Luis Othoniel reseña un libro de Federico Galende (Argentina)

Federico Galende. Walter Benjamin y la destrucción. Santiago, Chile: Ediciones Metales Pesados, 2009. 233 páginas
I

Borrar34Leer de un tirón – Es raro encontrar un libro complejo de teoría que se lea de un tirón. Éste no es sólo uno de esos raros libros, también parece escribirse de un tirón. Será tal vez porque el autor también es un novelista y cede a su impulso narrativo. Será tal vez porque es un libro que cuenta una historia. Los escritos tardíos de Walter Benjamin, sobre la obra de arte en la modernidad, sobre sus tesis de la historia, sobre la modernidad procesada por Baudelaire (o Poe), son los que mejor hemos incorporado al panal crítico contemporáneo. Recordamos a Benjamin como un crítico cultural. El libro de Galende nos muestra a Benjamin como un filósofo que estaba tratando de elaborar una teoría del conocimiento postkantiana y es en ese recorrido, en esa aventura crítica, que termina elaborando una teoría sobre el arte en la modernidad. Galende toma el concepto de “destrucción” en Benjamin, que recordamos en sus tesis sobre la historia con ese famoso ángel, y nos va mostrando cómo ese concepto se va desarrollando a lo largo de su obra, cómo adopta implicaciones políticas y metafísicas, y cómo al fin anuda una visión del mundo fascinante. De ahí es que viene el carácter narrativo del libro, de la pulsión por contar una vida por medio de la escritura. No la vida de Benjamin, más bien la vida de su pensamiento desde sus textos tempranos hasta los famosos. Por supuesto, cuando contamos una vida en retrospectiva, es muy difícil evitar cierta fatalidad en los hechos, cierta inevitabilidad del destino final de lo que se cuenta. Galende busca oponer una teoría del conocimiento vinculada al progreso (y al derecho, a la violencia fundacional del estado, al esteticismo) a una teoría del conocimiento basada en la destrucción de lo progresivo, la destrucción como una fuerza inapropiable frente a la normalización racional de la vida. Esta postulación no es sólo fascinante, sino que adquiere cierta irrefutabilidad en esa construcción retrospectiva de la vida de un pensamiento. Walter Benjamin y la destrucción, sin embargo, está lleno de destellos que interrumpen la limpidez de su argumento filosófico, “imperfecciones” que podríamos describir en los términos de Benjamin en su famoso ensayo, “El Cuentero”, como las huellas digitales del alfarero que a veces marcan las vasijas de barro. Esto sucede porque mientras Galende va cuidadosamente desarrollando su lectura de Benjamin, hay una contingencia de su presente que lo interpela, una necesidad de responder a esa contingencia, y luego un deseo de articular algunos modos de politizar al arte en nuestro contexto. Nos interesa en particular lo último. Es decir, en estas notas, más que reconstruir la lectura que hace Galende de Benjamin (un poco de eso hay), nos mueve la intención de ver cómo esta noción de destrucción puede ser una herramienta para pensar y actuar sobre un presente en el que el capitalismo, lejos de ser esa fuerza creadora y productiva que describía Marx, se ha convertido en una afrenta a la vida y a la supervivencia de la especie, y nos invita a vivir nuestra “propia aniquilación como un goce estético de primer orden”.

II

Carácter y destino, o lo que dice el libro – La destrucción en este libro tiene un carácter positivo, liberador y hasta justiciero. Galende contrasta la destrucción con la violencia. La violencia es una fuerza fundacional. Es necesario un acto de violencia para ordenar la vida, para el Estado de derecho (“la violencia es el medio del derecho»), para el destino como una articulación lineal de la individualidad y el progreso. La destrucción, para Galende, son aquellas fuerzas que arruinan los planes de ordenamiento social, que rompen o interrumpen la normalización de la vida. Es muy tentador pensar la izquierda radical desde esta idea de la destrucción que nos ofrecen Benjamin y Galende. El “proyecto” de la izquierda, en esta operación, no sería el de la violencia legítima de los de abajo (como diríamos en términos zapatistas) sino el de la interrupción y desarticulación de la «obra» violenta de los de arriba. La izquierda, cual paranoia y sentido común, se encargaría de “iluminar” esos planes de organización social que el poder esconde. O en otros términos, el “proyecto” de la izquierda sería precisamente “la crítica”.

«El instante crítico es eso que se encuentra con la belleza de la obra no en algo que es ‘propiedad’ de esta obra, se encuentra con la belleza en la ‘desapropiación’ de la obra en su oscilación, en su retiro, en su hacerse ruina. En otras palabras: la belleza no es una propiedad de la obra; es lo que relampaguea en ésta en el instante de su difuminación. Sólo como ruina puede la obra perdurar para la crítica.»  p.127

Volveremos al final a las implicaciones que tienen estos conceptos de belleza y obra con relación a la política. Esta izquierda destructiva que sólo surge como crítica empieza a parecerse un tanto a la deconstrucción (y muchos de los interlocutores de Galende escriben desde esa tradición, Cadava, Moreiras, Nancy, Lacou-Labarthe, el mismo Derrida), pero también podríamos decir que se parece al anarquismo. Es por eso que, para Galende (y Benjamin), el concepto mismo de representación, tanto en el arte como en la política, es un concepto conservador y normalizador. Representamos para poder controlar a lo/los representado/s, mientras que para la izquierda más tradicional, más marxista, la representación social es la clave de la revolución proletaria. Esta izquierda destructiva que estamos tratando de pensar con Galende, no sería apolítica pero sí sería anti-política, en tanto carece por necesidad de un programa de ordenamiento de la vida y del poder. Es en este sentido que la destrucción parece dialogar un poco con el anarquismo, en tanto el anarquismo se concibe como una anti-política y en tanto el término “destrucción” es clave en el pensamiento de Bakunin, por dar un ejemplo. Mencionamos aquí anarquismo y deconstrucción como términos interlocutores de la “destrucción” que postula Galende, sin embargo, mientras que la deconstrucción parece tener un límite en su accionamiento político, el anarquismo tiene una vasta tradición de acción directa en la realidad política moderna. Aquí es interesante considerar la manera en que Galende relaciona el término benjamiano de “carácter”. Muchas de las mejores páginas de este libro están dedicadas a un ensayo temprano de Benjamin desconocido para nosotros hasta ahora, “Destino y carácter”.

“Lo que no puede ser retenido en la consciencia es lo mismo que la traspasa y la destruye: el carácter.” p. 57

El carácter, para Galende, nada tiene que ver con el individuo liberal. Es más bien una fuerza destructora del derecho y del tiempo como destino, un relámpago que destruye lo programado, es, precisamente, como una revolución no programada y espontánea (aunque él no use este concepto anarquista, después de todo el mismo Bakunin nos decía que la destrucción puede ser también una fuerza creativa). Pensamos, por ejemplo, que el capitalismo, estando basado en el individuo privado, produciría muchas individualidades diferentes, pero lo que nos encontramos es lo opuesto. En el capitalismo la cultura de consumo automatiza a la sociedad al punto de que cancela la posibilidad de singularizarse. El poder adquisitivo es lo único que nos diferencia al interior del capital. Los procesos de singularización e individuación que encontramos en la modernidad, suelen ser procesos destructivos (siempre pensamos en los punks) o contra-culturales que se construyen precisamente en oposición a las individualidades limitadas y prefabricadas que el capitalismo nos vende desde arriba. El carácter relampagueante que Benjamin y Galende nos describen como un modo de destruir las nociones de destino, derecho y progreso que normalizan la vida, se nos parece a esos sujetos grupales que describe Guattari en Las tres ecologías: la emergencia desde abajo de formas de vida que no quieren participar del ordenamiento social que se impone. Es una idea revolucionaria muy productiva la del carácter destructivo. El carácter también se extiende a la idea de genio.

«Genio no es un dominio ni una esfera, no es una forma ni un campo, es una manifestación. Esto, en el sentido de que sólo se muestra en la oscilación, en una aparición que es ala vez ocultamiento. Un relámpago puede eventualmente ser genial, pero de lo que no hay duda es que lo genial es siempre nada más que un relámpago.» p. 34

III

Capital vs vida, o lo que el libro nos permite decir – Una de las palabras más ausentes de este libro es la palabra capitalismo, lo que sorprende, tratándose de un libro sobre un crítico marxista y el concepto de destrucción que tanto usamos para describir el capitalismo contemporáneo. Galende habla bastante de la manera en que Benjamin entiende el fascismo como una estetización de la política y del progreso, y el libro exhibe la mejor interpretación que hemos leído sobre el enigmático final de “La obra de arte en la época de la reproductibilidad técnica”, en la que Benjamin define al fascismo como la estetización de la política y al comunismo como la politización de la estética si bien no explica lo último. Es cierto que Benjamin mira la aniquilación humana y la catástrofe desde los lentes de sus enemigos inmediatos en la víspera de la Segunda Guerra Mundial. Y es en ese mismo texto que Benjamin explica cómo la estetización de la guerra es necesaria para mantener y conservar el sistema de propiedad privada. Mientras leíamos a Galende, pensábamos que el esteticismo que veía Benjamin en el fascismo se puede aplicar al capitalismo como lo vamos entendiendo en las últimas décadas, como una afronta a la vida misma que se sostiene mediante una estetización de la máquina de guerra. Pensábamos mientras leíamos a Galende, que tal vez esta coincidencia entre fascismo y capitalismo se debe a que en el fondo, el proyecto de dominación del capitalismo es tan estetizante como el fascismo: pensamos que tal vez el capitalismo es fascista.

“El fascismo ha dado así un paso, pues la progresiva anestesización de la vida humana ya no solo se limita al plan jurídico de retrotraer esa vida al umbral de su mera condición biológica: ahora la torna indolora e insensible a su propia aniquilación. La normalización de la vida en el curso de su destino histórico, parece encontrar así en la estética un dispositivo afín y prioritario.” p. 176

¿No es acaso el eterno “juego de tronos” de la industria del entretenimiento capitalista una estetización fascista de la guerra para distraernos y conservar el sistema de propiedad? Esta relación entre fascismo y capitalismo es especialmente relevante en Latinoamérica, donde nos decía Eduardo Galeano que “se tortura a la gente para que los mercados sean libres”. Es decir, en Latinoamérica entendemos muy bien que las llamadas “transiciones democráticas” fueron el proceso que nos llevó de las dictaduras al neoliberalismo, que para que la globalización neoliberal colonizara nuestros países primero era necesario que se impusieran dictaduras neofascistas. Entonces, por ahí no es descabellado pensar que hay una relación filosófica y material muy potente entre estos dos modos. En la sucesión de catástrofes violentas que es la modernidad, desde la acumulación primitiva que genera el genocidio de los pueblos indígenas, y la esclavitud y desterritorialización de pueblos africanos, hasta un presente marcado por el cambio climático y las políticas de austeridad, el gran logro del capitalismo es hacernos disfrutar nuestra propia aniquilación como un goce estético (¡zombies!). La idea de la “destrucción de la violencia” que nos presenta Galende nos requiere entonces pensar no en cómo construir otro programa de ordenamiento de la vida con las herramientas que nos deja el capital (marxismo), sino en las fuerzas que pueden interrumpir o ya de plano destruir esa arquitectura de la catástrofe.

IV

«La politización del arte es la confianza en la posibilidad de la destrucción artística de todo aquello que otorga al hombre una identidad: es la destrucción política de la identidad del hombre.” p. 209

 

La politización del arte – .Vemos entonces cómo el facismo-capitalismo precisa de un aparato de estetización para poder administrar la vida, asignar un destino a las gentes y al fin controlar biológica y culturalmente el juicio sobre lo que vale y lo que no vale. Ese aparato de estetización, a su vez, se manifiesta, por dar el ejemplo más sencillo, en la industria del entretenimiento mostrando la guerra como algo bello, la catástrofe como un goce, el poder como un juego de tronos divertido y el resto de la especie como zombies. Ahora bien, ¿cómo es o sería esa forma artística no fascista/capitalista? ¿hay manera de rescatar el concepto de belleza de esa cárcel del poder y la anestetización o el goce ante nuestra aniquilación? Claro que sí, pero mejor lean el libro. Lo que sí hay que decir es que esta pregunta toca a las puertas de las páginas más poderosas de Benjamin, pero escasamente explicita una respuesta que siempre es muy tímida en su forma. El libro de Galende ha sido para nosotros la mejor pesca de los modos en que Benjamin se estaba acercando a un verdadero relámpago de genialidad. Benjamin no consiguió antes de morir más que cifrar esos relámpagos en su obra de modo que necesitamos buenos lectores que nos ayuden a descifrarlos. Nos ha emocionado mucho leer este libro. Le despierta a uno ganas de seguir profundizando en Benjamin para electrificarnos un poco más. ¿Quién sabe? Por ahí si hubiera vivido unas décadas más, ya no estaríamos hablando del Benjamin, el crítico cultural, o el Benjamin, filósofo, sino el Benjamin poeta.

«La politización del arte es la destrucción instantánea […] de toda administración estética del hombre.” p. 209

V

Un destello que el libro esconde – Terminamos como siempre con una cita larga del libro. Aparte del postfacio, la única referencia en todo el libro a Chile (donde el autor vive y enseña) y a los intensos debates sobre la memoria histórica del golpe del 73 se encuentra en la cita de abajo. Hay algo tímido en el libro que acá se revela como un destello, una reflexión fantástica sobre como posicionarse desde la izquierda ante la llamada «catástrofe» del 73

 

“A diferencia de cómo por lo general se la interpreta –como un evento que emerge marcando un ‘antes’ y un ‘después’, como un evento que deja a la historia sin ‘testigo’ o le arrebata al hombre las palabras con las que representarse el mundo-, la catástrofe no consiste para Benjamin sino en el hecho de que las cosas se mantengan sumidas en su curso. El fascismo es así una interrupción de la interrupción de la catástrofe, es lo que viene a modelar la vida eximiéndola de todo sobresalto. Si no hay nada más fascista que una vida sin sobresaltos, es porque la catástrofe no consiste en lo que en cada momento se erige por delante de nosotros a la manera de una amenaza, un riesgo o un peligro, es lo que ‘en cada momento está dado’. Catastrófica es esta vida de la que cotidianamente disponemos en medio del paso de los días, esta vida que vivimos simplemente porque ‘el suicidio no merece la pena’.

Sabemos que por ejemplo el Golpe de Estado en Chile ha acaparado durante muchos años todos los sentidos y significados de la palabra ‘catástrofe’, aunque quién sabe si eso no merecerá ser vuelto a reflexionar. El 11 de septiembre de 1973, el Palacio de La Moneda fue bombardeado, incendiado y relativamente destruido, pero cabe hacerse la pregunta por qué tipo de izquierdista sería aquel al que le perturba la destrucción de un palacio. Desde el punto de vista de Benjamin, no diríamos que la catástrofe fue el bombardeo a un palacio de gobierno, desde su punto de vista diríamos que la catástrofe fue la posterior restauración de ese Palacio a fin de volver las vidas que quedaron al trajín de una cierta normalidad.” p 157-158

Luis Othoniel Rosa (Puerto Rico, 1985) es el autor de la novela Otra vez me alejo (Buenos Aires: Entropía, 2012; Puerto Rico: Isla Negra, 2013). Más tarde este año saldrá su primer libro académico, Comienzos para una estética anarquista: Borges con Macedonio, en la editorial chilena Cuarto Propio. En el 2017 saldrá su segunda novela, Caja de novela con ángel, en ediciones en Puerto Rico (La Secta de los Perros) y Argentina (Entropía). Estudió en la UPR, Río Piedras y tiene un doctorado por la universidad de Princeton. Es hijo de dos maestros de español y cambia a menudo de geografías y de empleadores porque le tocó vivir en este mundo de crisis permanente. En El Roommate ha reseñado a los autores Michelle ClaytonRaúl AnteloLorenzo García VegaMargarita PintadoRafael Acevedo,  Mar Gómez,  Isabel Cadenas Cañón,  Romina Paula,  Mara Pastor, Julio Meza Díaz,  Sergio ChejfecBalam Rodrigo, Juan Carlos Quiñones (Bruno Soreno)Sebastián Martínez Daniell, Colectivo Simbiosis Cultural y Colectivo Situaciones,  Margarita Pintado (otra vez!), Ricardo Piglia  , Francisco ÁngelesJulio Prieto y Julio Ramos

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