Lorenzo García Vega, Palíndromo en otra cerradura (Homenaje a Duchamp), Madrid: Barataria, 2011, 156 páginas
Es que cuento todo esto mientras me despido, ahora me despido, frente a un espejo vacío. Se disolvieron los nudos que pesaban sobre mis ojos. Aunque una fingida, agorera agua parece que gotea. Pues –no sé si se entiende bien lo que digo-, si las cosas siguen como están, por última vez intentaré una nueva traducción, (117)
La cerradura cierra la cajita pero también es un ojo, una grieta (grupa) desde la cual se puede mirar algo, algo exquisitamente inaccesible al toque, incluso a la vista, que no se puede angular bien, porque la cerradura lo previene. Entonces, es una forma de la metonimia, porque no se le pueden ver todos los lados al perro, o a la mujer desnuda de Duchamp que uno mira desde una grieta en la puerta. No es que la parte sustituya al todo, sino que en tanto solo la parte, el fragmento, nos es dado, tenemos que especular, es decir, hacer un juego de espejos, para angular el todo. Y eso pasa mucho con Lorenzo, que el lector mira desde apenas una grieta, y especula para reconstruir lo otro, lo que queda, y también le pasa a Lorenzo cuando escribe. Escribe, para angular lo que ve por la cerradura. “¡El relato se ha perdido! / Sólo quedan fragmentos. Algunos difíciles, otros ininteligibles. / Y, para ponerle la

tapa al pomo, ya el Narrador olvidó el hilo que unía esos fragmentos. Así que, aunque vamos a mostrar las piezas que estos fragmentos contienen, sabemos que no hay dios que pueda con ellas” (104). Lorenzo se inserta en una tradición anti-retinaria (término de Duchamp, con el que también podríamos designar la obra de Macedonio Fernández), que pasa del arte de la representación, o de la deformación de la representación a un arte de la participación. Tal vez no en el sentido Duchampiano, pero Lorenzo le requiere al lector que actúe sobre su textos, que busque el hilo del relato que el autor no encuentra. Que juegue a ser “dios” es una buena idea, “dios” es lo que nos permite pensar las cosas como un todo. Lorenzo, en cambio, insiste en partir, cortar, dividir, el todo que sólo dios ve (o que ni dios puede ver, ¿quién le pone la “tapa al pomo”?), porque sólo cuando partimos participamos. “A pedacitos, durante toda mi vida, he estado remendando (solo lo puedo decir así) el suelo de aquella ciénaga. Me ha entrado, a veces, una esperanza desgarradora. Otras veces he olvidado. Pero la desecación, del todo, nunca se ha perdido. Ingenuamente, una vez soñé que la tierra de la desecación era la verdadera tierra” (59). Hay dos claves en esta cita. Por un lado, están las capas geológicas de la tierra que son como un espacio-tiempo, la memoria de aquella ciénaga de la niñez con el proceso de la erosión, la desecación. Lo mismo me pasa con las estrellas. La convención científica nos dice que la luz que vemos de los astros son luminiscencias del pasado. Dependiendo de la distancia de cada estrella en particular, esa luz es un destello pretérito, a millones de años luz. Cuando miramos el cielo estrellado, no es un presente estelar el que miramos, no es un todo, sino destellos de distintas épocas estelares, cada puntito iluminado es un tiempo distinto al de la estrella de al lado, son fragmentos que se distancian. La desecación de la que habla Lorenzo es difícil. Es un proceso que busca una nivelación de lo que de otro modo estaría irreconciliablemente separado. Y eso es lo que sucede cuando el neófito se enfrenta al texto de Lorenzo. El neófito que desea que la desecación haya sido alegremente conseguida por el Autor y su “esperanza desgarradora”. Pero Lorenzo no accede al deseo del lector. Desea al lector, eso sin duda, pero no accede al deseo del lector, que no es lo mismo.

Por el otro lado, en esa cita de arriba está otra clave, el remiendo, Lorenzo dice lleva toda la vida, a pedacitos, remendando esa ciénaga. El remiendo no sólo refiere a los hilos narrativos que se pierden, sino a una labor artesanal. El artesano es muy distinto al obrero (aunque mucho más distinto al aristócrata o al burgués). El artesano, modo de vida que precede a la Revolución Industrial, modo premoderno, resiste a la reproducción mecánica, y basa su labor en una producción mínima pero especializada, el artesano produce para unos pocos, digamos que para su comunidad cercana, y Lorenzo es una artesano de la literatura. Mientras que la modernidad industrial insiste en que tiremos el reloj que ha dejado de funcionar y compremos uno nuevo y barato en una tienda por departamentos, que luego volveremos a tirar en poco tiempo, el relojero, que es un artesano, insiste en evitar el desperdicio, en remendar lo viejo, para que siga siendo útil. El artesano insiste en unir el presente al pasado, al moderno, por el contrario, le parece más fácil tirar y empezar de nuevo.
Lo ve, era el Artesano: continuaba tocando el mueble de mimbre, obsesivamente. Lo tocaba, lo acariciaba, se aferraba a él. Le advertí, de inmediato, que podría acarrear esto una gran variedad de minúsculas consecuencias. Para prevenirlo, hasta le conté la experiencia que había tenido otro Artesano. Otro Artesano, que, por demorarse en su pasión, llegó hasta el extremo de añadirle infinitos recovecos a la textura de mimbre» (77)
Lorenzo, como Duchamp, propone crear una ciencia alternativa, un método preciso que requiere abandonar nuestros modos de observación, y sustituirlos por modos de recolección. “Física a lo Duchamp/ cálculo a lo Duchamp/ traducción de la literatura de los/ pasos cuando se entra en una sombra” (81). Lorenzo lo escribe todo. O escribe siempre, a cada momento, tanto en la noche desvelada como en la visita al dentista.

Uno piensa en “El Gran Vidrio” (La mariée mise à nu par ses célibataire, même) de Duchamp. Una obra terrible que presenta una serie de mecanismos del deseo, mediante el cual los “celibataires” (¿los solteros?) despliegan estrategias técnicas para desnudar a la mariée (¿la “cas(z)ada”? ¿la maría? ¿la virgen?), pero el elemento fascinante de la obra de Duchamp es el reto al espectador (¿al lector?), que se encuentra con un vidrio indescifrable, con una “caja” de anotaciones y referencias interminables a la obra anterior (¡y posterior!) del artista. Yo creo que es un engaño lo que Lorenzo y Duchamp (y Macedonio, y Juan Emar, y muchos otros) nos hacen. Hay que reducir a un mínimo los aparatos paranóico-hermenéuticos para dejar que la energía, la buena vibra, se libere.
Hay quien caga pensando en una monja judía y excéntrica, que escondida en un convento se dedicaba a examinar las heces fecales de sus discípulas (eso puede encontrarse en una novela, cuyo título y autor se la ha olvidado al cagante). La presencia del Personaje monja en la meditación del que caga, no hay duda de que ha conllevado una buena porción de Energía (95).
¿Se libera la energía o se conlleva, o se desgasta? Yo creo que Lorenzo libera energía. Y este es un buen punto, punto diferido, para comenzar esta reseña. Lorenzo García Vega es un escritor para empezar a escribir. No porque este libro, Palíndromo en otra cerradura (Homenaje a Duchamp), parezca una suerte de tormenta de ideas, o tormenta de metáforas, la pre-escritura de un libro que no será. Sino porque uno empieza desusar de la escritura. Es eso. Lorenzo no abusa de la escritura, más bien la malcría, la deja hacerse y no la controla. Este libro tiene cuatro mecanismos, cuatro técnicas artesanales que Lorenzo despliega, y en las que lleva trabajando por décadas. La primera es la lista. Hay capítulos que son listas de metáforas (la mejor se titula “Cápsulas (Energía Duchamp)”). La segunda es el relato de ficción, relato sin hilo narrativo, en el que por lo regular se presenta a un personaje que es Lorenzo mismo, un personaje que obliga al autor a angularse, a referirse así en tercera persona (el mejor ejemplo de estos es un capitulo titulado “Rubén Darío Park”). La tercera técnica es la del lector-Lorenzo, el lector que recolecta un conjunto de lecturas, una combinación alquímica que genera algo nuevo, y que en el caso de este libro es, obviamente Duchamp y sus vertientes (Rrose Selavy (que es Raymond Roussel) y Marchand du Sel), Jean Pierre Brisset, Rubén Darío, Góngora, Otto Rank, Rimbaud, el postumista dominicano Domingo Moreno Jiménez, Paul Eluard y muchos otros. Finalmente, la cuarta técnica es la autobiográfica. Pero lo autobiográfico en Lorenzo, no contiene matrices narrativas, no es autobiográfico como lo es Reinaldo Arenas o Roberto Bolaño (escritores que, por otra parte, tienen mucho en común con Lorenzo), no cuenta la historia de una vida, sino que es autobiográfico en tanto recolector de una serie de memorias que se confunden, sobre las que se vuelve (por ejemplo, mientras se espera en el dentista) pero que carecen de una linealidad y la mayoría de las veces de especificidad. Pienso en los fragmentos del diario de Ricardo Piglia que han empezado a publicarse, y que sé que Lorenzo leyó con mucho interés. La memoria, la vida, no como una narración (inspirado en Proust pero muy anti-Proust en su estilo) sino como una recolección, como esos primeros Homo Sapiens que eran recolectores, antes de que la agricultura provea para una cultura sedentaria. Lorenzo es un recolector.
Estas cuatro técnicas artesanales de recolectar lo fragmentario se unen en una metáfora, o una imagen, o en un motivo, que es un motivo duchampiano, el de la cajita que se repite a cada par de páginas: “ascensor”, “bolsa carmelitosa”, “cajita”, “cajita con espejo”, “caleidoscopio”, “casa amarilla”, “cápsula”, “cofradía”, “cofre”, “grupa”, “jaula”, “pomo”. “Así que, el Mensaje de este Palíndromo en otra cerradura es éste: ¿Qué orilla? No hay más orilla que ésta: la Isla está contenida en una Playa Albina. Sólo que es como un loco que, siempre, pinta esa misma casa amarilla que se imagina. Sólo que esto hay que inventarlo a cada rato, como quien no quiere la cosa” (154). Es una concepción distinta de lo que es un libro. El libro como caja, el libro como una contención material (en dos tapas, en una cartulina) que reúne una serie de cositas que han sido preciadas y apreciadas por el autor.

“No hay coronas. No es el saberme espectáculo de ningún rey destronado, sino tibia (pero sin dulzor) quincallería: la que invade (aunque en la inmovilidad) la tarde toda de esta vida. O a lo más, a veces, es un folletín sicodélico, pero sin que la cosa pase de ahí” (126). La quincallería, el conjunto de objetitos de metal que se recolectan para encontrarles una temperatura, (¿alquimia?), no es la corona de la exclusividad, sino una suerte de democracia de los objetos. El folletín pertenece a ese mismo género democrático. A lo más, con Lorenzo alucinamos y este libro es para uno arrebatarse sentado en la inmovilidad de una tarde y gozar de una dosis concentrada de literatura.
Dejo para otra ocasión la alegre coincidencia de este libro de Lorenzo sobre Duchamp con otros dos libros sobre Duchamp muy contemporáneos a éste y muy parecidos en su gesto duchampiano: 2666 de Bolaño y Marcía con Marcel. Duchamp en los trópicos de Raúl Antelo. Y así, los dejo, como siempre, con una cita larga del libro, cita metonímica, sexuada, palindrómada, también cita que muestra la manera en que este libro es un libro de crítica experimental, mucho más experimental que cualquier Derrida, y por último cita que cuando el lector me pregunta, “¿y qué significa?”, tan sólo me río, encojo mis hombros, y dejo que la cita sea.
Fue entonces que se vio a Rubén Darío, y a un Interlocutor parecía ingenuo, ya que sólo quería aprender sobre las partes del cuerpo.
-¿Tienes una pierna? – le preguntó Interlocutor a Darío.
-¿Tienes un codo? – volvió a preguntarle Interlocutor a Darío.
Y, llegado el momento de saber sobre su pelo, sorpresivamente el Interlocutor formuló su pregunta de esta manera: ¿Tienes un mechón?
Fue el momento en que se hizo visible todo el Eje-Centro que debe sostener este relato. A Rubén Darío no le gustaba que le preguntaran por su mechón, ya que consideraba que esto era compararlo con un animal.
El Eje-Centro. Y Brisset lo había dicho: Luego se preguntó: este eje, sabes que es esto (ce sexe, sais que ce?) = este eje, ¿sabes qué es? (ce point, sais-tu quoi c’est?). lo que se convirtió en: sexo (sexe). ¿Sabes qué es? Ese eje es, sexo es, ese exceso (Sais que c’est? Ce exe est, sexe est, ce escès): Ese exceso (ce exces) es el sexo” (150).
Luis Othoniel Rosa (Bayamón, 1985), tiene un doctorado por la Princeton University en literatura latinoamericana. Escribe un libro titulado Para una vanguardia anarquista: Borges con Macedonio. Su novela, Otra vez me alejo, Entropía 2012, narra la relación entre la marihuana y la academia. Actualmente enseña en Duke University. En El Roommate ha reseñado a los autores Michelle Clayton, Raúl Antelo, Rafael Acevedo, Mar Gómez, Isabel Cadenas Cañón, Romina Paula, Margarita Pintado y Lorenzo García Vega, Mara Pastor , Julio Meza Díaz, Sergio Chejfec y Balam Rodrigo.
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