del Siglo XX. Una historia de fracasos personales que esboza a su vez un enorme fresco de los siempre inoportunos intentos de México por hacerse de un espacio dentro del abarrotado panorama moderno. Esta excelente novela no se limita, sin embargo, al retrato histórico. Testarudo, obsesivo, valiente, Emiliano Monge se da a la tarea de algo mucho más valioso: la construcción de un estilo. Así, a fuerza de escritura, entre punto y punto, la novela busca narrar la propia construcción de un espacio narrativo, el lugar de ese narrador que obsesivamente intenta volverse personaje sin lograrlo:

“Así que tras el párrafo en que estamos, nuestra historia, una historia en la que quise inútilmente yo meterme y en la que ahora me respondo: porque están huecos mis días, porque no soy diferente a mis coetáneos, entercados con hacerse de una vida imaginaria al mismo tiempo que la suya se deshace en un siglo vacío, con ser ellos el contexto y no ser nunca el texto, tras haberme preguntado ¿por qué querías habitarla, por qué querías ser parte de esta historia?” (190)

En los fracasos del narrador por hacerse personaje no debemos, sin embargo, ver una falla sino el paradójico logro de El cielo árido, su incuestionable singularidad y su valentía. Tal vez, en épocas en las que la escritura se vuelve uniforme, éste sea el logro de los grandes estilistas: incomodar al narrador hasta forzarlo a cuestionarse su existencia. La literatura, en fin, lo sabe todo lector, tiene algo del arte de la incomodidad. Nabokov, Faulkner, Rulfo, Joyce: la historia del estilo es también la historia de un fracaso.

II

Cuando le pedían que hiciese una valorización de los escritores de su generación, William Faulkner contestaba rotundamente que todos habían fracasado, pero que había sido Thomas Wolfe el que había fracasado mejor, pues había intentado con la mayor valentía decirlo todo. Las palabras de Faulkner esbozan una poética del fracaso que describe a la perfección el lugar de Emiliano Monge entre sus contemporáneos. Mientras un marcado grupo de su generación practica – a veces con resultados altamente poéticos, a veces con resultados espantosos – la autoficción, Monge intenta esbozar un posible retorno del narrador. Frente a las anatomías intimistas del mundo privado a las que nos hemos venido acostumbrado, El cielo árido, ganadora del Premio Jaén de Novela, se nos presenta como una odisea de la narración, una exploración de la violencia histórica:

Es como si delante del Guernica de Picasso hubiera colocado un lienzo con unos agujeros dispersos e hiciera mirar al espectador a través de él. Esa tela muestra aquí la violencia en la que está sumido históricamente México a partir de momentos de la vida a lo largo del siglo XX del no menos violento Germán Alcántara Carnero, agujeros por el que podrán verse episodios de la Revolución, las guerras cristeras, la fundación del PRI, el imperio del narcotráfico… Germán Alcántara parece querer salir de eso al final de su vida. “Su reconversión es una metáfora de la de México intentando llegar a la modernidad, pero fracasan ambos.”

La historia de Germán Alcántara, protagonista de la novela, esboza la épica de su fracasado intento por escapar la violencia histórica. El desdichado protagonista puede, sin embargo, considerarse afortunado pues tiene, cual ángel al hombro, un narrador que lo acompaña. En un mundo en donde las vidas privadas parecen separarse hasta la fragmentación absoluta, hasta el solipsismo, la apuesta a la narración es un envite a la solidaridad. Solidaria, dura, juguetona, El cielo árido brilla entre la novelística contemporánea como aquello que, parafraseando a Faulkner, podríamos llamar nuestro más valiente fracaso.

Carlos Fonseca Suárez (San José, Costa Rica, 1987) es candidato doctoral en el Departamento de Español y Portugués de la Universidad de Princeton. Su primera novela será publicada por la editorial Anagrama en el primer trimestre de 2015. En El Roomate ha reseñado a los siguientes autores. Alan PaulsJosé Miguel Wisnik, João  Gilberto Noll, Ángel G. Quintera Rivera , Sergio WaismanSamantha SchweblinLorenzo García Vega, Jennifer Thorndike y a Alan Pauls denuevo

 

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